14/7/11

Río

Aunque llevaba tiempo sin pisar la ciudad, al abrir los ojos me encontré allí, en ese ancho paseo que tantas veces había recorrido camino al Dorado. Pero algo había cambiado. De repente, sentí una fuerza que me arrastraba. La calle se había convertido en un río de revueltas aguas que caían en cascadas y se perdían en el horizonte. Me inundó el pánico. Entonces vi a mi derecha tres postes. En uno de ellos ya había alguien agarrado y yo no lo dudé. Observé el agua correr mientras el impetuoso viento mecía mi cuerpo como si fuese una hoja. El brazo cada vez me dolía más, pero fui testigo de algo que me hizo tomar una decisión. Del poste que estaba junto a mí surgió una especie de enredadera que se enroscó alrededor del brazo de la otra persona. Bien podría servir de ayuda al impedir que la corriente se la llevara, pero me inspiró una sensación desagradable y, entonces, haciendo caso a mi intuición, me solté del poste, entregándome a las fuerzas de la Naturaleza. Justo en ese momento, otra enredadera apareció en el poste donde acababa de estar agarrada. Si hubiese tardado un segundo más en soltarme, habría quedado atrapada.

El frío del agua despertó al máximo mis sentidos y una fuerza -quizás antigravitatoria, ¿o una antifuerza?- hizo que el pánico se quedase junto al poste mientras mi cuerpo era llevado por la corriente. Y llegó la primera cascada, pero, al contrario de lo que había pensado mientras estaba agarrada, esta y todas las demás cascadas apenas tenían unos metros de altura, así que, en lugar de temer por mi vida, me empapé de esa maravillosa sensación de libertad, arropada por el viento y los rayos del Sol. No sé cuánto tiempo estuve deslizándome por las aguas. Me sentía tan bien que, no recuerdo en qué momento, me quedé dormida. Al abrir de nuevo los ojos, vi ese dibujo circular que forma la sombra de la lámpara en el techo de la habitación. Ni siquiera recordaba lo que acababa de suceder, sueño o realidad, pero me embargaba esa misma sensación de libertad. Salí a la calle con una sonrisa que me devolvió el Sol mientras se desperezaba entre las montañas. Y entonces lo supe. Supe que podía conseguir aquello que me propusiera. Sólo tenía que soltar mis manos.

Déjame ser un gato

Déjame ser un gato
y no te ofendas si, de repente,
escapo de tus caricias
y subo corriendo al tejado.
Sólo quiero cantarle a la Luna.

Déjame ser un gato
y no te preocupes
si desaparezco unos días.
Sólo quiero caminar junto a la brisa.

Y cuando regrese,
no me preguntes qué he hecho,
dónde he estado.

Tan sólo déjame
enroscarme en tus piernas

y calentar tu corazón
                                                  con mi ronroneo.

11/7/11

¿Por qué?

¿Por qué escondes tu mirada tras densas volutas de humo?
¿Por qué tapas tu dulzura con amarga violencia
y transformas tu cariño en caricias de hierro?
¿Por qué ensucias la cristalina lluvia de tus ojos
con maloliente fango?
¿Por qué te aferras a ese disfraz
que está arañando tus manos?

Conviertes tu vida en muerte,
si la vida es sólo vida
y no hay muerte, sino cambio constante.
Vive entonces mientras puedes.
Disfruta y vive,
si al final descubres que no hay final,
sino un girar eterno, ligado siempre al principio,
donde estas palabras pierden el sentido.

Mira a tu alrededor.
Árboles hoy desnudos que mañana recuperan sus hojas.
Colorido esplendor, poco después blanquecino.
¿Sin vida? No, que sigue palpitando en su interior,
porque tiene la certeza de volver a resurgir.

Rios que se secan hoy, mañana son océanos.
Rueda, rueda, rueda.
Observa la belleza del desierto.
Incluso allí crece la vida,
igual que en tu pecho.

No la niegues más.
Todo es sentimiento.
Así pues, vive,
siente.

Todo es risa
y también silencio.