13/3/15

La resurrección de Max Estrella


Llego a casa con los pies ensangrentados y el corazón lleno de tierra y afiladas piedras que se pelean por penetrar la carne.

Si no estuvieras tú, yo también esperaría mi muerte en vida, en malolientes tabernas de almas errantes, en oscuros templos de la picaresca. 

Si no estuvieras tú, suicidaría mis ojos, y tal vez, en un desesperado tanque, algún día, también los ríos de mi cuerpo.
Actores representando Luces de Bohemia

Pero llego, y allí estás tú, esperándome con una fuente de agua tibia y sales perfumadas; fuente inagotable, inalterable, pues al introducir mis pies, desaparecen polvo y sangre, y el agua se conserva cristalina; y de repente toda la estancia huele a canto angelical. Aplicas después un ungüento a mi corazón, que lo mantiene protegido durante otras veinticuatro horas. 

Sin embargo, pronto recuerdo por qué fue herido, y vuelvo a llorar, solo, porque ante tu presencia no puedo irritarme. Y es que no todo el mundo tiene quien le lave los pies. Pechos donde ya no cabe una cicatriz más. Pones tu mano en mi hombro, me vistes ropa nueva, me ciñes, me das un recipiente con tu agua viva y una toalla tan blanca como tu alma, y me envías por caminos agrestes. Y cuando dudo de mí misma, de cómo yo, que me enfado con facilidad, que tropiezo a cada instante, podré dejar pies y corazones limpios, te posas como viento junto a mí y me susurras que es el agua que me has dado la que hace el milagro, no yo.

Si Max Estrella hubiese buscado el espejo escondido del callejón del Gato, si hubiese escuchado la voz femenina que lo apartaba de quienes se aprovechaban de él, tal vez hubiera tenido alguien que le lavase los pies. O tal vez ese alguien pasó muy cerca de su lado, pero un traspiés lo desvió del camino donde hubiese hallado a Max.