17/12/20

Pentagrama

Qué importa de estas letras más que la brisa que soplan a mi pecho, a veces enredado en las ramitas arrastradas por otros vientos más feroces.

Huracanes necesarios; cómo negar que amo intensamente los precipicios. No es el susurro el que permite entregar las alas a la inmensidad.

Se presentan ante mí nuevos escalones tan oscuros y tan llenos de arcoíris que llevo siglos soñando. Se me abre y se me cierra la faringe al mover los dedos del pie.

Mis manos persiguen el compás, el cuello aprende perdiéndose por los siempre presentes laberintos.

Respiro lento. He colgado mi hamaca en el pentagrama en el que a ratos me tropiezo.

Y vuelve la risa pequeña e infinita que solo sabe de flores y nubes, que desprecia sin saberlo jerarquías y galardones.

Y cuando me olvido de reír, cuando me empapo en alquitrán, regresa el beso de la ondina acariciando desde adentro.

13/12/20

Enanos sin escaleras

Quisiera a través de estas notas acariciar el papel, pero mi lápiz se ha roto, y los dedos... me los compré en el bazar de la esquina.

No alcanzan las absurdas metáforas a rozar un ápice de la belleza que sin merecerla llega a mi alma sedienta.

Dedos rotos, baratos, cansados; voz inútil. Enanos sin escaleras.

Somos la vergüenza en la que no quiere mirarse el pasado. Somos palabras sin ritmo, sin vida.

Somos notas huecas.

Somos el ruido molesto del frigorífico.

No haremos historia porque la hemos quebrado, la hemos matado sin compasión.  Jugando a ser, tiramos la vida por el desagüe. Escupimos trapos secos y los llamamos poesía.

Ya es hora de aceptar que ella reside esculpida en esas páginas ajenas que admiramos y que jamás podremos atraparla.

                                                 



A un hombre humano, a una mujer humana

Tejí silenciosa el espejo roto en los ojos del pajarillo. Concentrada en la tarea, se fundió mi palpitar con el grito de los raíles. Las dos ventanas tristes danzaban sobre el blanco perenne que arrastró su pecho lejos de las barbas de fuego. Barbas imperfectas, a veces ruines... pero ella solo sabía del calor ausente.

La envolvió la nieve del tren de la vida. A su lado, lágrimas de piedra, belleza derretida, enredada en la incomprensión, en la mentira de afuera; ira justa, que tanto tardé en comprender.

Beso la cumbre desde los pulmones de un melancólico Neptuno. Vuelve el tren, lo pinto de colores con mis pestañas.

Las barbas eran de un hombre humano; las lágrimas, de una mujer humana.

Ahora comprendo en la cumbre y me subo a mi propio tren.

Ahora entiendo y perdono.

Ahora sé y me perdono.

7/12/20

La flor marchita

La flor siempre estuvo. Oculta entre escombros, sintiéndose un pedazo sombrío de lo que veía a su alrededor.

La savia golpeaba armónicamente para hacerse notar. Alguna mariposa apareció, y elevaba su vuelo, inalcanzable.

Cómo puedo ser, cómo puedo dejar de ser alquitrán perenne y viejo.

Aprendió a correr, aprendió a nadar a contracorriente. Memorizó técnicas de vuelo... siguió siendo brea.

Su voz se empañaba, las heladas paredes del laberinto marchitaban sus pétalos.

Llegó al centro, besó al Minotauro. Creyó haber descubierto los secretos de la alquimia mientras la bestia continuaba habitando sus entrañas.

Perdió la mirada, perdió la piel, perdió los atardeceres que tapizaban su cuerpo.

Perdió

No he perdido nada. Sigo siendo el mismo eterno fracaso.

Sí los perdió, pero solo ante sus ojos; no escogía bien sus espejos y el charco al que se asomaba estaba enturbiado.

No se veía. No percibía su fragancia. Se creyó desde los inicios un conjunto de ruinas, pero no de aquellas que admiran los historiadores.

Le falta comprender que algo nubló su vista y que, en realidad, no hay necesidad de alquimia. Que sus pétalos no están marchitos, que el verde reluce palpitante, que las abejas buscan su néctar. Pero no puede oír su zumbido.

¿Cuándo despertará de su sueño? Será el rocío, y no las lágrimas, quien limpie sus ojos.

Pensé...

No ha cambiado nada. Siguen conviviendo en mí cantos de ruiseñor y las ogrientas voces que arrancan alas de mariposa. Solo hay más frío, más gruta asfixiante rasgando mis cuerdas vocales. Solo hay películas a medias que se amontonan en un destartalado garaje. Destartalado como mi cabeza.

Mi cabeza, que cree que puede desactivar el generador de huracanes, transformarlos en un dulce soplo. Mientras tanto, sigo con la alquimia que nunca acaba. Y cada día hay más plomo.

No vuelve mi risa.

Pensé... 

Quizás ese fue el error.

O lo fue creer en luciérnagas cuando en este planeta nos come nuestra propia mierda.

Pensé. Soñé que rescatabas la rosa. Soñé y aun estaba dentro del laberinto, con los brazos encadenados desde adentro, desde la voz ogrienta, desde la voz plomiza, desde las memorias que no entiendo, que no sé liberar.

Pensé que esta vez. 

Pensé que esta vez sí, que esta vez tú.

La mierda come el planeta. Come mi pecho mezquino.

¿Me engaño con mis fantasías protuberantes llenas de color? ¿Me engaño con las psicodélicas despedidas de sol?

Si nos come la mierda...

Si en mi sangre... quizás... ya solo queda mierda. Y en mi mente engañada quedas tú.

5/12/20

Lo innombrable

Pensé que, de darse, se trataría de un vacío no natural, un vacío resultante del fracaso.

Sumergida a diario en el acontecer, con sus llanuras y sus picos, no es fácil percibir eso, lo innombrable (porque no sabemos nombrarlo o porque el programa nos lleva a rechazar la palabra mientras nuestra naturaleza humana nos hace anhelar su contenido). Solo al aparecer la posibilidad, comprendí lo necesario que es para mí (para todos los seres humanos: la mayoría lo sabe; otros “decidimos” ignorarlo).

Una presencia cálida, ya casi siempre de espaldas, ya sin cubo y pala, sin visitas al parque, sin... todo aquello que he desterrado (¿para qué recordar?). He huido de ese concepto absurdo que nos inculcan, absurdo y dañino porque te llena de expectativas que no sabes cumplir. Exceso de juicio y críticas, de golpes disfrazados de consejos “por tu bien”. Y al final descubres que ese rol es solo un engaño: uno de los mayores parásitos que asolan las cabezas de la colectividad.

Pero al escapar del concepto, me he exiliado de eso. Quizás porque no supe mantenerlo. Quizás porque lo mezclé (somos alma y ego, y el ego es la ejecución de nuestra programación inconsciente) con el Robespierre que ruge en mis entrañas.

Desconozco la solución lógica. Si has estado regando una planta a la vez con agua y con amoniaco, quizás el único modo de hacer que se recupere sea darle lo que necesita y esperar, pero no puedes dárselo, porque no tienes agua pura, tu sol se queda sin pilas cada poco tiempo y, además, Robespierre sigue viviendo en ti.

Al menos has reconocido eso por unos minutos. Y ahora que por fin has vuelto a verlo, eres consciente de que existe una importante posibilidad de que huya de ti. ¿Y qué esperas, cuando tú misma lo has desterrado?

No podías hacer otra cosa, está claro. Robespierre es una comunidad de piojos que han encontrado un hogar agradable en ti. No se va a ir tan fácil. Y en los momentos de debilidad, es tu titiritero.

Ahora sabes que te importa lo innombrable, que lo tuviste, que lo ofreciste con toda la potencia de tu sangre colonizada.

Pero el invierno intermitente ha rasgado los colores. No consintió el brillo en los ojos, la dulzura en la voz, las explicaciones sosegadas. No permitió la cálida rutina que compone los muros de un hogar. No permitió un hogar.

