30/1/22

La salud biopsíquica está prohibida

La salud biopsíquica no consiste en la regulación artificial de la conducta de los seres humanos para que no resulte socialmente perjudicial. Sin embargo, esto es lo que se busca desde la psicología predominante. De este modo, se modifica la capa superficial del carácter (ver artículo anterior), que oculta los impulsos secundarios -que son sádicos y destructivos- y se deja intacta la coraza caracterológica, que sigue siendo fuente de neurosis socialmente aceptadas. La conocida frase “no es sano estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma” describe de manera acertada la situación del individuo en la civilización. En el sistema público de “salud” lo que se hace es tapar los síntomas y volverse ciego a lo que está sucediendo realmente. Una de las causas son los intereses lucrativos de la industria farmacéutica y otra, no menos importante por poco conocida, la propia estructura de carácter de médicos, directores de hospitales, etc. Como la neurosis está normalizada, se puede perfectamente afirmar que un paciente ya está sano siempre y cuando su coraza (que es un mecanismo de defensa) sea funcional (suficientemente rígida) y los impulsos secundarios, que son antisociales, estén bien ocultos.
 


Imágenes extraídas de "La función del orgasmo", Wilhelm Reich

La represión de los impulsos primarios (surgidos del núcleo biológico) y la posterior inhibición de los secundarios generan una serie de síntomas que la medicina hegemónica, de pensamiento mecanicista, achaca a cualquier cosa menos a su verdadero origen. La expresión somática de la coraza caracterológica es la coraza muscular, así pues, si te duele la espalda o el cuello a causa de una excesiva tensión, el médico de carácter neurótico te recetará seguramente algún medicamento para reducir el dolor y te recomendará ejercicios o una visita al fisioterapeuta. El dolor tal vez se reduzca, pero aquello que lo genera no va a desaparecer. No estoy diciendo que no se deban tomar medicamentos para reducir o eliminar síntomas. Esa es una decisión personal. Lo que quiero decir es que la salud física y psicológica solo se reestablecerá (desapareciendo los síntomas) cuando la coraza sea disuelta y el individuo pueda expresarse desde su núcleo biológico, sin ningún tipo de bloqueo del flujo orgonótico. 

Eso es algo que todos anhelamos. El tipo de sociedad en que vivimos no podría existir si sus miembros se expresasen desde el núcleo biológico (Reich hablaba de “carácter genital”), ya que se basa en la estructura de carácter neurótico. Es el tipo de sociedad el que fabrica todo tipo de neurosis (y psicosis en algunos casos, cuando el conflicto interno es proyectado y se vive como una realidad externa). Por esa razón, la medicina hegemónica jamás nos ofrecerá una solución eficaz. Por mucho que la llamen “sanidad pública”, es realmente sanidad estatal, puesta a disposición de los ciudadanos por parte de la clase dominante para poder seguir aprovechándose de ellos sin que causen demasiados problemas. Muchos han hablado de la contradicción económica del sistema, que le lleva a fabricar crisis (la última es la de 2020) para poder reiniciarse y evitar su propio colapso. Pues algo parecido ocurre desde el punto de vista psicológico: el sistema no puede existir sin la represión de los impulsos primarios; esta represión origina los impulsos secundarios destructivos y antisociales; como estos no son funcionales para el sistema, han de ser asimismo inhibidos y esto genera, como hemos mencionado, una serie de síntomas. Si el sistema elimina las neurosis, deja de existir, así que se ve en la obligación de reducir de aquella manera los síntomas. Pero, como no da duros a pesetas, decide sacar provecho de la situación farragosa en la que se ha metido, fabricando enfermos crónicos que generan inmensos beneficios a la industria farmacéutica.

Además de la sanidad estatal, existe la sanidad privada, en la que encontramos centros médicos y consultas particulares que se rigen por la medicina convencional y profesionales que ofrecen terapias alternativas. Este mundo de las terapias alternativas es diverso, pero suele caer en el mismo error que la medicina convencional: su base errada, ya sea mecanicista o mística, las únicas posibles desde una estructura de carácter neurótico. Aun así, no podemos negar que sí hay médicos, psiquiatras y psicólogos que conocen el análisis del carácter y la orgonterapia. Sin embargo, dentro de lo privado no pueden conseguir gran cosa y la sanidad estatal no les permitiría ofrecer a los pacientes una terapia que vaya a la raíz.

Si el sistema capitalista provoca millones de neurosis (todos en la civilización desarrollamos una estructura de carácter neurótico), de poco sirve que haya unos pocos profesionales capaces de erradicarlas. En primer lugar, por una cuestión numérica, pero la segunda razón y mucho más importante es el elitismo que se crea dentro del ámbito privado, pues la gran mayoría (las clases menos pudientes, que son las más explotadas) no puede acceder a esa terapia que le ayudaría a vivir su vida de una manera saludable. La violencia, la depresión y todo tipo de traumas no son causados tan solo por la represión de los impulsos primarios, sino también por una situación económica extrema, por la enorme preocupación de perder el empleo o de que ni trabajando se pueda pagar el alquiler y alimentar a los hijos, por las amenazas de desahucio, etc. Precisamente Reich centró su investigación en la clase obrera. La clínica de Freud en la que desarrolló su labor durante unos años, el Ambulatorium de Viena, ofrecía sus servicios de manera gratuita. 

Pero aunque es necesario repetir algo así (y no estoy diciendo que los terapeutas no cobren, por supuesto, sino que su sustento no repercuta en quienes no pueden permitírselo, es decir, la gran mayoría), tampoco sería suficiente, pues por cada paciente curado se estarían creando en ese mismo momento miles de neurosis. Tampoco sirve para mucho (aunque no digo que no se haga) que haya pequeños núcleos en los que se puede dar a l@s niñ@s una crianza basada en la autorregulación, porque también se cae en el elitismo. 

El problema que tenemos es como el pez que se muerde la cola. Sin resolver los problemas económicos de la sociedad no podemos acabar con las neurosis, pero el  predominio del carácter neurótico impide hacer una revolución y, en el caso de que se pudiese, si se hace una revolución desde estructuras de carácter neurótico, la nueva sociedad reflejará esa estructura de carácter y habrá una regresión hacia formas autoritarias, tal como sucedió en la URSS. No estoy diciendo que debamos quedarnos de brazos cruzados o que debamos resignarnos. Tan solo planteo la tesitura en la que nos encontramos y advierto sobre la necesidad de hacer una revolución que no deje de lado el problema de la estructura de carácter, que es el principal. 

29/1/22

Las capas de la estructura del carácter


El texto que aparece a continuación pertenece al prólogo a la edición corregida y aumentada de Psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich. Considero que sin un conocimiento profundo de la estructura del carácter en las sociedades del mundo civilizado, no puede tener lugar una transformación de raíz.

 

Un trabajo terapéutico vasto y concienzudo sobre el carácter humano me ha llevado a la convicción de que, al juzgar las reacciones humanas, debemos contar en principio con tres capas distintas de la estructura biopsíquica. Según lo expuesto en mi libro Análisis del carácter, estas capas de la estructura del carácter son sedimentos del desarrollo social que funcionan autónomamente. En la capa superficial de su personalidad el hombre medio es reservado, amable, compasivo, responsable, concienzudo. No existiría una tragedia social del animal humano si esta capa superficial de su personalidad estuviera en contacto inmediato con el núcleo natural profundo. Ahora bien: trágicamente, esto no es así; la capa superficial de la cooperación social no está en contacto con el núcleo biológico profundo del individuo; es soportada por una segunda, una capa intermedia del carácter, que se compone exclusivamente de impulsos crueles, sádicos, lascivos, rapaces y envidiosos. Representa el «inconsciente» o «lo reprimido» de Freud, la suma de todos los llamados «instintos secundarios» en el lenguaje de la economía sexual.

La biofísica orgónica logró comprender el inconsciente freudiano, lo antisocial en el hombre, como resultado secundario de la represión de impulsos biológicos primarios. Penetrando más profundamente a través de esta segunda capa de lo perverso hasta el fundamento biológico del animal humano, se descubre regularmente la tercera y más profunda capa, que llamamos el «núcleo biológico». En lo más hondo, en este núcleo, el hombre es en circunstancias sociales favorables un animal honrado, laborioso, cooperativo, amante o, si hay motivo para ello, un animal que odia racionalmente. Con todo, en ningún caso de relajación del carácter del hombre de hoy se puede avanzar hasta esta capa tan profunda, tan prometedora, sin antes eliminar la superficie inauténtica y, sólo en apariencia social. Caída la máscara de lo civilizado, no aparece primero la socialidad natural, sino sólo la capa sádico-perversa del carácter.

Esta desgraciada estructuración es la responsable de que todo impulso natural, social o libidinoso que quiera pasar del núcleo biológico a la acción deba atravesar la capa de los instintos perversos secundarios, y en esto se distorsiona. Esta distorsión modifica el carácter originariamente social de los impulsos naturales y los vuelve perversos, convirtiéndolos así en fuerzas que inhiben cualquier expresión genuina de vida.

[...]

