22/2/22

Despedida más reseña de "Superficiales" de Nicholas Carr

He decidido dejar de publicar en este blog (y en Internet en general; ya borré mis canales de Youtube y mis perfiles de redes sociales hace bastante), que ha sido mi criatura durante unos cuantos años y el medio a través del cual he conectado mi alma y mi mente con el mundo.

La razón no es la escasez de lectores, pues soy consciente de que en medios analógicos van a ser muchos menos, sobre todo teniendo en cuenta lo concerniente a la industria editorial y al tipo de sociedad en que vivimos, en que lo que hiere (utilizando la expresión de Agustín García Calvo) no interesa, pues la mayoría busca fáciles y rápidas vías de escape que alimenten la falsa idea que los individuos tienen de sí mismos y eviten a toda costa el dolor de descubrir lo que hay debajo de la fachada (los impulsos secundarios, la frustración infantil de los impulsos amorosos, la impotencia orgástica y su doloroso origen...), impidiéndoles así conectar con el núcleo biológico.

El motivo, como digo, no es ese. Lo único que me interesa es -permitidme este galimatías y esta excesiva redundancia- hacer lo que hago y, si quisiera más lectores, tendría que dejar de hacerlo y empezar a hacer otra cosa ajena a mí: en el ámbito de la literatura, escribir chorradas que suenen bonitas, es decir, convertirme en una poetuitera o instapoeta; en el ámbito de la lingüística, tendría que renunciar a desmontar los mitos irradiados por la propia RAE y por ciertos intelectuales de renombre y que dominan la cultura y lanzar a diestro y siniestro, con vídeos cortitos y muy cool, los dogmas repetidos hasta la saciedad. Porque en la divulgación tipo Cultube, fomentar el pensamiento crítico está prohibido y lo único que importa es extender entre los jóvenes y no tan jóvenes las mentiras establecidas con un formato que convenza, para lo cual es necesaria una inversión económica (un ordenador potente, una buena conexión a Internet), muchas horas de trabajo (preparar el guion, grabar, editar...) y también algo de carisma.

Pero el problema no es solo el contenido (los dogmas dominantes frente a la verdad minoritaria). “El medio es el mensaje” (McLuhan) y este medio impuesto a las masas es más agresivo que cualquier otro del pasado. Ya he escrito algunos artículos sobre este asunto, pero para despedirme y para que comprendáis mejor mis razones, os dejo una reseña que escribí hace unos cuantos meses del libro de Nicholas Carr Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?

 

“Si el lento progreso de las palabras por la página impresa atempera nuestro afán de inundarnos de estímulos mentales, la Red lo fomenta”. (Carr, 2011)

 

Intencionadamente, el autor de Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? se toma su tiempo para entrar en materia e incluye, antes de hacerlo, algunas digresiones. La propia forma en que está escrito el ensayo supone un desafío a la lectura 2.0: “Agradezco la fortaleza que demuestra habiendo llegado hasta aquí”, le dice al lector al comienzo del capítulo 7 titulado “Mentalidad de malabarista”. Y explica: “El trayecto que ha seguido es el mismo que hice yo al tratar de entender lo que me pasaba por la cabeza”. Dicho recorrido es como una canción que se recrea a sí misma en cada parte y en la transición entre ambas, todo lo contrario a los productos actuales de la industria musical, que van directamente al estribillo y apenas varían acordes, ritmo, intensidad, climas...

Carr combina a la perfección la reflexión y la narración de anécdotas con la presentación de recientes descubrimientos neurológicos, alejándose así de la tendencia hegemónica a demostrar exclusivamente mediante datos. Y es que ese es uno de los males de nuestro tiempo. Hemos olvidado que los datos y la información extraída de un laboratorio no son nada sin una mente humana que pueda interpretarlos de la manera más correcta posible, siempre asumiendo que nuestra eficiencia nunca será del cien por cien, pues, como expone el autor, no somos máquinas y la metáfora del ordenador para describir nuestro cerebro está muy alejada de la realidad.

“[U]nos hipervínculos que asocian entre sí bits de datos online no son como las sinapsis de nuestro cerebro. Los vínculos web [...] carecen de la riqueza ecológica y la sensibilidad de nuestras sinapsis”.

Sin embargo, la fascinación ante las nuevas tecnologías nos lleva a una valoración desmedida de las mismas y a querer asemejarnos a ellas. El peligro reside, precisamente, en la capacidad de nuestro cerebro de modificar sus conexiones neuronales y de adaptarse a los modos de las herramientas que utilizamos.

“El precio que pagamos por asumir los poderes de la tecnología es la alienación [...] Las herramientas de la mente amplifican y a la vez adormecen las más íntimas y humanas de nuestras capacidades naturales: las de la razón, la percepción, la memoria, la emoción”.

Uno de los factores fundamentales de este adormecimiento y esta pérdida de la capacidad de concentración, reflexión y lectura atenta es el exceso de estímulos continuos. Y la causa de este exceso de estímulos que nos sacan constantemente de nuestro silencio interior, y del procesamiento de un pensamiento que quizás es relevante, es el negocio.

“Nada es gratis en el mundo de las empresas. Si no estamos pagando con dinero, ¿de qué otra manera estamos pagando?” (Santiago Bilinkis)

Las grandes empresas tecnológicas –Carr dedica varias páginas a hablarnos de Google- se enriquecen no solo con nuestros datos, sino también con nuestra atención. La necesitan para seguir engordando sus cifras.

“Cada clic que hacemos en la Web marca un descanso en nuestra concentración, una interrupción de abajo hacia arriba de nuestra atención; y redunda en el interés económico de Google el asegurarse de que hagamos clic, cuantas más veces, mejor. Lo último que la empresa quiere es fomentar la lectura pausada o lenta, el pensamiento concentrado. Google se dedica, literalmente, a convertir nuestra distracción en dinero”.

Y continúa la exposición, aportando cifras: “A finales de la década de los 2000, Google no era solo la mayor empresa de Internet en todo el mundo, sino también una de las mayores empresas mediáticas, con una facturación de más de 22.000 millones de dólares al año, casi todos procedentes de la publicidad, con un beneficio neto de unos 8.000 millones”. Los cuales, por cierto, se han multiplicado a causa del tremendo salto digital que ha supuesto la crisis de 2020. Reza así un titular de El País (29-7-2021): “Google, Apple, Microsoft y Facebook ganan más que nunca: más de 5.000 millones de euros a la semana”. Todo esto implica que nuestro activismo a través de medios digitales, especialmente cuando creíamos que estábamos combatiendo la desinformación de los medios oficiales y, aunque fuese complementario a un activismo y contrainformación tradicionales, ha favorecido a estos gigantes tecnológicos.

Es más revolucionario salir de las redes sociales que hacer contrainformación en ellas.

La trampa está en que todo lo que hagamos a través de Internet, “redunda en el interés económico” de tales empresas y, además, nos mantiene distraídos. Por no hablar de que gran parte de la disidencia ha sido blanco fácil de la desinformación de apariencia alternativa que, una vez más, beneficia al sistema, como el fenómeno QAnon, una psy-op de manual.

Pero lo más notable, en mi opinión, del ensayo de Carr es la refutación que hace, como apuntaba al principio, de la metáfora del ordenador, que reduce nuestro cerebro a una máquina productiva, y la visión de los seres humanos, de la vida en general, como simples máquinas.[1]

El enfoque de los que se empeñan en crear una inteligencia artificial similar a la humana “se basa en hipótesis reduccionistas que dan por sentado que el cerebro funciona de acuerdo con las mismas reglas formales de orden matemático que el hombre usa para crear una computadora; e otras palabras, que un ordenador habla el mismo idioma que nuestro cerebro. Pero eso es una falacia fruto de nuestro deseo de explicar en términos inteligibles para nosotros los fenómenos que de ninguna manera entendemos”.

Es interesante a este respecto conocer las metáforas sobre el cerebro que el ser humano ha imaginado a lo largo de la Historia. Y, además, la neurociencia nos aporta algunas claves que necesitamos y que, desgraciadamente, no trascienden ámbitos minoritarios. Sea como fuere, solo podemos conocernos a nosotros mismos, como seres humanos y como miembros individuales de la especie, a través de la capacidad reflexiva que a la industria tecnológica y a los distintos estados les interesa anular.



[1] Cuando escribí este artículo, aún no había profundizado en la obra de Reich, pero ahora tengo claro que aquí Carr describe lo que Wilhelm Reich llamaba pensamiento mecanicista.

20/2/22

Un trozo de carbón miope y sordo

A mi fuego le cortaron las alas. Ya no es más que un trozo de carbón teñido de rojo. 

Caminé, pensando que me esperarías a la salida del laberinto, pero retiraste tu mano en el último momento. 

No me perdí entre las sombras; la brújula del viento nunca falla. Sin embargo, se ha disuelto el sendero y ha callado la brisa.