¿Y qué se hace entonces con la planta? ¿Qué se hace con el anhelo de lo innombrable y el repudio de su nombre? ¿Qué se hace con la conciencia del posible vacío?

28/11/20

Vuelta al exilio

Vuelvo con la mente opaca al destierro. Destierro ahora de notas. Separo pedazos del alma.

Para qué engañarme.

Soy yo la exiliada. Me exilio de las ondas que nacen del vientre de la hoguera.

¿Quién le puso vida al tronco?

¿O en realidad muere ante mis ojos?

Tal vez solo trato de engañar a las cenizas.

A las cenizas que un día seré.

Si todo está hueco, ¿cuál es el sentido de este vacío por una verdad?

¿Cuánto vale la verdad?

La cambio por la piel. La mente opaca me lleva de vuelta al invierno en el nido.

O la mente cierta me salva de la falta de esencia.

Si es así, ¿por qué divido?

No puedo creer que las notas mientan.

No puedo creer que el fuego despedace la esencia.

No puedo creer que pierda, una vez más, las palabras que se desparraman por el silencio de estas líneas.

23/11/20

La plaza del distrito F. Capítulo 3

Pedro, como cada noche de guardia, revisaba las bases de datos para comprobar que todo estaba en orden. Hasta después de media hora no le tocaba recorrer el pasillo de las celdas. El silencio era casi absoluto, interrumpido solo por el ruido que producían los aparatos electrónicos de la sala y el sonido de las teclas. Era la 1.30. Todos los presos dormían o, al menos, se mantenían callados. Una noche más de trabajo. Sin embargo, había algo que le inquietaba; una sensación que no lograba identificar.

Unas tres horas más tarde, le llegó el eco de un murmullo. En todos los años que llevaba en su puesto, jamás había escuchado a un preso hablar de noche. La rebeldía solo se daba en los primeros seis meses que duraba el Programa 201. Este sistema de readaptación había resultado ser muy eficaz. Incluso algunos expertos afirmaban que, tras el proceso, los reclusos estaban capacitados para tener una vida normal en la sociedad, pero el Ministerio del Bienestar veía necesario retenerles unos cuantos años, ya que nunca se había probado lo contrario y se desconocían las posibles consecuencias. La prevención era la primera premisa del Ministerio. La sociedad es un organismo –solía decir el ministro en sus comparecencias-; y es necesario que todos sus elementos funcionen correctamente. Si uno solo de ellos enferma, contagiará a todos los demás y esa sociedad se corromperá de manera irreversible.

Pedro se dirigió al lugar donde se originaba el murmullo y, a medida que se acercaba, podía entender algunas palabras: peligro, retirada, traición. Con pasos silenciosos, llegó a la celda 17. El joven al que había limpiado las heridas unos días antes temblaba en el camastro y continuaba su balbuceo. Se quedó un rato de pie, observando. Esa situación era frecuente, sobre todo en las primeras semanas del Programa. Sin embargo, el nuevo aún no había tenido la primera sesión. De todos modos, no comprendía por qué, después de tantas noches en las que había sido testigo de pesadillas en los reclusos, ahora sentía esa extraña curiosidad.

 

Estrella acababa de cerrar un importante negocio con uno de los clientes del distrito F. Regresaba satisfecha a la oficina cuando, al pasar por la plaza, encontró a Jaime hablando amablemente con un señor de unos cincuenta años que llevaba un traje rojo, el cual destacaba junto al uniforme verde de Agente del Bienestar de Jaime. No se preocupe, yo le acompaño, calmaba al hombre mientras le agarraba suavemente del brazo. Hola, Estrella. Te veo muy sonriente. Las cosas van bien, ¿no? La mujer le explicó el motivo de su alegría y Jaime le contó que había encontrado al hombre del uniforme rojo deambulando fuera de su distrito. Parece que se ha despistado. Voy a llevarle a la Cúpula para que le hagan un chequeo. Se despidieron y Estrella continuó su camino.

Recordó su última visita a la Cúpula de Prevención y Reajuste, hacía unos cinco meses. La Sanadora, tras las pruebas pertinentes, le había dicho que se encontraba estupendamente, salvo por la beremina, que estaba un poco baja. Le dio entonces unos frasquitos que debía tomar todas las mañanas durante un mes. Las revisiones en la edad laboral eran anuales, excepto en casos problemáticos. Espero que ese señor no tenga nada grave, pensó.

Aquella noche volvió a soñar con su padre. Ante ella había un objeto redondo y de colores que daba vueltas sobre un eje. El hombre la miraba con ojos risueños y le pareció oír su propia risa infantil entremezclándose con la voz grave y cálida de su padre, quien hacía un gesto con la mano, como indicando algún lugar. Cuando el despertador la sacó de aquel estado, notó una especie de peso en el estómago, pero se esfumó rápidamente en cuanto se levantó de la cama y comenzó su rutina diaria.


4/11/20

La esmeralda

Todos los días iluminaba la plaza con su canto. Amaba con intensidad a esas gentes, pequeñas y grandes, de todas las edades, de todas las formas y colores. Su diminuto corazón titilaba como un sol al poder compartir esos momentos, porque ¿para qué servía esa capacidad suya si nadie podía escuchar la alegre armonía que brotaba de más allá de sus plumas?

Pasaron varias primaveras, pero llegó un abril en que las caras risueñas fueron sustituidas por gruñidos y quejas. Demasiado empalagoso. Insoportable. Levantaron un muro circular donde las nuevas gentes aplaudían y vitoreaban ante un espectáculo sangriento. La pureza del azabache despedazada. El tesoro de la gruta sustraído tras matar al último dragón.

Huyó de la plaza con el corazón herido. Tras un verano seco, el invierno se hizo eterno. Se le fue helando el pecho. Ya no encontraba a ninguno de esos seres que no volaban, pero hacían cosas extraordinarias. Hasta que, en un día lluvioso, se topó con una mirada serena y amable como aquellas antiguas. El ser clavó en él sus ojos brillantes, haciendo que la pequeña estrella de su pecho volviese a titilar y, entonces, abrió el pico con unas inmensas ganas de volver a cantar, pero comprobó que ya no era capaz de emitir ningún sonido. Y aquellos ojos que miraban expectantes se ensombrecieron.

Regresó al nido donde había pasado el largo invierno, sobre un poste triste y solitario, rodeado de gigantes jaulas grises. Luchó contra la niebla que casi había apagado su luz y, en los breves momentos de sol, ideó la manera de recuperar su canto. Buscó la ayuda de las luciérnagas y de las lechuzas. Por lo visto, las gentes sangrientas no habían conseguido extraer todos los tesoros de la cueva; aún quedaba una esmeralda.

Dicen que posee un gran poder, le dijo una de sus nuevas amigas nocturnas, quizás te sirva para lograr tu deseo. Y se despidió dándole las gracias. Sobrevoló océanos, montañas y valles, besó picos nevados y vastos desiertos. En el camino, el hielo que envolvía su corazón se iba resquebrajando. Y, al fin, tras incontables días, encontró la cueva. El trayecto en el interior tampoco fue fácil. A ratos sentía que le faltaba el aire, que le inundaba de nuevo la tristeza. Y, cuando estaba a punto de rendirse, una luz suave y un susurro le hablaron directamente al corazón, derritiendo todo el frío, todo el gris que mantenía atrapados sus colores. Ahora puedes cantar, afirmó con dulzura aquella voz.

Salió al exterior, donde ya no le esperaba el viejo paisaje, sino la inconmensurable Nada. Llenó sus pulmones y de su siringe brotó una alegre melodía que, con cada vibración, iba haciendo surgir de la Nada árboles, arbustos, flores, ríos, montañas... Y, de forma simultánea, la luz de un nuevo sol comenzaba a bañarlo todo. Su canto fue largo, esplendoroso. Cuando terminó, voló hasta un arroyo y permaneció observando todo lo que ahora aparecía ante sus ojillos.

