1/8/14

Película a medias

No supo ver que se lo pedía a gritos. Era él el experto en fijarse en los detalles, aunque fuesen detalles tan importantes como conocer las necesidades de los demás.

Si tú y yo fuésemos ahora los espectadores de esa película, le diríamos ¡no, no lo hagas! Es algo ingenuo gritarle a la pantalla mientras te comes las uñas o cierras los puños con la esperanza de que el protagonista te haga caso, aunque en el fondo sabes que no, ya que toda historia está compuesta de planteamiento, nudo y desenlace, y sin nudo no hay historia. Aún así todos queremos que el protagonista no meta la pata.

Entonces, ese era uno de aquellos momentos en los que la pata está a punto de ser metida. Porque a pesar de que la petición era muy clara, la dueña de la mencionada pata tenía la fea manía de no mirar el suelo. Y tampoco la podemos culpar, ya que el ruido del huracán que habitaba su caja torácica era una gran distracción. Quizás si le hubiese puesto más empeño, habría escuchado los sonidos del exterior. Pero los quizás si... sólo sirven para aprender de ellos después de haberlos ignorado y tras el consecuente batacazo.

Total, como te iba contando, resulta obvio que metió la pata. ¡No lo oyó! Y llegó el desastre. Desastre aquí y desastre allá. Claro, ella sólo veía el de aquí y olvidaba el de allá, porque ya te he explicado que era muy muy muy, pero muy muy muy difícil que oyese lo de afuera.

¿Qué pasó después? No lo sé. Está uno tan liado que tiene que dejar las películas a la mitad. Como espectador, uno anhela que esa atolondrada por fin aprenda a estar más atenta. Ese sería un buen final. Por supuesto hay finales llenos de maravillas, hasta con fuegos artificiales y dragones blancos de la suerte asustando a unos abusones, pero es que cada historia es única. Así que lo único que me queda por decirte es que vayas imaginando un final (o varios) y cuando termine de ver la película ya te cuento si acertaste o no.




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