O, tal vez, hay algo en mis oídos que me impide escuchar su voz.

19/2/22

No más puentes

Quemé las canciones añiles, pero también los cerezos. No volveré a ver sus flores.

Mezclaré, una vez más, mi sangre con el aliento de piedra y escarcha.

Seré otra vez isla y sembraré el terror para que no asome ningún puente.

18/2/22

Ya soy piedra

Mi "poesía" está más seca que una pasa y mis lágrimas son piedra. Pero no la piedra dorada de mi cuna, sino la de cualquier estúpido rascacielos de una gran ciudad. 

18-II-2022

Las cuerdas están apagadas. No hay quien se atreva a destensarlas. Suenan a fracaso.

Las letras, por su parte, permanecen inertes dentro de un bloque de gelatina. En tiempos primigenios se cansaron de intentar salir.

¿Cómo comprender entonces lo que quiero decir? Quizás ya lo he dicho. Al aire. A los antiátomos que absorben el silencio. 

Tengo miedo de ser piedra. Y aún más me aterra volver a enredarme en nudos de mar y verme obligada otra vez a deshacerlos en la oscuridad de un laberinto. 

17/2/22

El pseudoanarquismo

Tal como anuncié en el artículo anterior, comparto aquí la opinión de Paul Cudenec acerca de lo que le ha ocurrido al anarquismo, ya que "lo que se presenta ante el mundo exterior como anarquismo a menudo no es más que la cáscara vacía del anarquismo, un anarquismo zombi, que sigue dando tumbos con la bandera negra en alto, pero cruelmente despojado de su alma" (artículo original en inglés). Por ello, organizaciones que tuvieron una gran influencia social en el pasado y que llevaron a cabo una labor de fomento de la autogestión y del apoyo mutuo entre los trabajadores, hoy en día se someten a la dictadura sanitaria que, con la excusa de un virus cuya existencia jamás se ha demostrado (aun en el hipotético caso de que se tratase de un virus quimera, ni siquiera así podría darse ningún tipo de contagio, ya que los virus quimera solo pueden ser inoculados y, en cuanto a los virus endógenos, no son patógenos), permite la demolición controlada del sistema económico para evitar su colapso y "reiniciarlo". Este reseteo está aumentando la pobreza en todo el mundo, llevando la deuda de todos los países a máximos históricos, aplastando a los países en vías de desarrollo y causando aún más hambrunas en los países del llamado Tercer Mundo. Se trata de un proyecto neoliberal global que ya tuvo su ensayo con la anterior falsa pandemia de 2009. Y, ante esta crisis diseñada por el capitalismo mundial, organizaciones que se dicen anarquistas reproducen la narrativa oficial y hasta imprimen su logo en ese artefacto de biopoder que son las mascarillas, mejor llamadas bozales.

La deriva reformista de muchas organizaciones anarquistas no es nueva. Hay quienes utilizan este hecho para atacar las ideas (y la práctica) anarquistas, repitiendo hasta la saciedad los prejuicios marxistas, cuando la crítica viene de este ámbito ideológico; o las críticas infundadas y amarillistas de la prensa oficial, en el caso de la mayoría de la sociedad, conservadora o progresista, que se ha dejado convencer de que el Estado es "justo y necesario ". Por otro lado, están los demagogos de la extrema derecha que, desde una "rebeldía" fanática y completamente irracional (v. Psicología de masas del fascismo de Wilhelm Reich), meten en un mismo saco a socialdemócratas, marxistas, estalinistas, anarquistas, defensores del derecho a la autodeterminación de los pueblos, sintecho, inmigrantes y, en definitiva, a todo el que no comparta sus consignas absurdas y simplistas o que no pertenezca a la clase privilegiada.

Comparto, pues, el artículo traducido de Paul Cudenec para traer un poco de luz a la confusión que ha cubierto desde hace ya algunos años al anarquismo:

Artículo original en inglés  (no incluyo los numerosos enlaces que hay a lo largo del texto ni las imágenes, pero los podéis encontrar en la publicación original).

¡Anarquistas contra la libertad!

Varias críticas bastante extrañas me han llegado en las últimas semanas.

Por el momento me voy a referir a una sola de ellas, la que me parece más grave.

Siempre había tenido la impresión de que la libertad era una piedra angular intocable de la cosmovisión anarquista. ¡La palabra ciertamente aparece mucho en la literatura y cultura anarquista!

Sin embargo, resulta que a veces la libertad no es nada buena, según algunos compañeros con los que he estado intercambiando puntos de vista.

Su problema era con el concepto de libertad individual, que incluso insistieron en escribir entre comillas para dejar bastante claro su disgusto por el término.

La primera objeción que surgió en sus mentes fue que la libertad individual era parte del lenguaje de Donald Trump y de los liberales armados en los Estados Unidos.

Esto significaba, según la habitual antilógica de moda, que cualquiera que creyera en la libertad individual estaba peligrosamente contaminado con las ideologías de la derecha capitalista estadounidense.

Dejando a un lado este absurdo, hay un punto serio al acecho, en el sentido de que es cierto que los capitalistas invocan la libertad individual en defensa de su mundo de explotación y desigualdad.

El concepto anarquista de libertad implica necesariamente también un aspecto colectivo, reconociendo que la libertad del individuo depende de la libertad de la sociedad de la que forma parte.

También está el tema de la responsabilidad, en el sentido de que los anarquistas no esperan que los individuos persigan su libertad a expensas de los demás, sino que sientan su responsabilidad ante el todo mayor.

Como ha dicho un escritor anarquista: “La libertad real y la responsabilidad real están tan entrelazadas e interdependientes en su significado que son casi inseparables”.

El hecho de que este anarquista fuera yo (en mi libro Forms of Freedom de 2015 ) debería insinuar fuertemente que, de hecho, no estoy defendiendo el tipo de libertad del yo primero que promocionan los liberales capitalistas.

Pero así es como aparentemente les pareció a mis críticos, simplemente por mi oposición al bloqueo del estado policial global de nuestras libertades básicas impuesto a raíz del pánico del coronavirus.

Desde su punto de vista, era irresponsable quejarse de la pérdida de la libertad individual (perdón, “libertad individual”) cuando estaba en juego el bien mayor de la comunidad, la necesidad de protegernos a nosotros mismos y a los demás del contagio.

No estoy de acuerdo con esto en dos niveles.

En el contexto específico de lo que está pasando hoy, no acepto que el virus sea una amenaza que justifique la represión autoritaria que se ha hecho de nuestras vidas, como ya he dicho .

Por lo tanto, la libertad del individuo no se ve superada por una responsabilidad social primordial de aceptar lo que es básicamente un estado de ley marcial.

Además, debido a que el virus se ha exagerado enormemente como tapadera para una toma de poder y riqueza totalitario-financiera, la verdadera responsabilidad social se encuentra en la dirección opuesta.

Desde mi punto de vista, la libertad del individuo de buscar una vida tranquila simplemente aceptando todo esto, manteniendo la cabeza gacha, está anulada por la responsabilidad de hablar, desafiar la propaganda, alertar a la sociedad sobre lo que está pasando e instar a la gente a resistir.

Obviamente, desde la postura de mis críticos, este no es un argumento válido, porque parten de la suposición de que el virus es tan real y tan mortal como nos han dicho constantemente las autoridades y sus medios.

Esto, en sí mismo, es profundamente problemático. ¿Qué pasó con “cuestionarlo todo”? No es posible construir una crítica de la opresión sin estar preparado para cuestionar los supuestos utilizados para justificar esa opresión.

El argumento anarquista sobre la responsabilidad colectiva, cuando se trasplanta al suelo del engaño, crece al revés.

La lógica que debería exigir a las personas que actúen por el bien común se invierte y sirve para condenar a quienes actúan por el bien común y tratan de exponer el fraude.

El segundo nivel de mi desacuerdo con estos críticos se refiere a su interpretación ideológica de la responsabilidad y la libertad.

Aquí, encuentro que su pensamiento se aleja mucho de la perspectiva anarquista.

De hecho, me ocupé de todo esto en Formas de libertad . Ahora está disponible como un pdf gratuito en el sitio de Winter Oak (al igual que todos mis otros libros ) y para comprender mi posición con mayor profundidad, recomiendo echar un vistazo.

Este pasaje sobre la responsabilidad es particularmente relevante:

“Parte de la confusión que rodea al término responsabilidad surge de la forma en que se abusa de él para satisfacer ciertos propósitos. A menudo se combina con la noción de conformidad u obediencia no a los intereses de la colectividad, sino a una entidad que se hace pasar por representar esos intereses”.

Con esto me refiero al estado, por supuesto, como continué explicando: la entidad que le dice a la gente que su responsabilidad de obedecer órdenes anula su libertad individual.

Señalé en el libro que nunca se imagina que esta responsabilidad de obedecer la ley surja del propio juicio de un individuo, de ahí la irresponsabilidad percibida de 'tomar la ley en sus propias manos', sino que se considera necesaria en interés de un bien colectivo definido desde arriba y no desde abajo.