Ahora lo único que faltaba era volver a compartir sus melodías.

2/11/20

Claves para desarrollar el pensamiento crítico

Hoy os traigo algunas claves fundamentales para el desarrollo del pensamiento crítico. En primer lugar, tenemos que hablar del lenguaje, un componente esencial en la adquisición de conocimientos.


El lenguaje: una de las funciones superiores del cerebro

El lenguaje es una de las funciones superiores del cerebro. Aunque la información que voy a compartir ahora la podéis encontrar en distintos libros y documentos, yo estoy utilizando en concreto un pdf elaborado por el Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Universidad Nacional Autónoma de México. En la página 20 nos habla de las funciones superiores:

Estas siete funciones cerebrales tienen, por tanto, un papel imprescindible en nuestro desarrollo. Pero ¿cuál es el del lenguaje? 

Además, el manual de Lingüística coordinado por M. Victoria Escandell (El lenguaje humano) explica que: “El lenguaje se asocia a una capacidad de abstracción que permitió desligar la comunicación de la pura mímesis y del entorno inmediato; y permitió, igualmente, recuperar, transmitir y estructurar el conocimiento”.


El conocimiento de la realidad

Como estamos viendo, el lenguaje es imprescindible para conocer la realidad. Y nuestro conocimiento de la realidad va a determinar cómo nos relacionamos con ella. Cuanto mayor y más exacto sea ese conocimiento, mejor podremos gestionar nuestra vida.

Cuando leemos o escuchamos una palabra, es imprescindible que conozcamos a fondo su significado, pero no solo el literal. Porque por un lado está ese significado denotativo o literal y, por otro, todas las connotaciones que se asocian a esa palabra.

Ejemplo: rojo

  •  Significado denotativo: color
  • Significado connotativo: adjetivo que se empezó a usar para referirse a todo miembro perteneciente al bando republicano durante la guerra civil española y que, en determinados contextos, está cargado de un matiz despectivo, ya que se utilizó y se sigue utilizando para insultar a personas que tienen determinadas ideas.

Cuando no se tiene un conocimiento cultural o histórico, no se puede llegar a ese significado connotativo, con lo cual, la información es insuficiente.

Entonces, ¿qué necesitamos para interpretar correctamente un mensaje?

1. Conocer con la mayor exactitud posible el significado denotativo de las palabras: es una buena práctica recurrir al diccionario de vez en cuando. Además, ahora ya lo tenemos en formato de aplicación para el teléfono móvil. Para ampliar el vocabulario, también es imprescindible tener un hábito lector.

2. Conocer, asimismo, el significado connotativo: hay que tener un conocimiento de la cultura en la que se vive, de la Historia... Es el conocimiento enciclopédico o lo que llamamos cultura general. Este conocimiento enciclopédico se va adquiriendo a lo largo de toda la vida: “nunca te acostarás sin saber algo nuevo”.

3. Pero no solo hay que conocer el significado de las palabras. También es imprescindible tener en cuenta cuál es la relación que tienen las palabras entre sí, esto es, la sintaxis. Por ejemplo, el nexo “y” establece una relación de suma entre los elementos que une; el nexo “o”, de opción entre varias posibilidades; el nexo “pero”, de contraposición; etc. Entre las oraciones, puede haber coordinación o subordinación, etc. Por eso es imprescindible manejar la sintaxis, así como la gramática en general. Cuanto más profundo sea nuestro conocimiento de la lengua, más certera será la interpretación que hagamos de un mensaje.

4. Por otro lado, es muy importante saber interpretar correctamente la intención del hablante, esto es, el proceso inferencial. Y en este proceso es tan importante el lenguaje oral como el gestual, y todo el contexto en el que se está emitiendo el mensaje. Cuando hablamos de intención del hablante, no nos referimos a la intención de la persona. Me explico: imagina que estás siendo víctima de un estafador. Esta persona que desea engañarte pondrá todos sus esfuerzos en hacerte creer que dice la verdad y que es una persona de confianza. Para ello, utilizará determinados recursos (gestuales, lingüísticos, etc.). A esto se le llama ostensión

Por tanto, la intención comunicativa del hablante, de este hipotético estafador, es la de generar confianza. Una persona perspicaz y experimentada verá, por un lado, esa ostensión a través del proceso inferencial (qué me quiere comunicar el emisor), y, por otro lado, verá indicios que le lleven a sospechar de la voluntad del emisor de engañarle. Pero el estafador intentará que ese engaño no se pueda inferir de sus palabras y gestos.

Pongamos otro ejemplo en el que no está presente la voluntad de engaño: una pareja, vamos a llamarles Luisa y Juan, va a ir al cine. La película empieza a las siete, son las siete menos diez y Juan no ha terminado de prepararse. Luisa entonces le dice “son menos diez”, seguramente con una expresión ligeramente enfadada y señalando con su dedo índice su muñeca. La ostensión es clara. De sus palabras y sus gestos se extrae su intención comunicativa, que en este caso es exhortativa: la de que Juan se dé prisa para que lleguen a ver la película a tiempo.

En este caso, no hay dobles intenciones.

Como estamos viendo, la comprensión de la realidad se distribuye en distintos niveles.

<<los niños (...) comienzan usando la palabra "babau" para un perrito determinado, aunque sea de peluche, y poco a poco la van aplicando a más objetos y animales hasta que alcanza nuestra categoría "perro" >>. (¿Qué son las lenguas?, Enrique Bernárdez)

El lenguaje va de lo sencillo a lo complejo y esa complejidad se va alcanzando a lo largo de nuestra vida. En ese proceso, vamos estableciendo relaciones semánticas que nos sirven para estructurar el conocimiento.

 

Los universales de la comunicación

En el artículo Cómo nos convencen los políticos expliqué cuáles son los universales de la comunicación y cómo se utilizan desde la política, la publicidad y los medios de comunicación que sirven a los intereses de los políticos, para manipularnos. Hagamos un repaso:

·         Esclavitud de la imagen

·         Teoría de la disonancia cognitiva

·         Reciprocidad

·         Gregarismo

·         Previsibilidad

·         Principio de economía cognitiva

·         Sumisión

Estas son conductas humanas innatas que conocen y utilizan a su favor aquellos que desean ejercer poder sobre nosotros cuando aún no somos conscientes de ello. El origen de estas conductas está en nuestros primeros pasos como especie. Son "comportamientos heredados tras millones de años de adaptación y que se reflejan, fundamentalmente, en las respuestas emocionales que tienen una importancia vital en la comunicación".  (Principios de comunicación persuasiva, Javier de Santiago Guervós).

Aunque todas ellas son importantes para el tema que estamos tratando, vamos a centrarnos en la disonancia cognitiva.

La disonancia cognitiva es el “malestar psicológico o tensión interna que percibimos cuando una creencia personal se ve cuestionada por una nueva información incompatible o contradictoria”. (https://www.psicoadapta.es/blog/que-es-la-disonancia-cognitiva/)

Para resolver esta tensión, podemos hacer dos cosas: descartar la nueva información etiquetándola como ridícula, pseudocientífica, etc., sin llegar a comprobar si es cierta o no, o comprobar su veracidad y, si es necesario, hacer un reajuste en nuestras creencias.

La reacción más cómoda es la primera, pero para desarrollar el pensamiento crítico es imprescindible llevar a cabo la segunda opción: examinar la nueva información recibida y comprobar su veracidad. Este no es un proceso sencillo, ya que vivimos en un mundo que es una red de mentiras y de medias verdades. Los pasos que debemos seguir en esta parte de nuestra búsqueda dependerán del contexto concreto. Por ejemplo, si escuchamos una afirmación científica, tendremos que comprobar quién la hace, si tiene intereses, si para llegar a esa conclusión se ha seguido el método científico, etc. Y cuidado aquí, ya que en múltiples ocasiones el poder recurre a científicos      para dar a una afirmación una pátina de autoridad (la sumisión es uno de los universales de la comunicación) y, basándose en ella, poder ejecutar leyes o medidas con las que restringen nuestros derechos fundamentales. Por lo tanto, un título científico o una revista de renombre no son indicativos de que una afirmación sea científica. Lo único que pueda dar veracidad a una teoría o hipótesis es la propia naturaleza del estudio por el que se llega a esa teoría o hipótesis: si el investigador ha seguido o no el método científico. No todos los resultados de investigaciones son publicados en revistas de renombre.

