23/12/16

21-XII

Mi mano atraviesa la llama y el silencio permanece quieto. ¿Es la misma llama que ayer movía montañas?

Diferentes pares de ojos miran huecos desde su centro, pero mi piel traspasa la Nada. El acebo que coronaba el pecho no es ni siquiera cenizas, porque no lo sopló el viento. Se quedó momificado en el nuboso limbo.

Alguien dejó que los gusanos desinflaran los rubíes. Y la golondrina anidó en el mástil de un barco hundido.

El cráter y el géiser, a punto ya de extinguirse, acarician el aire con pequeños diamantes cavernosos y cascados, cada uno desde su continente.

El bosque, ahogando sus penas en el licor anaranjado del cielo, contempla el infinito mar que, sin saber cómo, se ha instalado a su alrededor.

Los hilos del arcoíris ya no se entrelazan alegremente. Tras descender quebrados con gran ímpetu, quedaron agotados y solo pueden mirar con ojos empañados.

Mientras todo esto sucede, Teseo y Ariadna, que han escapado de enredadoras plumas, se preguntan si podrían derramar su copa sobre la desordenada Tierra, a la que no puede revivir ni la semibenevolencia de Hades.

25/11/16

El bosque de arcilla

Tal vez aquellos labios guardasen en su interior sangre reseca. El caso es que el fuego llegó a trompicones aquel invierno y no hubo suficiente para mantener el vuelo de la mariposa. Aun así, fue el último en el que sentí algo de calidez. Comencé a vagar por un blanco desierto. Una tortura para quien, además de odiar ese color, había pasado tanto tiempo arropada por un pedazo de negro universo infinito. Un blanco cruel, que no solo abofeteaba el corazón entre inarmónicas carcajadas, sino que, además, apagaba todas las estrellas que hasta el momento habían guiado mi senda.

Por tanto, sin estrellas y sin verdes compañeros, continué caminando, empujada por una absurda obstinación. Supongo que nunca me gustó eso de rendirme. El corazón desgarrado, sin alas, lloró al verse en el espejo del hielo. Las lágrimas golpeaban el suelo como canicas olvidadas en el patio de un colegio. Pero algo se apiadó de mí -quizás mi propia tozudez- y el desierto dio paso a un espacio neutro, habitado por humanoides del color de la ceniza.

Ellos me azuzaban para que persiguiera el disco amarillo del cielo, al que, por ignorancia, llamaban sol. Aun sabiendo que no tenían razón, lo hice. Pero, cuanto más me acercaba a ese círculo aplanado, más se alejaba de mí. Con esto, aprendí a no escuchar más que a los susurros de la ondina que, cuando nací, tomó por hogar mi pecho. Comencé a coser con el hilo del pensamiento y, al mismo tiempo, a dibujar con mis pies sobre el barro.

Fue creciendo el tapiz y aumentando el bosque de arcilla, mientras contemplaba las grietas que atravesaban el alma, sin esperar que cayese un brillante cemento del cielo y, contradicción que jamás he entendido, sin perder la esperanza.

Hoy sigo sin ver el sol, pero ya no escuecen los latigazos de la intemperie. Es como si las cicatrices fuesen besadas por la Nada. Ondina continúa susurrándome paisajes que procuro plasmar en mi tapiz, aunque a veces las figuras acaban mezclándose con todo tipo de emociones y el resultado varía con respecto a la idea original.

20/11/16

En la cueva inhabitable

Desde que comencé a recorrer esta abrupta senda, pensé que la primera lección que aprendí era definitiva: Todo lo que necesitas está dentro de ti. Nunca imaginé llegar hasta donde estoy ahora, tan avanzada (comparándome conmigo misma) en algunos aspectos que ayer parecían imposibles de superar.

Sin embargo, veo que me equivoqué con esa lección; que, aunque fue útil en su momento y me sirvió para alejarme de personas dañinas y acercarme a mí misma, no es cierta. ¿Cómo puede serlo si los pedazos de mí que no encuentro no están aquí adentro? No sé dónde están. Sé que no se los ha llevado una persona, no creo que nadie tenga ese poder a no ser que uno mismo se lo dé.