En las ideas éticas y sociales del liberalismo reconocemos la representación de los rasgos de la capa superficial del carácter, que cuida del dominio de uno mismo y de la tolerancia. Este liberalismo acentúa su ética con el fin de refrenar al «monstruo en el hombre», nuestra segunda capa de los «instintos secundarios», el «inconsciente» de Freud. El liberal desconoce la socialidad natural de la capa más profunda, la tercera, la nuclear. Lamenta y combate la perversión del carácter humano mediante normas éticas, pero las catástrofes sociales del siglo XX demuestran que no ha llegado muy lejos en esta tarea.

Todo lo genuinamente revolucionario, todo arte y toda ciencia verdaderos provienen del núcleo biológico natural del hombre. Hasta ahora, no han ganado masas ni el auténtico revolucionario, ni el artista o el científico, ni las han conducido, o si lo han hecho, no han podido mantenerlas de modo duradero en el ámbito de los intereses vitales.

Muy distinta, y opuesta al liberalismo y a la verdadera revolución, es la situación del fascismo. En su naturaleza no están representadas la capa superficial ni la más profunda, sino esencialmente la segunda, la capa intermedia del carácter, la de los instintos secundarios.

27/1/22

"Por qué perdimos la guerra" - Conclusiones

Comparto aquí el apartado de “Conclusiones” del libro Por qué perdimos la guerra de Diego Abad de Santillán, que, como expliqué en el artículo donde lo recomendé, tiene cierto tono patriótico que no comparto. No obstante, hay que situar las palabras en su contexto, pues este patriotismo no se asemeja en nada al nacionalismo franquista. Se trata más bien de una alabanza del pueblo como tal, como gente no subyugada a ningún tipo de poder, que gestiona directamente los recursos. Se trata de un patriotismo surgido de la necesidad de defenderse de los intereses imperialistas de grandes potencias extranjeras  y que no busca subyugar a otros pueblos. No obstante, lo que interesa verdaderamente son los hechos acontecidos durante la guerra civil que causaron la derrota. (Los subrayados en color son míos):

 

Ha terminado la guerra española, gracias a la poderosa ayuda ítaloalemana prestada a nuestros enemigos, en hombres y en material bélico, y gracias también a la complacencia criminal de los llamados Gobiernos democráticos, autores de la farsa inicua de la no-intervención. Ha terminado la guerra española, pero el mundo, que nos aisló de toda posibilidad de lucha con pretextos fútiles y cálculos falsos, tiene ahora que pagar los platos rotos de la nueva hecatombe.

Burgueses y proletarios de todos los países estuvieron unidos en la cómoda interpretación de que nuestra guerra sólo a nosotros, beligerantes, nos incumbía. Cuando no cometieron el gravísimo delito de ayudar a nuestros enemigos —el paraíso del proletariado, Rusia, enviaba a Italia la nafta con que la aviación fascista nos bombardeaba, destruyendo ciudades y masacrando poblaciones civiles—, bloqueándonos a nosotros hasta hacernos sucumbir.

Francia e Inglaterra se encuentran por eso ante la realidad que les habíamos señalado tantas veces como inevitable. ¡No intervención o intervención unilateral a favor de los facciosos! Tal ha sido la posición ante la cual nos hemos estrellado.

El fracaso del fascismo en España era el primer peldaño del derrumbe del fascismo en Europa y en el mundo. Comprendemos la trágica situación de Inglaterra, que ha sostenido al fascismo italiano desde que comenzó a despuntar como instrumento liberticida, puesta ante la obligación, atendiendo al propio interés, de ayudar al antifascismo español. Los acontecimientos que estamos viviendo nos muestran que optó a favor de Italia y contra nuestra España, contra esa España a la que en 1808 creyó de su deber auxiliar en su lucha contra Napoleón, y lo hizo esta vez en propio daño.

Si en la presente contienda bélica salen airosos los aliados francobritánicos, habrán tenido que satisfacer, previamente, la deuda contraída con su actitud ante nuestra guerra. ¡No hay plazo que no se cumpla!

Terminó la lucha en España como no hubiéramos deseado que terminara, pero como habíamos previsto que terminaría si no se operaban determinados cambios en la dirección y en la política de la guerra: con una catástrofe militar —por derrumbamiento de los frentes y de la retaguardia— y con una bacanal sangrienta a costa de los vencidos. Dos libros informan sobre esa fase final: uno del coronel Segismundo Casado, The Last Days of Madrid, y el otro de J. García Pradas: Cómo terminó la guerra en España. Confirman ambos, punto por punto, desde su escenario de acción en la región del Centro, lo que nosotros hemos querido reflejar a través de lo observado en Cataluña.

La misma intervención funesta de los emisarios rusos y de sus aliados españoles, tan blandos y accesibles a la corrupción, los mismos crímenes contra el pueblo, la misma conspiración contra España, la misma descomposición moral por obra de una política que no tenía más alcances que el predominio de partido en el aparato de Estado.

De las tres causas que nosotros señalamos como causantes fundamentales de nuestra derrota: a) la política franco-británica de la no intervención… unilateral; b) la intervención rusa en nuestras cosas; c) la patología centralista del Gobierno ambulante de Madrid-Valencia-Barcelona-Figueras, sólo en este tercer aspecto señala nuestro relato una variante esencial.

Pero esos dos volúmenes sobre el final de nuestra guerra, nos eximen de referirnos a acontecimientos en los que no hemos tomado parte —y no por falta de deseo o de identificación con ellos— y de describir ambientes en los que no hemos vivido.

Nos consideramos ya fuera de combate por la derrota y por haber descubierto más de lo que convenía el velo de la clandestinidad en que se había desarrollado siempre nuestro movimiento. Por eso podemos hablar del pasado y sostener que, en lo sucesivo, cada cual cargará con la responsabilidad que le quepa en la tragedia de España. Nosotros hacemos bastante con cargar con la propia.

Representábamos la más vieja organización de tipo político-social de la España moderna. La Federación Anarquista Ibérica es la misma Alianza de la Democracia Socialista fundada en 1868 en Madrid y en Barcelona y extendida luego por toda la Península, incluso Portugal. Núcleo íntimo de propaganda, de organización obrera y de lucha, todavía sigue preocupando a los vencedores su liquidación, al comprobar por múltiples signos cotidianos que ni el terror ni los fusilamientos han logrado hacerlo desaparecer. El desenlace de la guerra ha puesto a muchos millares y millares de nosotros, vencidos, fuera de combate. Pero con nuestra exclusión no está asegurado el desarraigo de nuestro movimiento. Otros han ocupado ya el puesto de los caídos y de los supervivientes en el exilio, supervivientes que equivalen igualmente a bajas definitivas, porque una supervivencia fuera de nuestro clima geográfico, político y social equivale a la muerte. Para reanudar la historia española no hay más que un terreno propicio: ¡España!

A ese movimiento clandestino de recia contextura combativa y moral se debe la orientación, el desarrollo y la defensa de las organizaciones obreras revolucionarias de España, sus luchas heroicas, su resistencia inigualada a todos los métodos de la inquisición política de derechas y de izquierdas, sin interrupción desde la turbia época de Sagasta. ¡Cuántos negros períodos de amargura desde entonces! ¡Cuántas generaciones de militantes aplastadas en esa brega! Le tocó ahora a nuestra generación caer. Y ha caído en su ley. Por eso resurgirá, y está resurgiendo ya, la misma veta roja de nuestra historia y se continuará la batalla por la justicia. ¿Qué puede importar a nadie que no seamos ya soldados de esa cruzada?

La acción progresiva y justiciera de casi tres cuartos de siglo ha pesado considerablemente en el desarrollo de la moderna historia española. En más de una ocasión, frustrados los otros medios posibles, los de la propaganda y la presión sindical simple, fue preciso recurrir a procedimientos más enérgicos y expeditivos. Torturadores y verdugos del pueblo eran perseguidos siempre por la sombra de la acción vengadora anónima. Algunos hechos individuales de represalia y algunas insurrecciones armadas, las últimas, en diciembre y enero de 1933 y en octubre de 1934 contra la exótica República misma, y el funcionamiento invisible, pero permanente, de nuestros grupos dispersos en todos los ambientes, han hecho hablar mucho de nosotros, tejiendo una leyenda y un mito. Ese mito y esa leyenda se vio en Julio de 1936 que correspondían en buena parte a la realidad en ciertos aspectos.

Fuera de la cooperación apasionada del socialismo revolucionario madrileño, con el que compartimos el triunfo sobre la militarada en la capital de España, en el resto de las regiones donde los militares fueron derrotados, el esfuerzo fue casi exclusivamente nuestro. Y no se ha triunfado en toda España porque nuestra gente carecía de armamento y el Gobierno de la República había prevenido el 18 de julio a los Gobernadores civiles para que no entregasen armas al pueblo.

A fines de 1937 figuraban en nuestras filas 154.000 inscritos. Eran menos, es verdad, antes de la guerra, pero su influencia alcanzaba a millones de trabajadores industriales y de campesinos. Muchas veces partidos y organizaciones de izquierda se creían directores de acontecimientos de que no eran más que juguetes, dóciles a un ambiente que habíamos preparado para dar un paso más en la senda del progreso económico, político y social del país.

Hemos mencionado, por ejemplo, cuál ha sido la causa de que hayamos arrojado en 1933 del poder a las izquierdas, y cuáles fueron los motivos que, en febrero de 1936, nos movieron a devolvérselo.

Podemos ahora hablar de muchas cosas que nos atribuyen sin razón, y de las que no nos atribuyen, porque se ignora cuáles han sido sus fuentes y determinantes.

