12/2/11

Mamá África

Mamá África
no llora más.

Mamá África
de ancho abrazo
y corazón ardiente
derrama ahora
alegre lluvia,
porque sus hijos
dejaron atrás esos tiempos
de inconsciente destrucción.

Manan de nuevo
de sus pechos
abundantes manjares.
Alzan cantos en su honor
todos los hombres de la Tierra,
danzando en círculo
a su alrededor,
unidas las manos.
Y adornan su cuerpo
con delicado oro
y con miles de flores
su ocre cabello.















Mamá África
sonríe con ternura
y nos acoge
en su regazo.
Resplandece el rostro
que la humanidad
rejuveneció
con su amor.

Sonríe por siempre,
Mamá África.

6/2/11

La lucha de Dawayne

Os dejo aquí el relato largo que escribí para el libro del taller de escritura hace un par de años. He corregido algunas cosas. Que lo disfrutéis:



 Érase una vez un hada llamada Astrea, a la que el hechicero Zogg, cansado de que siempre interviniera en sus planes, había encerrado en la torre del castillo real. Un día en que el hada se sentía muy triste, los soldados empujaron bruscamente a una joven a su celda. La muchacha miró a Astrea confusa, pues aunque había oído hablar de seres mágicos, jamás había conocido a ninguno.
 Así pasaron varios días. Jennabeth y Astrea siguieron conociéndose e intentando hallar el modo de salir de la celda, pero cada día les parecía menos probable conseguirlo. Estaban a punto de perder la esperanza.

3/2/11

El portador de la corona


Había una vez una princesa que fue exiliada, porque un malvado hechicero mató a su padre, el Rey, y se apoderó del reino.
Iba la princesa pensando dónde pasar la noche, cuando se topó con un enorme perro negro, pero en lugar de atacarla, la guió hasta el refugio de unos pastores que estaba vacío. El perro entonces se transformó en una bella mujer y le dio a la princesa una corona de fino oro, diciéndole: Esta es tu corona. Cuando halles a alguien adecuado para portarla, recuperarás tu reino. Tras estas palabras, la bruja desapareció.                                                   
A la mañana siguiente comenzó a buscar al príncipe que llevase la corona y le devolviese su reino. Y se encaminó hacia el palacio. Le contó al rey de ese país lo que le había sucedido, y este, compasivo, accedió a colocarle la corona de la princesa a su hijo, pero nada sucedió. Viendo que no era el príncipe adecuado, partió hacia el siguiente país. Ese rey tenía tres hijos, pero de nuevo ocurrió lo mismo. Ninguno de los tres pudo devolverle su reino. Y como este rey también tenía buen corazón, envió a la muchacha en uno de sus barcos a otro reino, y después a otro, y a otro y a otro. Pero cuando les ponía la corona a los príncipes, no pasaba nada.
Entonces el rey, que siempre quiso tener una hija, la acogió en su casa, e incluso le ofreció casarse con su heredero, pero ella, aunque agradecida, rehusó, porque aún tenía esperanza de recuperar su reino.
Un día, les llegaron noticias de que un gran ejército atacaba la frontera para conquistar el país. La princesa, en pago al buen trato del rey, se armó y partió hacia la batalla, llevándose con ella la corona. Allí se enfrentó a temibles guerreros, saliendo bien parada. Pero se llevó una desagradable sorpresa al ver al hechicero que había matado a su padre. Sabía que las armas no podían vencerle. Y antes de que pusiera el ojo sobre ella, surgió de la nada el perro negro, que la ocultó.
¿Aún no has encontrado al portador de la corona?,-le preguntó. Y la princesa le contó sus fallidos intentos. Quizás no hayas buscado bien. Te daré una pista. El portador de la corona es el que siempre fue, es y será. Y de nuevo desapareció. La princesa no comprendió sus palabras. Estaba pensando que, nada más terminar la batalla, partiría de nuevo a buscar otros príncipes, cuando se le acercó el hechicero y la sacó de sus cavilaciones. Empezó a pronunciar uno de sus conjuros, pero la princesa recordó las palabras de la bruja y se le ocurrió algo. Sacó la corona y, justo cuando de las manos del hechicero surgía un mortífero rayo en su dirección, se la puso en la cabeza y todo se volvió negro.
Al abrir los ojos, se halló sentada sobre una silla de sauce, en medio del bosque, rodeada de personas que alegremente danzaban bajo una lluvia de pétalos. También estaba allí la bruja. La princesa se puso en pie y se unió a la danza. Y a partir de ese día nadie ocupó el trono. Y vivieron las gentes del reino de la princesa libres y en paz eternamente.