5/4/15

4-IV-2015

Decidió dejar de culparse por no tener ya amapolas y siguió derramando desiertos por sus mejillas, sabiéndolos eternos.
Renunció también al anhelo por recuperar esos extensos campos rojos y se sentó quieta en medio de las dunas.
Incluso el cielo, que durante largos años lloró a causa de la voz extinguida de ella, no tenía ya nubes ni color.
De vez en cuando aparece algún oasis, pero ninguna amapola, ni otras flores rojas, rosas o moradas... Allí solo existe un verde ahogado y el interminable marrón, que acabará convirtiéndose en ceniza.
Ya casi ha olvidado los campos de mayo de su juventud, más allá del océano, en su tierra natal.
Ahora ya no desea nada. Extrañas voces la invitan a abrir los ojos, a levantarse, pero sus oídos están llenos de arena.
Y yo no sé si finalmente un viento la empujará para acercarla a su destino, o si este consiste en convertirse en polvo permaneciendo así por siempre en el desierto.

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