Con las afirmaciones de carácter histórico sucede algo similar. Hay algunos historiadores interesados en dar una visión sesgada de determinados acontecimientos del pasado, así que es imprescindible distinguir entre un artículo o libro histórico de otro que no lo es. En el primer caso, encontrarás constantes referencias que se pueden consultar y comprobar. En el segundo, puedes encontrar o bien solo elucubraciones sin ninguna referencia o un discurso manipulado en el que sí se te ofrecen fuentes, pero solo aquellas que sirven para reforzar las ideas que se quieren difundir, mientras que se te ocultan deliberadamente aquellas que refutan lo que se dice.

La mala noticia es que aunque vayamos con pies de plomo, podemos equivocarnos alguna vez y, diciéndolo de manera coloquial, nos la pueden colar sin que nos demos cuenta. Por eso es muy importante estar siempre dispuesto a revisar aquello que creemos verídico sin, por ello, dejar de tener los pies en la tierra.

 

Conclusión

Mantener un espíritu crítico es relativamente sencillo. Alcanzar la verdad (o las verdades) no lo es, pero eso no nos exime de renunciar a ella. El desarrollo del pensamiento crítico es un proceso que dura toda la vida y que comienza en la infancia, cuando empezamos a descubrir el mundo que nos rodea y a organizar la realidad a través del lenguaje. Por lo tanto, una de las claves de este proceso es estimular esta función superior del cerebro, llegar, poco a poco, desde una comprensión literal de los mensajes que recibimos hasta una comprensión mucho más profunda, teniendo en cuenta tanto el significado denotativo como el connotativo. Pero, además, hemos de analizar la intención del hablante, tanto la comunicativa como la personal y aprender a descubrir las dobles intenciones.

Necesitamos asimismo un conocimiento cada vez mayor del contexto, de la realidad histórica, social..., tener una cultura general que nos permita interpretar correctamente los mensajes recibidos, tanto de manera oral como escrita (un tuit, un cartel publicitario, una publicación escrita o audiovisual en facebook, etc. también son mensajes).

Otra clave del proceso es la del autoconocimiento, la de identificar nuestras conductas humanas universales (esclavitud de la imagen, teoría de la disonancia cognitiva, reciprocidad, gregarismo, previsibilidad, principio de economía cognitiva y sumisión) y observar si nos están impidiendo de algún modo llegar a un conocimiento más profundo de la realidad. Pero lo más fundamental es la práctica, pues así es como verdaderamente se aprende. 




24/10/20

De sombras y esencias fugitivas

 Tan cerca y tan lejos

 

 

...quién...

 

 

Esencias que huyen con el viento que intenta limpiar mi carne;

 

unas murieron entre mis dedos;

 

otras, las que toco, son caballos que escapan al galope de mis latidos.

 

Rincones que se esconden en las sombras más espesas

 

donde no llega mi luz.

 

 

Qué luz

 

 

Dicen que soy luz. A veces la percibo.

 

A veces se enreda la sensación con el grito y el alambre.

 

A veces sueño que se perdió cuando el vencejo cerró para siempre sus ojos negros.

 

A veces sueño con sus ojos.

 

No hay noche. No hay fuego exhibiéndose ante un nudo de manos.

 

Despierto y me pregunto... ¿existió realmente la noche?

 

Demasiada imaginación. “Demasiado idealista”.

 

Y qué más da si ahora hay otro latir.

 

Latir que se escapa como escapó la noche.

 

Latir que se desvanece en este antisilencio.

 

El antisilencio punzante que no se agota.

 

Pero tanto pseudoruido no puede vencer

 

a un corazón cansado y valiente.

 

Ya vendrá el canto de las aves,

 

que diluye las sombras.

 

Ya hallaré el agua sagrada

 

que renueva la piel y la sangre.

 

Si las esencias huyen,

 

seguirá mi mente “demasiado idealista”

 

buscándolas hasta el fin de los ciclos.

 

20/10/20

La plaza del distrito F. Capítulo 2

Capítulo anterior

Una risa estridente retumbó en las paredes metálicas. Después se oyó un golpe y, finalmente, quedó todo en silencio. Unas horas más tarde, cuando el supervisor abandonó el edificio para volver a casa, Pedro se asomó al habitáculo donde habían encerrado al nuevo recluso. Antes de dirigirse a él, observó las heridas que tapaban la mitad de su rostro. Ahora te traigo la cena, su voz sonó solitaria en medio de la luz fría que no llegaba a disolver todas las sombras. En esos intercambios, siempre se sentía ridículo. O, peor aún, abrumado por una especie de culpa que llegaba a provocarle náuseas. Algunos presos le maldecían, otros le ignoraban y alguno le había escupido. No tengo hambre, se oyó la voz susurrante, pero firme de aquel joven. Pedro no supo qué responder. De camino a la sala de alimentación, pasó por el vestuario donde estaba el botiquín de los trabajadores. Ya se le ocurriría cualquier excusa si algún supervisor notaba la falta. Cinco años atrás, cuando él era todavía un aprendiz, descubrieron a un agente curando las heridas de los presos. Entonces, lo despidieron y le prohibieron regresar al distrito, no sin antes propinarle una paliza. Jamás volvió a verlo.

Al regresar a la celda, notó de nuevo aquella sensación en el estómago, pero aun así entró y dejó la bandeja en una esquina. A continuación, se acercó despacio al preso, mostrándole la gasa que llevaba en la mano. El joven permaneció sentado en el suelo, sin hacer ningún gesto y no opuso resistencia a los movimientos tímidos de Pedro. Cuando terminó de limpiarle la sangre, se quedaron mirándose unos segundos fijamente. El agente cerró con llave y se deslizó de nuevo hacia su puesto, sintiendo un vacío plomizo en su interior.

 

Mi Estrellita, es hora de levantarse, oyó la dulce voz de su padre, que se acercaba y descorría las cortinas. Notaba la cálida caricia del sol, que poco a poco la iba despertando, junto con el agradable olor que llegaba de la cocina. Mamá y yo te hemos preparado rosquillas, le dijo su padre al oído.

Es hora de levantarse. Es hora de levantarse. Es hora de levantarse. Estrella apagó la alarma del reloj que siempre llevaba en la muñeca. Repasó brevemente la agenda del día. Le tocaba estar toda la jornada en la oficina.

Sentada en su sillón, entre informe y llamada miraba por la ventana. No sabía por qué en el distrito C no había ninguna plaza. Tan solo edificios de oficinas y de viviendas, todos ellos altos, de un amarillo pálido. La única excepción era el centro comercial que satisfacía las necesidades de todos los habitantes del distrito. Estrella era feliz, sin embargo, no se sacaba la plaza de la cabeza. Cuando tenía que visitar a socios o clientes en el distrito F, sentía un hormigueo recorrer todo su cuerpo.

Pero aquel día no había visitas. Apartó sus ojos de la ventana y regresó a la pantalla llena de letras y gráficos.

29/9/20

29-IX-2020

Regresan de manera acompasada, paulatina, los colores. Miro por la ventana: se han esfumado las sombras. No hubo violencia. Como antes, las besé. Se rindieron.

Y busco palabras más allá de azabaches y nombres ausentes. Las busco en el arroyo constante, en la cíclica certeza de las hojas y los frutos, en los rayos dorados del pecho. Y ¿por qué no? en tu sonrisa y en el mar de tu frente, aunque sea a ratos.

