25/7/20

Cartas al olvido (8-VII-2002)

Algunos dicen que el verano es la mejor época del año. El comienzo de mis vacaciones no es un claro ejemplo de ello. Quizá todo desemboque en un mar de inmensa felicidad, como el despertar de un sueño que resulta grotesco y duro a nuestros sentidos, como el resurgir del inmaculado brillo de la luna quebrando la oscuridad de la noche. ¿Y el trayecto, cual laberinto que presenta múltiples impedimentos? ¿Cabe la posibilidad de que la luz de aquella estrella blanca me guíe, convirtiendo mi laberinto en un sendero que atraviesa el verde paisaje de un fresco campo, inmenso en la paz del ambiente sereno del atardecer? 

Tales son mis dudas. Dudas que, por cierto, no me atormentan. Son otros los motivos de mis hastiados y desesperanzados días. Sin embargo, soy totalmente consciente de que los hechos pasados son irrefutables, dando lugar el antes a mi ahora. Pero el antes no solo lo creé yo. Intervinieron más individuos; en cambio, mi ahora es mi ahora. Únicamente, yo recojo las semillas que se sembraron en conjunto. Y cada interventor debe hacerse responsable de la parte que le toca. Además, cada porción es idéntica a las otras, por tanto, si yo caigo, tú lo haces conmigo, y si la cosecha nos beneficia, es favorable para todos y cada uno de los que tuvieron lugar en el trabajo.

Todo tipo de escrito necesita un desenlace. Mi pregunta es ¿de qué preciso o inefable modo conseguiré añadir un desenlace a este texto, si ni siquiera sé si yo misma tendré un final? Por otro lado, todo en este mundo tiene principio y fin, único e irrepetible. ¿Todo? No, el ciclo del agua, por ejemplo. No sabemos concretamente cuándo empieza, y no termina, porque se repite continuamente. Al igual que el ciclo litológico. ¿Estos fenómenos son del todo contrarios a la vida humana o, en cambio, nacemos, morimos y volvemos al vientre materno?

14/7/20

"Fahrenheit 451", la resurrección de lo humano

Hace unos días terminé de leer la novela de Ray Bradbury "Fahrenheit 451", y he encontrado en ella justo lo que esperaba.

Aunque está en la línea de "Un mundo feliz" y "1984", no he podido evitar ver ecos de "La peste" de Camus, publicada solo seis años antes.

El protagonista de la novela es un bombero que no se dedica a apagar fuegos, sino a crearlos, ya que en el mundo distópico inventado por Bradbury, los libros están prohibidos.

¿Qué es lo que lleva a Guy Montag a sentir curiosidad por esos objetos que quema? En mi opinión, aunque no lo muestre claramente la narración, la joven Clarisse – que quizás sea un precedente de La Maga de “Rayuela”- tan solo despierta algo que ya estaba latente en Montag.

Casi desde un principio la novela nos plantea la cuestión de por qué unos sí y otros no, qué lleva a algunos personajes a preferir su mundo de exceso de ruido y superficialidad, a cerrar los ojos al horror de ahí afuera. Y entonces Bradbury nos traslada a nuestro propio mundo, en el que pasamos de ver a inocentes asesinados en una guerra por el petróleo a aplaudir el último gol del ídolo deportivo del momento.

Bradbury escribió su novela en 1953 y, sin embargo, vaticinó la época actual, en la que unas pantallas nos distraen de la realidad y empezamos a tener más contacto con personas en dos dimensiones que con nuestros familiares, vecinos y amigos.

Todo es ruido en el mundo de Guy Montag y en el nuestro. ¿Cómo se ha llegado a esa situación? Quizás por no hacerlo cuando hacía falta, quizás por callar cuando era necesario actuar. Pero nunca es tarde para hacer lo correcto. No falta en la novela el anciano que busca su redención a través de un último acto heroico.

Ni tampoco faltan las citas. “Fahrenheit 451” es un homenaje a los libros dedicado por un lector voraz, como fue Bradbury, y amante de las bibliotecas públicas, sentimiento con el que me siento identificada.

Pero el autor conocía el secreto de los libros. Él sabía que lo realmente valioso no es la encuadernación ni las páginas. Bradbury, al igual que Camus, sabía qué somos los seres humanos. Ambos lo plasmaron perfectamente en sus obras.

Bradbury sabía que el escritor no se dedica solo a inventar mundos ficticios o a hacer rimar versos. Como buen profeta, había descubierto lo que encierran nuestros cuerpos y lo que guardan las palabras.

Lo que debemos preguntarnos una y otra vez es cómo los conciudadanos de Montag permitieron que se perdiese y, sobre todo, cómo estamos perdiéndolo en este mismo instante.


3/7/20

Soy agua

A veces he sufrido mucho en mi vida, y la mayoría de ellas, el daño me lo he hecho yo misma por no conocer ni comprender mi peculiar forma de experimentar los acontecimientos y por no saber gestionar esos huracanes que me atropellaban y derruían todo lo seguro que había dentro de mí.

No es malo apasionarse por aquello que nos enciende el corazón y nos mueve. Yo lo hice asumiendo que tenía muchísimas posibilidades de acabar estampada contra las rocas. Así fue, se desfragmentaron las olas. Pero como ya he dicho alguna vez, elegí desde siempre no ser dura como el cristal que se hace añicos, sino blanda como el agua que se adapta y recupera su forma.

Soy agua. Me quiebro en gotas o me hago hielo cuando temo más desgarros. Pero no es un estado perenne. No puedo (ni quiere mi ser más real) escaparme de la luz que, sutil o fuerte como el volcán, me va derritiendo desde el centro.

Siempre, entre humaredas y zarzas, acabo amándome y amando, de la mano de la conciencia de la pérdida y la esperanza de lo eterno.