7/6/20

Renacer

Huyen las ondas ante mis ojos. Y ni el temor de que no vuelvan y acabe el río siendo un desierto hace que pueda liberar mis manos.

Solo cuando termina el presente, entiendo mi fracaso.

Recuerdo entonces que me devoré a mí misma sin saber cómo.

Golpeo el acero desde adentro. Grito y solo me oigo yo. Me oigo amplificada, con lentitud. Cada parte de cada frecuencia. Y no puedo hacer nada.

La máscara me consume, me silencia, me sonríe con desdén, sabiendo que, una vez más, ha ganado la partida.

Solo queda liberar los ríos de mi propia alma callada. Solo así la permite hablar.

Me ha robado las manos, las cuerdas vocales y casi, casi ha pulverizado el corazón.

Qué me queda.

Queriendo protegerme, me condena al dolor más absoluto.

Si encontrase las palabras exactas para convencerla, si solo me dejase libre unos instantes para demostrarle su error.

Ha olvidado que nació de mi anhelo de volar aun sabiendo que acabaría convertida en cenizas, en el fondo del precipicio, junto al mar.

Ha olvidado que del polvo surge la vida. Que hay otras voces y que las sombras las determina el Sol.

Ha olvidado y yo seguiré susurrando con la fuerza de las olas que se funden con la roca.

Tú has olvidado. Yo te recordaré.


6/6/20

"Diez planetas", de Yuri Herrera


Cuando me regalaron Diez planetas, desconocía quién era su autor y no sabía lo que me podía encontrar entre sus páginas. Pero me llevé una gran sorpresa. Diez cuentos breves, de esos que te dejan una sensación intensa; cuyas líneas y espacios en blanco se trenzan con tu código genético y contaminan para siempre tu sangre con la enfermedad de la duda.
Son cuentos que podemos situar en la categoría de lo fantástico (más información, aquí: https://lauraherreroroman.blogspot.com/2019/08/lo-extrano-lo-fantastico-y-lo.html) y que tienen una clara influencia de Kafka y de Borges.

Aunque Yuri Herrera nos lleva a través de varios mundos en busca de lo universal, no renuncia a sus raíces, no solo porque enlaza con la tradición de la narrativa breve hispanoamericana, sino porque apuesta por el uso del léxico mexicano, que combina en una singular mezcla con neologismos futuristas para crear el ambiente que encontramos en el conjunto de los cuentos. Un ambiente que va más allá de la ciencia ficción y que traspasa las fronteras de nuestra naturaleza humana para, contradictoriamente, conectarnos plenamente con ella.

A lo largo de las diez realidades que el autor nos presenta, vamos conociendo distintas criaturas, distintas formas de ver el mundo. Y digo “criaturas” con toda la intención, ya que son, como los define el DLE, “cosas o seres creados”, no sabemos si creados por otros o por sí mismos. Lo que los hace semejantes es la conciencia de existir y las limitaciones de su propio cuerpo y de su propio mundo.

Hay dos individuos en concreto que despiertan nuestra ternura y nuestro amor por aquello que consideramos esencial en el ser humano y que, tal vez, compartimos con otras especies, conocidas o desconocidas. Se trata de Pirg y Zorg (del cuento Zorg, autor de “El Quijote”). Zorg es un ser que se descubre a sí mismo y a su medio (entendiendo por esta palabra la 16ª acepción del DLE: “Conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades”), a través de su corporalidad a la par que mediante su conciencia, la cual incluye su imaginación.

Podemos percibir en este entrañable personaje un alter ego del propio autor. Lo curioso es que, convirtiéndolo en un muñeco de ventrílocuo o en el avatar de un videojuego, sintetiza en una frase, a través de la voz de Zorg, lo que para mí es la esencia de la obra: “Zorg escribía historias de seres fantásticos encerrados de una u otra manera en los límites de su cuerpo, en límites geográficos, en límites epistemológicos: gente que estaba siempre batallando y estaba casi siempre perdiendo pero que de vez en cuando rompía esos límites y sucedían cosas bonitas”.

Pero lo maravilloso de estas palabras no es solo que resuman este conjunto de cuentos de Yuri Herrera. La frase, realmente, está hablando de algo mucho más profundo que te invito a conocer en primera persona.

1/6/20

La plaza del distrito F. Capítulo 1

Cada vez que Estrella veía esa plaza, se intensificaba la sensación, una especie de zumbido que subía del estómago al pecho y que la acompañaba durante todo el día. No era un lugar emblemático de la ciudad. Un poco de césped y algunos bancos que solo usaban los empleados de la zona para comer rápidamente su almuerzo eran los elementos más destacables.

En ese momento, un hombre daba los últimos bocados a su sándwich mientras la voz del reloj le advertía del tiempo restante para volver al trabajo. Como todos los residentes del distrito F, llevaba un uniforme azul. No pasaba a menudo por allí, ya que ella vivía en el C y no era frecuente que los ciudadanos saliesen de su distrito, salvo por cuestiones de trabajo.

Estrella solía respetar las costumbres, sobre todo porque nunca se había planteado la necesidad de no hacerlo. Tampoco conocía a nadie que las incumpliese. Sí que se escuchaban rumores de personas que habían desaparecido de un día para otro por incurrir en un comportamiento incívico. Algunos decían que los llevaban a un distrito especial, accesible solo para las autoridades. Pero bien podría ser una leyenda.

Tenía amistad con algunos Agentes del Bienestar, el grupo encargado de proteger la ciudad, y nunca habían oído hablar de ello. Los jubilados tienen demasiado tiempo libre y por eso se inventan historias, le decía Jaime, uno de sus amigos.

El reloj de Estrella sonó de repente. Se había distraído observando al trabajador de azul y tenía que regresar a la oficina en veinte minutos. Al principio, se regañó a sí misma, pero al instante se justificó: el uniforme azul le recordaba mucho a su padre. Además, esa plaza le producía un ensimismamiento incomprensible.

En su memoria, no había escenas importantes vividas en ese lugar. Era una plaza más, no muy diferente a otras de la ciudad. Mientras volvía a la oficina, seguía pensando en su padre. A pesar de los veinte años pasados desde su muerte, se acordaba con claridad de sus rasgos amables y su voz. No podía decir que su vida presente fuese desagradable, pero sabía que la felicidad de aquella época no volvería nunca.

No solo su vida, sino la de toda la ciudad había cambiado en ese tiempo. Cuando era pequeña, no existían los distritos. Muchos domingos, iban a visitar a amigos que vivían a bastante distancia de su casa. Le gustaba porque había un parque cerca donde se juntaban muchos niños para jugar.

Pero, ahora, apenas se oían esas alegres voces. Quizás se debiera a que no había tantos niños. O a que las costumbres eran diferentes. No obstante, las personas eran felices, solo que se trataba de una felicidad diferente. Se habían adaptado a los tiempos.