Invita el frescor de la lluvia a dejar en la cuna del olvido el martilleo del futuro.

Ya solo quiero nadar en la estela de imágenes que he traído ante mis ojos, bebiendo cada detalle, oliendo cada molécula con los porqués apagados.

Ser luna, sol, tierra y cielo sin pensar, sin sombras, sin cascadas retenidas ni perlas enterradas.

19/9/20

Cuando besé al Minotauro

 

Reivindico una vez más mi concepto del amor, ese que conocí tras atreverme a besar al Minotauro. Un amor que es alquimia, batir de alas y no solo cobijo en el invierno. El coraje de limpiar los ojos de viejas mentiras y dejarse inundar por las verdades que estaban dormidas, esperando en lo alto de la torre.

Un amor que implica tensión entre fuerzas aparentemente opuestas, tormentas que hacen tambalear tu barco, pero que siempre te llevan a algún puerto en el que descansar para después proseguir tu viaje.

El amor está a cada paso que das, en cada uno de los movimientos que realizas. Incluso, cuando te sientes paralizado, está en cada molécula de oxígeno que recorre tu sangre.

Y muchas veces tendremos miedo y la rabia se apoderará de nuestras cuerdas vocales, pero hasta en ese momento la alquimia seguirá actuando en silencio.

25/8/20

Teseo desorientado

Huí, como siempre, en busca de mi oasis, hastiada de la cárcel de alambre y hormigón, con miedo de no hallar lo que perdí antaño.

Pero me alcanzó el sereno abrazo de la cíclica constancia; me reencontré con mis inmensos y humildes consejeros; volví a beberme el sol en todos sus estados.

No dudo de mis pasos ciertos y salvajes, que no se rigen por ecuaciones o por asombrosas jugadas de ajedrez.

Sin embargo, he tenido que apartarme de la brisa, de la llanura de tu boca y de tu pecho. Me tropiezo a cada instante con mis nudos, porque ya no encuentro el hilo de Ariadna, y en el fondo del laberinto amenaza una sombra hecha del mismo material que los antiguos barrotes.

Yo, sin tus pasos, pierdo el vuelo. Y son los árboles y las estrellas quienes me levantan. Una vez tras otra. Sin cesar. Me enredo con las deformes redes proyectadas que cubren la realidad.

Realidad que tú, excelente jugador de ajedrez, manejas a la perfección.

Lo salvaje de mi sangre me impide llamarte a gritos, pedirte, rogarte. Dejo que el reloj permita intermitentes encuentros, entre tropiezo y tropiezo, entre clímax y revelación.

No es una cárcel, aunque mi loca cabeza fabrique sombras. Estoy donde debo estar, porque los mismos pasos indómitos que me llevaron hasta la media luna de tu rostro me han traído también aquí.

25/7/20

Cartas al olvido (8-VII-2002)

Algunos dicen que el verano es la mejor época del año. El comienzo de mis vacaciones no es un claro ejemplo de ello. Quizá todo desemboque en un mar de inmensa felicidad, como el despertar de un sueño que resulta grotesco y duro a nuestros sentidos, como el resurgir del inmaculado brillo de la luna quebrando la oscuridad de la noche. ¿Y el trayecto, cual laberinto que presenta múltiples impedimentos? ¿Cabe la posibilidad de que la luz de aquella estrella blanca me guíe, convirtiendo mi laberinto en un sendero que atraviesa el verde paisaje de un fresco campo, inmenso en la paz del ambiente sereno del atardecer? 

Tales son mis dudas. Dudas que, por cierto, no me atormentan. Son otros los motivos de mis hastiados y desesperanzados días. Sin embargo, soy totalmente consciente de que los hechos pasados son irrefutables, dando lugar el antes a mi ahora. Pero el antes no solo lo creé yo. Intervinieron más individuos; en cambio, mi ahora es mi ahora. Únicamente, yo recojo las semillas que se sembraron en conjunto. Y cada interventor debe hacerse responsable de la parte que le toca. Además, cada porción es idéntica a las otras, por tanto, si yo caigo, tú lo haces conmigo, y si la cosecha nos beneficia, es favorable para todos y cada uno de los que tuvieron lugar en el trabajo.

Todo tipo de escrito necesita un desenlace. Mi pregunta es ¿de qué preciso o inefable modo conseguiré añadir un desenlace a este texto, si ni siquiera sé si yo misma tendré un final? Por otro lado, todo en este mundo tiene principio y fin, único e irrepetible. ¿Todo? No, el ciclo del agua, por ejemplo. No sabemos concretamente cuándo empieza, y no termina, porque se repite continuamente. Al igual que el ciclo litológico. ¿Estos fenómenos son del todo contrarios a la vida humana o, en cambio, nacemos, morimos y volvemos al vientre materno?

14/7/20

"Fahrenheit 451", la resurrección de lo humano

Hace unos días terminé de leer la novela de Ray Bradbury "Fahrenheit 451", y he encontrado en ella justo lo que esperaba.

Aunque está en la línea de "Un mundo feliz" y "1984", no he podido evitar ver ecos de "La peste" de Camus, publicada solo seis años antes.

El protagonista de la novela es un bombero que no se dedica a apagar fuegos, sino a crearlos, ya que en el mundo distópico inventado por Bradbury, los libros están prohibidos.

¿Qué es lo que lleva a Guy Montag a sentir curiosidad por esos objetos que quema? En mi opinión, aunque no lo muestre claramente la narración, la joven Clarisse – que quizás sea un precedente de La Maga de “Rayuela”- tan solo despierta algo que ya estaba latente en Montag.

Casi desde un principio la novela nos plantea la cuestión de por qué unos sí y otros no, qué lleva a algunos personajes a preferir su mundo de exceso de ruido y superficialidad, a cerrar los ojos al horror de ahí afuera. Y entonces Bradbury nos traslada a nuestro propio mundo, en el que pasamos de ver a inocentes asesinados en una guerra por el petróleo a aplaudir el último gol del ídolo deportivo del momento.

Bradbury escribió su novela en 1953 y, sin embargo, vaticinó la época actual, en la que unas pantallas nos distraen de la realidad y empezamos a tener más contacto con personas en dos dimensiones que con nuestros familiares, vecinos y amigos.

Todo es ruido en el mundo de Guy Montag y en el nuestro. ¿Cómo se ha llegado a esa situación? Quizás por no hacerlo cuando hacía falta, quizás por callar cuando era necesario actuar. Pero nunca es tarde para hacer lo correcto. No falta en la novela el anciano que busca su redención a través de un último acto heroico.

Ni tampoco faltan las citas. “Fahrenheit 451” es un homenaje a los libros dedicado por un lector voraz, como fue Bradbury, y amante de las bibliotecas públicas, sentimiento con el que me siento identificada.

Pero el autor conocía el secreto de los libros. Él sabía que lo realmente valioso no es la encuadernación ni las páginas. Bradbury, al igual que Camus, sabía qué somos los seres humanos. Ambos lo plasmaron perfectamente en sus obras.

Bradbury sabía que el escritor no se dedica solo a inventar mundos ficticios o a hacer rimar versos. Como buen profeta, había descubierto lo que encierran nuestros cuerpos y lo que guardan las palabras.

Lo que debemos preguntarnos una y otra vez es cómo los conciudadanos de Montag permitieron que se perdiese y, sobre todo, cómo estamos perdiéndolo en este mismo instante.


3/7/20

Soy agua

A veces he sufrido mucho en mi vida, y la mayoría de ellas, el daño me lo he hecho yo misma por no conocer ni comprender mi peculiar forma de experimentar los acontecimientos y por no saber gestionar esos huracanes que me atropellaban y derruían todo lo seguro que había dentro de mí.

