31/1/19

28-I-2019

Cómo una canción puede pasar de ser el fruto de un otoño sediento al primer brote de la primavera, habitando el mismo pecho que busca desbocado precipicios.

Sucede porque conoce el susurro del viento, brújula en medio de laberintos y blancos desiertos; porque no se cansa de arrancar zarzas; porque aprende a bailar con las piedras del camino.

Y, en plena lucha entre la ceniza y el fuego, elige abrazar la piedra filosofal, aunque la tormenta atraviese sus poros.

Sucede porque todo peregrino encuentra su agua sagrada.

2/1/19

Ceguera


Fue mi libre decisión sacarme el corazón del pecho para entregárselo al vencejo que prefirió dejarse consumir por su disfraz. Y me quedó una grieta profunda que quisieron suavizar mis lágrimas. Pensé que la comprensión y desterrar la culpa me devolverían a mi estado anterior. Pero al intentar cabalgar nuevos mares, descubrí que mis alas estaban llenas de cicatrices, que había perdido mi capacidad de volar entre tormentas, que languidecían las estrellas de mi rostro. Creí que había salido después de tantos inviernos del laberinto.

Y escribo esto mientras sigo arañando paredes, mientras contemplo aterrada el vacío que se abre bajo mis pies. Ya no tiene el brillo de los precipicios que antaño amé. Ahora es como un agujero negro que solo trae inmisericorde antisilencio. O quizás es que mis ojos se han olvidado de ver.

1/1/19

Inerte

¿Dónde quedó aquella voz que hacía brotar primaveras y acariciaba tormentas? ¿Y  las manos pequeñas que juntaban montañas y arrancaban laberintos de espinosas raíces sin hacer sangrar la tierra?

Pálpitos desterrados a un desierto apagado que se niegan a aceptar soles de cartón. 

El cielo exangüe anuncia una estrella tras una colección de otoños en blanco y negro.

Pero Penélope, ebria de ocasos, ya no sabe tejer.

Se agacha a mirarse en la orilla del mar como un Narciso desencantado. Le contesta un caos de olas turbias, ecos de desafinados augurios.

Desea lavarse las manos llenas de cicatrices, las huellas de carbón del pecho, y solo encuentra la sal devoradora o el río de su conciencia. Un río de agua tan fría que parece que acuchilla sin piedad cada poro.

Y vive inmóvil arropada por las sombras burlonas que ocultan el brillo pertinaz de la estrella.