16/11/15

19/IX/2015

Un año después, he vuelto a este rincón en el que acepté la realidad, profunda como estas aguas, de que, una vez muerto el dolor y el olvido, has pasado a vivir en mis venas. Supe que todas las ilusiones que han querido embriagarme  desde mi huida, y las que vendrán, no son más que cartón envuelto en papel dorado. Nada tan puro, tan de carne y alma como tú. Tu azabache. Tu azabache vence a mi vergüenza y hablo sin tapujos de tus ojos. Pequeños ojos negros. Ojos de artista, de poeta de la noche y de verdes mañanas. Inteligencia y real irrealidad en un mismo rostro.

Regreso a mis aguas, las que me han visto crecer. ¿No son también, junto con tu azabache y la sangre del nazareno, las que sustentan mi ser? Y hoy solo pienso que nunca las recorriste. Tal vez fue culpa mía por derramar en ti esa inconsistente mezcla de miel y hiel que tantos años he sido. Me atrevo a escribirte sabiendo que no te merezco, que solo he sabido herir tu corazón de niño envuelto en roca. Y sabiendo también que nunca volveré a reflejarme en tus ojos negros. El único cristal en el que podré mirarme seguirán siendo estas aguas de mi infancia.

2/11/15

Se disipará la niebla

Este gris que a veces me asola. ¿Por qué dura tanto el invierno que ni siquiera ha comenzado? Se me vuelve insípido el color de las hojas y me da por preguntarme si toda la vida he estado luchando por dibujar una sonrisa, si acaso no poseo esa cualidad de manera innata. Entonces me entristezco aún más.

Quisiera pensar que la alegría, hija de Febo, habita en mí y que los años siempre han ansiado oscurecerla; que en mis días lo que prevalece no es el gris, sino la lucha. Y desearía oír un susurro del cielo llamándome luchadora, más aún que vencedora, porque para vencer hay muchas vías, pero la lucha lleva en sus venas la dignidad.

Sé que las nieves de mi alma que hoy parecen eternas, mañana se habrán fundido. Durante las noches el humo de mis ojos se disipa y el invisible sol vuelve a abrazarme al alba. Y dejaré de preguntarme por el origen de mi sonrisa. La plenitud produce certeza. Pero ella, como el frío manto, tampoco es eterna.

Otro día regresaré al océano de niebla, me arrastrará la descendiente curva de las olas. Espero que al menos se lleve esta culpa al mostrarme que la vida es un vaivén en el que todo el mundo, de vez en cuando, llora.

L'enlèvement de Proserpine, Simone Pignoni