22/2/22

Despedida más reseña de "Superficiales" de Nicholas Carr

He decidido dejar de publicar en este blog (y en Internet en general; ya borré mis canales de Youtube y mis perfiles de redes sociales hace bastante), que ha sido mi criatura durante unos cuantos años y el medio a través del cual he conectado mi alma y mi mente con el mundo.

La razón no es la escasez de lectores, pues soy consciente de que en medios analógicos van a ser muchos menos, sobre todo teniendo en cuenta lo concerniente a la industria editorial y al tipo de sociedad en que vivimos, en que lo que hiere (utilizando la expresión de Agustín García Calvo) no interesa, pues la mayoría busca fáciles y rápidas vías de escape que alimenten la falsa idea que los individuos tienen de sí mismos y eviten a toda costa el dolor de descubrir lo que hay debajo de la fachada (los impulsos secundarios, la frustración infantil de los impulsos amorosos, la impotencia orgástica y su doloroso origen...), impidiéndoles así conectar con el núcleo biológico.

El motivo, como digo, no es ese. Lo único que me interesa es -permitidme este galimatías y esta excesiva redundancia- hacer lo que hago y, si quisiera más lectores, tendría que dejar de hacerlo y empezar a hacer otra cosa ajena a mí: en el ámbito de la literatura, escribir chorradas que suenen bonitas, es decir, convertirme en una poetuitera o instapoeta; en el ámbito de la lingüística, tendría que renunciar a desmontar los mitos irradiados por la propia RAE y por ciertos intelectuales de renombre y que dominan la cultura y lanzar a diestro y siniestro, con vídeos cortitos y muy cool, los dogmas repetidos hasta la saciedad. Porque en la divulgación tipo Cultube, fomentar el pensamiento crítico está prohibido y lo único que importa es extender entre los jóvenes y no tan jóvenes las mentiras establecidas con un formato que convenza, para lo cual es necesaria una inversión económica (un ordenador potente, una buena conexión a Internet), muchas horas de trabajo (preparar el guion, grabar, editar...) y también algo de carisma.

Pero el problema no es solo el contenido (los dogmas dominantes frente a la verdad minoritaria). “El medio es el mensaje” (McLuhan) y este medio impuesto a las masas es más agresivo que cualquier otro del pasado. Ya he escrito algunos artículos sobre este asunto, pero para despedirme y para que comprendáis mejor mis razones, os dejo una reseña que escribí hace unos cuantos meses del libro de Nicholas Carr Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

 

“Si el lento progreso de las palabras por la página impresa atempera nuestro afán de inundarnos de estímulos mentales, la Red lo fomenta”. (Carr, 2011)

 

Intencionadamente, el autor de Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? se toma su tiempo para entrar en materia e incluye, antes de hacerlo, algunas digresiones. La propia forma en que está escrito el ensayo supone un desafío a la lectura 2.0: “Agradezco la fortaleza que demuestra habiendo llegado hasta aquí”, le dice al lector al comienzo del capítulo 7 titulado “Mentalidad de malabarista”. Y explica: “El trayecto que ha seguido es el mismo que hice yo al tratar de entender lo que me pasaba por la cabeza”. Dicho recorrido es como una canción que se recrea a sí misma en cada parte y en la transición entre ambas, todo lo contrario a los productos actuales de la industria musical, que van directamente al estribillo y apenas varían acordes, ritmo, intensidad, climas...

Carr combina a la perfección la reflexión y la narración de anécdotas con la presentación de recientes descubrimientos neurológicos, alejándose así de la tendencia hegemónica a demostrar exclusivamente mediante datos. Y es que ese es uno de los males de nuestro tiempo. Hemos olvidado que los datos y la información extraída de un laboratorio no son nada sin una mente humana que pueda interpretarlos de la manera más correcta posible, siempre asumiendo que nuestra eficiencia nunca será del cien por cien, pues, como expone el autor, no somos máquinas y la metáfora del ordenador para describir nuestro cerebro está muy alejada de la realidad.

“[U]nos hipervínculos que asocian entre sí bits de datos online no son como las sinapsis de nuestro cerebro. Los vínculos web [...] carecen de la riqueza ecológica y la sensibilidad de nuestras sinapsis”.

Sin embargo, la fascinación ante las nuevas tecnologías nos lleva a una valoración desmedida de las mismas y a querer asemejarnos a ellas. El peligro reside, precisamente, en la capacidad de nuestro cerebro de modificar sus conexiones neuronales y de adaptarse a los modos de las herramientas que utilizamos.

“El precio que pagamos por asumir los poderes de la tecnología es la alienación [...] Las herramientas de la mente amplifican y a la vez adormecen las más íntimas y humanas de nuestras capacidades naturales: las de la razón, la percepción, la memoria, la emoción”.

Uno de los factores fundamentales de este adormecimiento y esta pérdida de la capacidad de concentración, reflexión y lectura atenta es el exceso de estímulos continuos. Y la causa de este exceso de estímulos que nos sacan constantemente de nuestro silencio interior, y del procesamiento de un pensamiento que quizás es relevante, es el negocio.

“Nada es gratis en el mundo de las empresas. Si no estamos pagando con dinero, ¿de qué otra manera estamos pagando?” (Santiago Bilinkis)

Las grandes empresas tecnológicas –Carr dedica varias páginas a hablarnos de Google- se enriquecen no solo con nuestros datos, sino también con nuestra atención. La necesitan para seguir engordando sus cifras.

