11/12/18

Búsqueda


Yo que pensaba que la perla estaba en no sé qué córvido encadenado, y era mi propia tinta difuminando los ángulos de la realidad de cartón. Pero ahora, acostumbrada a pintar ríos salados, cielos perezosos; hecha a subrayar los hilos de Ariadna que tejían mis huecos, no encuentro (aún) el camino en que se trenzan letras y sonrisas.

Porque no sé si es perla lo que hay en tus ojos. Al menos no es la perla que llama a la niebla. Es un fuego extraño del que temo que asfixie mis palabras. Y a pesar de grises ecos,  la ondina -siempre la ondina- anuncia silencios cantados por estrellas, anuncia un nuevo aire para el pecho, que poco a poco vuelve a ser. 

6/12/18

Madeja de alambre


Tal vez estoy demasiado cerca del mosaico para interpretar el dibujo. ¿Y si al alejarme compruebo que no hay una forma lógica, que todo esto que me rodea no es más que el resultado de una telúrica decisión, de una erupción tajante? El aire que exhalan las cuerdas de una guitarra desordenando todas las letras que componen/componían las paredes de mi refugio de plástico. Porque ¿dónde está el real, el que perdí una vez? Mi refugio a la intemperie, calentado por las estrellas que había en el pecho. ¿Qué he hecho con ellas? Demasiada luz artificial que no se va. 


Y tu melodía persistente como la lluvia. Y tus manos de superficie áspera y alma de nebulosa que no se rinden. Y tampoco se rinde la niebla, la necesidad de convertir los fonemas callados en ladrillos estridentes, el silencio inoportuno tras palabras cargadas de los cielos que ansío.

Son quizá estas grises enredaderas que plantó no sé qué cuervo-vencejo en terreno abonado en la era paleozoica y que han regado eternos otoños de humedad hueca. ¿Qué hago ahora con la madeja de alambre que invade el pecho, si al tirar del extremo corro el riesgo de arrancarme los latidos?

Y si, además, huyo de otredades que besen mis pasos, que deshagan el metal. Solo necesito seguir un poco más el hilo, pero estoy cansada de tanto laberinto.