23/12/14

Extrañas imágenes acuden, incomprensibles, o que quizás no quiero comprender. Nos golpea la realidad de lo que somos, de lo que a veces hemos sido. Y no hacemos caso a la caricia compasiva que borra nuestro pasado una y otra vez.

Salpica esta sensación a mi recuerdo. Me lleva a preguntarme si quizás fue siempre nada, si las líneas casi por completo desdibujadas se pintaron sobre una bolsa de plástico con los restos de la envenenada lumbre.

¿De dónde viene entonces ese olor a gaviota y espuma? No quiere visitar la infinitud a mi corazón, sino ecos de un diamante en cuya búsqueda fracasé. Diamante que me desvela de mi innecesario descanso.

Pero el frío acecha. Y mi falso yo solo quiere lanzar el diamante al mar para que lo engullan las olas, y devolverme en su lugar cenizas, para confirmar su pasada inexistencia. Al mismo tiempo el albo abrazo del presente enciende la caverna de mi pecho, y amanece a fuego lento la verdad, a la que aún no puedo contemplar cara a cara.

3/12/14

El antisilencio


Donde hay antisilencio no hay emociones, porque se anestesia el pecho. Brillan, vibran en mi espacio, y cuando traspaso el umbral de la puerta, callan, quedan encerradas -o tal vez fuera-. Y ya no hay vacío, ni dolor. Solo una ruda indiferencia. Solo crítica. Cuando atravieso esa puerta, ¿dónde quedo yo? ¿Qué, quién soy yo?

¿Acaso soy también yo la rudeza? ¿Está en mí o me ha poseído? Hay algo, un aire tóxico, una marea negra. El antisilencio. El antisilencio que parece posarse sutilmente sobre mi cabeza, sobre mis hombros, y penetra en mis oídos y en mi alma, y se come la poesía, y bebe mis lágrimas. Y quedan los ojos huecos.

¿Cómo librarme del antisilencio? Llena mi estómago mientras vacía mi ser. Y si salgo de sus paredes, me encontrará el jinete que porta el caos y robará definitivamente mi alma, impidiéndome para siempre crear.

No soporto tener tantas estrellas danzando en mí y no poder proyectarlas en el negro lienzo. No soporto esta luz artificial. No soporto este antisilencio.