“Cada clic que hacemos en la Web marca un descanso en nuestra concentración, una interrupción de abajo hacia arriba de nuestra atención; y redunda en el interés económico de Google el asegurarse de que hagamos clic, cuantas más veces, mejor. Lo último que la empresa quiere es fomentar la lectura pausada o lenta, el pensamiento concentrado. Google se dedica, literalmente, a convertir nuestra distracción en dinero”.

Y continúa la exposición, aportando cifras: “A finales de la década de los 2000, Google no era solo la mayor empresa de Internet en todo el mundo, sino también una de las mayores empresas mediáticas, con una facturación de más de 22.000 millones de dólares al año, casi todos procedentes de la publicidad, con un beneficio neto de unos 8.000 millones”. Los cuales, por cierto, se han multiplicado a causa del tremendo salto digital que ha supuesto la crisis de 2020. Reza así un titular de El País (29-7-2021): “Google, Apple, Microsoft y Facebook ganan más que nunca: más de 5.000 millones de euros a la semana”. Todo esto implica que nuestro activismo a través de medios digitales, especialmente cuando creíamos que estábamos combatiendo la desinformación de los medios oficiales y, aunque fuese complementario a un activismo y contrainformación tradicionales, ha favorecido a estos gigantes tecnológicos.

Es más revolucionario salir de las redes sociales que hacer contrainformación en ellas.

La trampa está en que todo lo que hagamos a través de Internet, “redunda en el interés económico” de tales empresas y, además, nos mantiene distraídos. Por no hablar de que gran parte de la disidencia ha sido blanco fácil de la desinformación de apariencia alternativa que, una vez más, beneficia al sistema, como el fenómeno QAnon, una psy-op de manual.

Pero lo más notable, en mi opinión, del ensayo de Carr es la refutación que hace, como apuntaba al principio, de la metáfora del ordenador, que reduce nuestro cerebro a una máquina productiva, y la visión de los seres humanos, de la vida en general, como simples máquinas.[1]

El enfoque de los que se empeñan en crear una inteligencia artificial similar a la humana “se basa en hipótesis reduccionistas que dan por sentado que el cerebro funciona de acuerdo con las mismas reglas formales de orden matemático que el hombre usa para crear una computadora; e otras palabras, que un ordenador habla el mismo idioma que nuestro cerebro. Pero eso es una falacia fruto de nuestro deseo de explicar en términos inteligibles para nosotros los fenómenos que de ninguna manera entendemos”.

Es interesante a este respecto conocer las metáforas sobre el cerebro que el ser humano ha imaginado a lo largo de la Historia. Y, además, la neurociencia nos aporta algunas claves que necesitamos y que, desgraciadamente, no trascienden ámbitos minoritarios. Sea como fuere, solo podemos conocernos a nosotros mismos, como seres humanos y como miembros individuales de la especie, a través de la capacidad reflexiva que a la industria tecnológica y a los distintos estados les interesa anular.



[1] Cuando escribí este artículo, aún no había profundizado en la obra de Reich, pero ahora tengo claro que aquí Carr describe lo que Wilhelm Reich llamaba pensamiento mecanicista.

20/2/22

Un trozo de carbón miope y sordo

A mi fuego le cortaron las alas. Ya no es más que un trozo de carbón teñido de rojo. 

Caminé, pensando que me esperarías a la salida del laberinto, pero retiraste tu mano en el último momento. 

No me perdí entre las sombras; la brújula del viento nunca falla. Sin embargo, se ha disuelto el sendero y ha callado la brisa.

O, tal vez, hay algo en mis oídos que me impide escuchar su voz.

19/2/22

No más puentes

Quemé las canciones añiles, pero también los cerezos. No volveré a ver sus flores.

Mezclaré, una vez más, mi sangre con el aliento de piedra y escarcha.

Seré otra vez isla y sembraré el terror para que no asome ningún puente.

18/2/22

Ya soy piedra

Mi "poesía" está más seca que una pasa y mis lágrimas son piedra. Pero no la piedra dorada de mi cuna, sino la de cualquier estúpido rascacielos de una gran ciudad. 

18-II-2022

Las cuerdas están apagadas. No hay quien se atreva a destensarlas. Suenan a fracaso.

Las letras, por su parte, permanecen inertes dentro de un bloque de gelatina. En tiempos primigenios se cansaron de intentar salir.

¿Cómo comprender entonces lo que quiero decir? Quizás ya lo he dicho. Al aire. A los antiátomos que absorben el silencio. 

Tengo miedo de ser piedra. Y aún más me aterra volver a enredarme en nudos de mar y verme obligada otra vez a deshacerlos en la oscuridad de un laberinto. 

17/2/22

El pseudoanarquismo

Tal como anuncié en el artículo anterior, comparto aquí la opinión de Paul Cudenec acerca de lo que le ha ocurrido al anarquismo, ya que "lo que se presenta ante el mundo exterior como anarquismo a menudo no es más que la cáscara vacía del anarquismo, un anarquismo zombi, que sigue dando tumbos con la bandera negra en alto, pero cruelmente despojado de su alma" (artículo original en inglés). Por ello, organizaciones que tuvieron una gran influencia social en el pasado y que llevaron a cabo una labor de fomento de la autogestión y del apoyo mutuo entre los trabajadores, hoy en día se someten a la dictadura sanitaria que, con la excusa de un virus cuya existencia jamás se ha demostrado (aun en el hipotético caso de que se tratase de un virus quimera, ni siquiera así podría darse ningún tipo de contagio, ya que los virus quimera solo pueden ser inoculados y, en cuanto a los virus endógenos, no son patógenos), permite la demolición controlada del sistema económico para evitar su colapso y "reiniciarlo". Este reseteo está aumentando la pobreza en todo el mundo, llevando la deuda de todos los países a máximos históricos, aplastando a los países en vías de desarrollo y causando aún más hambrunas en los países del llamado Tercer Mundo. Se trata de un proyecto neoliberal global que ya tuvo su ensayo con la anterior falsa pandemia de 2009. Y, ante esta crisis diseñada por el capitalismo mundial, organizaciones que se dicen anarquistas reproducen la narrativa oficial y hasta imprimen su logo en ese artefacto de biopoder que son las mascarillas, mejor llamadas bozales.