Parece como si esos pedazos que he perdido se hubieran quedado en las hojas de los árboles que eran mis compañeros. Siento que no tengo más que volver a ese lugar para, de alguna forma misteriosa, recuperarlos y recomponerme. Pero, por un lado, no puedo volver, pues está vedado para mí; y, por otro, es posible que, aunque lo hiciese, ya haya desaparecido el brillo del suave verdor, que la savia haya sido despiadadamente consumida.


Cuando comencé el camino, el sol y los pájaros iban conmigo. Ahora me he adentrado en una cueva que se estrecha cada vez más y que parece interminable. Mi único acompañante es su gélido aliento, pues ni siquiera los murciélagos la encuentran adecuada como refugio.

10/11/16

Tu espalda

Esta suave sensación ante mí, materializada en la superficie de tu suéter. Es la primera que me inspiras, pues, al verte, nadando ambos en este ordenado mar, lo único que hay es la apreciación objetiva de tu porte agradable.

Desconozco el motivo por el cual no me deslumbra alguien como tú. Quizá toda la realidad ha quedado eclipsada por la estela de un fénix imperfecto o, tal vez, es el torbellino que, sin permiso, habita mi interior y que ahoga incluso a las más osadas mariposas. Tan solo tiene fuerza la pasión, no aquella dulce que vencía a la razón, sino otra demasiado corpórea y, a la vez, insípida en lo esencial.

Ahora estás aquí, pero no despiertas en mí ninguna de esas pasiones. En cambio, se asoma por entre la niebla un calor suave que dibuja ondas sobre tu espalda.  Y esta me llama, serena, sutil. Les pide a mis brazos que se conviertan en alas que te arropen, lentas, silenciosas. Que rocen el frío de manera tan delicada que no le quede otra opción más que evaporarse.


No sé si, aun siendo tan solo aire, la que se evapore sea esta sensación o si, por algún motivo inexplicable, continuará creciendo despacio, como un pequeño brote que acaba inundándolo todo.

20/10/16

Mi extrema gilipollez

Hoy es uno de esos días en que solo apetece escribir por escribir, sin ningún orden, ni belleza, ni coherencia. Sin escoger las palabras, ni buscar metáforas.

Y como no hay ganas de buscar un conector, empiezo así, sin más. Camino bajo la humedad y veo estos árboles de hojas amarillas y marrones. Debería sentir algo especial. Pero he visto que ya no existe el otoño para mí. La vida -bueno, no creo que sea ella; tal vez se trate de la antivida, por llamar de algún modo a esa fuerza contraria a la que arregla las cosas y hace que todo funcione- me lo arrebató, siempre con mi ayuda, por supuesto, si no, no tendría razón para llamarme a mí misma gilipollas.

¿Para qué describir cómo era mi otoño? Simplemente era algo y ahora no es nada. Y me pregunto si he perdido alguna estación más, por ejemplo, el invierno. Y veo que sí. Que me ha quedado un invierno completamente antinatural, donde lo que importa es calentarse y no con qué se calienta uno. Mejor dicho, lo que importa es no pasar frío. Mientras que, en el invierno que perdí (que me arrebaté con ayuda de la antivida, o viceversa) no existía el frío como algo hiriente, sino como un aspecto más de la naturaleza que me arropaba cada día.

No sirve de nada lamentarse, bien lo sé, que fui experta en autocompasión hace ya muchos años. Puede parecer que esto es otra forma de autocompasión, pero yo creo que no, porque no se trata de lástima, sino de aceptar la propia gilipollez. Y creo que también me estoy convirtiendo en una experta en esto.

La idea es vivir de la mejor manera posible sabiendo que jamás volverás a vivir de verdad, a no ser que a la primavera le diese por llegar, pero ahora soy tan escéptica. Se supone que tendría que ser feliz, porque estoy caminando con mi sueño, el del bosque de letras. Y sí que me llena, pero no me completa.

