11/12/18

Búsqueda


Yo que pensaba que la perla estaba en no sé qué córvido encadenado, y era mi propia tinta difuminando los ángulos de la realidad de cartón. Pero ahora, acostumbrada a pintar ríos salados, cielos perezosos; hecha a subrayar los hilos de Ariadna que tejían mis huecos, no encuentro (aún) el camino en que se trenzan letras y sonrisas.

Porque no sé si es perla lo que hay en tus ojos. Al menos no es la perla que llama a la niebla. Es un fuego extraño del que temo que asfixie mis palabras. Y a pesar de grises ecos,  la ondina -siempre la ondina- anuncia silencios cantados por estrellas, anuncia un nuevo aire para el pecho, que poco a poco vuelve a ser. 

6/12/18

Madeja de alambre


Tal vez estoy demasiado cerca del mosaico para interpretar el dibujo. ¿Y si al alejarme compruebo que no hay una forma lógica, que todo esto que me rodea no es más que el resultado de una telúrica decisión, de una erupción tajante? El aire que exhalan las cuerdas de una guitarra desordenando todas las letras que componen/componían las paredes de mi refugio de plástico. Porque ¿dónde está el real, el que perdí una vez? Mi refugio a la intemperie, calentado por las estrellas que había en el pecho. ¿Qué he hecho con ellas? Demasiada luz artificial que no se va. 


Y tu melodía persistente como la lluvia. Y tus manos de superficie áspera y alma de nebulosa que no se rinden. Y tampoco se rinde la niebla, la necesidad de convertir los fonemas callados en ladrillos estridentes, el silencio inoportuno tras palabras cargadas de los cielos que ansío.

Son quizá estas grises enredaderas que plantó no sé qué cuervo-vencejo en terreno abonado en la era paleozoica y que han regado eternos otoños de humedad hueca. ¿Qué hago ahora con la madeja de alambre que invade el pecho, si al tirar del extremo corro el riesgo de arrancarme los latidos?

Y si, además, huyo de otredades que besen mis pasos, que deshagan el metal. Solo necesito seguir un poco más el hilo, pero estoy cansada de tanto laberinto.

27/11/18

¿Te atreves a jugar? (Capítulo 34 de "Rayuela")

Las primeras dos o tres líneas parecen simplemente unas frases inconexas, pero enseguida empiezas a entender cómo funciona el juego, cuyas reglas se van haciendo visibles poco a poco. 

Al principio, te das cuenta de que son dos lecturas distintas y que una de ellas está narrada por el protagonista, Horacio Oliveira (¿realmente es el protagonista o es otro juego de Cortázar y el verdadero protagonista de toda la novela es el lector?). Entonces puedes hacer una lectura en diagonal que abarque los dos textos o centrarte primero en uno y después en otro. Ocupan seis páginas, que para mí es una extensión adecuada para que el juego resulte entretenido.

Yo opté por la segunda opción. Sin embargo, aunque quieras leer solo las líneas pares o las impares, vas a tener interferencias. Tenía la sensación de estar escuchando a mi interlocutor y, al mismo tiempo, la conversación de al lado, de la que solo me llegan frases sueltas. Pensé, entonces, que el personaje estaba sumido en sus pensamientos mientras otra persona hablaba cerca de él, de tal modo que a él también le llegaban determinadas frases o palabras que le hacían reflexionar. Pero pronto entendí que eso no era posible, porque Horacio estaba solo en una habitación y el otro narrador "hablaba solo".

Por cierto, no sé cómo ni por qué, Cortázar consigue que te llame más la atención la narración de Horacio que la del "tipo" al que a veces hace referencia directa: "¿De qué está hablando el tipo?"; "pero mirá las cursilerías de este tipo". Por eso, aunque empecé leyendo el primer texto, que está en las líneas 1-3-5, etc., enseguida me pasé al segundo, en las líneas pares.