La deriva reformista de muchas organizaciones anarquistas no es nueva. Hay quienes utilizan este hecho para atacar las ideas (y la práctica) anarquistas, repitiendo hasta la saciedad los prejuicios marxistas, cuando la crítica viene de este ámbito ideológico; o las críticas infundadas y amarillistas de la prensa oficial, en el caso de la mayoría de la sociedad, conservadora o progresista, que se ha dejado convencer de que el Estado es "justo y necesario ". Por otro lado, están los demagogos de la extrema derecha que, desde una "rebeldía" fanática y completamente irracional (v. Psicología de masas del fascismo de Wilhelm Reich), meten en un mismo saco a socialdemócratas, marxistas, estalinistas, anarquistas, defensores del derecho a la autodeterminación de los pueblos, sintecho, inmigrantes y, en definitiva, a todo el que no comparta sus consignas absurdas y simplistas o que no pertenezca a la clase privilegiada.

Comparto, pues, el artículo traducido de Paul Cudenec para traer un poco de luz a la confusión que ha cubierto desde hace ya algunos años al anarquismo:

Artículo original en inglés  (no incluyo los numerosos enlaces que hay a lo largo del texto ni las imágenes, pero los podéis encontrar en la publicación original).

¡Anarquistas contra la libertad!

Varias críticas bastante extrañas me han llegado en las últimas semanas.

Por el momento me voy a referir a una sola de ellas, la que me parece más grave.

Siempre había tenido la impresión de que la libertad era una piedra angular intocable de la cosmovisión anarquista. ¡La palabra ciertamente aparece mucho en la literatura y cultura anarquista!

Sin embargo, resulta que a veces la libertad no es nada buena, según algunos compañeros con los que he estado intercambiando puntos de vista.

Su problema era con el concepto de libertad individual, que incluso insistieron en escribir entre comillas para dejar bastante claro su disgusto por el término.

La primera objeción que surgió en sus mentes fue que la libertad individual era parte del lenguaje de Donald Trump y de los liberales armados en los Estados Unidos.

Esto significaba, según la habitual antilógica de moda, que cualquiera que creyera en la libertad individual estaba peligrosamente contaminado con las ideologías de la derecha capitalista estadounidense.

Dejando a un lado este absurdo, hay un punto serio al acecho, en el sentido de que es cierto que los capitalistas invocan la libertad individual en defensa de su mundo de explotación y desigualdad.

El concepto anarquista de libertad implica necesariamente también un aspecto colectivo, reconociendo que la libertad del individuo depende de la libertad de la sociedad de la que forma parte.

También está el tema de la responsabilidad, en el sentido de que los anarquistas no esperan que los individuos persigan su libertad a expensas de los demás, sino que sientan su responsabilidad ante el todo mayor.

Como ha dicho un escritor anarquista: “La libertad real y la responsabilidad real están tan entrelazadas e interdependientes en su significado que son casi inseparables”.

El hecho de que este anarquista fuera yo (en mi libro Forms of Freedom de 2015 ) debería insinuar fuertemente que, de hecho, no estoy defendiendo el tipo de libertad del yo primero que promocionan los liberales capitalistas.

Pero así es como aparentemente les pareció a mis críticos, simplemente por mi oposición al bloqueo del estado policial global de nuestras libertades básicas impuesto a raíz del pánico del coronavirus.

Desde su punto de vista, era irresponsable quejarse de la pérdida de la libertad individual (perdón, “libertad individual”) cuando estaba en juego el bien mayor de la comunidad, la necesidad de protegernos a nosotros mismos y a los demás del contagio.

No estoy de acuerdo con esto en dos niveles.

En el contexto específico de lo que está pasando hoy, no acepto que el virus sea una amenaza que justifique la represión autoritaria que se ha hecho de nuestras vidas, como ya he dicho .

Por lo tanto, la libertad del individuo no se ve superada por una responsabilidad social primordial de aceptar lo que es básicamente un estado de ley marcial.

Además, debido a que el virus se ha exagerado enormemente como tapadera para una toma de poder y riqueza totalitario-financiera, la verdadera responsabilidad social se encuentra en la dirección opuesta.

Desde mi punto de vista, la libertad del individuo de buscar una vida tranquila simplemente aceptando todo esto, manteniendo la cabeza gacha, está anulada por la responsabilidad de hablar, desafiar la propaganda, alertar a la sociedad sobre lo que está pasando e instar a la gente a resistir.

Obviamente, desde la postura de mis críticos, este no es un argumento válido, porque parten de la suposición de que el virus es tan real y tan mortal como nos han dicho constantemente las autoridades y sus medios.

Esto, en sí mismo, es profundamente problemático. ¿Qué pasó con “cuestionarlo todo”? No es posible construir una crítica de la opresión sin estar preparado para cuestionar los supuestos utilizados para justificar esa opresión.

