28/9/15

Crónicas de un náufrago

Tanto tiempo sintiéndome culpable, pensando que en mis manos había estado la capacidad de evitar que el puente se derrumbara, y descubro que lo único que he hecho ha sido olvidar que la madera ya estaba podrida, que el pirata eligió arrojarse al mar de sombras.
Luego escriben canciones quejándose de que queremos encerrarlos en una vida aburrida, convertirlos en tipos formales. Brava hipocresía. Les amamos con todos sus defectos (que son tantos como los nuestros), abrimos nuestro pecho todo lo que podemos, y en cuanto les pedimos que nos ayuden a colocar un tablero en el puente, nos acusan de lo ya mencionado.

Incluso se nos ocurre tener la esperanza de que el pirata saldrá de su mar tenebroso para buscarnos antes de que sea demasiado tarde. Creemos que la tardanza se debe a que las olas han borrado las huellas de nuestro naufragio. Y mientras tanto recorremos caminos espinosos, atravesamos desiertos y logramos -tal vez de una manera sobrenatural- salir vivos del volcán. Es cierto que al final de tan larga travesía hallamos una perla de gran valor que ya nunca nos abandonará.

Y se silencian las voces que nos culpabilizan y comprendemos que lo único que hemos hecho ha sido amar con un corazón humano, es decir, imperfecto.

19/9/15

Tus dulces manos

En medio de la aplastante rutina, clamé. Mi pecho estuvo muerto, fue piedra, y clamé.

Asomé mis pétalos marchitos por entre los montones de chatarra y pude beber por breves momentos tu luz. Y así fui bañándome en ti, entre aguas de desaliento y de esperanza. Hasta que llegó el día, como otras veces, elegiste un lugar mágico, belleza salida de tus dulces manos; te llevaste la chatarra, besaste mi corazón y lo encendiste con tu aliento.

Por fin pude cantar esa frase que antes se quedaba atascada en mi boca: la pasión no morirá. La pasión no había muerto del todo, aunque aún no lo sabía, y tú la reviviste. Por eso hoy puedo escribirte estas palabras, porque eres tú quien peina mi alma, quien deshace con ternura sus enredones; eres la brisa que corretea por mi interior, acariciando cada rincón, quien da brillo a mis ojos y luz a mi tristeza, quien me mantiene en la esperanza cuando la niebla no me deja ver lo que hay alrededor, quien conoce mis tropiezos y levanta mis manos en los momentos en que sé que no lo merezco, quien me enseña a perdonarme cada día.