Hay días en que la primavera brota de repente, como si el Universo
entero decidiera contraerse en un solo punto y estallar al instante. Son esos
días en que vienes y bañas mis calles con tu sonrisa y yo me quedo como una abeja
ante un jardín primigenio, como el astrónomo en la cima más alta y silenciosa,
que se deja subyugar por la exhibición
del cielo. Y mis manos tiemblan al oír el velero de tu boca, y lucho por que no
veas los cientos de amapolas que me salen por los poros. Pero no puedo evitar
que se me caigan vestidos y aderezos, y quedarme descalza y que cobren vida mis
cabellos, que intentan adornar el suelo que pisa tu triste figura.
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