Ningún partido de los que se disputaban el Parlamento o el Gobierno tenía una organización tan sólida como la nuestra, ni tanta fuerza numérica y tanto arraigo en el pueblo, a cuyos intereses y aspiraciones hemos permanecido y permanecemos fieles. Por fidelidad a ese pueblo, que no a su Gobierno, hemos pretendido hasta la última hora entrar plenamente en juego, a nuestro modo, y no se nos ha consentido.

Nunca habíamos tenido contacto ni vinculaciones con ninguna otra fuerza organizada, fuera de la Confederación Nacional del Trabajo, nombre nuevo, que sólo data de 1911, de la vieja organización obrera sostenida desde 1869 por nuestro movimiento. Cuando estalló la guerra como resultado de nuestro triunfo sobre una serie de guarniciones del ejército sublevado, creímos necesario dar públicamente la cara y coordinar el máximo de voluntades en torno a la contienda que se iniciaba. Se nos acusa por algunos de haber pensado más en la guerra que en la revolución. No teníamos más posibilidades de instaurar y asegurar una nueva organización económica y social que triunfando en la guerra. ¿Dónde se quería que hiciésemos una revolución si el territorio estaba en manos del enemigo en su mayor parte? ¿Es que se hacen revoluciones sociales en las nubes? No hemos triunfado, hemos perdido el terreno sobre el cual una gran transformación económica y social era posible, porque obreros y burgueses de todos los países coincidieron en sofocarnos, cruzándose de brazos o trabajando para nuestros enemigos. Y la revolución que se esperaba en España, de acuerdo al clima y a la preparación del pueblo llamado a realizarla, no según cartabones dogmáticos de partido, fue liquidada por quién sabe cuántos años.

El balance de la contienda iniciada el 19 de julio de 1936 y terminada como verdadera guerra internacional de España contra las potencias militaristas más agresivas de Europa, en abril de 1939, no se puede olvidar ni menospreciar.

Sólo pueden acusarnos y pedirnos cuentas y aleccionarnos los que estén dispuestos a imitar aquella epopeya y a pagar por sus ideales el mismo precio que han pagado los revolucionarios españoles por los suyos. Hubo no menos de dos millones de muertos de ambos bandos, y hubo más de cien mil fusilados y asesinados en España después del triunfo fascista. Y se añaden a esas cifras un millón de prisioneros en los campos de concentración españoles y medio millón de refugiados en los campos de concentración de Francia y Norte de África, calculando en 60.000 la cifra de los que murieron en el éxodo y en el exilio de hambre, de frío y de tristeza.

Esas cifras dicen algo de la epopeya popular más grandiosa de los tiempos modernos. Ni siquiera la derrota disminuye su gloria y su trascendencia histórica. Esos cadáveres abonan la vitalidad de la España eterna, que resucitará de sus cenizas, más pujante e invencible que nunca.

El valeroso Gobierno de la victoria, hechura de Moscú, disponía en el extranjero de ingentes recursos financieros como para atender a las víctimas del éxodo gigantesco. Pero lo mismo que nosotros no hemos logrado en España, desde el Frente Popular, que se rindiese cuentas de la situación de nuestra hacienda, tampoco se logró en el extranjero, en la entelequia de la Diputación permanente de las Cortes, reunida en París, que los aprovechados atracadores del tesoro nacional, diesen la menor explicación de sus dilapidaciones.

Algo vino a saberse más allá de los círculos íntimos, por la separación ruidosa de Prieto y Negrín, cada uno de los cuales alegaba derechos a administrar el botín de la guerra en provecho propio y de sus amigos y cómplices. Pero la luz queda por hacer.

A la atribulación del fracaso, uno de cuyos factores fue la política de la intervención rusa en España, quizás ya en buen acuerdo con la Alemania hitleriana, se une para las grandes masas la comprobación del engaño en que han vivido y luchado y el descubrimiento de la catadura moral de los dirigentes y usufructuarios de nuestra guerra. El mito de la resistencia con pan o sin pan, con armas o sin ellas, era sólo la ambición de disfrutar después del desastre, solos, del botín logrado con nuestra derrota, que era su victoria.

Y con esos millones de la España despojada y escarnecida, se comprarán conciencias y plumas que, por encima de tanta tragedia y de tanta suciedad, elevarán a los afortunados un pedestal de héroes. También se quiere llegar a eso. Alguien ha escrito y nosotros esperamos que así sea: “Quieren pasar a la historia en mármoles y bronces y han de contentarse con un estercolero”.

Sólo queda un héroe para hoy y para siempre, mártir y puro: el pueblo español. No podremos estar en lo sucesivo a su lado más que con nuestra simpatía y nuestro cariño. Es la única grandeza ante la cual nos descubrimos con respeto. Sólo nos avergüenza y nos intriga el hecho de que hayan podido salir de ese gran pueblo tantos traidores, en nombre de los más opuestos ideales.

Casi tres siglos duró el aplastamiento del espíritu ibérico después de la derrota de los comuneros de Castilla y de los agermanados de Valencia por el emperador Carlos V, y de la liquidación de las libertades de Aragón por Felipe II. ¿Quién podía figurarse que nuestro pueblo estuviese todavía vivo en 1808? En aquella gesta gloriosa de seis años volvió España a entrar en la Historia. Pero en 1823, el tirano abyecto Fernando VII, creador de escuelas de tauromaquia, logró imponer de nuevo su despotismo sobre ríos de sangre y martirios infinitos. Desde aquella época hasta julio de 1936, entre guerras civiles, rebeliones populares y períodos de cansancio y de agotamiento, un intervalo de poco más de un siglo, ¿cuántos profetas anunciaron la muerte de España? En 1936 se mostró nuestro pueblo otra vez tal como es, heroico en la lucha y genial en la reconstrucción económica y social, recuperando en pocos meses de libertad el propio ritmo. La derrota de 1939 durará más o menos; pero sólo a costa del exterminio total del pueblo español podrá cambiar definitivamente el espíritu de ese gran pueblo y se logrará sofocar la esperanza de la nueva vida, de la nueva aurora.

Buenos Aires, 5 abril 1940.

 

Lamentablemente, esa derrota duró mucho más de lo que quizás esperaba Abad de Santillán cuando escribió su libro. De hecho, no solo el pueblo jamás se recuperó, sino que además ha perdido la conciencia de clase y ha sido engañado con ficciones de libertad, porque tras casi cuarenta años de aplastamiento brutal, le regalaron un poco menos de represión, y confundió la sensación de alivio con la verdadera libertad. Y la propaganda a la que llevamos sometidos, especialmente en el último lustro, ha sido el golpe definitivo. Se ha logrado que el pueblo se alinee con la ideología del Poder de dos maneras complementarias: 1) simulando el gobierno represivo ser representante de las ideas socialistas que nos liberarían de su yugo, pero desustanciándolas y presentándolas como pura palabrería hueca (selección léxica), consiguiendo así demonizarlas para que el pueblo las rechace; 2) presentándose los que abiertamente defienden el capitalismo, desde los neoliberales hasta los nostálgicos del franquismo (El Toro TV y todos los periódicos y medios digitales que han proliferado desde 2020), como la oposición rebelde al statu quo, lo cual es solo una fachada que, a pesar de ello, les ha funcionado.

Pero esto es algo que traspasa nuestras fronteras. Al pueblo residente en el Estado español se le aplastó de una manera determinada, y al pueblo residente en otros países, de otra, pues la clase dominante se va adaptando a las circunstancias específicas. No negaré que exista una idiosincrasia, pero bajo ella habita la condición de clase, que es adquirida por el contexto social, y, aún más importante, la condición humana, que a todos nos une. El origen de la represión y de la violencia, como ya he apuntado en otras ocasiones, está precisamente en la destrucción de la condición humana, ya desde la etapa intrauterina y a lo largo de la infancia, reforzando la estructura de carácter neurótico adquirida en los primeros siete años durante el resto de nuestras vidas. Esta destrucción se realiza a gran escala mediante el control del parto por parte del sistema sanitario, que provoca el trauma del nacimiento; la crianza irrespetuosa impuesta socialmente y ejercida dentro de la familia patriarcal que se nos ofrece como modelo (edipización, moldeamiento inconsciente del niño o la niña para que se someta al orden establecido; el niño bien educado es el sometido, el “maleducado” es el que no se somete); la extensión en el sistema educativo del proceso de sometimiento iniciado dentro de la familia patriarcal; la sustitución de los impulsos sexuales primarios por los secundarios, que comienza en la etapa infantil, pero que se ve fuertemente reforzada en la adolescencia a través de la cultura de masas y del tipo de sociedad en que vivimos; y, finalmente, en la vida adulta, el trabajo asalariado que nos despieza (utilizando el verbo que usa Casilda Rodrigáñez en sus libros) y el sistema económico que convierte nuestra vida en un sálvese quien pueda.

26/1/22

La tragedia es otra

La alarma es el pan nuestro de cada día en todo tipo de periódicos, en papel o digitales, telediarios y programas de televisión, plataformas de vídeo y redes sociales, incluida la aplicación WhatsApp, que lamentablemente se ha convertido en una herramienta de comunicación personal para la gran mayoría (detrás de lo "gratuito" -la tarifa de datos la pagamos y el smartphone también- siempre hay trampa).