Las estaciones siguen faltando. No seré tan ingenua de atribuir esa completud a una persona. Lo que yo he perdido es más que una persona, es una vida que en parte me vi obligada a abandonar y en parte abandoné yo solita por motivos que no vienen al caso, aunque, en resumen, son el título de esta cosa que estoy escribiendo.

Y el dolor de la pérdida autoimpuesta, del desgarramiento, lo veo reflejado materialmente, pues con mi felicidad se fueron parte de mi juventud y de la belleza que un día tuve. Es como convertirse en un monstruo y dejar que esa bestia se trague a tu verdadero yo. Y ver que no puedes hacer nada, porque todo parece compuesto de fuerzas que te superan. Sé que ese yo no va a volver. Pero lo que no sé es qué carajo soy yo ahora. Porque a la bestia que fui ya me la follé y la consumí (dije que no iba a buscar metáforas; esta ha salido sola). Y no sé qué ha quedado ahora. No soy mi monstruo, ni soy la persona que fui, la que tenía estaciones.

Parece que no soy más que un conjunto de vestigios sin alma, por dentro y por fuera. Un amasijo de desordenados nudos que a veces se siente invadido por jodidas chispas que quiere rehuir y no puede. No puede porque tiene sed, demasiada sed. Y sabe que posiblemente las chispas no le llenen, pero también sabe que el fuego ya no existe y tiene que conformarse con lo que hay.


A no ser que llegue la primavera.

12/7/16

09-VII-2016

Primero te enterró mi odio, después ese gusto tuyo por los cenagales. Y el resto del tiempo, todo ha sido una alternancia de periodos de silencio y otros en que sensaciones, colores, limpias volutas de humo surgían de algún lugar recóndito de mi corazón al que ni yo he podido acceder, para salir a través de mi aliento tras haber tocado las notas más azules de mi alma.

Me gustabas porque me veías por dentro, algo que nadie había hecho antes. Veías mi presente y mi pasado sin que yo te dijera nada. Veías mis nudos y me transmitías la confianza en que podía desenredarlos por mí misma. Esa era otra de tus grandes virtudes: la capacidad de ver el potencial de cada ser. Era tan satisfactorio para mí, teniendo en cuenta la inseguridad que siempre me acompañó, reforzada por todas las situaciones ridículas en las que siempre acababa. Delante de ti podía llorar sin sentirme una tonta y, por último, no sé cómo, lograste que decidiera salir de la botella de cristal en la que permanecía, no oculta, claro, pero sí protegida en exceso. Por ti estuve dispuesta a palpar el aire directamente con mis dedos y expuse mi pecho a las inclemencias del tiempo.

Pero algo hice mal. No sirvió. Mi veneno y tu cobardía mordieron la realidad. Se llevaron incluso la paz, porque tú, que sabes que no puedo vivir sin un perdón y un como amigos, aunque jamás te vuelva a llamar, decidiste sumergirte en ese extraño mundo que intenté, sin éxito, comprender.

Por eso te ha enterrado mi rencor y te ha desenterrado el subconsciente miles de veces. Pero ahora es el fin. Por mucho que la poesía se empeñe en hacerme malescribir sobre tus ojos negros, lo cierto es que cada vez están más desdibujados. Todas las noches junto al fuego, los cientos de canciones que decidí amar, lo que aprendí de ti, las veces que me hacías reír, los miedos que vencí, aquella noche que me esperabas con tu capucha negra en la carretera vacía, bajo la dulce lluvia. Todo se va.

Yo tuve que descender a mis infiernos, para expulsar de una vez por todas la maldita hiel que ha corrompido todo aquello que mis manos han tocado, o han querido tocar. Tú te perdiste en la niebla, en el antisilencio, en la luz artificial, asesina de estrellas. Y no hubo ni siquiera un beso de despedida. Solo un frío autobús y un desgarro en el vientre y en el alma.