No es malo apasionarse por aquello que nos enciende el corazón y nos mueve. Yo lo hice asumiendo que tenía muchísimas posibilidades de acabar estampada contra las rocas. Así fue, se desfragmentaron las olas. Pero como ya he dicho alguna vez, elegí desde siempre no ser dura como el cristal que se hace añicos, sino blanda como el agua que se adapta y recupera su forma.

Soy agua. Me quiebro en gotas o me hago hielo cuando temo más desgarros. Pero no es un estado perenne. No puedo (ni quiere mi ser más real) escaparme de la luz que, sutil o fuerte como el volcán, me va derritiendo desde el centro.

Siempre, entre humaredas y zarzas, acabo amándome y amando, de la mano de la conciencia de la pérdida y la esperanza de lo eterno.

7/6/20

Renacer

Huyen las ondas ante mis ojos. Y ni el temor de que no vuelvan y acabe el río siendo un desierto hace que pueda liberar mis manos.

Solo cuando termina el presente, entiendo mi fracaso.

Recuerdo entonces que me devoré a mí misma sin saber cómo.

Golpeo el acero desde adentro. Grito y solo me oigo yo. Me oigo amplificada, con lentitud. Cada parte de cada frecuencia. Y no puedo hacer nada.

La máscara me consume, me silencia, me sonríe con desdén, sabiendo que, una vez más, ha ganado la partida.

Solo queda liberar los ríos de mi propia alma callada. Solo así la permite hablar.

Me ha robado las manos, las cuerdas vocales y casi, casi ha pulverizado el corazón.

Qué me queda.

Queriendo protegerme, me condena al dolor más absoluto.

Si encontrase las palabras exactas para convencerla, si solo me dejase libre unos instantes para demostrarle su error.

Ha olvidado que nació de mi anhelo de volar aun sabiendo que acabaría convertida en cenizas, en el fondo del precipicio, junto al mar.

Ha olvidado que del polvo surge la vida. Que hay otras voces y que las sombras las determina el Sol.

Ha olvidado y yo seguiré susurrando con la fuerza de las olas que se funden con la roca.

Tú has olvidado. Yo te recordaré.


6/6/20

"Diez planetas", de Yuri Herrera


Cuando me regalaron Diez planetas, desconocía quién era su autor y no sabía lo que me podía encontrar entre sus páginas. Pero me llevé una gran sorpresa. Diez cuentos breves, de esos que te dejan una sensación intensa; cuyas líneas y espacios en blanco se trenzan con tu código genético y contaminan para siempre tu sangre con la enfermedad de la duda.
Son cuentos que podemos situar en la categoría de lo fantástico (más información, aquí: https://lauraherreroroman.blogspot.com/2019/08/lo-extrano-lo-fantastico-y-lo.html) y que tienen una clara influencia de Kafka y de Borges.

Aunque Yuri Herrera nos lleva a través de varios mundos en busca de lo universal, no renuncia a sus raíces, no solo porque enlaza con la tradición de la narrativa breve hispanoamericana, sino porque apuesta por el uso del léxico mexicano, que combina en una singular mezcla con neologismos futuristas para crear el ambiente que encontramos en el conjunto de los cuentos. Un ambiente que va más allá de la ciencia ficción y que traspasa las fronteras de nuestra naturaleza humana para, contradictoriamente, conectarnos plenamente con ella.

A lo largo de las diez realidades que el autor nos presenta, vamos conociendo distintas criaturas, distintas formas de ver el mundo. Y digo “criaturas” con toda la intención, ya que son, como los define el DLE, “cosas o seres creados”, no sabemos si creados por otros o por sí mismos. Lo que los hace semejantes es la conciencia de existir y las limitaciones de su propio cuerpo y de su propio mundo.

Hay dos individuos en concreto que despiertan nuestra ternura y nuestro amor por aquello que consideramos esencial en el ser humano y que, tal vez, compartimos con otras especies, conocidas o desconocidas. Se trata de Pirg y Zorg (del cuento Zorg, autor de “El Quijote”). Zorg es un ser que se descubre a sí mismo y a su medio (entendiendo por esta palabra la 16ª acepción del DLE: “Conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades”), a través de su corporalidad a la par que mediante su conciencia, la cual incluye su imaginación.

Podemos percibir en este entrañable personaje un alter ego del propio autor. Lo curioso es que, convirtiéndolo en un muñeco de ventrílocuo o en el avatar de un videojuego, sintetiza en una frase, a través de la voz de Zorg, lo que para mí es la esencia de la obra: “Zorg escribía historias de seres fantásticos encerrados de una u otra manera en los límites de su cuerpo, en límites geográficos, en límites epistemológicos: gente que estaba siempre batallando y estaba casi siempre perdiendo pero que de vez en cuando rompía esos límites y sucedían cosas bonitas”.

Pero lo maravilloso de estas palabras no es solo que resuman este conjunto de cuentos de Yuri Herrera. La frase, realmente, está hablando de algo mucho más profundo que te invito a conocer en primera persona.

1/6/20

La plaza del distrito F. Capítulo 1

Cada vez que Estrella veía esa plaza, se intensificaba la sensación, una especie de zumbido que subía del estómago al pecho y que la acompañaba durante todo el día. No era un lugar emblemático de la ciudad. Un poco de césped y algunos bancos que solo usaban los empleados de la zona para comer rápidamente su almuerzo eran los elementos más destacables.

En ese momento, un hombre daba los últimos bocados a su sándwich mientras la voz del reloj le advertía del tiempo restante para volver al trabajo. Como todos los residentes del distrito F, llevaba un uniforme azul. No pasaba a menudo por allí, ya que ella vivía en el C y no era frecuente que los ciudadanos saliesen de su distrito, salvo por cuestiones de trabajo.

Estrella solía respetar las costumbres, sobre todo porque nunca se había planteado la necesidad de no hacerlo. Tampoco conocía a nadie que las incumpliese. Sí que se escuchaban rumores de personas que habían desaparecido de un día para otro por incurrir en un comportamiento incívico. Algunos decían que los llevaban a un distrito especial, accesible solo para las autoridades. Pero bien podría ser una leyenda.

Tenía amistad con algunos Agentes del Bienestar, el grupo encargado de proteger la ciudad, y nunca habían oído hablar de ello. Los jubilados tienen demasiado tiempo libre y por eso se inventan historias, le decía Jaime, uno de sus amigos.

El reloj de Estrella sonó de repente. Se había distraído observando al trabajador de azul y tenía que regresar a la oficina en veinte minutos. Al principio, se regañó a sí misma, pero al instante se justificó: el uniforme azul le recordaba mucho a su padre. Además, esa plaza le producía un ensimismamiento incomprensible.

En su memoria, no había escenas importantes vividas en ese lugar. Era una plaza más, no muy diferente a otras de la ciudad. Mientras volvía a la oficina, seguía pensando en su padre. A pesar de los veinte años pasados desde su muerte, se acordaba con claridad de sus rasgos amables y su voz. No podía decir que su vida presente fuese desagradable, pero sabía que la felicidad de aquella época no volvería nunca.

No solo su vida, sino la de toda la ciudad había cambiado en ese tiempo. Cuando era pequeña, no existían los distritos. Muchos domingos, iban a visitar a amigos que vivían a bastante distancia de su casa. Le gustaba porque había un parque cerca donde se juntaban muchos niños para jugar.

Pero, ahora, apenas se oían esas alegres voces. Quizás se debiera a que no había tantos niños. O a que las costumbres eran diferentes. No obstante, las personas eran felices, solo que se trataba de una felicidad diferente. Se habían adaptado a los tiempos.


