23/2/14

Adiós a mi daimon

No desterraré paisajes de mi alma. Tal vez todo haya quedado en silencio, pero basta el aliento de los árboles y el latido de la noche para llenar este espacio de vida. No, ya no está mi daimon para regarlo cual preciado jardín, pero la lluvia me susurró tranquilizándome, ella se encargará de nutrirlo.

Podría hacer como en otras ocasiones, pero es que todo lo que envié al exilio no eran más que imágenes que me distraían de mi verdad. Sin embargo, cómo podría ahora talar estos bosques, sepultar senderos de mago, hacer polvo estas piedras, ni aún estropear su musgo, si hicieron florecer mi alma, si estos tiempos fueron de crecimiento y nunca de vuelta atrás. No, mantener este mi palpitar no es volver atrás ni mucho menos quedarme estancada. Con cada respiración sigue creciendo este universo que soy. Un día decidí dejar de ser la copia sistematizada en la que nos quieren transformar nada más nacer, y fui eliminando los ejércitos de orcos que me impedían ver los paisajes de mi alma. Ese fue uno de los paisajes que hallé, el cual ya os he descrito en otras ocasiones. Expulsarlo sería como matar un trozo de mí misma. Es cierto que debo despedirme de mi daimon, y sin embargo, la noche de su alma siempre será el fondo en el que pinte los nuevos colores que traigan otros seres.
No diré "no lloréis", pues no todas las lágrimas son amargas. Gandalf

16/2/14

Plegaria

Muchos han intentado definirte. Unos te aman, otros te odian desesperadamente y otros se mantienen al margen. Se han escrito tratados, ha habido debates, e incluso guerras que acabaron con miles de vidas en tu nombre. Mas, ¿quién puede decirle a otro lo que tú eres? Yo no puedo saber cómo eres para otra persona, ni puedo decir cuál es tu nombre, tu forma o tamaño, ni tan siquiera tu color. Sólo sé lo que siento dentro de mí y tampoco tengo la capacidad de verificar su certeza ni el interés en demostrarla.

¿Cómo te he sentido a lo largo de mi vida? Primero fue esta mi dorada cuna, que aumentó en mí el amor por las letras. Todavía al recorrer sus calles siento la huella de los grandes que la habitaron; también en ellas te encuentro. Fue después en mis tiempos a solas, en mis silencios, sentada observando lo que de real había en el espacio vacío entre los niños que saltaban a la comba o jugaban con la pelota y yo. Pronto esos silencios comenzaron a llenarse con cuentos, aventuras de estos y otros tiempos, de niños como los que veía o de seres fantásticos, esos seres que buscaría a lo largo de mi vida en bellos paisajes imaginados, donde también tú estabas, o tú los eres. Unos paisajes, digo, imaginados por mí, otros de magníficos escritores, porque también te encuentro allí, en ese mi amor de blancos desiertos y negras dunas. ¿Cuántos, dime, cuántos años lleva esa pasión en mí, y no se me despega? Ese mi amor que me canta antes de dormir (y otras veces me quita el sueño), ese mi amor, lo primero que quiero ver al despertarme. Pero no puedo olvidar a mi otro gran amor, fresco, fragante, suave, imponente, crujiendo bajo mis pies, blando otras veces. Este me canta también, me canta mientras paseamos, rodeándome él toda yo, un yo que deja de ser mío al contacto con su invisible piel multicolor.

Ay, tanto podría describir, dulce néctar, la única esperanza de mi cansada existencia, posada del peregrino, manantial para el sediento, pero algunas cosas quiero reservarme. 

Cuando no te busco muero en una plomiza rutina, me pierdo en la náusea. Y bien sabes que te necesito, que siempre has sido lo único real en mí. Lo dije y lo diré: sin ese mundo, sin esos sueños sería otra persona, una falsa versión robotizada que no quiero ser. Y aunque me golpeen las circunstancias, y aunque nadie comprenda este mi sentir, buscando en ti lo que no eres, lo que otros dicen, aunque el mundo diga que -y perdón por manchar estas palabras con vulgaridad- si no bebo, no fumo y no follo soy gilipollas, comprenderé que simplemente jamás se sentaron a contemplar, jamás se permitieron hablar con el viento, leer el mensaje de las estrellas, que desde su azulado escenario sonríen sin cesar, que nunca se empaparon en el néctar de su amante ni se perdieron a sí mismos en su mirada para alcanzar la gema compartida, y después, como en toda buena historia, preservar su secreto eternamente. Y continuaré yendo tras tu presencia, porque ella soy yo, y lo que está ausente de ti, no soy yo, es sólo dolor, sólo aspereza, lágrimas amargas, pestilentes como una fábrica que empobrece.

Y estoy ahora en ti a través de esta sinfonía, justo la de la partida, el fin que dejó historias de sufrimiento, cansancio, pero también compañerismo, fuerza y valor, oh, tanta lealtad que el ser humano guarda en su extraño corazón, amistad, romanticismo y amor. 