Y ya ves, mi vida mejora poco a poco, pero contigo se quedó la oscuridad que necesitaba para poder ver las estrellas. Aprendo a vivir de manera práctica, aprendo la calma y esa falsa amabilidad que siempre aborrecí. Las conversaciones triviales, vivir porque hay que hacerlo, intentando sacar lo mejor de cada día.

Allí se quedó la niña que aún tenía que madurar, la que decía locuras y cantaba a los árboles. Y ha sido sustituida por una persona que todavía no sé si conozco. Más madura, sí, que procura cumplir todas sus obligaciones y no fallar. Una persona que ha perdido su sonrisa sincera.

Es cierto que no quiero volver a verte, pero necesito desesperadamente volver a verme a mí misma.

7/6/16

6-6-2016



Las cosas cambian despacio, pero de manera radical. Son como gotas que caen rítmicamente y, al final, acaban formando un dulce mar. 

Nuevas etapas en esta eterna subida donde lo bello, como muchas veces habrás oído, es el viaje. Nunca cesarán las tormentas, pero siempre, tras húmedos inviernos, el viento apartará las nubes para que podamos ver las luces del cielo.

Si los pensamientos son hojas, mi mente la mayor parte del tiempo es otoño, pero las raíces beben armonía que, superando obstáculos, logra llegar al corazón.

Últimamente el tiempo ha ido tan lento y tan rápido a la vez. En mi pecho ha habido espinosas cadenas, cárceles de plomo, regeneradoras mariposas, olas de sol e intensa noche. Busqué y creí encontrar, tras haberme perdido en tugurios que parecían tiritas para los desgarrones del alma que hoy respira.

Cuando era solo una brizna de hierba que debía convertirse en flor, fui instruida en la degradación, la cual no hice más que repetir. Marchita, con el vestido rasgado y los ojos rojos, buscando agradables sombras donde cobijarme. 

Ahora me alegro de que no hubiese un jardín lo suficientemente valiente como para arrancar mis raíces de entre las zarzas -qué jardín desea tener una flor marchita-, pues este extraño rocío que de repente emanaron mis pétalos ha empezado a transformar el vertedero en el que crecí, y a mis amigas amapolas y margaritas dejaron de llamarlas malas hierbas; en lugar de eso, se bañaron en su aroma, se embriagaron de su tacto.

Volver al pasado es absurdo, pero es necesario comprenderlo. De otro modo, y como ya alguien dijo, estamos condenados a repetirlo. Incluso el verde de los árboles cambia en un mismo día. La sensación al contemplarlo es la misma, pero las palabras que genera son distintas. También la brisa susurra diferentes imágenes, aunque el placer que provoca al rozar la piel siempre sea igual.

20/4/16

Hª del caos inefable

Tu odio convertido en cenizas fue besado por el viento y con efecto retardado lo aspiró sin querer mi pecho. Resonancia del caos inefable, ya desaparecido, tan anhelado.

Caos inefable que busqué al principio en desiertos de revista, en soles de cartón. Caricias amoratadas. Gritos de sal en el corazón. Vacío de mí.

Reconocimiento.

Aparece el caos inefable en el trigo suave que pretendía volar a paisajes de los sueños. Pares de ojos del oro de la tierra, del calor del mar. Quizás fue demasiado para mí. El fango de mis cicatrices siempre me arrastra lejos de Arcadia.

Búsqueda, superación.

Un edén adaptado a mí, con espacio para los agujeros del alma. Fuego, noche, azul del cielo, sendero de mago. Aprendiendo a traspasar las barreras que me separaban de la inmensidad total del caos inefable. Aprendiendo a amar. Lo logré en el último momento.

Siempre el fango.

Me arrastró con todas sus fuerzas. Lo creí más pequeño. El monstruo había esperado invisible a que rozara la plenitud. Bestias devorando mi llama. Bestias no creadas por mí.


Grieta en el alma.


Esperar...


esperar.


