27/11/18

¿Te atreves a jugar? (Capítulo 34 de "Rayuela")

Las primeras dos o tres líneas parecen simplemente unas frases inconexas, pero enseguida empiezas a entender cómo funciona el juego, cuyas reglas se van haciendo visibles poco a poco. 

Al principio, te das cuenta de que son dos lecturas distintas y que una de ellas está narrada por el protagonista, Horacio Oliveira (¿realmente es el protagonista o es otro juego de Cortázar y el verdadero protagonista de toda la novela es el lector?). Entonces puedes hacer una lectura en diagonal que abarque los dos textos o centrarte primero en uno y después en otro. Ocupan seis páginas, que para mí es una extensión adecuada para que el juego resulte entretenido.

Yo opté por la segunda opción. Sin embargo, aunque quieras leer solo las líneas pares o las impares, vas a tener interferencias. Tenía la sensación de estar escuchando a mi interlocutor y, al mismo tiempo, la conversación de al lado, de la que solo me llegan frases sueltas. Pensé, entonces, que el personaje estaba sumido en sus pensamientos mientras otra persona hablaba cerca de él, de tal modo que a él también le llegaban determinadas frases o palabras que le hacían reflexionar. Pero pronto entendí que eso no era posible, porque Horacio estaba solo en una habitación y el otro narrador "hablaba solo".

Por cierto, no sé cómo ni por qué, Cortázar consigue que te llame más la atención la narración de Horacio que la del "tipo" al que a veces hace referencia directa: "¿De qué está hablando el tipo?"; "pero mirá las cursilerías de este tipo". Por eso, aunque empecé leyendo el primer texto, que está en las líneas 1-3-5, etc., enseguida me pasé al segundo, en las líneas pares.

Finalmente, tras la delicia del juego, descubrí todo el entramado, e incluso pude identificar a qué pertenecía el texto de las líneas impares y quién era el tipo. Pero resolver el enigma no es lo importante. Lo que realmente busca el autor, estoy casi segura, es el placer de descubrirlo: la sorpresa inicial, las preguntas que te haces, la complejidad de la lectura, pues muchas veces te confundes de renglón... Cortázar quiere un lector-cómplice, un compañero de juego. Se pone a nuestro mismo nivel: él se esconde y el lector le busca, pero podría ser al revés. Y, además, aprovecha para contrastar su manera de hacer literatura con la manera tradicional.

Y es que "Rayuela", ya lo sabemos, no es una novela corriente. Creo que sería imposible hacer un comentario que abarcase todas sus cualidades, todos sus planteamientos. ¿Se puede sintetizar? Tal vez en el propio título, pero no creo que haya un término medio, un punto justo para describirla. O una palabra o una tesis (¿solo una?). 

Y a lo largo de esta novela nada corriente,  se nos pone a prueba. Cortázar nos pregunta: ¿qué tipo de lector eres? Y aunque no seas en ese momento un lector-cómplice, sino uno superficial adicto a la lógica, te anima, capítulo tras capítulo, a atreverte a pasar al otro lado. El capítulo 34 es, sin embargo, determinante. Con él llega a un éxtasis con respecto a lo anterior (puede que me sorprenda y haya más, y más intensos). Aquí es donde, si no estás dispuesto a jugar, a cambiar tu modo de leer, seguramente cierres el libro y busques algo más cómodo.

21/11/18

Dilatación del laberinto


Él, su lejano e íntimo él lo llamaba la “Gran Costumbre”. Ella, aspirante a Maga, prefería “niebla”. Separaba así el ente real, el que le rozaba los poros, el que se exhibía inerte ante sus ojos de la sensación que intentaba adueñarse de ellos desde adentro. Pegajosa sensación de cárcel, el asfalto volviendo al origen nada remoto, a ciegos alfareros que lo ven todo menos la claridad y la oscuridad. 

Tampoco ella creía en fórmulas, “¿Qué tal, López?”, “feliz esto”, “feliz aquello”, “buenos días”..., acostumbrada a detenerse en cada palabra y a repudiar conversaciones de ascensor. Solo a veces las consideraba, cuando aprendió la utilidad que se podía extraer de ellas. Y es que, sí, solo a veces había una verdadera necesidad de ejecutar el acto de habla, de meterse realmente en el papel de emisor o destinatario, disfrazando el mensaje con las citadas fórmulas, tomándolas como excusa para conseguir un poco de calidez. La vecina del quinto te dice que seguramente llueva por la tarde porque no tiene la suficiente confianza- o ni siquiera ella se da cuenta- para expresarte su necesidad de ser escuchada, de saber que otra persona va a hacer de destinatario para que ella pueda sentirse un emisor eficaz. También podemos tener el anhelo de recibir. Entonces es ese rol (el de receptor) el que cobra más importancia que el resto. ¿Podemos considerar que hay mensajes ocultos, entonces? No lo creo. Parece solo el acto de habla como el hecho de respirar, también dos direcciones, pero un sujeto activo y pasivo al mismo tiempo. En la comunicación son dos sujetos activos y pasivos de manera alternativa.

Y así estaba ella, deambulando entre respiración y comunicación, entre soledad y cómo llamarlo, “otredad”, como leyó en aquel rugido de papel susurrante. Pero, ¿cómo integrarse en la otredad, si no se fiaba de la “otra mano tendida desde el afuera, desde lo otro”?

Antigua experta en derribar muros, en hallar tesoros, en detectar senderos, en arrancar máscaras y convertir espantapájaros en polvo de estrellas, ahora estaba paralizada, caminando en espiral por la niebla, que engañaba a sus pasos. Y aunque ya no eran de plomo, le vencía a (grandes) ratos el cansancio. A pesar de ello, se negaba a fundirse con la niebla, a seguir alimentando la “Gran Costumbre”.