Que esa ley sea buena o mala es irrelevante: “Lo importante es que la responsabilidad en cuestión se vea como algo que debe aceptarse independientemente de la libre conciencia, y no como el resultado de ella”.

“Hay aquí un conflicto importante entre la responsabilidad ficticia y la real, entre la responsabilidad impuesta y la gratuita, entre la responsabilidad dictada desde afuera y la responsabilidad asumida desde adentro del individuo.

“En definitiva, quien propone una responsabilidad impuesta lo hace por miedo a la responsabilidad real que surge de dentro.

“Se puede invocar una responsabilidad impuesta para exigir la obediencia a reglas arbitrarias construidas para los intereses egoístas de una minoría que mantiene el control de la riqueza robada a través de la violencia de la autoridad en todas sus formas.

“Una responsabilidad real bien podría llevar a individuos o comunidades a desafiar esas reglas arbitrarias y la falsa moral construida alrededor de ellas”.

“Dar la espalda a la relación simbiótica entre los intereses individuales y colectivos es dar la espalda al anarquismo”

Quien defiende un deber de responsabilidad colectiva que implica suprimir la libertad individual no invoca una responsabilidad real, sino impuesta.

“El individuo es parte de la colectividad y la colectividad se compone de individuos. Son el mismo ser vivo con los mismos intereses en el fondo ”.

La libertad y la responsabilidad son dos aspectos de una misma cosa y también lo son el individuo y la colectividad.

La colectividad necesita de los individuos para ser libres, porque sin esa libertad el organismo social estaría muerto.

Es importante para la colectividad que los individuos sean libres de vivir de acuerdo con las demandas más sutiles de su naturaleza, porque solo de esa manera la colectividad puede vivir también de acuerdo con las demandas más sutiles de su naturaleza.

“Una colectividad no puede ser libre a menos que los individuos que la componen sean todos libres. Un individuo no puede ser libre a menos que viva en una colectividad que sea libre, es decir, en la que todos los individuos sean libres”.

Dar la espalda a la relación simbiótica entre los intereses individuales y colectivos es dar la espalda al anarquismo.

Se trata, en efecto, de adoptar un modo de pensar compartido por el liberalismo y el fascismo, que no son en absoluto los opuestos que pudieran parecer, como explica este artículo.

Ambos sistemas de control (el primero más sutil que el segundo) se basan en mentiras. Ellos tuercen la verdad, incluso invierten los significados de las palabras para imponer su propia agenda, como tan perfectamente nos mostró George Orwell en Mil novecientos ochenta y cuatro.

Tanto el liberalismo como el fascismo utilizan un lenguaje que sugiere la plena participación de la población en el funcionamiento de la sociedad, lo que incluso parece implicar una especie de simbiosis como la referida anteriormente.

Los liberales etiquetan esta participación como “democracia” y, al menos hasta ahora, han hecho todo lo posible para mantener esta ilusión, que es la principal justificación de la legitimidad de su sistema.

Pero es solo una farsa, por supuesto. siempre lo ha sido. El juego está amañado de muchas maneras y en muchos niveles.

A los fascistas no les gusta el término “democracia” y prefieren hablar de “la nación”, que es supuestamente la incorporación de los intereses colectivos del pueblo.

A veces incluso han robado el lenguaje del organismo social para dar la impresión de que hay algo natural en su sistema.

“Son sistemas que imponen el control de la clase dominante sobre el pueblo”

Pero el organismo social, para los fascistas, nunca puede ser una entidad viva de individuos libres que actúen según sus propias conciencias, como lo es para los anarquistas.

Su organismo imaginado es más como un robot, bajo el control total del estado fascista.

La realidad detrás de la falsa democracia de los liberales y el falso organismo de los fascistas es la misma: una élite gobernante que solo pretende actuar en interés de todos.

El desprecio por las “masas”, por la “turba”, por los “grandes sucios”, el “Untermensch" es compartido por ambos sistemas porque son elitistas y autoritarios.

Son sistemas que imponen el control de la clase dominante sobre el pueblo.

Desde la perspectiva de la clase dominante, la idea de que podemos dirigir nuestras propias vidas y nuestras propias sociedades sin sus estructuras de control es peligrosa.

Por eso hablan con miedo de “descender a la anarquía”. Su peor pesadilla es que sus esclavos puedan liberarse.

Es por eso que a menudo describen la naturaleza humana como egoísta, codiciosa y violenta, por lo que necesitan la mano firme del estado liberal/fascista para mantenerla bajo control.

Es por eso que a veces prefieren decir que no existe tal cosa como la naturaleza humana, rechazando así la idea anarquista de empoderamiento de que todos nacemos con la capacidad o tendencia natural de vivir cooperativamente y más o menos armoniosamente.

Es una suposición principal del liberalismo/fascismo que no se puede confiar en que tomemos nuestras propias decisiones, que somos básicamente irresponsables y que necesitamos el control y la “protección” de nuestros líderes sabios y benévolos.

Para mantenernos a salvo. De cada uno.

Entonces, ¿por qué esta libertad viva que proviene de la simbiosis individual-colectiva no es reconocida por todos los anarquistas hoy?

¿Por qué regurgitan la mentira liberal/fascista de que la libertad individual y el bien colectivo son incompatibles?

El problema, para mí, es que demasiados anarquistas están hoy completamente atrapados dentro de lo que llamé “la restricción de pensamiento inherente del sistema dominante”.

Este asfixiante nuevo pensamiento contemporáneo niega por completo la sabiduría humana atemporal de la que surgió la filosofía anarquista.

Ve a los seres humanos como máquinas programables y maleables. La artificialidad triunfa sobre la autenticidad. Cualquier discurso sobre el organismo social se considera reaccionario o casi fascista (una inversión típica, como se señaló anteriormente; consulte también este artículo ).

La noción de esencia se descarta de plano, la idea de innatismo puede provocar ataques de pánico, el significado se considera sin sentido, la naturaleza como reaccionaria, la ética como construcción, la cualidad como ilusión.

No hay verdad ni realidad. Dos más dos pueden ser cinco si conviene a la ideología.

“Cualquier forma de pensar fuera de este marco cada vez más estrecho se vuelve imposible en un clima intelectual post-natural, post-humano, post-auténtico que efectivamente constituye una parálisis completa de la mente humana colectiva”, como escribí.

El nuevo pensamiento contemporáneo es binario, unidimensional. No entiende el pensamiento multidimensional y no puede aceptar la paradoja creativa.

Solo puede ver la libertad individual y la responsabilidad colectiva como opuestos.

Es incapaz incluso de escuchar, y mucho menos de comprender, los argumentos del viejo pensamiento que se elevan por encima de sus dogmas vacíos y planos.

En resumen, la gente le está poniendo la etiqueta de anarquista, y una especie de parodia superficial de la ideología anarquista, a algo que no es anarquismo en absoluto.

Este pensamiento pseudoanarquista no ha surgido de la filosofía anarquista y, por lo tanto, nunca puede ser otra cosa que una réplica del anarquismo, un anarquismo zombi que parece ser real pero carece del alma anarquista.

Este falso anarquismo es el enemigo jurado del verdadero anarquismo. Al robar el cuerpo del anarquismo, destierra el anarquismo real del mundo.

Cada vez que surge el anarquismo real, este anarquismo zombi lo señala con un dedo acusador y lo declara peligroso.

Esto es antianarquismo, anarquismo al revés, anarquismo invertido.

He estado hablando de todo esto durante años. A veces me he preguntado si es tan importante como todo eso, si no podría simplemente aceptar algunas diferencias filosóficas con los camaradas en aras de trabajar y hacer campaña juntos.

Pero ahora que los anarquistas se están enojando conmigo por creer en la libertad, puedo ver muy claramente lo que me preocupaba todo el tiempo.



13/2/22

El proceso personal en la lucha colectiva

El sistema se ha complejizado tanto que resulta difícil describir los mecanismos en los que nos sumerge y los efectos que estos tienen en nuestras vidas como individuos y como sociedad. En comunidades anteriores o ajenas a la civilización, lo beneficioso para el individuo tiende a coincidir con lo que es beneficioso para el conjunto social. Este hecho, que ya percibió Kropotkin, parece ser apoyado por la biología[1]. Sin embargo, da la impresión de que la deriva que ha tomado la civilización es profundamente antibiológica, pues parece que la meta consiste en que cada ser humano se desconecte de sus funciones vitales[2] y se identifique solo con ideas, para lo cual se fomenta el irracionalismo causado por la impotencia orgástica[3] a través de la política, que cada vez ejerce un mayor control sobre nosotros[4].