Los encargados de extender el pánico entre la población no solo buscan el sometimiento masivo a la dictadura sanitaria que, en nombre de la pseudociencia (autores recomendados: Máximo Sandín, Emilio Cervantes, Jesús García Blanca, etc.), se ha instaurado desde 2020 -si bien la preparación ya venía de antes-, sino que, desde medios alternativos -la mayoría intencionadamente y otros (perfiles con pocos seguidores) por falta de criterio- también hay una constante irradiación de noticias alarmistas. 

Es cierto que existe una realidad de base ante la que conviene ser precavidos, o más bien astutos. Y no estoy hablando del cuidado que supuestamente debemos tener hacia un enemigo mortal que flota por el aire invisible a nuestros ojos, pues la Teoría Microbiana de la Enfermedad es un dogma pseudocientífico nunca demostrado. Me refiero al peligro real que se levantó en 2020, pero que no es nada nuevo, ya que la represión es lo característico de la civilización desde su nacimiento hace algunos milenios (ver Guillermo Piquero y Casilda Rodrigáñez, por ejemplo). 

Tal peligro, la represión causada por la dictadura sanitaria, no llega tan lejos como los medios alternativos nos quieren hacer creer. Interesa tener a la población en un estado de miedo: tanto a quienes erigen en gurús a científicos y periodistas al servicio de la Big Pharma como a los que se informan a través de los perfiles y plataformas de Internet alternativos. Estos no necesariamente dicen la verdad y suelen ser una herramienta utilizada por el Poder (recomiendo este artículo: La verdad que nadie quiere oír sobre los medios alternativos de Internet).

Pero ¿para qué este (el Poder) gastaría recursos en la difusión de noticias alternativas que supuestamente contradicen y desmontan la información oficial? Muy simple: para desviar a un importante número de personas de la verdad y que no resulten un obstáculo para sus planes. Por supuesto, para las masas son más seductoras teorías apocalípticas que despiertan una montaña rusa de emociones, ya que somos humanos y nos gustan las historias asombrosas, aunque estén teñidas de tragedia. La verdad, por el contrario, puede resultar menos interesante, pero no por ello es menos peligrosa para nosotros. Por ejemplo, algunos informadores del desastre pintan al público un futuro en el que a través de tecnología implantada en el cerebro, se controla a los seres humanos. Bueno, en realidad no hay que irse a ningún futuro. Las mentes -y, por lo tanto, el comportamiento humano- llevan controlándose desde el comienzo de la civilización a través de los mitos, las religiones y las leyes (ver mi artículo sobre la ley natural en este blog). Si no hubiera sido así, no se habría logrado la sumisión masiva a la dictadura sanitaria.

Nos presionan también con el pasaporte sanitario y las consecuencias de no vacunarnos. Medios oficiales y alternativos se ponen de acuerdo para aterrorizar a la gente. Sin embargo, aunque algo hay de base, la realidad no es para tanto. Y, por otro lado, resulta contradictorio que a la mayoría le preocupe más no seguir con su vida de la "vieja normalidad" que lo terrible que era la misma a causa de la acumulación de capital y que llevaba y lleva a la infelicidad absoluta, al estar acorazados por la represión sexual sin la cual la acumulación de capital no sería posible, despiezados por la alienación laboral y narcotizados por el consumismo. Esta es la verdadera tragedia y la que se busca ocultar tras el pánico irradiado desde los medios de comunicación oficiales y alternativos. Se exageran las consecuencias de no vacunarse (no poder viajar, entrar en bares y restaurantes y otros establecimientos públicos...) y se normaliza así el tipo de vida que llevamos bajo el yugo del sistema capitalista, comprando a los seres humanos con chucherías que ni siquiera nos dan la felicidad, mientras, entre bambalinas, nos impiden gestionar directamente los medios de producción que servirían para satisfacer nuestras necesidades básicas. La única salida a la represión consiste en tomar las tierras, las viviendas y las fábricas, tal como explica Kropotkin en "La conquista del pan", y no en hacer manifestaciones contra el pasaporte sanitario para poder seguir alienados. Y no estoy diciendo que no haya que manifestarse, pero hay que hacerlo teniendo claro el objetivo último y no limitándose solo a exigir las chucherías ofrecidas por el sistema, sino buscando eliminarlo, lo cual ya es de por sí objeto de análisis y algo nada sencillo. Yo, desde luego, no tengo la respuesta mientras los que nos oponemos a él seamos una ínfima minoría. 

25/1/22

Cuéntame tus cuentos, Madre

Me grito que no puedo. Que no puedo dentro de este falso caos seguir mi senda. 

Todo incendiado. Todo quebrado.

Solo Gaia persiste, quieta. Y algunos revoloteamos alrededor de sus faldas, a veces. O nos sentamos en su regazo para escuchar sus cuentos. 

Pero nuestros ojos no se cierran ante la crueldad ejercida contra la vida. Hay algo no natural que lo consume todo, que va apagando los colores.

Ese algo que encerró ya en los primeros años el flujo, quedando atrapado en las pestañas, en el cuello, en la tristeza y en el vencimiento. 

Y ahora tratamos de volar, de respirar y latir, como el pajarillo, como la ballena. Pero nos desorienta el gris en el mar, en el aire. Por eso no hallamos la senda.

Cuéntame tus cuentos, Madre. Besa mis ojos para que solo vea tu dulce aliento y mi sangre sea como las lágrimas del Fénix. 

25-I-2022

He convertido mis pasos en dulce enredadera. Salí del laberinto con las manos solas y el corazón ligero. Y ahora busco, ya sin tormentas, el camino en espiral. 

No; aunque parezca, no me olvidé del azul. Es solo que ahora toca separar el genuino de las huellas de sueños, refugio de ojos perdidos y brazos ausentes. 

Toca entender aquel tren, aquel vagón triste, blanquecino, en que creció el agujero caníbal, la ciénaga espesa del antisilencio, cuando quedaron lejos el mar y el canto de las olas.

Soñé días enteros con el olor casi desconocido que salía del fuego lejano. Y para no sentir la escarcha, dibujé universos imposibles en los campos de amapolas y me sumergí, insaciable, en los bosques alfabéticos.

Allí me quedé, allí sigo ahora que amenazan otoños sin primavera. Pero confundí el azul. Confundí las páginas vibrantes con el reflejo de la escarcha. El pecho siente a medias; siente a medias y hacia adentro. 

Se quiebra a veces la voz. Se rompe algo en los dedos. Las olas aún danzan lejanas. Continúo en busca de la serpiente. Tal vez me alcance el dardo envenenado antes de encontrarla y me convierta en piedra. O tal vez me quede eternamente vagando, parafraseando al poeta, en las lindes de mi destino. 

Me castigo por las letras que me absorben y los libros que no abro. Las primeras son turbante fantasmal. Los segundos, en cambio, hacen sangrar el pecho, quien, tras la lluvia de fuego, renace azul, brillante y sonoro.

No me salvarán látigos ni relojes. Quizás observar las hojas; quizás perderme en besos anhelados; quizás los pasos solos bajo las noches de invierno, fascinada por el secreto a voces del cielo, que no es obra de un inaccesible dios, sino un manto real, palpable, tan lleno. 

Quizás desenrede el azul. Quizás bese a la serpiente y me transforme en sus alas. Quizás comprenda, o quizás me convenza de lo que siempre comprendí. 

23/1/22

La invisibilización del anarquismo: el caso ruso

Como ya mencioné de manera sucinta en el artículo anterior, el anarquismo ha recibido innumerables ataques de toda índole. Uno de ellos ha consistido en la invisibilización del movimiento y de sus logros, como el importante papel desempeñado en la guerra civil española, que tal vez habría tenido diferentes resultados si el gobierno republicano no hubiese boicoteado la gestión popular de la lucha contra el fascismo, llevada a cabo no solo por militantes anarquistas, sino por miembros de organizaciones y sindicatos socialistas y comunistas, además de obreros y campesinos no militantes. 

Asimismo se suele mostrar una visión simplista de la revolución rusa que dio lugar a la URSS, olvidando mencionar el apoyo de anarquistas que luego fueron perseguidos. En el artículo sobre la propaganda anticomunista, expuse las conclusiones a las que llegó Wilhelm Reich acerca de la deriva autoritaria de la revolución, que considero acertadas en cuanto que el origen de todo autoritarismo está en la represión sexual (para datos científicos sobre ello, recomiendo una vez más los libros de Casilda Rodrigáñez, en los que encontraréis unas cuantas referencias a estudios de neuroendocrinología, neonatología, etc.). Sin embargo, hay quien opina que el germen autoritario ya estaba en los comienzos de la revolución. 

Advierto aquí también: que ningún fascista, derechista, neoliberal, nostálgico del franquismo, etc. utilice esta crítica al marxismo en su beneficio, pues no tenemos nada en común. Los análisis de Karl Marx y de teóricos marxistas posteriores son una gran aportación. El enfrentamiento ideológico entre marxistas y anarquistas no tiene nada que ver con el anticomunismo, cuya raíz está en la necesidad de las clases privilegiadas de denostar toda idea que pueda hacer peligrar su posición dominante. Trabajadores y revolucionarios marxistas y anarquistas han sido ejemplo de humanidad y honestidad cuando han puesto por encima de sus diferencias la solidaridad de clase.