28/5/20

La vieja normalidad

Me hablan de nueva normalidad. Miro a mi alrededor y lo veo todo tan carente de lógica como antes.
Las mismas personas luchando por los mismos problemas o por problemas mayores, esta vez -qué será lo siguiente-.
Siempre son sus guerras. Las nuestras las mataron: primero a golpes, después con caramelos.
Nos vendemos por una comida caliente, por seguir al lado de a quienes amamos, por dormir bajo techo, por proteger a la manada.
Nos vendemos porque saben que lo daríamos todo por nuestra supervivencia y, más aún, por la de los nuestros.
Altos ideales para unas metas tan bajas como las de los amos a quienes servimos en silencio.
Me hablan de nueva normalidad y veo las mismas palabras huecas lanzadas en dardos con el gran poder de invadir nuestra mente y mover nuestra boca y nuestros brazos.
El color inocente de la amapola y el del sol usurpados por símbolos creados y usados por ellos para doblegarnos.
Hemos olvidado la importancia de la razón por la que les damos nuestro tiempo y energía, autoconvenciéndonos de que somos indignos. Aunque sea nuestro amor y nuestra capacidad de seguir en pie lo que nos da esa dignidad.
El ser humano es, en realidad, digno desde que nace. Y solo pierde esta cualidad cuando toma una serie de decisiones con el fin de alcanzar esas bajas metas de sus amos.
Me hablan y yo solo veo la misma vieja normalidad. Y, en medio de ella, pequeños faros que se resisten a perderse a sí mismos.

16/5/20

Ruido

Cuando no es ruido físico, es ruido mental, sensación de falta de espacio, necesidad de un rincón de completa soledad. Pero nunca llega. Da igual con quién viva. Da igual el tamaño de estas cuatro paredes. Todo es exceso y ausencia.

Ya lo dije hace tiempo, la peor ausencia es la de uno mismo.

Y es que estoy sin estar. Me escucho, accedo a mí, me siento, pero lejana, al otro lado de una pared gelatinosa que distorsiona lo que percibo.

Se acumula el vacío bajo mis ojos, en la raíz de mis cabellos, quizás incluso en la sangre plomiza.

Me canso de consejos desencaminados. De palabras huecas. De notas sin música.

Solo a veces el aire y las hojas hacen palpitar mi espíritu. Pero huyen rápido. O me pierdo yo, arrastrada por una fuerza que me encadena a la cárcel de esta selva roja y cuadrada. Una cárcel de farolas, de falsa dialéctica de hunos contra hotros enarbolando símbolos gastados, de siluetas uniformadas que cumplen y hacen cumplir el caos, robots sin alma, sin ansias de libertad. Voces que apagan el viento del pueblo que despertó el orcelitano. Que exilian la poesía y el pecho ardiente. Que envenenan las almas y el sabor primigenio de las cosas, fumigando lemas, culpabilidades, colores, adorando un pasado ficticio y llenando de silencios tantos nombres, tantas semillas que con coraje se transformaron en bosques casi eternos.

Semillas como las Soledades del sevillano, los negros romances del granaíno, los buitres y los Blasillos del rector vasco, El hacha certera de nuestro zamorano.

Hemos perdido muchos nombres, insisto. Nombres que son más que conjuntos de letras. Mientras los ciudadanos dormidos ensalzan ídolos de pies de barro, grandes hazañas que llenan bolsillos ajenos mientras empobrecen los corazones de todos.

Me pregunto, tras este fluir anárquico, si el ruido que me aleja de mí es solo mío o forma parte de ese ruido colectivo que enturbia a la humanidad.


8/5/20

La necesidad de afecto

Uno de los asuntos sobre los que más he reflexionado, especialmente en los últimos años, es el de las relaciones con los demás. Ya he escrito otros artículos al respecto en este blog. Creo que una de las lecturas más determinantes para mí fue Rayuela y su tratamiento de la otredad

Me inquietaba  el tema de las relaciones interpersonales porque, debido a mis propias experiencias y a mi carácter, he tenido tendencia a aislarme de los demás. Y, al menos de niña, a pesar de necesitar momentos de soledad, encontraba fácilmente  puentes con otras personas, porque mi mente aún no había sido excesivamente poblada por pensamientos que, más tarde, generarían emociones intensas como el resentimiento, el miedo o el rechazo (habría que preguntarse si realmente el rechazo es una emoción, pero para ejemplificar el caso, nos sirve conceptualizarlo de esta manera).

Voy comprendiendo que eso que se oye mucho en ambientes espirituales (y pseudoespirituales) de que los seres humanos vivimos en la dualidad es muy cierto. Somos seres duales y es todo un proceso alcanzar la llamada por los clásicos aurea mediocritas. La dualidad que viví en determinados momentos de mi vida consistía en esa necesidad de aislarme, enfrentada a la necesidad de compartir afecto con otros seres humanos. ¿Cuál sería el aurea mediocritas que hubiese enlazado esos dos extremos? Podría haber visto esa necesidad de estar sola algunos ratos, o incluso algunos días, como algo natural: en lugar de utilizar el aislamiento para huir de los demás, movida por las emociones que citaba antes, percibirla como un regalo hacia mí misma y un ejercicio para tener mayor equilibrio. Y, al mismo tiempo, podría haber sido más cuidadosa a la hora de elegir a las personas con quienes me relacionaba. 

Pero la inteligencia emocional, la autoestima, la valoración propia y de los demás no es algo que se aprenda en el colegio y, en la mayoría de los casos, tampoco en casa; sino que es todo un aprendizaje continuo que se da sobre la marcha. Y, en ocasiones, las grandes lecciones llegan (llegamos nosotros a ellas) tras experiencias dolorosas. 

En aquel momento, era un títere de mis emociones, de mis creencias más arraigadas, de un pasado que quizás ni era mío. Entonces, en lugar de buscar esa justa medida, me aislaba de los demás y, a la vez, estuve en relaciones de dependencia. Cuando me aparté de ellas, grabé en mi mente la creencia de que todo lo que necesitaba estaba en mi interior. Así que de aislamiento+dependencia pasé a total aislamiento afectivo.

Y, durante un tiempo, pareció funcionar. Que estuviese en aislamiento afectivo no significa que no tuviese ningún tipo de relación con nadie en absoluto, pero, desde luego, no en el grado en que un ser humano las necesita. Me mantuve anclada en la creencia del no necesito nada de nadie durante muchos años. Pero tengo la suerte de estar siempre abierta a aprender, tarde más o tarde menos. Llegamos entonces a mi "descubrimiento" más reciente. Un descubrimiento que para otras personas es pura lógica. 

Rayuela dio palabras a mi inquietud de hace algo más de un año: cómo se pasa de ser isla a ser puente, cómo se accede a la otredad sin morir en el intento. Hubo un fuerte combate interno entre extremos, durante el cual la "isla" repetía: mejor los libros que las personas, no necesito a nadie y me parece tóxico que alguien me necesite y mantras similares. Y otra parte de mí era consciente de que podía estar perdiendo a las personas más importantes de mi vida con esa actitud. El rechazo que, inconscientemente, temía recibir lo estaba dando yo a personas que siempre me demostraron, a pesar de las naturales desavenencias entre seres humanos, que les importaba, que eran de confianza.

En ese transcurrir, seguía preguntándome por la necesidad, centrándome en esta cuestión: ¿está bien necesitar? La respuesta me llegó desde afuera, desde el otro lado del puente, al atreverme a dar la mano a la otredad. Fue una respuesta que retumbó dentro de mí, en cada célula y cada átomo. En realidad, esa idea ya estaba en mí, pero la había ignorado, la había adormecido al prestar atención a mis mantras del miedo.
Vivimos en una sociedad cada vez más individualista. Saben que dividirnos es la estrategia más eficaz para dominarnos. Aísla a tus presas y te será muy fácil alcanzarlas. Pero la Naturaleza es sabia. Kropotkin lo tenía muy claro. Él no creía en la concepción darwinista de la vida, en la que solo el más fuerte sobrevive (en realidad, esto es una forma muy simplista de definirla, pero es la que reside en la mente colectiva; por eso la uso), sino que percibía en plantas, animales y seres humanos (que también somos animales) un principio básico: la búsqueda del bien común. Nos necesitamos, nos ayudamos, nos aportamos. Y eso ni está bien ni está mal. Simplemente es natural. ¿Por qué nos venden que está mal desear tener pareja, formar una familia...? Tampoco se trata de volver a los prejuicios religiosos que condenaban a quien no encajaba en el modelo social de la época, sino de salir de la oposición bueno-malo. No hay una opción mejor que otra. Somos seres humanos, cada uno tiene sus circunstancias, su carácter, sus experiencias, su perspectiva. Pero es innegable que la necesidad de afecto tiene mucho peso en nosotros. La cuestión es qué hacemos para cubrirla. Si nos valoramos poco, es probable que acabemos aguantando situaciones de abuso que ni siquiera saciarán esa necesidad. Por eso es imprescindible elegir bien a las personas con las que compartir (dar+recibir) ese afecto. Y si nos equivocamos con una amistad, una pareja o un familiar, no pasa nada. También poner límites es un aprendizaje continuo, así como lograr un equilibrio para que nadie esté dando de más o de menos, sino que ese afecto esté bien repartido.