El argumento anarquista sobre la responsabilidad colectiva, cuando se trasplanta al suelo del engaño, crece al revés.

La lógica que debería exigir a las personas que actúen por el bien común se invierte y sirve para condenar a quienes actúan por el bien común y tratan de exponer el fraude.

El segundo nivel de mi desacuerdo con estos críticos se refiere a su interpretación ideológica de la responsabilidad y la libertad.

Aquí, encuentro que su pensamiento se aleja mucho de la perspectiva anarquista.

De hecho, me ocupé de todo esto en Formas de libertad . Ahora está disponible como un pdf gratuito en el sitio de Winter Oak (al igual que todos mis otros libros ) y para comprender mi posición con mayor profundidad, recomiendo echar un vistazo.

Este pasaje sobre la responsabilidad es particularmente relevante:

“Parte de la confusión que rodea al término responsabilidad surge de la forma en que se abusa de él para satisfacer ciertos propósitos. A menudo se combina con la noción de conformidad u obediencia no a los intereses de la colectividad, sino a una entidad que se hace pasar por representar esos intereses”.

Con esto me refiero al estado, por supuesto, como continué explicando: la entidad que le dice a la gente que su responsabilidad de obedecer órdenes anula su libertad individual.

Señalé en el libro que nunca se imagina que esta responsabilidad de obedecer la ley surja del propio juicio de un individuo, de ahí la irresponsabilidad percibida de 'tomar la ley en sus propias manos', sino que se considera necesaria en interés de un bien colectivo definido desde arriba y no desde abajo.

Que esa ley sea buena o mala es irrelevante: “Lo importante es que la responsabilidad en cuestión se vea como algo que debe aceptarse independientemente de la libre conciencia, y no como el resultado de ella”.

“Hay aquí un conflicto importante entre la responsabilidad ficticia y la real, entre la responsabilidad impuesta y la gratuita, entre la responsabilidad dictada desde afuera y la responsabilidad asumida desde adentro del individuo.

“En definitiva, quien propone una responsabilidad impuesta lo hace por miedo a la responsabilidad real que surge de dentro.

“Se puede invocar una responsabilidad impuesta para exigir la obediencia a reglas arbitrarias construidas para los intereses egoístas de una minoría que mantiene el control de la riqueza robada a través de la violencia de la autoridad en todas sus formas.

“Una responsabilidad real bien podría llevar a individuos o comunidades a desafiar esas reglas arbitrarias y la falsa moral construida alrededor de ellas”.

“Dar la espalda a la relación simbiótica entre los intereses individuales y colectivos es dar la espalda al anarquismo”

Quien defiende un deber de responsabilidad colectiva que implica suprimir la libertad individual no invoca una responsabilidad real, sino impuesta.

“El individuo es parte de la colectividad y la colectividad se compone de individuos. Son el mismo ser vivo con los mismos intereses en el fondo ”.

La libertad y la responsabilidad son dos aspectos de una misma cosa y también lo son el individuo y la colectividad.

La colectividad necesita de los individuos para ser libres, porque sin esa libertad el organismo social estaría muerto.

Es importante para la colectividad que los individuos sean libres de vivir de acuerdo con las demandas más sutiles de su naturaleza, porque solo de esa manera la colectividad puede vivir también de acuerdo con las demandas más sutiles de su naturaleza.

“Una colectividad no puede ser libre a menos que los individuos que la componen sean todos libres. Un individuo no puede ser libre a menos que viva en una colectividad que sea libre, es decir, en la que todos los individuos sean libres”.

Dar la espalda a la relación simbiótica entre los intereses individuales y colectivos es dar la espalda al anarquismo.

Se trata, en efecto, de adoptar un modo de pensar compartido por el liberalismo y el fascismo, que no son en absoluto los opuestos que pudieran parecer, como explica este artículo.

Ambos sistemas de control (el primero más sutil que el segundo) se basan en mentiras. Ellos tuercen la verdad, incluso invierten los significados de las palabras para imponer su propia agenda, como tan perfectamente nos mostró George Orwell en Mil novecientos ochenta y cuatro.

Tanto el liberalismo como el fascismo utilizan un lenguaje que sugiere la plena participación de la población en el funcionamiento de la sociedad, lo que incluso parece implicar una especie de simbiosis como la referida anteriormente.

Los liberales etiquetan esta participación como “democracia” y, al menos hasta ahora, han hecho todo lo posible para mantener esta ilusión, que es la principal justificación de la legitimidad de su sistema.

Pero es solo una farsa, por supuesto. siempre lo ha sido. El juego está amañado de muchas maneras y en muchos niveles.

A los fascistas no les gusta el término “democracia” y prefieren hablar de “la nación”, que es supuestamente la incorporación de los intereses colectivos del pueblo.

A veces incluso han robado el lenguaje del organismo social para dar la impresión de que hay algo natural en su sistema.

“Son sistemas que imponen el control de la clase dominante sobre el pueblo”

Pero el organismo social, para los fascistas, nunca puede ser una entidad viva de individuos libres que actúen según sus propias conciencias, como lo es para los anarquistas.

Su organismo imaginado es más como un robot, bajo el control total del estado fascista.

La realidad detrás de la falsa democracia de los liberales y el falso organismo de los fascistas es la misma: una élite gobernante que solo pretende actuar en interés de todos.

El desprecio por las “masas”, por la “turba”, por los “grandes sucios”, el “Untermensch" es compartido por ambos sistemas porque son elitistas y autoritarios.