Comparto, pues, un texto publicado en "Tierra y libertad" y que se puede leer también en este enlace: http://acracia.org/historico/Acracia/Karl_Marx,_los_anarquistas_en_la_praxis.html

Los anarquistas en la praxis marxista

Es ya un lugar común decir que la historia la escriben los vencedores. En el caso de la Revolución rusa, durante mucho tiempo se nos contó de manera simplista que un grupo de revolucionarios, comandados por Lenin, tomó el Palacio de Invierno para dar lugar al primer gran régimen socialista. Ahora, con otro tipo de historiografía oficial dominante, difícilmente se va a dar protagonismo en la historia a las masas y la defensa de sus organizaciones autónomas frente al poder. Mencionamos tres libros impagables que nos introducen en la Revolución rusa, el gran paradigma de la praxis marxista, desde el punto de vista de la autonomía del pueblo, no de ninguna élite, y aportando un análisis antiautoritario: Historia del movimiento Majnovista, de Piotr Archinov, La revolución desconocida, de Volin, y El mito bolchevique, de Alexander Berkman.

En el caso de la obra de Volin, se repasa de manera sucinta la historia de Rusia a partir de 1825, año del fracasado motín de los decembristas (en donde el poeta Pushkin fue un simpatizante), para detenerse luego en 1905 y, por supuesto, en la revolución de 1917; finalmente, el aplastamiento de todo intento verdaderamente revolucionario por parte de los bolcheviques en 1921. Volin narra los acontecimientos utilizando como fuente testigos directos y se arroja así luz sobre hechos oscuros o interesadamente tergiversados por historiadores afines al régimen bolchevique. La revolución desconocida echa por tierra las mentiras históricas de defensa de un régimen inaceptable y finalmente contrarrevolucionario; frente a la simpleza tan manida de que fue Stalin quien pervertió la Revolución, tal y como sostuvo Trotski, podemos leer las siguientes palababras: "¡Qué simple! Aun demasiado simple para dar explicación de nada. La explicación está, sin embargo, bien señalada: el estalinismo fue la consecuencia natural del fracaso de la verdadera Revolución, y no inversamente; y tal fracaso fue el fin natural de la ruta falsa en que el bolchevismo la empeñó. Dicho de otro modo: la degeneración de la Revolución extraviada y perdida trajo a Stalin, no Stalin quien hizo degenerar la Revolución".

En la segunda parte de su obra, Volin pone en evidencia los rasgos del nuevo régimen burocrático y totalitario: la situación de los obreros y campesinos, el poder y los privilegios de los nuevos amos y clase explotadora (los funcionarios del Estado), en definitiva, la estructura política y económica de la nueva sociedad con su autoritarismo y negligencia. También se detalla la anulación de la lucha autónoma y de la resistencia de los trabajadores contra el nuevo poder marxista en su focos más evidentes: el movimiento huelguístico de los obreros de Petrogrado, la Comuna de Kronstadt y la revolución de Ucrania. La realidad es que los bolcheviques tomaron el poder gracias a que gran parte del pueblo confió el destino de la revolución a un Partido; éste, a medida que se consolidaba en el poder fue anulando las conquistas revolucionarias. Gran parte de las masas comprendieron el error y trataron de enmendarlo, actuaron por su cuenta y tomaron la iniciativa para recuperar su autonomía. Las ideas anarquistas, al mismo tiempo, se fueron extendiendo; a los libertarios de Ucrania, se unieron los sublevados de Kronstand, que reclamaban un soviet libre bajo la autogestión obrera. La realidad es que el nuevo Estado socialista, consciente del peligro para su existencia, aplastó de manera implacable cada uno de esos focos: a los anarquistas y a cualquier forma de disidencia y descontento.

Los anarquistas fueron los primeros en denunciar el sistema burocrático y totalitario en Rusia, ellos mismos sufrieron la represión. A pesar de todo los mitos que se produjeron en los años posteriores, la verdad estaba accesible para quien quisiera conocerla; precisamente, para una auténtica sociedad libre de explotación, es necesario insistir en esos hechos históricos. Otro libro fundamental es Los anarquistas rusos, de Paul Avrich. Según este historiador, el anarquismo en Rusia poseía raíces profundas, con ideas provenientes de los pensadores occidentales, pero también con elementos indígenas. En 1905, en ese primer momento revolucionario, los anarquistas saludaron con entusiasmo el levantamiento espontáneo de las masas, en el que creyeron ver una plasmación de las ideas de Bakunin; no se produjo un movimiento libertario cohesionado y, después del fracaso revolucionario y de la consecuente represión, entrarían los anarquistas en un letargo hasta 1917. El fin de la monarquía, y el posterior derrumbamiento de la autoridad política y económica, hizo confiar a los ácratas en que el momento definitivo ya había llegado: se emprendió la tarea de acabar con el Estado y de dejar los medios de producción, campos, fábricas y talleres, en manos del pueblo. En la etapa de la insurrección y de la guerra civil, los anarquistas intentaron con todo su empeño llevar a cabo su programa de "acción directa": control obrero de la producción, creación de comunas libres en el campo y en la ciudad, combate sin cuartel contra los enemigos de la sociedad libertaria… Desgraciadamente, frente a los intentos de construir una sociedad de libertad e igualdad plenas, un nuevo despotismo se levantó sobre las ruinas del viejo.

Alexander Berkman, en 1925, al final de El mito bolchevique y después de ser testigo de infinidad de hechos intolerables en los que trató de vislumbrar la intención revolucionaria del nuevo poder, lo expresa de la siguiente manera: "El bolchevismo es el pasado. El ser humano pertenece al ser humano y su libertad". Hay que decir que Berkman consideraba tiempo atrás que Lenin y los bolcheviques eran la auténtica vanguardia de la emancipación social de los trabajadores. Hasta que no observó él mismo la realidad, creyó de alguna manera eso de que los marxistas, en última instancia, son anarquistas y solo confían temporalmente en la toma del poder revolucionario para acabar convirtiendo en innecesario el Estado; Marx y Engels aseguraron que el poder político era solo un medio temporal, el Estado iría gradualmente desapareciendo, ya que sus funciones se convertirían en innecesarias y obsoletas. Incluso, confiando en ello, Berkman atenuó durante cierto tiempo las críticas a los bolcheviques, a los que consideraba acosados por los más implacables enemigos, procurando la cooperación de todas las facciones revolucionarias. La acumulación continua de evidencias hizo que Berkman comprobara que los bolcheviques habían convertido la revolución en un monstruo grotesco basado en la brutalidad organizada; la lucha de clases, ese fundamental concepto socialista, se había convertido en una guerra de venganza y exterminación.

Y, como es sabido, la Revolución rusa no fue una consecuencia legítima de los postulados de Marx, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas no habían tenido el debido desarrollo dentro del capitalismo, fundamental según Marx para que se produzca el aumento y organización del proletariado; nada de eso había ocurrido en Rusia, país eminentemente rural en el que no existía antagonismo entre el desarrollo del capitalismo (inexistente) y la clase obrera industrial (débil). A pesar de ello, Lenin creyó ver una serie de condiciones favorables para llevar a cabo una revolución supuestamente socialista que, si bien pudo tener en un principio unos rasgos libertarios basados en las justas aspiraciones del pueblo, enseguida derivó haca una actitud de desconfianza hacia las masas, utilizó el terror como medio y adoptó una fuente indiscutible de verdad, el Estado, destruyendo toda iniciativa individual o colectiva. Si la teoría de Marx y Engels consideraba el Estado como un medio temporal para que el proletariado acabara con sus adversarios, los bolcheviques otorgaron a ese axioma sociopolítico un carácter universal. Tal y como consideraban los anarquistas desde el principio, el Estado, da igual la forma que adopte, y el esfuerzo constructivo revolucionario se convierten en incompatibles.

La obra de Berkman cubre el periodo del comunismo militar y de la denominada NEP (nueva política económica, que no es sino la introducción del capitalismo en Rusia, una mezcla entre monopolio estatal y negocios privados). Entre 1919 y 1921, momento de la invasión extranjera, de la guerra civil y del bloqueo, los bolcheviques mantenían la promesa de que la política de terror y persecuciones cesaría después de ese periodo; eso explica el apoyo y la esperanza de gran parte del pueblo ruso y la cooperación por parte de la mayoría de los elementos revolucionarios. Después de aquellas amenazas, el régimen de terror se mantuvo y aumentó la insatisfacción en varias zonas del país; de ahí, por ejemplo, el levantamiento de los marineros, soldados y obreros de Kronstadt, finalmente aniquilado de manera cruenta por orden de Trotski. La dictadura comunista se mantuvo siempre con una represión extendida incluso a la propia cúspide del Partido, y, además, se acabó introduciendo el capitalismo; nunca pudo calificarse aquello de dictadura del proletariado, ya que los obreros estaban más esclavizados políticamente y explotados económicamente, según relata Berkman, que en cualquier otro país.

La represión de la vida cultural y social de un país produce depresión y estancamiento; el ser humano y la sociedad necesitan, al menos, cierto grado de libertad, de seguridad, de derecho a llevar a cabo iniciativas personales y de liberar sus energías creativas para el progreso económico y en todos los ámbitos de la vida. Berkman consideró que era imperativo denunciar el engaño, ya que los obreros occidentales podían caer en el mismo engaño que sus hermanos en Rusia.