¿Crees que un lobato se pregunta a sí mismo si está bien necesitar el calor y la protección de su madre? Y cuando se hace adulto, ¿se cuestiona si está bien o está mal sentir el impulso de vivir en manada? ¿Entonces por qué algunos de nosotros nos preguntamos si está bien necesitar afecto?




16/4/20

Por la ventana

Me quedo mirando por la ventana con la cabeza apoyada en los brazos. Podría parecer que me ha vencido la abulia, que vivo peleando en silencio con las exangües manecillas del reloj. Pero, en realidad, se acumula una pila de trabajo y me amedrenta el calendario, que no se detiene por nadie. 

Y es que junto a los documentos, análisis y lecturas, también hay exceso de pensamientos que se enredan con emociones dispares. Aprendo con tropiezos la archivística de estas cualidades humanas tan extrañas y poderosas. Y, mientras tanto, me rindo a las posibles consecuencias de mis desvíos.

Son breves los momentos de mirar por la ventana. Quisiera transformarlos en sorbos de eternidad intermitente, como hace años, pero me aferro tan solo a los pedazos de bosque desterrado que intentan escalar los muros hacia el caduco azul del cielo.

7/4/20

7-IV-2020

Una vez me dejaste fundir mis labios en tu radiante pecho; y volver a volar en tu útero lleno de estrellas. En cada aliento me nutría tu verde caricia. Me regalaste un éxtasis eterno como el curvilíneo horizonte de tu cuerpo cíclico, inmortal.

Amé hasta tus zarzas, hasta tus tardes nubladas, hasta el fuego apagado por la miseria de mi alma, de mis dedos aprendices. 

No te merecí. No te merezco. No obstante, te anhelo tanto que me consumo en llamas cuando pienso en tu cristalina sangre. Y necesito arrancarme el corazón o dormir de nuevo, en un instante, bajo tus cerezos, para calmar este dolor.

Pero no te alcanzo ni en sueños y mi carretera no llega hasta ti. 

No te merezco, pero ven con tus perennes alas hasta mí, para que no muera entre los plomizos lamentos de mi mente vieja. 

28/3/20

Corazón de niña

No quiero elegir entre tú y mi alma. No quiero dejar mis sueños de niña, que vi materializados en un bosque de robles y luciérnagas. Cómo puedo renunciar al dulce arroyo que compartía conmigo su canción. 

Pero me dolería tanto ahora soltar tu mano... Si el rubí que me mantiene viva no cree ya en el viejo tiempo lineal y convierte cada semilla, cada sombra, cada sonrisa pequeña en un portal dimensional que todo lo transforma o lo preserva a su elección.

Lo quiero todo. O mejor morir, si no existen mis sueños. Si soy solo eso que dicen. Si solo respiro, como, duermo, amo unos cuantos años; si ser adulto es fingir estar vivo -asfalto y billetes, quimeras y alcohol-; si es así, prefiero morir siendo niña; prefiero vivir soñando. Agarrada de tu mano y al lado del duende que me vuelve loca, caminando siempre tras las hadas que ríen en el bosque de mis sueños.

Y si no me quieres niña, si no me quieres navegando en un barco de papel al que empujan los cuentos del viento... si prefieres soltar mi mano, seguiré viviendo, un poco más triste, pero viviré.

Lo único que quiero que crezca son mis sueños y mi corazón. Maduro cuando aprendo a pintar de colores las emociones que ensucian el mundo, cuando comprendo mis errores, me levanto del suelo y empiezo a hacerlo mejor.

No entiendo otras formas de madurar o de crecer. Todo lo que mata mi corazón de niña lo soplo tan fuerte que acaba siendo partículas de sol que adornan el horizonte.


25/3/20

25-III-2020


No puedo llamarte mi sueño si yo no te creé. Estás por encima de cualquier dios y aun así nos sostienes a todos; poderosos, marginados, campesinos, grandes ejecutivos, camareros, parados...

Te acaricié. Me abrazaste. Solo un tiempo. Me alegrabas la vista y el corazón. Yo te cuidaba y te cantaba.
Y se rompió. Y me rompí.

Pasé años reparando los fragmentos.

Y aunque se supone que aquí estás, con otras formas y otra voz, ya no te siento completa. Te busco en los cuentos de mi almohada mientras mis pies añoran alas.

Necesito que tu manto evapore esta falsa jungla roja y gris. Y regreses imponente. O yo regrese a ti risueña, como antes.

No te llamo mi sueño aunque no hago otra cosa que soñarte y dormir en ti cuando eso que llaman realidad me obliga a tener los ojos abiertos.

Ya no estoy rota, pero todavía no te encuentro.

15/2/20

Brisa

Deseo que estas palabras salgan de mi estómago y de mi pecho en forma de brisa. Ahora mi interior es un desguace plomizo en el que conviven trapos raídos y esmeraldas, y aunque aprendí la importancia de acariciar ambos tipos de objetos en lugar de desechar uno u otro, vivo de nuevo a ratos, pocos ratos. Inerte a medias.

Porque hay días en que creo que la llave es dejar pasar a través de mí este temblor. Temblor que comprendo en momentos establecidos por los astros que me invento. Otros días lo que creo es que me invento lo que comprendo, y que no hay llave ni puerta; solo un océano inmenso de aguas enfrentadas.

Hoy quiero hablar; quiero hablarte desde la voz que todo lo atraviesa con fonemas primigenios. Y que el brillo bese la brisa y haga brotar semillas de sueños. Y que los riegue el ambarino sudor del mediodía y los despierte dulcemente el rocío.

Que estas palabras fluyan a través de mi boca y mis poros y converjan mis cuentos de niña que inventa astros con el escenario que me impone la ventana.

25/1/20

Lógica


Navego por mis sombras mientras me desespera tu lógica al cuadrado y se me enreda el deseo invisible por tus ojos y tu aliento.

Acallo el intenso susurro y lo transformo en una gélida partitura. Guardo la pluma. Solo un día más. Solo otra eternidad.

¿Qué hago con mis dedos? Pincel sublevado contra el artista. Quiere cortarme las alas. Se quedan quietos. Estancada la sangre. Me aíslo del aire al mismo tiempo que extraño el viejo paraíso.
¿Qué está pasando con las palabras? Este mar no respeta nada. No sopla el viento y aparecen olas con formas imposibles desde múltiples direcciones. Ahora los verbos están huecos, como interfijos que se han tragado hasta la fonética. Ni siquiera es un mundo en espejo: no es que al inhalar expulsen las criaturas el aire y viceversa. No existe la antonimia. No hay reglas. Tampoco es exactamente un agujero negro que quiere regalar su brillo al universo. No es un dios despiadado apagando el sol.

Es un cúmulo de ideas abortadas antes de ser concebidas.

Es lo que sucede cuando estás a mi lado y el Todo y la Nada secuestran y dejan inconsciente a lo que soy.

No tiene ningún sentido y es totalmente fiel a la lógica.