Son sistemas que imponen el control de la clase dominante sobre el pueblo.

Desde la perspectiva de la clase dominante, la idea de que podemos dirigir nuestras propias vidas y nuestras propias sociedades sin sus estructuras de control es peligrosa.

Por eso hablan con miedo de “descender a la anarquía”. Su peor pesadilla es que sus esclavos puedan liberarse.

Es por eso que a menudo describen la naturaleza humana como egoísta, codiciosa y violenta, por lo que necesitan la mano firme del estado liberal/fascista para mantenerla bajo control.

Es por eso que a veces prefieren decir que no existe tal cosa como la naturaleza humana, rechazando así la idea anarquista de empoderamiento de que todos nacemos con la capacidad o tendencia natural de vivir cooperativamente y más o menos armoniosamente.

Es una suposición principal del liberalismo/fascismo que no se puede confiar en que tomemos nuestras propias decisiones, que somos básicamente irresponsables y que necesitamos el control y la “protección” de nuestros líderes sabios y benévolos.

Para mantenernos a salvo. De cada uno.

Entonces, ¿por qué esta libertad viva que proviene de la simbiosis individual-colectiva no es reconocida por todos los anarquistas hoy?

¿Por qué regurgitan la mentira liberal/fascista de que la libertad individual y el bien colectivo son incompatibles?

El problema, para mí, es que demasiados anarquistas están hoy completamente atrapados dentro de lo que llamé “la restricción de pensamiento inherente del sistema dominante”.

Este asfixiante nuevo pensamiento contemporáneo niega por completo la sabiduría humana atemporal de la que surgió la filosofía anarquista.

Ve a los seres humanos como máquinas programables y maleables. La artificialidad triunfa sobre la autenticidad. Cualquier discurso sobre el organismo social se considera reaccionario o casi fascista (una inversión típica, como se señaló anteriormente; consulte también este artículo ).

La noción de esencia se descarta de plano, la idea de innatismo puede provocar ataques de pánico, el significado se considera sin sentido, la naturaleza como reaccionaria, la ética como construcción, la cualidad como ilusión.

No hay verdad ni realidad. Dos más dos pueden ser cinco si conviene a la ideología.

“Cualquier forma de pensar fuera de este marco cada vez más estrecho se vuelve imposible en un clima intelectual post-natural, post-humano, post-auténtico que efectivamente constituye una parálisis completa de la mente humana colectiva”, como escribí.

El nuevo pensamiento contemporáneo es binario, unidimensional. No entiende el pensamiento multidimensional y no puede aceptar la paradoja creativa.

Solo puede ver la libertad individual y la responsabilidad colectiva como opuestos.

Es incapaz incluso de escuchar, y mucho menos de comprender, los argumentos del viejo pensamiento que se elevan por encima de sus dogmas vacíos y planos.

En resumen, la gente le está poniendo la etiqueta de anarquista, y una especie de parodia superficial de la ideología anarquista, a algo que no es anarquismo en absoluto.

Este pensamiento pseudoanarquista no ha surgido de la filosofía anarquista y, por lo tanto, nunca puede ser otra cosa que una réplica del anarquismo, un anarquismo zombi que parece ser real pero carece del alma anarquista.

Este falso anarquismo es el enemigo jurado del verdadero anarquismo. Al robar el cuerpo del anarquismo, destierra el anarquismo real del mundo.

Cada vez que surge el anarquismo real, este anarquismo zombi lo señala con un dedo acusador y lo declara peligroso.

Esto es antianarquismo, anarquismo al revés, anarquismo invertido.

He estado hablando de todo esto durante años. A veces me he preguntado si es tan importante como todo eso, si no podría simplemente aceptar algunas diferencias filosóficas con los camaradas en aras de trabajar y hacer campaña juntos.

Pero ahora que los anarquistas se están enojando conmigo por creer en la libertad, puedo ver muy claramente lo que me preocupaba todo el tiempo.



13/2/22

El proceso personal en la lucha colectiva

El sistema se ha complejizado tanto que resulta difícil describir los mecanismos en los que nos sumerge y los efectos que estos tienen en nuestras vidas como individuos y como sociedad. En comunidades anteriores o ajenas a la civilización, lo beneficioso para el individuo tiende a coincidir con lo que es beneficioso para el conjunto social. Este hecho, que ya percibió Kropotkin, parece ser apoyado por la biología[1]. Sin embargo, da la impresión de que la deriva que ha tomado la civilización es profundamente antibiológica, pues parece que la meta consiste en que cada ser humano se desconecte de sus funciones vitales[2] y se identifique solo con ideas, para lo cual se fomenta el irracionalismo causado por la impotencia orgástica[3] a través de la política, que cada vez ejerce un mayor control sobre nosotros[4].

Nacemos y crecemos inmersos en la mentira, pero las formas de esclavización han cambiado. Ya no hay una monarquía absoluta en la que la clase dominada conoce muy bien cuál es su estatus ante el soberano, heredero de la divinidad, y la clase privilegiada. Ahora, nos dicen, vivimos en una democracia en la que todos somos iguales ante la ley y estamos amparados por los derechos humanos universales. La movilidad entre clases sociales es posible. La industria cultural se encarga de “recordarnos” que el que es pobre es porque no se ha esforzado lo suficiente, como nos muestra la sensiblera película protagonizada por Will Smith, En busca de la felicidad, y que cualquiera puede lograr el éxito financiero y profesional. Hay todo un nicho de mercado que se dedica a inculcar estas ideas (libros, vídeos, páginas web, etc. del tipo “conviértete en millonario”, “tú también puedes ser rico”, “cómo conseguí convertirme en un empresario de éxito”...).