Nacemos y crecemos inmersos en la mentira, pero las formas de esclavización han cambiado. Ya no hay una monarquía absoluta en la que la clase dominada conoce muy bien cuál es su estatus ante el soberano, heredero de la divinidad, y la clase privilegiada. Ahora, nos dicen, vivimos en una democracia en la que todos somos iguales ante la ley y estamos amparados por los derechos humanos universales. La movilidad entre clases sociales es posible. La industria cultural se encarga de “recordarnos” que el que es pobre es porque no se ha esforzado lo suficiente, como nos muestra la sensiblera película protagonizada por Will Smith, En busca de la felicidad, y que cualquiera puede lograr el éxito financiero y profesional. Hay todo un nicho de mercado que se dedica a inculcar estas ideas (libros, vídeos, páginas web, etc. del tipo “conviértete en millonario”, “tú también puedes ser rico”, “cómo conseguí convertirme en un empresario de éxito”...).

Esta es una de las nuevas formas que ha tomado el mito del pecado original: si no llegas a fin de mes, si tus hijos llevan las zapatillas rotas, si tienen que alimentarse con salchichas frankfurt en vez de con productos saludables, si te han despedido, si no encuentras trabajo o lo tienes, pero está mal pagado, ES TU CULPA, que no “te has movido” lo suficiente, o no confías en ti mismo, tienes baja autoestima... Lo de fuera está bien, tiene, quizás, algunas imperfecciones que podrás corregir cada cuatro años en las urnas o yendo a alguna manifestación aprobada por la administración de turno. Pero si las cosas te van mal, amigo, problema tuyo.

La idea de fracasado ha sustituido a la de pecador, pero la dinámica detrás de ambas es la misma. Y, como los mecanismos de los que hablaba al principio están totalmente normalizados, es decir, como las cadenas son invisibles, nos cuesta llegar a darnos cuenta de lo que está pasando. Y, si comenzamos a abrir los ojos, ya se encarga la propaganda política de desviarnos de la verdad y ofrecernos algún chivo expiatorio que, además, les sirva para alejarnos de posibles salidas[5]. Esto se logra mediante la manipulación, sobre todo lingüística, siendo la selección léxica[6] uno de los recursos más utilizados.

Precisamente la manera en que se ha complejizado el sistema pertenece al ámbito del lenguaje. Todo empezó con el lenguaje (los textos sagrados –la palabra de Dios- y las leyes), convirtiendo mentiras en verdades y ocultando estas (lo que no se dice no existe[7]). Un ejemplo de verdad oculta es la naturaleza placentera del útero y, por el contrario, la mentira es que los partos y las reglas son dolorosos por naturaleza (es sorprendente cómo la industria médica es heredera de las ideas religiosas, en este caso, la maldición bíblica de “parirás con dolor”). La cantidad de mentiras y medias verdades ha llegado hasta tal punto que parece que el primer paso revolucionario consiste en darse cuenta de las mismas, lo cual forma parte de un proceso largo y no exento de dificultades. La verdad está enterrada, o bien difusa, entre cientos y cientos de afirmaciones pseudorrevolucionarias. Abundan cada vez más los grupos y movimientos de todo tipo (místicos o prácticos) que fingen enfrentarse al sistema u ofrecer una alternativa viable, cuando en realidad no hacen otra cosa más que retroalimentarlo. Algunos de ellos tienen discursos con un gran porcentaje de verdad, que sirve de anzuelo y, una vez que el individuo en proceso de salir del enredo de mentiras ha picado, le insertan la mentira, sutil, casi inapreciable, pero lo bastante potente como para “pescarlo” y entregárselo de nuevo al poder. Ya en mi artículo acerca del desengaño comentaba que no hemos de sentirnos culpables por haber participado en movimientos pseudorrevolucionarios, pues las estrategias que emplean son muy convincentes. Estos errores forman parte de nuestro proceso y nos sirven de aprendizaje.

Lo ideal sería que pudiéramos agruparnos y actuar dentro de colectivos, pero las circunstancias han cambiado mucho desde los tiempos de la Primera y la Segunda Internacional. Incluso organizaciones que en el pasado tuvieron una fuerte influencia social (como el anarcosindicalismo en la Península Ibérica, especialmente en Cataluña), han sido infiltradas y dinamitadas ideológicamente desde adentro, y se han convertido en apéndices del poder[8]. Individualmente, estamos más rotos y triturados que nunca y el proceso de descubrir la verdad implica también un proceso de restablecimiento de la libertad psíquica. La necesidad de pasar por este proceso personal no implica, como algunos aseguran, un individualismo de tipo liberal, pues estando enfermos (que así es como estamos todos en esta sociedad de la dominación), lo único que podemos aportar a la humanidad es negativo (la plaga emocional de la que hablaba Wilhelm Reich). Esto no significa que debamos mantenernos al margen de la lucha social hasta estar completamente sanos, pero sí que debemos procurar ser conscientes de cuál es nuestra estructura de carácter y de hasta qué punto llega nuestra neurosis y cómo esta afecta a nuestro entorno y a todo el colectivo social.

El gran problema del sistema es que lo tenemos interiorizado y lo reproducimos de manera inconsciente, así que todo proceso revolucionario implica un proceso personal de liberación de los patrones  automáticos implantados y, en mi opinión, ambos, el proceso personal y el social, son simbióticos y, por tanto, no se excluyen entre sí. Ahora mismo estamos desperdigados, pero eso no debe hacernos perder el enfoque colectivo de la lucha. Podemos (y es nuestra responsabilidad) ir reflexionando sobre las estrategias más efectivas y, cuando sea posible, poner en común nuestras conclusiones. Finalmente, cuando tengamos clara una orientación básica, podremos emprender las acciones pertinentes. Mientras tanto, nos toca actuar por separado.



[1] Obviamente, me refiero a la biología real, no a la pseudocientífica que se ha impuesto a la opinión pública, pues quien tiene el poder económico, controla también el aparato mediático, el cultural y el educativo y académico.

[2] Al comienzo de la civilización, esta desconexión de las funciones vitales era provocada por el mito del pecado original, presente en varias religiones, que inculcaba en el individuo un fuerte sentimiento de culpa y causaba una falsa escisión entre cuerpo (sucio, raíz del mal) y alma (limpia, pura, potencialmente conectada con la divinidad). Esta idea del pecado original ha ido tomando otras formas a lo largo de la Historia, pero no ha desaparecido y sigue determinando nuestros pensamientos, reacciones y comportamiento. Recomiendo, como siempre, la obra de Casilda Rodrigáñez.

[3] En mi artículo acerca de la represión sexual (en este blog), cito la definición de este término reichiano.

[4] El extremo de este control es la biopolítica de la que hablaba Foucault y que a raíz de la farsa pandémica ha podido llevarse a cabo de manera masiva y eficaz.

[5] Por ejemplo, un supuesto proyecto socialcomunista global. He escrito algún artículo sobre la propaganda anticomunista.

[6] También está explicado en un artículo en este blog.

[7] Hay términos relativos a importantes descubrimientos científicos, como el orgón, que no están en el diccionario ni abundan en textos académicos o divulgativos. Solo los encontramos en los medios de comunicación para denigrarlos. Resulta curioso que sean los voceros de la pseudociencia al servicio de la economía quienes tienen la tarea de decirle al gran público lo que es pseudociencia y lo que es “ciencia seria”.

[8] Si me es posible, ya que estoy publicando los últimos meses desde el teléfono, pues decidí darme de baja de Internet de casa y tengo una tarifa de datos más bien reducida por decisión propia (por eso no os enlazo los artículos que voy citando), compartiré un interesante artículo de Paul Cudenec acerca de esto.

8/2/22

8-II-2022

Nos roban la vida desde que nacemos. Cercenan los flujos, congelan las yemas de los dedos y nos toca pasar los días con carbón en el pecho, por todo el cuerpo. Tan solo hay grietas insuficientes. 

No pude aferrarme a ellas, sino que chocaron mis cenizas con dolorosos muros de acero. Y yo que soñaba con florecer..., pero la savia no llegó a su destino y seguí viviendo marchita.

7/2/22

La adaptación social requiere una estructura de carácter rígida

Nos han hecho creer que la Historia de la humanidad comienza en el s. IV a.C. con la escritura. Antes de ese momento, lo que había era Prehistoria, es decir, algo previo a la Historia y sin ninguna importancia social ni cultural. Según esta visión hegemónica, el hombre no era ni siquiera un hombre al cien por cien, sino un salvaje con taparrabos que solo borboteaba sonidos. Un ser con poca inteligencia, incapaz de ningún logro. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas demuestran que esta perspectiva está totalmente errada. El proyecto divulgativo Suarra ofrece un interesante resumen, del cual extraigo este fragmento:

“Las evidencias arqueológicas desenterradas en los yacimientos preindoeuropeos nos muestran como miles de años antes de que surgieran las vanagloriadas civilizaciones griega y romana, ya existían en Europa culturas con un alto nivel de desarrollo técnico (navegación a vela, uso extendido del telar, sistemas de irrigación, escritura pictórica, abundante producción artística...) pero que no necesitaban ni de ejércitos ni de esclavos para sostener su modo de vida”.