Finalmente, tras la delicia del juego, descubrí todo el entramado, e incluso pude identificar a qué pertenecía el texto de las líneas impares y quién era el tipo. Pero resolver el enigma no es lo importante. Lo que realmente busca el autor, estoy casi segura, es el placer de descubrirlo: la sorpresa inicial, las preguntas que te haces, la complejidad de la lectura, pues muchas veces te confundes de renglón... Cortázar quiere un lector-cómplice, un compañero de juego. Se pone a nuestro mismo nivel: él se esconde y el lector le busca, pero podría ser al revés. Y, además, aprovecha para contrastar su manera de hacer literatura con la manera tradicional.

Y es que "Rayuela", ya lo sabemos, no es una novela corriente. Creo que sería imposible hacer un comentario que abarcase todas sus cualidades, todos sus planteamientos. ¿Se puede sintetizar? Tal vez en el propio título, pero no creo que haya un término medio, un punto justo para describirla. O una palabra o una tesis (¿solo una?). 

Y a lo largo de esta novela nada corriente,  se nos pone a prueba. Cortázar nos pregunta: ¿qué tipo de lector eres? Y aunque no seas en ese momento un lector-cómplice, sino uno superficial adicto a la lógica, te anima, capítulo tras capítulo, a atreverte a pasar al otro lado. El capítulo 34 es, sin embargo, determinante. Con él llega a un éxtasis con respecto a lo anterior (puede que me sorprenda y haya más, y más intensos). Aquí es donde, si no estás dispuesto a jugar, a cambiar tu modo de leer, seguramente cierres el libro y busques algo más cómodo.

21/11/18

Dilatación del laberinto


Él, su lejano e íntimo él lo llamaba la “Gran Costumbre”. Ella, aspirante a Maga, prefería “niebla”. Separaba así el ente real, el que le rozaba los poros, el que se exhibía inerte ante sus ojos de la sensación que intentaba adueñarse de ellos desde adentro. Pegajosa sensación de cárcel, el asfalto volviendo al origen nada remoto, a ciegos alfareros que lo ven todo menos la claridad y la oscuridad. 

Tampoco ella creía en fórmulas, “¿Qué tal, López?”, “feliz esto”, “feliz aquello”, “buenos días”..., acostumbrada a detenerse en cada palabra y a repudiar conversaciones de ascensor. Solo a veces las consideraba, cuando aprendió la utilidad que se podía extraer de ellas. Y es que, sí, solo a veces había una verdadera necesidad de ejecutar el acto de habla, de meterse realmente en el papel de emisor o destinatario, disfrazando el mensaje con las citadas fórmulas, tomándolas como excusa para conseguir un poco de calidez. La vecina del quinto te dice que seguramente llueva por la tarde porque no tiene la suficiente confianza- o ni siquiera ella se da cuenta- para expresarte su necesidad de ser escuchada, de saber que otra persona va a hacer de destinatario para que ella pueda sentirse un emisor eficaz. También podemos tener el anhelo de recibir. Entonces es ese rol (el de receptor) el que cobra más importancia que el resto. ¿Podemos considerar que hay mensajes ocultos, entonces? No lo creo. Parece solo el acto de habla como el hecho de respirar, también dos direcciones, pero un sujeto activo y pasivo al mismo tiempo. En la comunicación son dos sujetos activos y pasivos de manera alternativa.

Y así estaba ella, deambulando entre respiración y comunicación, entre soledad y cómo llamarlo, “otredad”, como leyó en aquel rugido de papel susurrante. Pero, ¿cómo integrarse en la otredad, si no se fiaba de la “otra mano tendida desde el afuera, desde lo otro”?

Antigua experta en derribar muros, en hallar tesoros, en detectar senderos, en arrancar máscaras y convertir espantapájaros en polvo de estrellas, ahora estaba paralizada, caminando en espiral por la niebla, que engañaba a sus pasos. Y aunque ya no eran de plomo, le vencía a (grandes) ratos el cansancio. A pesar de ello, se negaba a fundirse con la niebla, a seguir alimentando la “Gran Costumbre”.