Esta es una de las nuevas formas que ha tomado el mito del pecado original: si no llegas a fin de mes, si tus hijos llevan las zapatillas rotas, si tienen que alimentarse con salchichas frankfurt en vez de con productos saludables, si te han despedido, si no encuentras trabajo o lo tienes, pero está mal pagado, ES TU CULPA, que no “te has movido” lo suficiente, o no confías en ti mismo, tienes baja autoestima... Lo de fuera está bien, tiene, quizás, algunas imperfecciones que podrás corregir cada cuatro años en las urnas o yendo a alguna manifestación aprobada por la administración de turno. Pero si las cosas te van mal, amigo, problema tuyo.

La idea de fracasado ha sustituido a la de pecador, pero la dinámica detrás de ambas es la misma. Y, como los mecanismos de los que hablaba al principio están totalmente normalizados, es decir, como las cadenas son invisibles, nos cuesta llegar a darnos cuenta de lo que está pasando. Y, si comenzamos a abrir los ojos, ya se encarga la propaganda política de desviarnos de la verdad y ofrecernos algún chivo expiatorio que, además, les sirva para alejarnos de posibles salidas[5]. Esto se logra mediante la manipulación, sobre todo lingüística, siendo la selección léxica[6] uno de los recursos más utilizados.

Precisamente la manera en que se ha complejizado el sistema pertenece al ámbito del lenguaje. Todo empezó con el lenguaje (los textos sagrados –la palabra de Dios- y las leyes), convirtiendo mentiras en verdades y ocultando estas (lo que no se dice no existe[7]). Un ejemplo de verdad oculta es la naturaleza placentera del útero y, por el contrario, la mentira es que los partos y las reglas son dolorosos por naturaleza (es sorprendente cómo la industria médica es heredera de las ideas religiosas, en este caso, la maldición bíblica de “parirás con dolor”). La cantidad de mentiras y medias verdades ha llegado hasta tal punto que parece que el primer paso revolucionario consiste en darse cuenta de las mismas, lo cual forma parte de un proceso largo y no exento de dificultades. La verdad está enterrada, o bien difusa, entre cientos y cientos de afirmaciones pseudorrevolucionarias. Abundan cada vez más los grupos y movimientos de todo tipo (místicos o prácticos) que fingen enfrentarse al sistema u ofrecer una alternativa viable, cuando en realidad no hacen otra cosa más que retroalimentarlo. Algunos de ellos tienen discursos con un gran porcentaje de verdad, que sirve de anzuelo y, una vez que el individuo en proceso de salir del enredo de mentiras ha picado, le insertan la mentira, sutil, casi inapreciable, pero lo bastante potente como para “pescarlo” y entregárselo de nuevo al poder. Ya en mi artículo acerca del desengaño comentaba que no hemos de sentirnos culpables por haber participado en movimientos pseudorrevolucionarios, pues las estrategias que emplean son muy convincentes. Estos errores forman parte de nuestro proceso y nos sirven de aprendizaje.

Lo ideal sería que pudiéramos agruparnos y actuar dentro de colectivos, pero las circunstancias han cambiado mucho desde los tiempos de la Primera y la Segunda Internacional. Incluso organizaciones que en el pasado tuvieron una fuerte influencia social (como el anarcosindicalismo en la Península Ibérica, especialmente en Cataluña), han sido infiltradas y dinamitadas ideológicamente desde adentro, y se han convertido en apéndices del poder[8]. Individualmente, estamos más rotos y triturados que nunca y el proceso de descubrir la verdad implica también un proceso de restablecimiento de la libertad psíquica. La necesidad de pasar por este proceso personal no implica, como algunos aseguran, un individualismo de tipo liberal, pues estando enfermos (que así es como estamos todos en esta sociedad de la dominación), lo único que podemos aportar a la humanidad es negativo (la plaga emocional de la que hablaba Wilhelm Reich). Esto no significa que debamos mantenernos al margen de la lucha social hasta estar completamente sanos, pero sí que debemos procurar ser conscientes de cuál es nuestra estructura de carácter y de hasta qué punto llega nuestra neurosis y cómo esta afecta a nuestro entorno y a todo el colectivo social.

El gran problema del sistema es que lo tenemos interiorizado y lo reproducimos de manera inconsciente, así que todo proceso revolucionario implica un proceso personal de liberación de los patrones  automáticos implantados y, en mi opinión, ambos, el proceso personal y el social, son simbióticos y, por tanto, no se excluyen entre sí. Ahora mismo estamos desperdigados, pero eso no debe hacernos perder el enfoque colectivo de la lucha. Podemos (y es nuestra responsabilidad) ir reflexionando sobre las estrategias más efectivas y, cuando sea posible, poner en común nuestras conclusiones. Finalmente, cuando tengamos clara una orientación básica, podremos emprender las acciones pertinentes. Mientras tanto, nos toca actuar por separado.



[1] Obviamente, me refiero a la biología real, no a la pseudocientífica que se ha impuesto a la opinión pública, pues quien tiene el poder económico, controla también el aparato mediático, el cultural y el educativo y académico.

[2] Al comienzo de la civilización, esta desconexión de las funciones vitales era provocada por el mito del pecado original, presente en varias religiones, que inculcaba en el individuo un fuerte sentimiento de culpa y causaba una falsa escisión entre cuerpo (sucio, raíz del mal) y alma (limpia, pura, potencialmente conectada con la divinidad). Esta idea del pecado original ha ido tomando otras formas a lo largo de la Historia, pero no ha desaparecido y sigue determinando nuestros pensamientos, reacciones y comportamiento. Recomiendo, como siempre, la obra de Casilda Rodrigáñez.