Esperando. Aprendiendo sin amor.



30/3/16

Esperanza

El azabache logró emerger, empujando con fieros besos las plomizas nubes de rencor. Pero, una vez en la superficie, se volvió suave y permaneció apenas tintineando. Después comenzó a cristalizar hasta convertirse en perla que una lluvia azul de notas hacía crecer.

Danzaba mi pecho, sonreía mi antes gris alma. Pero algo estaba cambiando. Los duendes y demás criaturas, que tanto amaban el azabache, se habían esfumado. La perla seguía enorme y brillante, pero ya no era contemplada por un jardín de seres risueños.

Intenté encontrar su rastro, pero solo hallé, en el suelo, rasgadas, pequeñas sombras. De repente, al alzar los ojos, comprobé que, en lugar de la perla, había una grieta. Al asomarme, no vi el inmenso y bello vacío de antaño, sino una inmisericorde nada que me atravesaba con su mirada diabólica.

Y cuanto más grande era mi anhelo por volver a soñar, más lo era también el terror. Hoy no sé quién triunfará con su presencia. Pero mientras haya luz en mis ojos para contemplar la grieta, tendré esperanza.

6/3/16

El silencio de la lluvia

Me senté en las escaleras, ahora tan distintas, pegadas a la pared que hace tiempo comenzó a amarillear. Su color me recordó ese sol que no consigue traspasar la piel. Son unas escaleras largas, tanto que parecen no tener fin. Hace años olían muy bien y la luz se reflejaba en ellas. Ahora sirven de refugio al polvo.

Pienso que tal vez no debería haber abierto esa puerta. En realidad, si hubiese dependido de mí, no lo habría hecho. Es el pequeño duende que siempre me acompaña, que me obliga a caminar y, a veces, a reír, algo no muy propio de mí.

Fue como entrar en una realidad paralela, donde se distorsionaban el tiempo y el espacio. Y, efectivamente, el número de metros cuadrados era el mismo, pero el aire parecía ondularse y retorcía infame algo dentro de mí. Tan grande debía de ser su influencia que de los ojos del duende salió una lágrima. Su viaje pareció durar horas. Mientras descendía vi la imagen, ya casi sin color, de distintas sonrisas. Cuando la lágrima tocó el suelo, se partió en mil pedazos que no desaparecieron.

Entonces, la tristeza que había conseguido atrapar al duende, me abrazó, me besó y me envolvió en su aliento helado. Incluso a mí, que estoy acostumbrada desde siempre a sentimientos grises, me abrumó. Y, sin embargo, no hubo llanto. Solo podía mirar la escalera.

Cuando el viento volvió a silbar, nos levantamos y nos fuimos de allí. Al cerrar la puerta, vi los pedazos de lágrima que, incluso sin moverse, mordían mi pecho.


Ahora estamos lejos, pero el beso no quiere abandonar mi sangre y aquí sigue sin llover.

11/2/16

Un día fuimos libres

Ya nadie recita versos de memoria; nadie saluda ni sonríe por la calle; la amabilidad fue sustituida por cosméticos gestos, a veces también plastificados. Los niños tienen prohibido jugar y encuentran cerrada la puerta del vecino. Ya no se aman tierras, sino ideologías; ideologías universales donde no cabe la variación ni la duda. Ya no se piensa, ahora se procesa.

¿Cuándo se automatizó la vida? ¿Cuándo se desacralizó el amor? Las manos ya no tienen grietas, pero no tocan. Las bocas están perfectas, sometidas a correcciones desde la infancia, pero ¿quién besa de verdad?

Se sustituyó también la amistad por la desconfianza; en lugar del hoy por ti, mañana por mí, ahora el se ha convertido en vanidoso ayudador y al ti se le acusa de miserable aprovechado. Hoy está mal visto tener problemas, aunque abundan más que nunca. Ayer te prestaba un poco de leche tu vecino; hoy se lo pides al Estado, burocracia de por medio, todo bien etiquetado, que se note que eres pobre.