14/11/18

Al padre de los cronopios


Lo cotidiano que tú transformas, piedra filosofal de las palabras, es la niebla que a mí me aplasta. Un día tu costumbre con alas fue mi meta. Costumbre pequeña, pero constante, como la risa de Carlos Galván, a quien acabo de dejar a la vuelta de la esquina. Y vienes ahora tú, que yo no te he elegido ni buscado, a recordármela, sí, a recordarme que de nada sirve intentar ser Maldorores en liquidación ni Melmoths privilegiadamente errantes, que tanto grito enjaulado, tanta queja justificada no tiene justificación, que es una grieta en mi mente la que atrae las apelotonadas nubes que emanan de la gris carcajada, y que solo necesito apretar el botón -como tantas otras veces- que enciende el viento y activa verdes orgánulos y cascadas.


Qué decirte, además de esto. Me recuerdas también alegres funerales de paraguas con otras formas y otras ventanas de roca primigenia. Y es que salpica violentamente la niebla la llama del pecho, intentando apagarla. Quiere hacerme creer que no hay nada, ni azules melodías que abrazan veleros, ni tristes cuervos embrujados, ni esas criaturas de mi alma ayer desterradas.

Se aprovecha de que nunca se me dieron bien los puentes, y aunque me estoy iniciando en esta ciencia, siguen presentes ecos de martillos que no han visto una fragua. 

Intentaré contigo acordarme de besar a la ondina, de untar mis pies en cenizas de raídos paraguas para no acumular innecesarias heridas mientras persigo perlas enterradas en sucesivos mares.

13/11/18

"El viaje a ninguna parte", de Fernando Fernán Gómez




Él llama a su destino “ninguna parte” y los hombres del siglo XVIII lo llamaban el “no sé qué”, pero ¿a dónde nos quiere llevar Fernando Fernán Gómez?

Nada más abrir el libro (sin contar con el prólogo de José Luis Alonso de Santos) nos encontramos con incertidumbres que surgen del monólogo interno del narrador, quien, pocas líneas después, empieza a contar su historia. Una historia de supervivencia en un medio hostil, una historia de adioses y esperanzas. 

Esa voz pertenece a Carlos Galván, cómico ambulante nacido en el teatro, al igual que el propio Fernán González. El director y actor principal de la Compañía Iniesta-Galván, nacido "en una carreta de cómicos", es su padre, don Arturo, quien muestra una gran profesionalidad que no es tomada en serio por la sociedad en la que vive.

Y es que los cómicos tienen una mala reputación. A lo largo de la novela se usan distintos calificativos para referirse a ellos: vagabundos, herejes, malvados... La propia palabra “cómicos” se utiliza como insulto. Esto sucede porque los miembros de la compañía y el resto de la sociedad tienen un concepto opuesto de lo que es la dignidad. Para el mundo que les rodea, coincidiría con la tercera acepción que aparece en el Diccionario de la Lengua Española de la RAE: "Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse". Sin embargo, la lección que nos enseñan Arturo y Carlos Galván, sobre todo, es que la dignidad consiste en mantenerse en pie venga lo que venga (problemas económicos, rechazo de los espectadores, carencia de recursos a la hora de representar, fallos de los actores...). Incluso, en un determinado momento, Maldonado, el administrador de la compañía, propone suspender la función, y el resto se escandaliza como si se tratase del pecado original, porque lo importante es regalar risas al espectador. Pero a este no le basta ya el humor ofrecido por los cómicos, pues vive obnubilado por las nuevas modas: el cine y la radio. 

A los obstáculos externos se suman los propios problemas de la compañía, causados por la complejidad de las relaciones humanas y de los sentimientos individuales. A lo largo del viaje, Carlos tiene que decir adiós a algunas personas. Nos muestra de este modo el autor que los personajes no solo llevan una vida ambulante en lo referido al espacio (van recorriendo distintos pueblos de La Mancha), sino también en cuanto a sus afectos; que nada es estable o, mejor dicho, que lo único estable es la dignidad, la actitud ante la vida, en la que el sentido del humor es esencial.

Podemos concretar que el tema de la novela es la supervivencia de los personajes en un mundo repleto de circunstancias adversas; sin embargo, según avanzamos en la narración, podemos ver que, en realidad, esto ha sido solo una excusa para plantearnos una idea más profunda: la difusa línea entre la mentira y la verdad o, como el título de este blog, entre la realidad y la fantasía. Y es que el autor ha estado jugando todo el tiempo con nosotros y le vamos viendo (o se va dejando ver) el plumero de manera paulatina, haciéndose del todo evidente al final de la novela, donde se nos lleva de nuevo a la incertidumbre. Es decir, lo que se hace evidente es que el autor ha jugado con nosotros, pero no se nos resuelve el dilema de la naturaleza de lo que hemos leído. ¿Es un pacto ficcional entre el autor y el lector, igual que lo hay entre los cómicos y los espectadores? ¿Dónde acaba el teatro y empieza la vida para quien representa?

"El viaje a ninguna parte" me ha parecido un claro homenaje al "Quijote" en el que, a pesar de compartir planteamientos similares (límite entre realidad y ficción, importancia del humor y de la dignidad...), el destino no es el desengaño, sino que Fernando Fernán Gómez nos ha llevado, tras recorrer los pueblos manchegos y pasar por Madrid, a la esperanza; la esperanza de que Maldonado, que es la voz de la conciencia, no tenga razón.

La novela es tan rica que podría dedicar bastantes párrafos más a explicaros todo lo que he encontrado en ella (sobre el contexto social e histórico, el autobiografismo, la técnica narrativa...), pero prefiero que lo descubráis por vosotros mismos.