4/8/14

La perla de mi pecho

La perla de mi pecho.

Esa que callaba a ratos, esa de la que dejé de huir.

Hay sentimientos del corazón, sentimientos del estómago y sentimientos de la mente. Para discernirlos necesitamos pedir sabiduría.

Pero no, yo no la tengo toda. A veces corro el riesgo de desgarrarme de nuevo. Por eso huía. Pero me alcanzaba.

La perla se presenta en mis mejores momentos. Y se pone un vallado a sí misma y me pide silencio. No quiere que la descubra con mi boca; lo único que quiere es palpitar dentro de mí.

Me hace soñar con extraños lagos y dice que un día me sumergiré. ¿Y no es acaso aquello que anhelamos lo que más tememos?

Esto me hace acordarme de Bastián. Toda Fantasía destruida excepto la Torre de Marfil, la Emperatriz Infantil exhausta, Atreyu decepcionado y malherido a causa de su fracasada Gran Búsqueda. Bastián, ese niño tan lleno de virtudes que un mundo controlado por la Nada aborrece; un niño cansado de vivir en la rutina, de repente tiene la posibilidad de convertirse en el salvador de un mundo muy diferente al suyo y vivir las aventuras que toda su vida anheló y... empieza a dudar de sí mismo. 

-¿Por qué sólo puedes ponerte bien si recibes un nuevo nombre?
-Sólo su verdadero nombre hace reales a todos los seres y todas las cosas -dijo ella-. Un nombre falso lo convierte todo en irreal. Eso es lo que hace la mentira.
-Quizá el Salvador no sepa el nombre que debe darte.
-Sí que lo sabe -respondió ella.
Los dos se quedaron otra vez silenciosos.

Sí -dijo Bastián-, lo sé. Lo supe enseguida en cuanto te vi. Pero no sé lo que tengo que
hacer.

Atreyu levantó la vista.
-Quizá quiere venir y no sabe cómo arreglárselas.
-No tiene que hacer nada más -respondió la Emperatriz Infantil- que llamarme por mi
nuevo nombre que sólo él conoce. Eso bastará.

El corazón de Bastián comenzó a latir desordenadamente. ¿Debía probarlo? ¿Y si no
tenía éxito? ¿Y si se estaba engañando? ¿Y si los dos no estaban hablando de él sino de
un salvador totalmente distinto? ¿Cómo podía saber si realmente se referían a él?

-Me pregunto -comenzó a decir Atreyu otra vez- si es posible que todavía no comprenda que se trata de él y de nadie más.

Páginas y páginas tarda Bastián en decidirse, pero sólo después de que la Emperatriz Infantil ha tomado medidas desesperadas como visitar al Viejo de la Montaña Errante.
En aquel momento Bastián tuvo una experiencia importante: se puede estar convencido de querer algo -quizá durante años-, si se sabe que el deseo es irrealizable. Pero si de pronto se encuentra uno ante la posibilidad de que ese deseo ideal se convierta en realidad, sólo se desea una cosa: no haberlo deseado.
Al menos así le ocurrió a Bastián.
Ahora, cuando todo se hacía irremisiblemente serio, le hubiera gustado huir. Pero en aquel caso no había ya «huida». Y por eso hizo algo que, evidentemente, no podía servirle de nada. Se quedó como un escarabajo echado de espaldas.
Quería hacer como si él mismo no existiera, estarse quieto y resultar tan imperceptible como fuera posible.
Tal vez por eso quiero creer que estos sentimientos del corazón en realidad son de la mente, de los que un día despiertas y te dejan un vacío, porque asusta menos el desgarrón que el poder de un sentimiento real, que te lleva a una experiencia real. Porque muchos lustros he vivido en mi caverna, en la caverna de mi mente, en la seguridad de mis autoengaños, renunciando al placer de vivir, es cierto, pero protegida. Y ahora se me pide lanzarme a las aguas que tanto anhelo pero de las que me he mantenido apartada. Quizás necesito un empujón, verme envuelta y enredada para comprobar que no hay nada que temer, o que aunque lo haya, vale la pena mojarse con tal de vivir. Y por otro lado cabe la opción de encontrarme en un eterno retorno, como Bastián, que sólo yo puedo cortar, un pez que se muerde la cola al que sólo yo puedo convertir en mariposa, pero francamente, creo que prefiero tirarme al vacío antes que pasar páginas y páginas dificultando las cosas.Y sin embargo, no estoy segura de reunir el valor suficiente.

1/8/14

Película a medias

No supo ver que se lo pedía a gritos. Era él el experto en fijarse en los detalles, aunque fuesen detalles tan importantes como conocer las necesidades de los demás.

Si tú y yo fuésemos ahora los espectadores de esa película, le diríamos ¡no, no lo hagas! Es algo ingenuo gritarle a la pantalla mientras te comes las uñas o cierras los puños con la esperanza de que el protagonista te haga caso, aunque en el fondo sabes que no, ya que toda historia está compuesta de planteamiento, nudo y desenlace, y sin nudo no hay historia. Aún así todos queremos que el protagonista no meta la pata.

Entonces, ese era uno de aquellos momentos en los que la pata está a punto de ser metida. Porque a pesar de que la petición era muy clara, la dueña de la mencionada pata tenía la fea manía de no mirar el suelo. Y tampoco la podemos culpar, ya que el ruido del huracán que habitaba su caja torácica era una gran distracción. Quizás si le hubiese puesto más empeño, habría escuchado los sonidos del exterior. Pero los quizás si... sólo sirven para aprender de ellos después de haberlos ignorado y tras el consecuente batacazo.

Total, como te iba contando, resulta obvio que metió la pata. ¡No lo oyó! Y llegó el desastre. Desastre aquí y desastre allá. Claro, ella sólo veía el de aquí y olvidaba el de allá, porque ya te he explicado que era muy muy muy, pero muy muy muy difícil que oyese lo de afuera.

¿Qué pasó después? No lo sé. Está uno tan liado que tiene que dejar las películas a la mitad. Como espectador, uno anhela que esa atolondrada por fin aprenda a estar más atenta. Ese sería un buen final. Por supuesto hay finales llenos de maravillas, hasta con fuegos artificiales y dragones blancos de la suerte asustando a unos abusones, pero es que cada historia es única. Así que lo único que me queda por decirte es que vayas imaginando un final (o varios) y cuando termine de ver la película ya te cuento si acertaste o no.