J.F. Paniagua

Publicado en el número 301 del periódico anarquista Tierra y libertad (agosto de 2013)


22/1/22

¿Quién se enfrentó al ejército sublevado en la guerra civil?

El régimen actual, versión modernizada y algo más suave (o al menos hasta 2020) del franquista, nos ha vendido una visión mitificada de la guerra civil en la que el gobierno republicano luchó, en un bando unilateral junto con el pueblo, contra el ejército sublevado. Los franquistas de hoy ofrecen también una versión maniquea en la que el fascismo patrio, apoyado por el internacional, trataba de salvar al pueblo de las garras del "comunismo".

Aquí ni unos ni otros se entretienen en matices, no sea que así se apague la aureola de gloria de la que se han rodeado. Una aureola que apesta un poco, dicho sea de paso.

Advierto antes de continuar a aquellos que quieran usar mi legítima crítica al gobierno republicano y al Partido Comunista en su propio beneficio de que se abstengan. Lo digo porque es costumbre de los neonazis que pululan por Internet, quizás por su falta de creatividad, utilizar todo lo que sirva para atacar a sus "enemigos", aunque la crítica provenga de personas que detestan el fascismo, tal como hizo un periódico digital de la extrema derecha con unas palabras de Evaristo Páramos tomadas de una revista de rock en la que fue entrevistado. Muy coherente todo. 

Decía que unos y otros nos han mostrado una visión maniquea de la guerra civil, pero si tenemos la paciencia y el coraje de profundizar, comenzaremos a ver aquel trágico acontecimiento desde otra perspectiva. Mencionaba en mi reflexión anterior el libro "Por qué perdimos la guerra", del anarquista Diego Abad de Santillán y "Homenaje a Cataluña" del conocido novelista Orwell. Ambas son lecturas complementarias, ciertamente y como hace notar el inglés, no libres de total imparcialidad, pero que nos ayudan a comprender mejor quiénes fueron los protagonistas de la lucha por la libertad. 

George Orwell se ofreció para ayudar en la guerra y entró a formar parte de la milicia del POUM, un partido marxista crítico con el estalinismo. Estuvo en el frente de Aragón desde enero de 1937 y, en mayo, estando de permiso, vivió en primera persona los acontecimientos ocurridos en Barcelona en ese momento. 

Diego Abad de Santillán, miembro de la FAI, se encontraba en Barcelona ya en el 36 y fue uno de los que liberó la ciudad del ataque golpista durante la noche del 18 al 19 de julio, algo que narra en su libro y que resulta imprescindible conocer, pues comprobamos que fue el pueblo el que realmente defendió la ciudad y quien, a partir de aquel momento, se dejó la piel en una guerra, no lo olvidemos, iniciada por unos militares fascistas que representaban a los grandes terratenientes y al clero. 

Desde antes incluso del golpe, el gobierno republicano se muestra un tanto indiferente y es el pueblo, militante de organizaciones socialistas, comunistas o anarquistas, o no militante, el que se organiza para defender la libertad que tenía, que si bien no era completa, al menos su situación no era tan terrible como lo fue bajo la dictadura franquista. 

Las páginas que dedica Abad de Santillán a describir la manera en que obreros y campesinos se organizaron son fascinantes. En los primeros meses de la guerra, las fábricas de Barcelona eran controladas directamente por los trabajadores. De manera espontánea, los campesinos, no solo de Cataluña, crearon colectividades agrarias, de manera que pudieran proporcionar alimento para todos. A pesar de la gestión obrera de la industria, en el frente no había suficientes armas, algo que también explica Orwell, y se carecía asimismo de otras materias necesarias para proveer a las milicias (por no mencionar todo lo que se necesita en una situación de guerra). Las peticiones que hacía una y otra vez el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña al Gobierno de Madrid eran desatendidas: ni armas, ni materias primas, ni el control de fábricas de otras ciudades en desuso, ni tampoco dinero del Banco de España para comprar a otros países lo que necesitaban.

El Gobierno demostró que consideraba mucho más importante seguir teniendo el control que vencer a los sublevados y poco a poco se fue haciendo más explícita su oposición a la gestión por parte del pueblo y de las distintas organizaciones. El sueño obrero, aunque en esas lamentables circunstancias, se estaba viendo cumplido. Durante un tiempo, fue más importante la solidaridad de clase que las siglas (CNT, FAI, POUM, UGT...). Pero esta situación duraría poco.

El Comité de Milicias Antifascistas es disuelto en septiembre de 1936. En mayo de 1937, el Gobierno ocupa la Central Telefónica, que estaba siendo gestionada por la CNT, iniciándose disturbios acerca de los que la prensa española y la extranjera emprenden una campaña de propaganda contra CNT y POUM. En "Homenaje a Cataluña" se incluyen algunos titulares y fragmentos de diarios ingleses como ejemplo. Se acusa al POUM de estar al servicio de los fascistas e incluso aparecen por la ciudad carteles difamándolo. Sus miembros son perseguidos y encarcelados, algunos desaparecidos. Aún hoy, ni siquiera se sabe con certeza cómo murió Andreu Nin, uno de los fundadores del partido. Orwell y otros extranjeros se vieron en apuros y tuvieron que dormir en la calle varias noches solo por haber luchado en la milicia del POUM, aunque no se hubiesen afiliado al partido. Recomiendo leer al menos los apéndices 1 y 2 del libro de Orwell, que es un intento por esclarecer las causas de los sucesos de mayo del 37. 

La consecuencia fue que los trabajadores perdieron el control de las fábricas y el Gobierno también persiguió las colectividades agrarias. Los dos autores mencionados, por separado, llegan a la misma conclusión: se trató de una contrarrevolución, de un intento exitoso de apagar la revolución obrera que se había iniciado. 

Aunque la gestión de la guerra por parte del pueblo pudiese tener fallos, mostró ser mucho más eficiente que la posterior gestión gubernamental centralizada y al servicio de la URSS. 

Los primeros en empuñar un arma; en jugarse la vida (Francisco Ascaso murió el 20 de julio, recién iniciado el levantamiento); en ir al frente mal equipados, sin apenas munición, donde pasaron noches a la intemperie en una trinchera, comidos por los piojos; los que, sin ningún interés personal, sino por pura solidaridad de clase, dedicaron jornadas a trabajar en las fábricas, campos, hospitales, etc. para ayudar a sus congéneres... fueron unos perseguidos y otros puestos bajo el control de la burocracia y apartados de decisiones que les concernían directamente. Lo que el gobierno republicano no entendió es que el pueblo no luchó por defender la República, sino que la República tenía el deber de luchar por el pueblo, algo que no hizo al negarse a poner a disposición del mismo armas, materiales o al menos oro para adquirirlos.

Dicho todo esto, añado aquí unas líneas que pueden servir como complemento al artículo que escribí sobre la propaganda anticomunista. Para referirse a los miembros del Partido Comunista, los autores mencionados utilizan la palabra  "comunistas", lógico desde un punto de vista léxico, pero no desde el semántico (significado). En esta era de la confusión y la desinformación, cuando una persona con una formación normal e incluso alta escucha o lee "comunista", dependiendo de diversas cuestiones, va a pensar en algo muy malo y peligroso, casi diabólico, o en algo abstracto. Y es que, como ya advirtió Malatesta en un escrito, conceptos como este se pueden interpretar de diferentes maneras, ya que han sido usados por diversos teóricos, así que es imprescindible situarlos en su contexto lingüístico, histórico, social y cultural. Y en el contexto de la guerra civil, "comunista", al menos en los libros a los que nos hemos referido aquí, se emplea normalmente como sinónimo de estalinista, mientras que al POUM se le llama marxista (también lógico desde una perspectiva léxica). El hecho de que el Partido Comunista de España y la Rusia de Stalin hayan cometido innumerables atrocidades, llegando el primero a condenar al pueblo a la derrota ante el fascismo, es empleado por neonazis, derechistas, nostálgicos del franquismo y neoliberales para atacar a todo el comunismo, incluso al no estalinista. Y ya de paso meten en el mismo saco a todos aquellos movimientos que pueden hacer peligrar el dominio burgués, como, además del comunismo, el socialismo y el anarquismo. Este último lo atacan de una manera más retorcida aún, haciendo pasar la "libertad", o más bien el privilegio de explotar a la clase obrera, por la libertad defendida por los anarquistas, la cual también es colectiva, llegando a inventar ese engendro léxico llamado anarcocapitalismo, o haciéndose pasar sus defensores por anarquistas o revolucionarios. Las campañas de todo tipo que se llevan haciendo desde el principio para acabar con el anarquismo darían para una enciclopedia.

El comunismo, pues, nada tiene que ver con lo que Stalin hizo en Rusia o con lo que hicieron partidos europeos llamados comunistas. Tampoco el PCE actual tiene nada de comunista, ni el PSOE de socialista. Yo puedo hacerme una tarjeta donde ponga "astronauta" debajo de mi nombre, con un logo convincente y un diseño profesional, pero eso no cambia la realidad de que me mareo hasta en un ascensor y de que la luna la veo desde la ventana, desde la calle o desde el monte, pero nunca desde fuera de la atmósfera terrestre. 

