12/7/16

09-VII-2016

Primero te enterró mi odio, después ese gusto tuyo por los cenagales. Y el resto del tiempo, todo ha sido una alternancia de periodos de silencio y otros en que sensaciones, colores, limpias volutas de humo surgían de algún lugar recóndito de mi corazón al que ni yo he podido acceder, para salir a través de mi aliento tras haber tocado las notas más azules de mi alma.

Me gustabas porque me veías por dentro, algo que nadie había hecho antes. Veías mi presente y mi pasado sin que yo te dijera nada. Veías mis nudos y me transmitías la confianza en que podía desenredarlos por mí misma. Esa era otra de tus grandes virtudes: la capacidad de ver el potencial de cada ser. Era tan satisfactorio para mí, teniendo en cuenta la inseguridad que siempre me acompañó, reforzada por todas las situaciones ridículas en las que siempre acababa. Delante de ti podía llorar sin sentirme una tonta y, por último, no sé cómo, lograste que decidiera salir de la botella de cristal en la que permanecía, no oculta, claro, pero sí protegida en exceso. Por ti estuve dispuesta a palpar el aire directamente con mis dedos y expuse mi pecho a las inclemencias del tiempo.

Pero algo hice mal. No sirvió. Mi veneno y tu cobardía mordieron la realidad. Se llevaron incluso la paz, porque tú, que sabes que no puedo vivir sin un perdón y un como amigos, aunque jamás te vuelva a llamar, decidiste sumergirte en ese extraño mundo que intenté, sin éxito, comprender.

Por eso te ha enterrado mi rencor y te ha desenterrado el subconsciente miles de veces. Pero ahora es el fin. Por mucho que la poesía se empeñe en hacerme malescribir sobre tus ojos negros, lo cierto es que cada vez están más desdibujados. Todas las noches junto al fuego, los cientos de canciones que decidí amar, lo que aprendí de ti, las veces que me hacías reír, los miedos que vencí, aquella noche que me esperabas con tu capucha negra en la carretera vacía, bajo la dulce lluvia. Todo se va.

Yo tuve que descender a mis infiernos, para expulsar de una vez por todas la maldita hiel que ha corrompido todo aquello que mis manos han tocado, o han querido tocar. Tú te perdiste en la niebla, en el antisilencio, en la luz artificial, asesina de estrellas. Y no hubo ni siquiera un beso de despedida. Solo un frío autobús y un desgarro en el vientre y en el alma.

Y ya ves, mi vida mejora poco a poco, pero contigo se quedó la oscuridad que necesitaba para poder ver las estrellas. Aprendo a vivir de manera práctica, aprendo la calma y esa falsa amabilidad que siempre aborrecí. Las conversaciones triviales, vivir porque hay que hacerlo, intentando sacar lo mejor de cada día.

Allí se quedó la niña que aún tenía que madurar, la que decía locuras y cantaba a los árboles. Y ha sido sustituida por una persona que todavía no sé si conozco. Más madura, sí, que procura cumplir todas sus obligaciones y no fallar. Una persona que ha perdido su sonrisa sincera.

Es cierto que no quiero volver a verte, pero necesito desesperadamente volver a verme a mí misma.