[3] En mi artículo acerca de la represión sexual (en este blog), cito la definición de este término reichiano.

[4] El extremo de este control es la biopolítica de la que hablaba Foucault y que a raíz de la farsa pandémica ha podido llevarse a cabo de manera masiva y eficaz.

[5] Por ejemplo, un supuesto proyecto socialcomunista global. He escrito algún artículo sobre la propaganda anticomunista.

[6] También está explicado en un artículo en este blog.

[7] Hay términos relativos a importantes descubrimientos científicos, como el orgón, que no están en el diccionario ni abundan en textos académicos o divulgativos. Solo los encontramos en los medios de comunicación para denigrarlos. Resulta curioso que sean los voceros de la pseudociencia al servicio de la economía quienes tienen la tarea de decirle al gran público lo que es pseudociencia y lo que es “ciencia seria”.

[8] Si me es posible, ya que estoy publicando los últimos meses desde el teléfono, pues decidí darme de baja de Internet de casa y tengo una tarifa de datos más bien reducida por decisión propia (por eso no os enlazo los artículos que voy citando), compartiré un interesante artículo de Paul Cudenec acerca de esto.

8/2/22

8-II-2022

Nos roban la vida desde que nacemos. Cercenan los flujos, congelan las yemas de los dedos y nos toca pasar los días con carbón en el pecho, por todo el cuerpo. Tan solo hay grietas insuficientes. 

No pude aferrarme a ellas, sino que chocaron mis cenizas con dolorosos muros de acero. Y yo que soñaba con florecer..., pero la savia no llegó a su destino y seguí viviendo marchita.

7/2/22

La adaptación social requiere una estructura de carácter rígida

Nos han hecho creer que la Historia de la humanidad comienza en el s. IV a.C. con la escritura. Antes de ese momento, lo que había era Prehistoria, es decir, algo previo a la Historia y sin ninguna importancia social ni cultural. Según esta visión hegemónica, el hombre no era ni siquiera un hombre al cien por cien, sino un salvaje con taparrabos que solo borboteaba sonidos. Un ser con poca inteligencia, incapaz de ningún logro. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas demuestran que esta perspectiva está totalmente errada. El proyecto divulgativo Suarra ofrece un interesante resumen, del cual extraigo este fragmento:

“Las evidencias arqueológicas desenterradas en los yacimientos preindoeuropeos nos muestran como miles de años antes de que surgieran las vanagloriadas civilizaciones griega y romana, ya existían en Europa culturas con un alto nivel de desarrollo técnico (navegación a vela, uso extendido del telar, sistemas de irrigación, escritura pictórica, abundante producción artística...) pero que no necesitaban ni de ejércitos ni de esclavos para sostener su modo de vida”.

Tanto Suarra como algunos libros de Casilda Rodrigáñez y Wilhelm Reich explican el origen de lo que llamamos civilización, que nada tiene que ver con la evolución natural de la sociedad, sino que fue diseñada mediante la violencia combinada con la manipulación durante un largo proceso hasta lograr hacer olvidar al ser humano su naturaleza y su pasado. Pero, como la Historia la escriben[1] los vencedores, pues controlan el aparato cultural, se nos hace creer que el hombre civilizado ha creado una sociedad mucho mejor que la de sus antepasados del Neolítico. También se nos dice que las guerras siempre han existido, pues la violencia es algo natural, innato en el ser humano, y que el origen de la misma está en su “parte animal”, que debe controlar. Pero ya hemos visto que la arqueología echa por tierra esta idea. Y no solo ella: la psicología, la antropología, la biología y otras disciplinas han puesto de manifiesto asimismo la naturaleza del hombre -y de todo ser vivo- basada en la cooperación y en el principio de placer (no individualista, como explican Rodrigáñez, Kropotkin, Margulis...). La depredación existe, es innegable, pero como un elemento más del equilibrio natural. Lo que no nos cuentan quienes dominan la cultura y la divulgación científica es que los miembros de una especie animal no se matan entre ellos, sino que buscan todo lo contrario: la conservación y perpetuación de la misma.

Se sabe, entonces, que existieron culturas prósperas en las que no existían la guerra ni la dominación, que la violencia es un producto social y no biológico y que las sociedades libres han tenido una duración mucho más larga que los seis mil años que llevamos de civilización patriarcal[2]. Esta ha ido modificando sus formas para adaptarse a las circunstancias concretas de cada época, pero sus objetivos y métodos empleados son sustancialmente los mismos desde sus comienzos.

Sabemos, también, que para que dicha civilización exista es necesario crear una estructura de carácter específica en los individuos, lo cual se lleva a cabo desde la etapa intrauterina hasta los 7 años, con constantes refuerzos a lo largo de toda la vida y, especialmente, en la adolescencia. La familia patriarcal es la correa de transmisión entre el Estado y el niño o la niña que son preparados para “vivir” en esta sociedad. En las últimas décadas, se toleran nuevos modelos de familia, pero se insiste en patriarcalizar a las madres solteras o divorciadas para que sus hijos reciban la misma educación represiva que en familias tradicionales, hoy ejercida a través del chantaje emocional y la manipulación sutil.