Post Scriptum: la guerra civil fue una etapa compleja de nuestra historia que no se puede resumir en un artículo. Aquí solo he tratado de ofrecer una perspectiva más justa y alejada del maniqueísmo habitual, pero faltan muchísimos elementos y circunstancias imprescindibles para una mejor comprensión. No podemos olvidar que parte del pueblo se vio obligada a luchar en el bando nacional, tal como explica el libro "Soldados a la fuerza" de James Matthews, muy bien documentado, por cierto. Y otros no se sentían concernidos con la lucha. Barcelona tenía unas circunstancias específicas y muy diferentes de las de otros territorios. Lo importante de todo lo dicho es reconocer el mérito de quienes tenían claro que su lucha iba de la mano de la revolución, si bien algunas decisiones resultaron palos en las ruedas, y bajar del pedestal a quienes los traicionaron. 

21/1/22

La verdadera memoria histórica

Seré beve: ¿de qué memoria histórica hablan PSOE, Podemos y demás organizaciones al servicio del capital y de la burguesía? Utilizan la tragedia vivida por las familias de todos los represaliados del régimen franquista, sacando provecho personal del sufrimiento causado por fusilamientos, desapariciones, torturas, encarcelamientos... Asimismo, fingen estar del lado de todos aquellos que dieron su vida por la libertad durante la guerra civil, como si sus antecesores en el poder también se hubiesen enfrentado a los fascistas, en lugar de servirles en bandeja el dominio del pueblo. 
Memoria histórica es hablar de la persecución y posteriores represalias del gobierno republicano (incluida la Generalitat) hacia los anarquistas y hacia el POUM después de que se habían dejado la piel defendiendo, como ya he dicho, la libertad del pueblo. El postureo "revolucionario" y "socialista" de PSOE, Podemos y demás amiguitos del derechismo -pues la enemistad solo está en los histriónicos discursos de unos y otros- solo es eso, una farsa, una pantomima. Levantar el puño, utilizar símbolos o citar mucho a teóricos marxistas no te convierte en revolucionario.
Para concluir, mencionaré tres libros que sí sirven al pueblo para mantener viva la memoria histórica y que, tal vez, reseñe más adelante:
-"Por qué perdimos la guerra", de Diego Abad de Santillán (en este autor hay una visión excesivamente patriótica, que personalmente no comparto, pero lo esencial son los hechos narrados que muestran la traición del gobierno republicano al pueblo)
-"Homenaje a Cataluña", de George Orwell
-"Refugiados. Una historia del exilio de 1939", de Josep Pimentel 

19/1/22

El uso demagógico de la figura de Wilhelm Reich: la irracionalidad de la propaganda anticomunista

Creo que nunca ha habido tanta confusión y tanta mezcla de medias verdades, verdades maquilladas e incluso verdades completas con mentiras, desde las más sutiles hasta las más evidentes, pasando por toda una escala de grises, como en la era tecnológica. A lo largo de la historia, se ha perseguido a científicos y pensadores que resultaban un peligro para el statu quo. A partir del Renacimiento, los herejes eran sometidos a procesos inquisitoriales, pero desde mediados del s. XX, los métodos de censura y persecución han cambiado. En una sociedad en la que apenas hay analfabetismo y todos los ciudadanos tienen acceso a la cultura, la mejor manera de asegurar el orden establecido es controlar esa misma cultura, así como toda contracultura y disidencia. Así pues, no es extraño encontrar material sobre grandes revolucionarios del pasado en el que, para servir a determinados intereses (consciente o inconscientemente) se omite parte de las conclusiones a las que estos personajes llegaron y se ajusta lo que sí se cuenta a ideas que nada tienen que ver con su pensamiento y que incluso chocan con el mismo.

Tal es el caso de una serie de afirmaciones que encontré hace poco en una edición corregida y aumentada del Manual del acumulador de orgón, de James DeMeo. Sin entrar a juzgar su trabajo en el campo de la orgonomía, algo que no me corresponde a mí, sí que voy a analizar en este artículo la tergiversación que hace de la figura de Wilhelm Reich, de quien llega a afirmar que era liberal y anticomunista. Tengamos en cuenta que DeMeo es, por lo que deducimos de sus escritos, un anticomunista recalcitrante y que, a pesar de que, en teoría, conoce en profundidad toda la obra reichiana, llega a hacer pasar sus ideas por las del propio Reich.

DeMeo llega al colmo de la irracionalidad cuando, en el apartado titulado “Nueva información sobre la persecución y muerte de Reich”, llega a inventarse una conspiración por parte de la Comintern, del espionaje ruso que controlaba distintas organizaciones, instituciones y medios de comunicación de Estados Unidos y de socialistas que financiaban la FDA. ¿No recuerda esto bastante a las teorías de la amenaza socialcomunista que estaría, según la falsa disidencia derechista, detrás de la farsa pandémica y del totalitarismo sanitario actual, aunque tales elucubraciones no tengan ninguna coherencia? Recordemos que la FDA empieza a investigar a Reich en 1947, que años después quema su material y su obra, y finalmente es condenado a dos años de cárcel en 1957, donde muere el 3 de noviembre de ese mismo año. Pues bien, según DeMeo, el gobierno estadounidense no habría tenido nada que ver, pues eran el espionaje ruso y los socialistas internos quienes estaban detrás de todo.

El objetivo de la propaganda anticomunista es el mismo ahora que durante la Guerra Fría: presentar el capitalismo como el mejor sistema posible y tener un chivo expiatorio al que poder culpar de todas las consecuencias de este sistema (desigualdad, pobreza, desempleo; expolio y hambrunas en los países colonizados; contaminación del medio ambiente; etc.). El capitalismo es una de las formas que toma el patriarcado que lleva dominando la civilización algunos milenios (ya hemos hablado de esto en artículos anteriores y podéis consultar la obra de Casilda Rodrigáñez y del propio Reich para obtener más detalles), pero ambos, patriarcado y capitalismo, buscan esencialmente la acumulación de riqueza en pocas manos, la cual no es posible sin una gran mayoría de seres humanos acorazados, con capacidad de sometimiento “voluntario” al poder y que reproduzcan, a pequeña escala, los valores patriarcales y/o capitalistas (esto se hace en la familia autoritaria a través del triángulo edípico). ¿Y cómo se consigue el sometimiento? A través de la represión sexual de la que ya hemos hablado también. Wilhelm Reich, discípulo de Freud y de cuyas ideas después se alejaría, centró toda su investigación en combatir la represión sexual. Pronto, en su trabajo de análisis del carácter (que tenía su origen en el psicoanálisis y que derivó en la orgonterapia), se dio cuenta de que era inútil limitarse a devolver la salud a sus pacientes si, a causa del sistema imperante, por cada tratamiento exitoso se estaban creando numerosas neurosis. Por ello, se dedicó intensamente a la liberación sexual mediante su activismo político, que realizó algunos años formando parte del Partido Comunista, bajo cuyo amparo creó la Sexpol (Asociación para una política sexual proletaria). Sin embargo, en 1933 es expulsado del partido. Precisamente este hecho es aprovechado por propagandistas como DeMeo para tildar a Reich de anticomunista, sin detenerse en los matices. Es cierto que a partir de determinado momento, el autor sufre censura y persecución por parte de organizaciones que se calificaban a sí mismas de comunistas, pero la causa de ello no eran los principios comunistas, sino el carácter neurótico de los militantes que se habían hecho con el control.

Si queremos pruebas de esto, no tenemos más que ceñirnos a la obra del propio Reich. El libro Psicología de masas del fascismo, publicado en 1934, está dedicado a explicar con todo detalle el origen del fascismo, que va más allá del nazismo y en el que han caído tanto el estalinismo como democracias occidentales. En esta obra, además de analizar el nazismo, se pregunta cómo es que la revolución rusa, que él siempre juzgó de manera positiva, acabó derivando en el autoritarismo de Stalin. Un punto fundamental, examinado en el apartado 4 del capítulo 9, es la extinción del Estado. Ofrece al lector un resumen de las ideas a este respecto de Marx, Engels y Lenin. Por ejemplo, haciendo referencia a Engels, nos dice que el Estado desaparecerá inevitablemente cuando desaparezcan las clases sociales. Lenin, por su parte, explicó por qué la llamada dictadura del proletariado era un paso necesario para llegar a una sociedad comunista. Antes de llegar a la extinción total del Estado, había que suprimir el Estado capitalista y construir un “aparato de Estado revolucionario-proletario”. Remito al lector de este blog al mencionado apartado de Psicología de masas del fascismo para que tenga un conocimiento más profundo de las condiciones en las que debía darse dicha extinción del Estado, la cual, sin embargo, no se dio. ¿Por qué?, se pregunta Reich: “¿por qué el Estado no se extinguió? ¿Qué relación guardaban las fuerzas que sostenían el «Estado proletario» con las otras fuerzas, que representaban su extinción? ¿Qué es lo que detuvo la extinción del Estado?” Y continúa más adelante:

“¿De qué depende que los soviets cumplan su función progresiva y revolucionaria o que se conviertan en estructuras vacías, meramente formales, de una corporación administrativa estatal? Al parecer, depende de lo siguiente:

 1) De si el poder estatal proletario es fiel a su función de ir eliminándose paulatinamente a sí mismo;

 2) de si los soviets no se consideran a sí mismos como meros ayudantes y órganos ejecutivos del poder estatal proletario, sino también como control de este poder y como la institución cargada con la grave responsabilidad de ir transmitiendo la función de la conducción social cada vez más desde el poder estatal proletario a la sociedad en su conjunto;

 3) de si los hombres integrados en la masa van cumpliendo crecientemente su tarea de ir asumiendo poco a poco y de modo progresivo las funciones tanto del aparato estatal aún existente como de los soviets en cuanto no sean más que «representantes» de las masas.