Tanto Suarra como algunos libros de Casilda Rodrigáñez y Wilhelm Reich explican el origen de lo que llamamos civilización, que nada tiene que ver con la evolución natural de la sociedad, sino que fue diseñada mediante la violencia combinada con la manipulación durante un largo proceso hasta lograr hacer olvidar al ser humano su naturaleza y su pasado. Pero, como la Historia la escriben[1] los vencedores, pues controlan el aparato cultural, se nos hace creer que el hombre civilizado ha creado una sociedad mucho mejor que la de sus antepasados del Neolítico. También se nos dice que las guerras siempre han existido, pues la violencia es algo natural, innato en el ser humano, y que el origen de la misma está en su “parte animal”, que debe controlar. Pero ya hemos visto que la arqueología echa por tierra esta idea. Y no solo ella: la psicología, la antropología, la biología y otras disciplinas han puesto de manifiesto asimismo la naturaleza del hombre -y de todo ser vivo- basada en la cooperación y en el principio de placer (no individualista, como explican Rodrigáñez, Kropotkin, Margulis...). La depredación existe, es innegable, pero como un elemento más del equilibrio natural. Lo que no nos cuentan quienes dominan la cultura y la divulgación científica es que los miembros de una especie animal no se matan entre ellos, sino que buscan todo lo contrario: la conservación y perpetuación de la misma.

Se sabe, entonces, que existieron culturas prósperas en las que no existían la guerra ni la dominación, que la violencia es un producto social y no biológico y que las sociedades libres han tenido una duración mucho más larga que los seis mil años que llevamos de civilización patriarcal[2]. Esta ha ido modificando sus formas para adaptarse a las circunstancias concretas de cada época, pero sus objetivos y métodos empleados son sustancialmente los mismos desde sus comienzos.

Sabemos, también, que para que dicha civilización exista es necesario crear una estructura de carácter específica en los individuos, lo cual se lleva a cabo desde la etapa intrauterina hasta los 7 años, con constantes refuerzos a lo largo de toda la vida y, especialmente, en la adolescencia. La familia patriarcal es la correa de transmisión entre el Estado y el niño o la niña que son preparados para “vivir” en esta sociedad. En las últimas décadas, se toleran nuevos modelos de familia, pero se insiste en patriarcalizar a las madres solteras o divorciadas para que sus hijos reciban la misma educación represiva que en familias tradicionales, hoy ejercida a través del chantaje emocional y la manipulación sutil.

El eneagrama (el de verdad y no las versiones edulcoradas que abundan por Internet) explica el origen de cada estructura de carácter (eneatipo) según la etapa del desarrollo sexual del niño que se vio más alterada. Resulta curioso descubrir que los caracteres más rígidos (eneatipos 1, 2, 7 y 8) son los que mejor se adaptan a la sociedad y los que obtienen mayor éxito profesional (quizás el 7 sea un caso excepcional en este sentido,  a causa de su búsqueda de nuevos estímulos, que seguramente le lleva a huir de la estabilidad laboral). En cambio, los caracteres pregenitales (especialmente el oral (eneatipo 4) y el masoquista (eneatipo 9)), que no han podido desarrollar rigidez, tienen una peor autoestima y grandes dificultades para adaptarse a la forma de vida que les viene impuesta (el 9 no tanto, por su actitud resignada). Me atrevo a afirmar que es entre estos caracteres menos rígidos en los que más abunda el prototipo de fracasado laboral y social, aunque estoy generalizando y también influyen el subtipo, el temperamento, que sí es innato, y la propia historia personal.

Es cierto que los eneatipos de carácter rígido han podido arraigarse y tienen una actitud más segura ante el mundo, según explica Alexander Lowen (El lenguaje del cuerpo), pero el precio que tienen que pagar para estar mejor adaptados socialmente es muy alto, ya que supone la desconexión con sus propias necesidades emocionales. Esta desconexión les provoca una ansiedad o un sentimiento de vacío cuyo origen no comprenden y, además, la autorrepresión inconsciente de sus emociones (en el eneatipo 1 sobre todo) puede llevarles no solo a tensiones musculares crónicas, sino a una depresión. Los caracteres rígidos suelen adaptarse bien a la sociedad y obtener cierta estabilidad laboral, pero vivirán en constante insatisfacción de la que intentarán escapar de maneras distintas según cada eneatipo[3].

Los caracteres menos rígidos, en cambio, tienen serias dificultades para enfrentarse al mundo. El arraigamiento no se ha podido desarrollar en ellos. Este resulta necesario e importante para desenvolverse en una sociedad sana. No ocurre lo mismo con la rigidez, como estamos diciendo, pues solo se da en una sociedad, como la nuestra, basada en la dominación, en la que hay vencedores y vencidos, en la que la empatía, la cooperación y el amor son obstáculos para tener éxito en el ámbito profesional y en las relaciones sociales y “amorosas”[4]. A las personas con estos eneatipos solo les quedan tres opciones: o hacer inmensos esfuerzos por adaptarse, resultando triturado su ser; o permanecer en su mecanismo de defensa (la huida, la abulia, la resignación...); o, finalmente, comenzar a hacerse preguntas sobre el porqué de su situación en esta sociedad. No hallarán ninguna solución mágica, pues la tarea de sustituir la civilización basada en la dominación por formas sociales y económicas basadas, en cambio, en las relaciones naturales y en lo que Reich llamaba democracia laboral no depende de algunos individuos aislados. Pero, al menos, tendrán una mejor comprensión del contexto social e histórico en el que nos ha tocado vivir y, tal vez, en algún momento puedan, junto con el resto de sus congéneres, emprender la mencionada tarea. Por supuesto, esta tercera posibilidad se extiende a cualquier persona, tenga el eneatipo que tenga.



[1] Precisamente, la Historia comienza con la escritura, pues fue empleada por la clase dominante como instrumento de manipulación de las masas (utilizo este nombre sin connotación despectiva). Mencioné este tema por encima en mi artículo “La trampa de la ley natural”.

[2] Es importante tener clara la definición de “patriarcado”, pues no es la que nos llega desde el pseudofeminismo que controla el aparato mediático, político y cultural. Para una mejor comprensión del término, remito una vez más a la obra de Casilda Rodrigáñez.

[3] Hasta el momento, la información que me parece más fiable sobre el eneagrama es el libro de Claudio Naranjo, Carácter y neurosis; el de Juan José Albert, Ternura y agresividad y la web y vídeos de Jordi Pons, que ofrece un buen resumen de dichos libros y que recomiendo para quien quiera introducirse en el tema de forma amena.

[4] Lo que se conoce en nuestra sociedad como amor se basa en formas neuróticas que nada tienen que ver con el mismo, pues los impulsos amorosos de la gran mayoría fueron suprimidos en la primera infancia y sustituidos por los impulsos secundarios, incapacitando así al individuo para la entrega amorosa.

1/2/22

Muros y espinas

Se acabó el tiempo de los desgarros, pero aún quedan espinas enredadas con las venas.

No, ya no es tiempo de arrancarlas. Ahora dejo que la brisa me guíe y voy deshaciendo los nudos entre otoños y amaneceres. Me subo a estas notas, tan mías, ya tan sin ausencias punzantes y nieblas de antisilencio. Y otras veces me refugio en el bosque de letras que desde siempre me acompaña, para hacer más leve la tarea.

No hablaré ya de ojos ni de manos. Hablaré de mis pasos desorientados y certeros. 

Hablaré del brillo que se quedó encerrado y que perseguí hasta el centro del laberinto, donde me hundí sin miedo.

Quisiera que la suavidad hubiese sido la única habitante de esta piel extraña, pero cuando me alcé por primera vez del suelo, las espinas llevaban mucho allí. Nunca supe cubrirme con un jardín artificial. Estaban y están allí, evidentes, palpitantes, ennegreciendo la sangre.

No pudo ser tu sonrisa. Fue, en su lugar, tu muro. Fueron mis pasados desgarros y mi envenenamiento, crónico hasta que libere mis venas.

30/1/22

La salud biopsíquica está prohibida

La salud biopsíquica no consiste en la regulación artificial de la conducta de los seres humanos para que no resulte socialmente perjudicial. Sin embargo, esto es lo que se busca desde la psicología predominante. De este modo, se modifica la capa superficial del carácter (ver artículo anterior), que oculta los impulsos secundarios -que son sádicos y destructivos- y se deja intacta la coraza caracterológica, que sigue siendo fuente de neurosis socialmente aceptadas. La conocida frase “no es sano estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma” describe de manera acertada la situación del individuo en la civilización. En el sistema público de “salud” lo que se hace es tapar los síntomas y volverse ciego a lo que está sucediendo realmente. Una de las causas son los intereses lucrativos de la industria farmacéutica y otra, no menos importante por poco conocida, la propia estructura de carácter de médicos, directores de hospitales, etc. Como la neurosis está normalizada, se puede perfectamente afirmar que un paciente ya está sano siempre y cuando su coraza (que es un mecanismo de defensa) sea funcional (suficientemente rígida) y los impulsos secundarios, que son antisociales, estén bien ocultos.
 


