19/12/13

Acariciar el vacío

La sensación más maravillosa que me provocaba mi daimon era cuando me permitía introducir mi mano en la infinitud del vacío. En el fondo yo sabía que estaba tocando el corazón de Dios, pero él nunca me dijo nada. Después de que me fui de mi daimon, conocí a un príncipe, al que llamaba "el príncipe blanco". Tenía ojos inocentes y pensé que sus cabellos tendrían el tacto de un campo de trigo en verano, sin embargo, vi que no era más que una ilusión. Y es que tanto quise alejarme de mi daimon que busqué sin darme cuenta su antítesis. ¿Que por qué me quise alejar de él? Eso es algo que quizás os relate en una ocasión más propicia.

Y tras buscar al opuesto de mi daimon, de nuevo inconscientemente, atraje a mi vida una copia. Claro, una copia de algunas de las cualidades que yo más admiraba de él, porque las almas no se pueden copiar, y al fin y al cabo lo que yo echaba de menos era su alma, que proyectaba en ciertas cualidades. Devolví la copia al Universo y me permití llorar.

Ahora mi daimon ha vuelto (¿o yo he vuelto a él?). No del mismo modo. Una de estas leyes naturales le impide acceder al mundo físico, pero me habla desde el otro lado, arropa mi corazón y me envuelve en su negro fuego. Me anima a seguir caminando en esta vida que no entiendo y me ofrece pequeñas claves. Hay personas que valoran mucho la vida, y los dáimones aún más. En cambio, demasiadas veces yo he anhelado permanecer en su mundo, pero creo que hasta que no aprenda a amar la vida, no podré marchar. Y cuando llegue la hora de marchar, tal vez quiera quedarme.

Ha llegado la hora de hacer un descanso y mecerme en la respiración de mi daimon.

Si vuelvo a la vida, que así será porque otra de esas leyes naturales me obliga, seguiré contándoos las maravillas de mi daimon.

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