Tu melodía es eterna y deseo no alejarme más, porque el opuesto a la melodía no es la voz de tu silencio, sino el ruido que atormenta el alma. Sólo sé que es uno el que debe buscarte, como te buscó Jimena*, y en el camino hallará obstáculos, montañas, orcos, tal vez jinetes negros, dragones como el del caballero que deshizo su armadura oxidada, pero siempre, siempre de fondo, estarás tú. No, tú no eres el fin de la búsqueda, porque el Santo Grial no es una copa; el Santo Grial es  el camino que lleva a descubrir que siempre estuvo ahí, en cada paso.

Oh, misterio de la vida, el motor de nuestros pies, y tú pareces destino pero eres esperanza. No dejes que me suelte de tu mano. No permitas que me invada el ruido. Cántame siempre, aunque jure que no quiero escucharte. Cántame con cada una de tus infinitas voces, cántame para que sea.

*Protagonista del cuento Jimena y el agua sagrada.

9/2/14

Canciones que vienen y van

Hace tiempo que se hizo tarde y hace tiempo que llegó el frío. Y yo camino admirando paisajes, conservando algunas de esas canciones que no han salido de un Conservatorio. Y sin embargo, no deseo relegarlas al olvido, pues no se puede entender el presente de una persona sin todos los elementos que han formado parte de su historia.

Historia en la que mendigué amor, como nos enseña la sociedad a hacer. Parece mentira que sea el primero en dar el portazo el que se arrepiente antes. Pero ya no. Estuve en mi compañía, atravesando mis desiertos y llegando así a encontrar las aguas fluidas y puras de las que nunca oí hablar, aunque siempre estuvieron en estas piedras legendarias, en el sereno verdor que adorna el centro de esta ciudad que creí el mismísimo infierno. Y aunque no tengo tanto amor como para regalar abrazos por doquier y transmitir una embriagadora paz, al menos he logrado el suficiente para nutrirme a mí misma sin depender de nadie más, si acaso de la belleza que navega en mi imaginación.

No me sirvió, aún así, poner tu nombre en la pared para que se disuelva en los libros polvorientos, terminados, sino que los instantes utilizaron tinta indeleble para escribirlo en mis venas. Será por eso que en lugar de ausencia hay una fuerte presencia de la que a veces me distraigo y otras veces me envuelve en el azabache que me hace vivir y me repite una y otra vez que las estrellas no brillan en medio de la luz.

No llamaré, no buscaré, no besaré. Llorar... eso no lo decido yo, pues quién es dueño de las mil y una emociones que surcan este extraño cuerpo humano. Al igual que a veces, sin elegirlo, una inmensa alegría ríe en mis ojos. Todo va, todo viene. Lo que sucederá en el futuro, nadie lo sabe, y tampoco quiero yo saberlo. Qué importa si la vida tiene sentido o no. Tal vez el único sentido de la vida es la vida en sí.

6/2/14

Pedro

Pedro era un niño corriente. Jugaba al balón con sus amigos, montaba en bicicleta, iba de pesca con su padre y los domingos echaba una partida de dominó con el abuelo. Parecía feliz, aunque a veces, cuando estaba solo, se quedaba con la mirada perdida y alguna lágrima suelta conseguía resbalar por su cara. Año tras año, la lágrima asomaba cada vez menos hasta que por fin desapareció de su cara y de sus recuerdos.
Supongo que querréis saber qué le sucedía a Pedro. La gente dice que hay que pensar sólo en el futuro, pero si pierdes un zapato por el camino y comienza a dolerte el pie, ¿no das media vuelta para recogerlo? Lo que en realidad temen es quedarse estancados en esa parte del camino, pero evidentemente si rescatamos nuestro zapato es para seguir andando.
Viajemos entonces al pasado de Pedro. Está acostado en su cama. Ha sido un día agotador en que no ha parado de jugar y de ayudar a su padre. Mamá abre un libro y comienza a leerle su cuento favorito. A Pedro le fascina trabajar con su padre. Hoy han hecho un mueble y papá le ha dejado utilizar la sierra, pues dice que ya es mayor. Pero también le gusta, tras un día intenso, recibir el acogedor abrazo de mamá y escuchar su dulce voz.
Están en la escena en que el sastrecillo se enfrenta al gigante y piensa sobre la manera de vencerle, pero antes de que se le ocurra la ingeniosa idea, se oye la puerta principal. Papá ha regresado del taller y se dirige hacia ellos, pero en lugar de darle las buenas noches le arrebata bruscamente el libro a su madre mientras dice:
-Vas a amariconar al crío.
La madre se levanta en silencio y Pedro percibe la humedad en sus ojos antes de que abandone la habitación. El padre apaga la luz y le ordena que se duerma. Le entran unas inmensas ganas de llorar, se echa contra la almohada para que nadie le oiga y estalla en lágrimas.

Nunca antes había llorado tanto, ni siquiera cuando era más pequeño y se caía. Pero nadie lo supo. Desde ese día ya no volvió a ser el mismo. Algo le faltaba, algo que ya nadie le puede dar, salvo él mismo. Pero esa es otra historia que aún no ha sido escrita.