Explosión de grisú, Simonin, 1869

¿Y qué me dices de hombres y mujeres? Tanto monta, monta tanto la “democracia” como Franco. Un siglo de guerra de sexos, uña y carne que anteayer trabajaban juntos por sacar su hogar adelante. Hoy se nos obliga a nosotras a presumir, amparadas por el omnipresente Estado, y a ellos a ser esclavos, a sentirse culpables, a olvidar todas las muertes en la batalla, regresos mutilados, separados del calor durante tantos años; los trabajos ¿no forzados? para llevar un mendrugo de pan a sus hijos. ¿Privilegiados?

¿Que ha habido represión hacia todo lo que se salía de lo convencional? ¿Quién lo niega? La pregunta no es esa, sino, ¿quién ha ejercido la represión? ¿De verdad que ha sido una ideología? Pero hemos confiado nuestra liberación a los gobernantes, y pensamos que porque llamen casta a los otros gobernantes y los desbanquen, van a solucionar los problemas del pueblo. La tierra, el agua... todo se envasa, todo tiene precio, y si te apropias de ello, te conviertes en criminal, tanto para unos gobernantes como para otros. Aunque unos digan proteger a las familias y los otros a los pobres. Ellos solo protegen las instituciones, el sistema de vida que conocemos.

No hay vuelta atrás, el pasado fue vendido y cada vez más olvidado, porque también está mal visto. ¿Hay alguna esperanza para la libertad?

1/2/16

El triunfo de la hiel

Solo estás para apropiarte de los logros ajenos y para deshacerte de tus culpas. Tan dulce de puertas para afuera, pero el ambiente aquí es irrespirable. Consigues miles de alabanzas por lo único que haces, esa actividad que te libra de todas las que no haces. Pero ya ha pasado demasiado tiempo y no pienso exigir cuentas pendientes.

Mi deseo es solo uno: librarme para siempre de tu hiel, esa con la que me amamantaste, esa con la que me regaste durante tantas estaciones y que ahora tratas de hacerle beber también a mi vástago.

Veneno que fue absorbiendo mi alegría, que deformó la realidad para que huyera de ella. Líquido infernal que nunca sacia. Látigo que devasta mi pecho. Niebla que me aísla.

¿Podría acabar estas palabras con una esperanza? Ya no. Vuelan los veranos ante mis ojos, mezclados con los inviernos que ya no fecundan. Se ha trastocado el orden, se han secado los ríos de mi cuerpo.
Esa canción que nunca llegó a su destino, esas palabras que dije demasiado rápido. Todo se lo tragó el monstruo que fabricaste. ¿Qué puedo hacer para desterrarte, junto con él? Mientras mi ser muere sin remedio, el mundo pide que te alabe, te agradezca, te honre, que te siga entregando mi alma, para que continúes vaciando en ella tus excrementos.


¿Qué me pides, cruel, ignorante mundo? ¿Qué mentirosa sonrisa eclipsó la verdad? ¿Quién la dirá? ¿Quién la verá y la defenderá? Mis brazos se van oxidando y yo ya no tengo fuerzas. Mis sueños duermen y mis ojos se apagan. Ya no hay esperanza.

Winterlandschaft mit Kirchenruine, Caspar David Friedrich

15/1/16

15/I/2015

Espesa niebla de enredaderas y a la vez, demasiada claridad que pisa los ojos y dificulta la búsqueda. Y es que los bosques han dejado de cantar, no se volvió a ver una sola mariposa, el viento, como ya dije, está varado. Nada estremece al pecho inerte. Solo quiere acercarse a la frente una mano perezosa que sujeta imágenes, las cuales ni siquiera me llegan a rozar.

Mi paisaje estaba lleno de duendes arco iris, de flores verdes y ladrillos amarillos. Y no sé cómo, cuándo ni por qué, se ha convertido en esta ciénaga de brea y se han esfumado todos los personajes que lo poblaban, dejando sola mi antes tan querida soledad.