Este tercer punto es el decisivo, pues de su concreción dependían en la Unión Soviética tanto la «extinción del Estado» como el que las masas humanas trabajadoras asumieran las funciones de los soviets.

Por tanto, la dictadura del proletariado no debía ser un estado permanente, sino un proceso, en cuyo comienzo se encontraría la destrucción del aparato estatal autoritario y la construcción del Estado proletario, y en cuyo final se hallaría la autoadministración total, el autogobierno de la sociedad.”

Nos queda claro al leer estas líneas que Reich apoyaba los principios en los que se había basado la revolución rusa, por tanto, se confirma lo que comentaba al principio del artículo: que no tiene sentido tildarlo de anticomunista a no ser que se haga con un fin propagandístico en apoyo del statu quo que el propio autor combatió durante toda su vida y por lo cual fue perseguido y finalmente encarcelado. Pero, volviendo a las disquisiciones acerca del desarrollo político y social de la URSS, continúa: “Lenin no vio los peligros de los nuevos funcionarios estatales. Evidentemente, pensaba que los funcionarios provenientes del proletariado no harían un uso impropio de su poder, cultivarían la verdad y conducirían al pueblo trabajador hacia su independencia. No advirtió la abismal biopatía de la estructura humana. En realidad, no la conocía”. Reich sí la conocía. En el momento de escribir el libro, llevaba unos cuantos años tratando los estragos del carácter neurótico. Hago un inciso aquí para recordar que la ciencia, ya sea la política, la social o la ciencia natural, no es estática, sino que está siempre abierta a nuevos matices, a refutaciones, a nuevas vías... Ni se debe tomar a Marx y a Lenin como profetas ni, por el contrario, como demonios, tal como hacen los divulgadores de la propaganda anticomunista. Hay que juzgar una teoría, una hipótesis, un sistema, etc. mediante la razón, aceptando que la propia crítica no está tampoco libre, a su vez, de nuevas críticas. Eso es lo que hizo Reich. Cabe la posibilidad de que se equivocase en algunos de sus postulados, al igual que es posible que los propios Marx y Lenin se equivocasen, pero no porque “el comunismo sea un plan diabólico para dominar el mundo y para instaurar un estado de total esclavitud, pobreza y hambre”. Ni siquiera el capitalismo es “un plan diabólico”, sino que la pobreza, la desigualdad, el hambre, etc., que sí existen en este sistema no son más que la consecuencia de que exista el mismo y no un fin per se.

“El primer acto del programa de Lenin, el establecimiento de la «dictadura del proletariado», dio resultado”, explica Reich. En cambio, “[e]l segundo acto, el más importante: la sustitución del aparato estatal proletario por el autogobierno social, no se materializó. Hoy, en 1944, a veintisiete años del triunfo de la Revolución rusa, no hay indicios de que haya de producirse el segundo acto de la revolución, el genuinamente democrático. El pueblo ruso está regido por un sistema dictatorial de un solo partido, con un líder autoritario como autoridad suprema”. Un error que cometen una y otra vez los mencionados propagandistas defensores del capitalismo es la identificación del comunismo con el estalinismo, al que, en obras posteriores, Reich llamó “fascismo rojo”, otro hecho utilizado para falsear su figura. Aclaro al lector que si en el fragmento citado aparece la fecha de 1944, es porque la edición que estoy utilizando es la tercera, en la que incluyó nuevos capítulos. Vale la pena leer al menos el prólogo a esta tercera edición, pues es muy ilustrativo del pensamiento de Reich acerca del fascismo. Además, nos muestra que su opinión acerca del comunismo no había cambiado con respecto a sus años de activismo político. Otra prueba similar la tenemos en la edición aparecida en 1949 de La revolución sexual, otro texto fundamental, cuya primera edición es de 1936. En este libro también se explaya en el análisis de la revolución sexual en la Rusia soviética, mostrando una vez más, su acuerdo con las tesis marxistas y leninistas y explicando que la deriva totalitaria no se debió a ellas, sino al fracaso de dicha revolución sexual y el retroceso a una moral sexual represiva. Remito otra vez al lector al texto de Reich para que compruebe si lo que aquí escribo coincide con lo que afirmaba el autor. Pero copio a continuación un párrafo que no deja lugar a dudas:

“Debemos aprender de la revolución rusa que el aspecto económico de la revolución, la expropiación de los medios privados de producción y la instauración política de la democracia social (dictadura del proletariado) van acompañadas necesariamente de una revolución en las actitudes frente a la sexualidad y en las formas de relación sexual. De la misma manera en que fue claramente comprendida e impulsada hacia adelante la revolución política y económica debe hacerse con la revolución sexual”.

Si Reich se hubiese retractado de sus ideas, ¿habría publicado en los años cuarenta nuevas ediciones de obras escritas una década antes sin haber suprimido o modificado las numerosas páginas en las que era obvia su concepción positiva del comunismo? De lo que advierte, sin embargo, es de los partidos políticos, de los cuales sí acabó alejándose. En el prólogo a la cuarta edición (la de 1949) a La revolución sexual, afirma: “Debo recalcar, todavía una vez, que desde hace más de diecisiete años mi trabajo es independiente de todos los movimientos y partidos políticos. Es ahora un trabajo en pro de la vida humana —y con frecuencia, en tenaz oposición con la amenaza política a esta misma vida”. Utilizando una expresión coloquial, Wilhelm Reich salió escaldado de su activismo político y de la posterior persecución que sufrió por parte de partidos que se decían a sí mismos comunistas, además de la persecución por parte de los nazis y la posterior del gobierno estadounidense. La razón, insisto una vez más, era la estructura de carácter y lo que llamó la plaga emocional. Es cierto que en parte de su etapa en los Estados Unidos, se percibe en él una visión ingenua de la democracia norteamericana, seguramente a causa del ambiente de creciente liberación sexual (solo en apariencia, como he explicado en mi anterior reflexión en este mismo blog), pero acabaría comprobando en sus propias carnes la realidad del estado de cosas del que fue su último país de residencia.

Acerca de la confusión de términos, un tema que he tratado en varias ocasiones aquí y en otros sitios, afirma:

“De acuerdo con la sociología de los fundadores, el «socialismo» sólo era concebible a escala internacional. Un socialismo nacional o incluso nacionalista (= nacionalsocialismo = fascismo) es un disparate sociológico y, en el estricto sentido de la palabra, un engaño a las masas. Imaginémonos que un médico hubiera descubierto un medio para combatir determinada enfermedad y lo llamara «suero curativo». A continuación se presenta un hábil usurero que quiere obtener dinero de la enfermedad de los hombres, descubre un veneno que produce dicha enfermedad, que crea en los hombres anhelos de curarse, y lo llama «remedio». Sería el heredero nacionalsocialista de ese médico. Del mismo modo, Hitler, Mussolini y Stalin se han convertido en los herederos nacionalsocialistas del socialismo internacional de Karl Marx.

El usurero que quiere enriquecerse con las enfermedades podría llamar «toxina» a su veneno. Pero lo llama «suero curativo», pues sabe muy bien que no podría vender una toxina. Lo mismo sucede con las palabras «social» y «socialista».

No podemos usar arbitrariamente palabras ya acuñadas y que poseen un sentido determinado sin crear una desesperante confusión”.

Por tanto, el hecho de que un partido, organización, gobierno, etc. se llame a sí mismo comunista o socialista no significa nada. Tenemos claros ejemplos en China y en la Rusia actual, que no son en absoluto países comunistas. Sin embargo, a los gobiernos de los países occidentales les viene muy bien esta confusión de términos para que los ciudadanos de dichos países apoyen consciente o inconscientemente el sistema imperante por temor a la “amenaza global socialcomunista”. A la clase privilegiada no le interesa que el proletariado (incluyendo aquí a los desempleados, que cada vez son más numerosos, y a los indigentes) tenga una concepción positiva del socialismo, pues no quiere que se repitan los movimientos de los dos siglos pasados (la Comuna de París, la Primera Internacional, etc.). Es por eso que pone tanto empeño en controlar la cultura, como decíamos al principio de este artículo, y debido a la tecnología, lo tiene más fácil que nunca. E incluso trata de hacer pasar a defensores recalcitrantes del autoritarismo y del sistema capitalista por revolucionarios. O, al revés, como en el caso criticado aquí, hace pasar a quienes sí fueron revolucionarios y se cuestionaron el statu quo por anticomunistas. Solo les falta decir que Kropotkin, quien defendía la socialización de los medios de producción y la abolición de la propiedad privada, llegando a proponer incluso la expropiación de las segundas viviendas de los burgueses y la anulación del pago de los alquileres por parte de los inquilinos, era liberal o impulsor de ese oxímoron llamado incoherentemente anarcocapitalismo. Por cierto, habría mucho que decir sobre los constantes errores de traducción del inglés, en los que a veces aparece “liberal” cuando el original se refiere a “libertario” y viceversa. Pero ya hemos dicho bastante por hoy. Al lector le toca, si tiene interés, adentrarse directamente en la obra de Reich y llegar a sus propias conclusiones.