Imágenes extraídas de "La función del orgasmo", Wilhelm Reich

La represión de los impulsos primarios (surgidos del núcleo biológico) y la posterior inhibición de los secundarios generan una serie de síntomas que la medicina hegemónica, de pensamiento mecanicista, achaca a cualquier cosa menos a su verdadero origen. La expresión somática de la coraza caracterológica es la coraza muscular, así pues, si te duele la espalda o el cuello a causa de una excesiva tensión, el médico de carácter neurótico te recetará seguramente algún medicamento para reducir el dolor y te recomendará ejercicios o una visita al fisioterapeuta. El dolor tal vez se reduzca, pero aquello que lo genera no va a desaparecer. No estoy diciendo que no se deban tomar medicamentos para reducir o eliminar síntomas. Esa es una decisión personal. Lo que quiero decir es que la salud física y psicológica solo se reestablecerá (desapareciendo los síntomas) cuando la coraza sea disuelta y el individuo pueda expresarse desde su núcleo biológico, sin ningún tipo de bloqueo del flujo orgonótico. 

Eso es algo que todos anhelamos. El tipo de sociedad en que vivimos no podría existir si sus miembros se expresasen desde el núcleo biológico (Reich hablaba de “carácter genital”), ya que se basa en la estructura de carácter neurótico. Es el tipo de sociedad el que fabrica todo tipo de neurosis (y psicosis en algunos casos, cuando el conflicto interno es proyectado y se vive como una realidad externa). Por esa razón, la medicina hegemónica jamás nos ofrecerá una solución eficaz. Por mucho que la llamen “sanidad pública”, es realmente sanidad estatal, puesta a disposición de los ciudadanos por parte de la clase dominante para poder seguir aprovechándose de ellos sin que causen demasiados problemas. Muchos han hablado de la contradicción económica del sistema, que le lleva a fabricar crisis (la última es la de 2020) para poder reiniciarse y evitar su propio colapso. Pues algo parecido ocurre desde el punto de vista psicológico: el sistema no puede existir sin la represión de los impulsos primarios; esta represión origina los impulsos secundarios destructivos y antisociales; como estos no son funcionales para el sistema, han de ser asimismo inhibidos y esto genera, como hemos mencionado, una serie de síntomas. Si el sistema elimina las neurosis, deja de existir, así que se ve en la obligación de reducir de aquella manera los síntomas. Pero, como no da duros a pesetas, decide sacar provecho de la situación farragosa en la que se ha metido, fabricando enfermos crónicos que generan inmensos beneficios a la industria farmacéutica.

Además de la sanidad estatal, existe la sanidad privada, en la que encontramos centros médicos y consultas particulares que se rigen por la medicina convencional y profesionales que ofrecen terapias alternativas. Este mundo de las terapias alternativas es diverso, pero suele caer en el mismo error que la medicina convencional: su base errada, ya sea mecanicista o mística, las únicas posibles desde una estructura de carácter neurótico. Aun así, no podemos negar que sí hay médicos, psiquiatras y psicólogos que conocen el análisis del carácter y la orgonterapia. Sin embargo, dentro de lo privado no pueden conseguir gran cosa y la sanidad estatal no les permitiría ofrecer a los pacientes una terapia que vaya a la raíz.

Si el sistema capitalista provoca millones de neurosis (todos en la civilización desarrollamos una estructura de carácter neurótico), de poco sirve que haya unos pocos profesionales capaces de erradicarlas. En primer lugar, por una cuestión numérica, pero la segunda razón y mucho más importante es el elitismo que se crea dentro del ámbito privado, pues la gran mayoría (las clases menos pudientes, que son las más explotadas) no puede acceder a esa terapia que le ayudaría a vivir su vida de una manera saludable. La violencia, la depresión y todo tipo de traumas no son causados tan solo por la represión de los impulsos primarios, sino también por una situación económica extrema, por la enorme preocupación de perder el empleo o de que ni trabajando se pueda pagar el alquiler y alimentar a los hijos, por las amenazas de desahucio, etc. Precisamente Reich centró su investigación en la clase obrera. La clínica de Freud en la que desarrolló su labor durante unos años, el Ambulatorium de Viena, ofrecía sus servicios de manera gratuita. 

Pero aunque es necesario repetir algo así (y no estoy diciendo que los terapeutas no cobren, por supuesto, sino que su sustento no repercuta en quienes no pueden permitírselo, es decir, la gran mayoría), tampoco sería suficiente, pues por cada paciente curado se estarían creando en ese mismo momento miles de neurosis. Tampoco sirve para mucho (aunque no digo que no se haga) que haya pequeños núcleos en los que se puede dar a l@s niñ@s una crianza basada en la autorregulación, porque también se cae en el elitismo. 

El problema que tenemos es como el pez que se muerde la cola. Sin resolver los problemas económicos de la sociedad no podemos acabar con las neurosis, pero el  predominio del carácter neurótico impide hacer una revolución y, en el caso de que se pudiese, si se hace una revolución desde estructuras de carácter neurótico, la nueva sociedad reflejará esa estructura de carácter y habrá una regresión hacia formas autoritarias, tal como sucedió en la URSS. No estoy diciendo que debamos quedarnos de brazos cruzados o que debamos resignarnos. Tan solo planteo la tesitura en la que nos encontramos y advierto sobre la necesidad de hacer una revolución que no deje de lado el problema de la estructura de carácter, que es el principal. 

29/1/22

Las capas de la estructura del carácter


El texto que aparece a continuación pertenece al prólogo a la edición corregida y aumentada de Psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich. Considero que sin un conocimiento profundo de la estructura del carácter en las sociedades del mundo civilizado, no puede tener lugar una transformación de raíz.

 

Un trabajo terapéutico vasto y concienzudo sobre el carácter humano me ha llevado a la convicción de que, al juzgar las reacciones humanas, debemos contar en principio con tres capas distintas de la estructura biopsíquica. Según lo expuesto en mi libro Análisis del carácter, estas capas de la estructura del carácter son sedimentos del desarrollo social que funcionan autónomamente. En la capa superficial de su personalidad el hombre medio es reservado, amable, compasivo, responsable, concienzudo. No existiría una tragedia social del animal humano si esta capa superficial de su personalidad estuviera en contacto inmediato con el núcleo natural profundo. Ahora bien: trágicamente, esto no es así; la capa superficial de la cooperación social no está en contacto con el núcleo biológico profundo del individuo; es soportada por una segunda, una capa intermedia del carácter, que se compone exclusivamente de impulsos crueles, sádicos, lascivos, rapaces y envidiosos. Representa el «inconsciente» o «lo reprimido» de Freud, la suma de todos los llamados «instintos secundarios» en el lenguaje de la economía sexual.

La biofísica orgónica logró comprender el inconsciente freudiano, lo antisocial en el hombre, como resultado secundario de la represión de impulsos biológicos primarios. Penetrando más profundamente a través de esta segunda capa de lo perverso hasta el fundamento biológico del animal humano, se descubre regularmente la tercera y más profunda capa, que llamamos el «núcleo biológico». En lo más hondo, en este núcleo, el hombre es en circunstancias sociales favorables un animal honrado, laborioso, cooperativo, amante o, si hay motivo para ello, un animal que odia racionalmente. Con todo, en ningún caso de relajación del carácter del hombre de hoy se puede avanzar hasta esta capa tan profunda, tan prometedora, sin antes eliminar la superficie inauténtica y, sólo en apariencia social. Caída la máscara de lo civilizado, no aparece primero la socialidad natural, sino sólo la capa sádico-perversa del carácter.

Esta desgraciada estructuración es la responsable de que todo impulso natural, social o libidinoso que quiera pasar del núcleo biológico a la acción deba atravesar la capa de los instintos perversos secundarios, y en esto se distorsiona. Esta distorsión modifica el carácter originariamente social de los impulsos naturales y los vuelve perversos, convirtiéndolos así en fuerzas que inhiben cualquier expresión genuina de vida.

[...]

En las ideas éticas y sociales del liberalismo reconocemos la representación de los rasgos de la capa superficial del carácter, que cuida del dominio de uno mismo y de la tolerancia. Este liberalismo acentúa su ética con el fin de refrenar al «monstruo en el hombre», nuestra segunda capa de los «instintos secundarios», el «inconsciente» de Freud. El liberal desconoce la socialidad natural de la capa más profunda, la tercera, la nuclear. Lamenta y combate la perversión del carácter humano mediante normas éticas, pero las catástrofes sociales del siglo XX demuestran que no ha llegado muy lejos en esta tarea.

