27/10/21

El mejor verificador de información

He fracasado. He fracasado en el intento de contribuir a mejorar la comprensión lectora de la sociedad y de fomentar el pensamiento crítico. ¿Habrá sido por no utilizar las mejores armas o es que esta guerra ya estaba perdida antes de que me diera cuenta de que le tenía que plantar cara (si es que acaso esto era necesario)?

Y, además, ¿quién soy yo? Un ser humano, otro de tantos, con la diferencia de que hace años decidí poner el cien por cien de mis esfuerzos en recuperar toda mi humanidad, en ser una más del complejo sistema de sistemas real en el que vivimos y dejar de ser un engranaje de ese otro sistema que quizás deberíamos dejar de denominar así, pues con este uso lingüístico nosotros mismos le damos un lugar hegemónico.

La autorregulación se alcanza, en mi opinión, quitando una por una las piedras del dique y permitiendo así que nuestro ser recupere su cauce natural. Pero, insisto, ¿quién soy yo para derruir diques ajenos? Y, obviamente, nos produce una gran desazón ver el mundo lleno de construcciones artificiales e imponentes maquinarias de guerra -como los fact-checkers-, pero entendemos que el libre albedrío que hoy nos arrebatan es uno de los mayores tesoros del ser humano. Por eso, nos limitamos a advertir de que al final del camino adornado con lucecitas de colores, sonidos de notificaciones, baratas compras on line de todo tipo de prendas y artilugios, stories, tuits, incontables dosis de sustancias salvadoras... solo hay un pozo oscuro y muy hondo.

Nos duele contemplar esta sinrazón, pues siempre hemos añorado esos tiempos antiguos denostados por los mismos que nos impusieron una sociedad de bombas atómicas y crueles experimentos con animales y con los seres humanos considerados por ellos inferiores (judíos, huérfanos, vagabundos...). El mismo monstruo con distintas caras, con distintos nombres. El mismo monstruo que desde hace siglos buscó hacerse cada vez con más riqueza, recursos y dominio. El monstruo con distintas banderas y símbolos que despojó, en todos los rincones del mundo, a la gente de sus tierras para instaurar su sociedad perfecta, su perfecta máquina en la que los desposeídos solo éramos ya una pieza cumpliendo un guion preestablecido.

Pero se encontraron con la dificultad de que las piezas, a pesar de las interminables jornadas en la fábrica, a pesar de la miseria, no habían perdido su naturaleza humana. Así pues, mujeres y hombres de todo el mundo se unieron en contra de los explotadores. Lamentablemente, su lucha encarnizada no fue suficiente, ya que la estructura de poder se fue haciendo cada vez más sofisticada y los explotadores, siguiendo aquello de "la información es poder", lograron colonizar ya no solo las tierras de los antiguos hombres y mujeres libres, sino también sus mentes.

No conformes con haberse convertido en dueños de un aparato mediático internacional, centralizado y potentísimo, decidieron asimismo -¿por qué no?- destruir esas mentes, volverlas adictas, perezosas, modificar sus circuitos neuronales, poniendo ante sus ojos, ya desde la más tierna infancia -ternura que ellos se encargan de aniquilar-, una salvaje multitud de estímulos en constante pugna por captar su atención. Entre esto y la impuesta neoesclavitud para poder satisfacer sus necesidades básicas, robaron a los seres humanos el tiempo que antes dedicaban a la lectura pausada, a la reflexión, a la contemplación, al silencio interno. Los alejaron de los bosques, ya no solo para hacerse con sus recursos, sino también para evitar que escucharan los secretos viejos que salen de sus entrañas.

Comenzó así una espiral en la que el humano se olvidó de sí mismo, identificándose con el pseudoyo que le ofrecían desde afuera*, el único aceptable, pues, de lo contrario, se arriesgaba a recibir el desprecio de toda la sociedad; una sociedad construida sobre dogmas, sobre afirmaciones incuestionables que persiguen el simple objetivo de que los ricos sean cada vez más ricos y poderosos mientras que los desposeídos tengan cada vez menos** y acepten de muy buen grado su falta de libertad y soberanía. 

La cuestión es que, a pesar de la tendencia de muchos a sobrevalorar a los beneficiados por la estructura de poder, nunca dejaron ni dejarán de encontrarse lobos solitarios -o manadas de lobos- que no se dejan convencer, que no ceden a sus chantajes, que se alejan cada vez más de la amoralidad dominante y se desprenden, poco a poco, pero con determinación, del dique tras el que encerraron su esencia. Después de este proceso, los rebeldes descubren que el mejor verificador de información que existe es la voz terruñera de los robles y las hayas.


*Este proceso, llamado por Erich Fromm "conformidad automática" aparece descrito en el capítulo V de su libro El miedo a la libertad.

**Ruego al lector que no malinterprete mis palabras, pues no defiendo la ideología que pretende únicamente que la clase oprimida tenga un mejor nivel de vida material y más posibilidades de consumir productos y servicios innecesarios que nos deshumanizan. A lo que me refiero es a que los bienes esenciales de los que antes disponíamos de manera gratuita, al ser mercantilizados, ahora cuestan dinero. Es importante que distingamos entre hacer uso de algo y poseerlo. Los vecinos antiguamente hacían uso de los recursos del lugar para sustentarse, y esto estaba regulado por el derecho consuetudinario. La posesión convierte a una persona en dueña de una tierra, de una casa... sin necesidad de que la use. Obviamente, rechazo la posesión sin uso, pues suele conllevar explotación.

25/10/21

La agonía alfabética

Exilian mis toscas palabras a este lienzo de mentira. Y yo que ni las abarco ni hago nada por sujetarlas, accedo al vil chantaje.

Ya no es tiempo de libros ni de repartir poemas por las calles principales. Es tiempo de antisilencio, de pupilas cegadas.

Decidme, ¿qué hago con estas palabras?

Valgan poco o suficiente, no me caben en el pecho y me empecino en soltarlas en este desierto abarrotado.

Me entristece la ausencia de postales, los mensajes huecos excesivos. Y un leve mar parece que quiere consolar a mis mejillas cuando contemplo que a mi buzón solo llegan mudos papeles de colores.

Es tan taimada esta jaula numérica que primero me agasaja y, cuando me muestro confiada, va absorbiendo mis palabras, robándome el aliento vital.

Solo me queda escribirlas en el suelo y, con un poco de suerte, quizás conmueva a las nubes y deseen honrarlas con sus lágrimas.