El eneagrama (el de verdad y no las versiones edulcoradas que abundan por Internet) explica el origen de cada estructura de carácter (eneatipo) según la etapa del desarrollo sexual del niño que se vio más alterada. Resulta curioso descubrir que los caracteres más rígidos (eneatipos 1, 2, 7 y 8) son los que mejor se adaptan a la sociedad y los que obtienen mayor éxito profesional (quizás el 7 sea un caso excepcional en este sentido,  a causa de su búsqueda de nuevos estímulos, que seguramente le lleva a huir de la estabilidad laboral). En cambio, los caracteres pregenitales (especialmente el oral (eneatipo 4) y el masoquista (eneatipo 9)), que no han podido desarrollar rigidez, tienen una peor autoestima y grandes dificultades para adaptarse a la forma de vida que les viene impuesta (el 9 no tanto, por su actitud resignada). Me atrevo a afirmar que es entre estos caracteres menos rígidos en los que más abunda el prototipo de fracasado laboral y social, aunque estoy generalizando y también influyen el subtipo, el temperamento, que sí es innato, y la propia historia personal.

Es cierto que los eneatipos de carácter rígido han podido arraigarse y tienen una actitud más segura ante el mundo, según explica Alexander Lowen (El lenguaje del cuerpo), pero el precio que tienen que pagar para estar mejor adaptados socialmente es muy alto, ya que supone la desconexión con sus propias necesidades emocionales. Esta desconexión les provoca una ansiedad o un sentimiento de vacío cuyo origen no comprenden y, además, la autorrepresión inconsciente de sus emociones (en el eneatipo 1 sobre todo) puede llevarles no solo a tensiones musculares crónicas, sino a una depresión. Los caracteres rígidos suelen adaptarse bien a la sociedad y obtener cierta estabilidad laboral, pero vivirán en constante insatisfacción de la que intentarán escapar de maneras distintas según cada eneatipo[3].

Los caracteres menos rígidos, en cambio, tienen serias dificultades para enfrentarse al mundo. El arraigamiento no se ha podido desarrollar en ellos. Este resulta necesario e importante para desenvolverse en una sociedad sana. No ocurre lo mismo con la rigidez, como estamos diciendo, pues solo se da en una sociedad, como la nuestra, basada en la dominación, en la que hay vencedores y vencidos, en la que la empatía, la cooperación y el amor son obstáculos para tener éxito en el ámbito profesional y en las relaciones sociales y “amorosas”[4]. A las personas con estos eneatipos solo les quedan tres opciones: o hacer inmensos esfuerzos por adaptarse, resultando triturado su ser; o permanecer en su mecanismo de defensa (la huida, la abulia, la resignación...); o, finalmente, comenzar a hacerse preguntas sobre el porqué de su situación en esta sociedad. No hallarán ninguna solución mágica, pues la tarea de sustituir la civilización basada en la dominación por formas sociales y económicas basadas, en cambio, en las relaciones naturales y en lo que Reich llamaba democracia laboral no depende de algunos individuos aislados. Pero, al menos, tendrán una mejor comprensión del contexto social e histórico en el que nos ha tocado vivir y, tal vez, en algún momento puedan, junto con el resto de sus congéneres, emprender la mencionada tarea. Por supuesto, esta tercera posibilidad se extiende a cualquier persona, tenga el eneatipo que tenga.



[1] Precisamente, la Historia comienza con la escritura, pues fue empleada por la clase dominante como instrumento de manipulación de las masas (utilizo este nombre sin connotación despectiva). Mencioné este tema por encima en mi artículo “La trampa de la ley natural”.

[2] Es importante tener clara la definición de “patriarcado”, pues no es la que nos llega desde el pseudofeminismo que controla el aparato mediático, político y cultural. Para una mejor comprensión del término, remito una vez más a la obra de Casilda Rodrigáñez.

[3] Hasta el momento, la información que me parece más fiable sobre el eneagrama es el libro de Claudio Naranjo, Carácter y neurosis; el de Juan José Albert, Ternura y agresividad y la web y vídeos de Jordi Pons, que ofrece un buen resumen de dichos libros y que recomiendo para quien quiera introducirse en el tema de forma amena.

[4] Lo que se conoce en nuestra sociedad como amor se basa en formas neuróticas que nada tienen que ver con el mismo, pues los impulsos amorosos de la gran mayoría fueron suprimidos en la primera infancia y sustituidos por los impulsos secundarios, incapacitando así al individuo para la entrega amorosa.

1/2/22

Muros y espinas

Se acabó el tiempo de los desgarros, pero aún quedan espinas enredadas con las venas.

No, ya no es tiempo de arrancarlas. Ahora dejo que la brisa me guíe y voy deshaciendo los nudos entre otoños y amaneceres. Me subo a estas notas, tan mías, ya tan sin ausencias punzantes y nieblas de antisilencio. Y otras veces me refugio en el bosque de letras que desde siempre me acompaña, para hacer más leve la tarea.

No hablaré ya de ojos ni de manos. Hablaré de mis pasos desorientados y certeros. 

Hablaré del brillo que se quedó encerrado y que perseguí hasta el centro del laberinto, donde me hundí sin miedo.

Quisiera que la suavidad hubiese sido la única habitante de esta piel extraña, pero cuando me alcé por primera vez del suelo, las espinas llevaban mucho allí. Nunca supe cubrirme con un jardín artificial. Estaban y están allí, evidentes, palpitantes, ennegreciendo la sangre.

No pudo ser tu sonrisa. Fue, en su lugar, tu muro. Fueron mis pasados desgarros y mi envenenamiento, crónico hasta que libere mis venas.