Todo lo genuinamente revolucionario, todo arte y toda ciencia verdaderos provienen del núcleo biológico natural del hombre. Hasta ahora, no han ganado masas ni el auténtico revolucionario, ni el artista o el científico, ni las han conducido, o si lo han hecho, no han podido mantenerlas de modo duradero en el ámbito de los intereses vitales.

Muy distinta, y opuesta al liberalismo y a la verdadera revolución, es la situación del fascismo. En su naturaleza no están representadas la capa superficial ni la más profunda, sino esencialmente la segunda, la capa intermedia del carácter, la de los instintos secundarios.

27/1/22

"Por qué perdimos la guerra" - Conclusiones

Comparto aquí el apartado de “Conclusiones” del libro Por qué perdimos la guerra de Diego Abad de Santillán, que, como expliqué en el artículo donde lo recomendé, tiene cierto tono patriótico que no comparto. No obstante, hay que situar las palabras en su contexto, pues este patriotismo no se asemeja en nada al nacionalismo franquista. Se trata más bien de una alabanza del pueblo como tal, como gente no subyugada a ningún tipo de poder, que gestiona directamente los recursos. Se trata de un patriotismo surgido de la necesidad de defenderse de los intereses imperialistas de grandes potencias extranjeras  y que no busca subyugar a otros pueblos. No obstante, lo que interesa verdaderamente son los hechos acontecidos durante la guerra civil que causaron la derrota. (Los subrayados en color son míos):

 

Ha terminado la guerra española, gracias a la poderosa ayuda ítaloalemana prestada a nuestros enemigos, en hombres y en material bélico, y gracias también a la complacencia criminal de los llamados Gobiernos democráticos, autores de la farsa inicua de la no-intervención. Ha terminado la guerra española, pero el mundo, que nos aisló de toda posibilidad de lucha con pretextos fútiles y cálculos falsos, tiene ahora que pagar los platos rotos de la nueva hecatombe.

Burgueses y proletarios de todos los países estuvieron unidos en la cómoda interpretación de que nuestra guerra sólo a nosotros, beligerantes, nos incumbía. Cuando no cometieron el gravísimo delito de ayudar a nuestros enemigos —el paraíso del proletariado, Rusia, enviaba a Italia la nafta con que la aviación fascista nos bombardeaba, destruyendo ciudades y masacrando poblaciones civiles—, bloqueándonos a nosotros hasta hacernos sucumbir.

Francia e Inglaterra se encuentran por eso ante la realidad que les habíamos señalado tantas veces como inevitable. ¡No intervención o intervención unilateral a favor de los facciosos! Tal ha sido la posición ante la cual nos hemos estrellado.

El fracaso del fascismo en España era el primer peldaño del derrumbe del fascismo en Europa y en el mundo. Comprendemos la trágica situación de Inglaterra, que ha sostenido al fascismo italiano desde que comenzó a despuntar como instrumento liberticida, puesta ante la obligación, atendiendo al propio interés, de ayudar al antifascismo español. Los acontecimientos que estamos viviendo nos muestran que optó a favor de Italia y contra nuestra España, contra esa España a la que en 1808 creyó de su deber auxiliar en su lucha contra Napoleón, y lo hizo esta vez en propio daño.

Si en la presente contienda bélica salen airosos los aliados francobritánicos, habrán tenido que satisfacer, previamente, la deuda contraída con su actitud ante nuestra guerra. ¡No hay plazo que no se cumpla!

Terminó la lucha en España como no hubiéramos deseado que terminara, pero como habíamos previsto que terminaría si no se operaban determinados cambios en la dirección y en la política de la guerra: con una catástrofe militar —por derrumbamiento de los frentes y de la retaguardia— y con una bacanal sangrienta a costa de los vencidos. Dos libros informan sobre esa fase final: uno del coronel Segismundo Casado, The Last Days of Madrid, y el otro de J. García Pradas: Cómo terminó la guerra en España. Confirman ambos, punto por punto, desde su escenario de acción en la región del Centro, lo que nosotros hemos querido reflejar a través de lo observado en Cataluña.

La misma intervención funesta de los emisarios rusos y de sus aliados españoles, tan blandos y accesibles a la corrupción, los mismos crímenes contra el pueblo, la misma conspiración contra España, la misma descomposición moral por obra de una política que no tenía más alcances que el predominio de partido en el aparato de Estado.

De las tres causas que nosotros señalamos como causantes fundamentales de nuestra derrota: a) la política franco-británica de la no intervención… unilateral; b) la intervención rusa en nuestras cosas; c) la patología centralista del Gobierno ambulante de Madrid-Valencia-Barcelona-Figueras, sólo en este tercer aspecto señala nuestro relato una variante esencial.

Pero esos dos volúmenes sobre el final de nuestra guerra, nos eximen de referirnos a acontecimientos en los que no hemos tomado parte —y no por falta de deseo o de identificación con ellos— y de describir ambientes en los que no hemos vivido.

Nos consideramos ya fuera de combate por la derrota y por haber descubierto más de lo que convenía el velo de la clandestinidad en que se había desarrollado siempre nuestro movimiento. Por eso podemos hablar del pasado y sostener que, en lo sucesivo, cada cual cargará con la responsabilidad que le quepa en la tragedia de España. Nosotros hacemos bastante con cargar con la propia.

Representábamos la más vieja organización de tipo político-social de la España moderna. La Federación Anarquista Ibérica es la misma Alianza de la Democracia Socialista fundada en 1868 en Madrid y en Barcelona y extendida luego por toda la Península, incluso Portugal. Núcleo íntimo de propaganda, de organización obrera y de lucha, todavía sigue preocupando a los vencedores su liquidación, al comprobar por múltiples signos cotidianos que ni el terror ni los fusilamientos han logrado hacerlo desaparecer. El desenlace de la guerra ha puesto a muchos millares y millares de nosotros, vencidos, fuera de combate. Pero con nuestra exclusión no está asegurado el desarraigo de nuestro movimiento. Otros han ocupado ya el puesto de los caídos y de los supervivientes en el exilio, supervivientes que equivalen igualmente a bajas definitivas, porque una supervivencia fuera de nuestro clima geográfico, político y social equivale a la muerte. Para reanudar la historia española no hay más que un terreno propicio: ¡España!

A ese movimiento clandestino de recia contextura combativa y moral se debe la orientación, el desarrollo y la defensa de las organizaciones obreras revolucionarias de España, sus luchas heroicas, su resistencia inigualada a todos los métodos de la inquisición política de derechas y de izquierdas, sin interrupción desde la turbia época de Sagasta. ¡Cuántos negros períodos de amargura desde entonces! ¡Cuántas generaciones de militantes aplastadas en esa brega! Le tocó ahora a nuestra generación caer. Y ha caído en su ley. Por eso resurgirá, y está resurgiendo ya, la misma veta roja de nuestra historia y se continuará la batalla por la justicia. ¿Qué puede importar a nadie que no seamos ya soldados de esa cruzada?

La acción progresiva y justiciera de casi tres cuartos de siglo ha pesado considerablemente en el desarrollo de la moderna historia española. En más de una ocasión, frustrados los otros medios posibles, los de la propaganda y la presión sindical simple, fue preciso recurrir a procedimientos más enérgicos y expeditivos. Torturadores y verdugos del pueblo eran perseguidos siempre por la sombra de la acción vengadora anónima. Algunos hechos individuales de represalia y algunas insurrecciones armadas, las últimas, en diciembre y enero de 1933 y en octubre de 1934 contra la exótica República misma, y el funcionamiento invisible, pero permanente, de nuestros grupos dispersos en todos los ambientes, han hecho hablar mucho de nosotros, tejiendo una leyenda y un mito. Ese mito y esa leyenda se vio en Julio de 1936 que correspondían en buena parte a la realidad en ciertos aspectos.

Fuera de la cooperación apasionada del socialismo revolucionario madrileño, con el que compartimos el triunfo sobre la militarada en la capital de España, en el resto de las regiones donde los militares fueron derrotados, el esfuerzo fue casi exclusivamente nuestro. Y no se ha triunfado en toda España porque nuestra gente carecía de armamento y el Gobierno de la República había prevenido el 18 de julio a los Gobernadores civiles para que no entregasen armas al pueblo.

A fines de 1937 figuraban en nuestras filas 154.000 inscritos. Eran menos, es verdad, antes de la guerra, pero su influencia alcanzaba a millones de trabajadores industriales y de campesinos. Muchas veces partidos y organizaciones de izquierda se creían directores de acontecimientos de que no eran más que juguetes, dóciles a un ambiente que habíamos preparado para dar un paso más en la senda del progreso económico, político y social del país.

Hemos mencionado, por ejemplo, cuál ha sido la causa de que hayamos arrojado en 1933 del poder a las izquierdas, y cuáles fueron los motivos que, en febrero de 1936, nos movieron a devolvérselo.

Podemos ahora hablar de muchas cosas que nos atribuyen sin razón, y de las que no nos atribuyen, porque se ignora cuáles han sido sus fuentes y determinantes.

