8/2/17

Ojos claros

Se llevaron el camino de baldosas amarillas cuando aún no había aprendido a volar. Y aquellos ojos permanecieron dormidos allá donde las lágrimas se olvidan a sí mismas. Pero, no sé si por suerte o por desgracia, la vida es cíclica y llama a la puerta de la conciencia cuando menos lo esperas.

Siempre creí que los ojos claros estaban vacíos, porque los primeros que iluminaron mis cabellos quedaron enterrados muy pronto. Y es solo ahora, después de tantos años, cuando mi alma vuelve a recordar.

Ojos que reflejaban sueños, ventanas al espumoso terciopelo. Ojos a veces montaña, a veces aquel lago de Sanabria que guardaba en su interior una corriente cálida. Y, sobre todo, el valle que parecía un lecho en el que todo el Universo me arropaba, con su templo de Silencio en el centro.

Pero en todo cuento hay una sombra demasiado real a la que le gusta rasgar páginas. Ni siquiera recuerdo cómo el valle y el lago desaparecieron. La dulce soledad a la que invitaban fue sustituida por la asfixiante compañía de un espino oxidado. Y tuve que comenzar a recorrer el mundo sin una sola huella que me marcase el camino. Poco a poco fui convirtiéndome en mujer sin saber lo que significaba serlo.

Me dijeron que tu mirada se había nublado, que los gusanos plateados habían perforado tu rostro. Pero hoy aparecen tus ojos y, a pesar de los más de veinte años transcurridos, me reconocen a la primera, y en ellos reconozco yo la misma serenidad, aunque apenas los pueda acompañar ya una sonrisa.

Tal vez el camino de baldosas amarillas ha desaparecido para siempre, pero hoy el cielo es un poquito más claro.