Ningún partido de los que se disputaban el Parlamento o el Gobierno tenía una organización tan sólida como la nuestra, ni tanta fuerza numérica y tanto arraigo en el pueblo, a cuyos intereses y aspiraciones hemos permanecido y permanecemos fieles. Por fidelidad a ese pueblo, que no a su Gobierno, hemos pretendido hasta la última hora entrar plenamente en juego, a nuestro modo, y no se nos ha consentido.

Nunca habíamos tenido contacto ni vinculaciones con ninguna otra fuerza organizada, fuera de la Confederación Nacional del Trabajo, nombre nuevo, que sólo data de 1911, de la vieja organización obrera sostenida desde 1869 por nuestro movimiento. Cuando estalló la guerra como resultado de nuestro triunfo sobre una serie de guarniciones del ejército sublevado, creímos necesario dar públicamente la cara y coordinar el máximo de voluntades en torno a la contienda que se iniciaba. Se nos acusa por algunos de haber pensado más en la guerra que en la revolución. No teníamos más posibilidades de instaurar y asegurar una nueva organización económica y social que triunfando en la guerra. ¿Dónde se quería que hiciésemos una revolución si el territorio estaba en manos del enemigo en su mayor parte? ¿Es que se hacen revoluciones sociales en las nubes? No hemos triunfado, hemos perdido el terreno sobre el cual una gran transformación económica y social era posible, porque obreros y burgueses de todos los países coincidieron en sofocarnos, cruzándose de brazos o trabajando para nuestros enemigos. Y la revolución que se esperaba en España, de acuerdo al clima y a la preparación del pueblo llamado a realizarla, no según cartabones dogmáticos de partido, fue liquidada por quién sabe cuántos años.

El balance de la contienda iniciada el 19 de julio de 1936 y terminada como verdadera guerra internacional de España contra las potencias militaristas más agresivas de Europa, en abril de 1939, no se puede olvidar ni menospreciar.

Sólo pueden acusarnos y pedirnos cuentas y aleccionarnos los que estén dispuestos a imitar aquella epopeya y a pagar por sus ideales el mismo precio que han pagado los revolucionarios españoles por los suyos. Hubo no menos de dos millones de muertos de ambos bandos, y hubo más de cien mil fusilados y asesinados en España después del triunfo fascista. Y se añaden a esas cifras un millón de prisioneros en los campos de concentración españoles y medio millón de refugiados en los campos de concentración de Francia y Norte de África, calculando en 60.000 la cifra de los que murieron en el éxodo y en el exilio de hambre, de frío y de tristeza.

Esas cifras dicen algo de la epopeya popular más grandiosa de los tiempos modernos. Ni siquiera la derrota disminuye su gloria y su trascendencia histórica. Esos cadáveres abonan la vitalidad de la España eterna, que resucitará de sus cenizas, más pujante e invencible que nunca.

El valeroso Gobierno de la victoria, hechura de Moscú, disponía en el extranjero de ingentes recursos financieros como para atender a las víctimas del éxodo gigantesco. Pero lo mismo que nosotros no hemos logrado en España, desde el Frente Popular, que se rindiese cuentas de la situación de nuestra hacienda, tampoco se logró en el extranjero, en la entelequia de la Diputación permanente de las Cortes, reunida en París, que los aprovechados atracadores del tesoro nacional, diesen la menor explicación de sus dilapidaciones.

Algo vino a saberse más allá de los círculos íntimos, por la separación ruidosa de Prieto y Negrín, cada uno de los cuales alegaba derechos a administrar el botín de la guerra en provecho propio y de sus amigos y cómplices. Pero la luz queda por hacer.

A la atribulación del fracaso, uno de cuyos factores fue la política de la intervención rusa en España, quizás ya en buen acuerdo con la Alemania hitleriana, se une para las grandes masas la comprobación del engaño en que han vivido y luchado y el descubrimiento de la catadura moral de los dirigentes y usufructuarios de nuestra guerra. El mito de la resistencia con pan o sin pan, con armas o sin ellas, era sólo la ambición de disfrutar después del desastre, solos, del botín logrado con nuestra derrota, que era su victoria.

Y con esos millones de la España despojada y escarnecida, se comprarán conciencias y plumas que, por encima de tanta tragedia y de tanta suciedad, elevarán a los afortunados un pedestal de héroes. También se quiere llegar a eso. Alguien ha escrito y nosotros esperamos que así sea: “Quieren pasar a la historia en mármoles y bronces y han de contentarse con un estercolero”.

Sólo queda un héroe para hoy y para siempre, mártir y puro: el pueblo español. No podremos estar en lo sucesivo a su lado más que con nuestra simpatía y nuestro cariño. Es la única grandeza ante la cual nos descubrimos con respeto. Sólo nos avergüenza y nos intriga el hecho de que hayan podido salir de ese gran pueblo tantos traidores, en nombre de los más opuestos ideales.

Casi tres siglos duró el aplastamiento del espíritu ibérico después de la derrota de los comuneros de Castilla y de los agermanados de Valencia por el emperador Carlos V, y de la liquidación de las libertades de Aragón por Felipe II. ¿Quién podía figurarse que nuestro pueblo estuviese todavía vivo en 1808? En aquella gesta gloriosa de seis años volvió España a entrar en la Historia. Pero en 1823, el tirano abyecto Fernando VII, creador de escuelas de tauromaquia, logró imponer de nuevo su despotismo sobre ríos de sangre y martirios infinitos. Desde aquella época hasta julio de 1936, entre guerras civiles, rebeliones populares y períodos de cansancio y de agotamiento, un intervalo de poco más de un siglo, ¿cuántos profetas anunciaron la muerte de España? En 1936 se mostró nuestro pueblo otra vez tal como es, heroico en la lucha y genial en la reconstrucción económica y social, recuperando en pocos meses de libertad el propio ritmo. La derrota de 1939 durará más o menos; pero sólo a costa del exterminio total del pueblo español podrá cambiar definitivamente el espíritu de ese gran pueblo y se logrará sofocar la esperanza de la nueva vida, de la nueva aurora.

Buenos Aires, 5 abril 1940.

 

Lamentablemente, esa derrota duró mucho más de lo que quizás esperaba Abad de Santillán cuando escribió su libro. De hecho, no solo el pueblo jamás se recuperó, sino que además ha perdido la conciencia de clase y ha sido engañado con ficciones de libertad, porque tras casi cuarenta años de aplastamiento brutal, le regalaron un poco menos de represión, y confundió la sensación de alivio con la verdadera libertad. Y la propaganda a la que llevamos sometidos, especialmente en el último lustro, ha sido el golpe definitivo. Se ha logrado que el pueblo se alinee con la ideología del Poder de dos maneras complementarias: 1) simulando el gobierno represivo ser representante de las ideas socialistas que nos liberarían de su yugo, pero desustanciándolas y presentándolas como pura palabrería hueca (selección léxica), consiguiendo así demonizarlas para que el pueblo las rechace; 2) presentándose los que abiertamente defienden el capitalismo, desde los neoliberales hasta los nostálgicos del franquismo (El Toro TV y todos los periódicos y medios digitales que han proliferado desde 2020), como la oposición rebelde al statu quo, lo cual es solo una fachada que, a pesar de ello, les ha funcionado.

Pero esto es algo que traspasa nuestras fronteras. Al pueblo residente en el Estado español se le aplastó de una manera determinada, y al pueblo residente en otros países, de otra, pues la clase dominante se va adaptando a las circunstancias específicas. No negaré que exista una idiosincrasia, pero bajo ella habita la condición de clase, que es adquirida por el contexto social, y, aún más importante, la condición humana, que a todos nos une. El origen de la represión y de la violencia, como ya he apuntado en otras ocasiones, está precisamente en la destrucción de la condición humana, ya desde la etapa intrauterina y a lo largo de la infancia, reforzando la estructura de carácter neurótico adquirida en los primeros siete años durante el resto de nuestras vidas. Esta destrucción se realiza a gran escala mediante el control del parto por parte del sistema sanitario, que provoca el trauma del nacimiento; la crianza irrespetuosa impuesta socialmente y ejercida dentro de la familia patriarcal que se nos ofrece como modelo (edipización, moldeamiento inconsciente del niño o la niña para que se someta al orden establecido; el niño bien educado es el sometido, el “maleducado” es el que no se somete); la extensión en el sistema educativo del proceso de sometimiento iniciado dentro de la familia patriarcal; la sustitución de los impulsos sexuales primarios por los secundarios, que comienza en la etapa infantil, pero que se ve fuertemente reforzada en la adolescencia a través de la cultura de masas y del tipo de sociedad en que vivimos; y, finalmente, en la vida adulta, el trabajo asalariado que nos despieza (utilizando el verbo que usa Casilda Rodrigáñez en sus libros) y el sistema económico que convierte nuestra vida en un sálvese quien pueda.