22/12/21

La violencia oculta tras "la magia de la navidad"

Desde que empieza diciembre (aunque cada año lo adelantan más), se despliega todo un aparato cultural con el aparente objetivo de imbuirnos de un "sentimiento especial" que, por algún motivo, debemos tener en esta época concreta del año. No solo es aceptado por la gran mayoría, sino que hay, además, un rechazo social hacia quienes no dejan colonizar su psique, que, más allá de sus motivos, son identificados automáticamente con el (este sí de verdad) entrañable personaje de Dickens, aunque el autor nunca haya ideado su relato desde la perspectiva del sistema capitalista que nos obliga a "sentir la magia de la navidad".
Y es que, ante todo, esta es la fiesta estrella del capitalismo. Y no solo porque se fomenta el consumismo más salvaje, el derroche y la autodestructividad del organismo (exceso de alcohol y de comida socialmente aceptado), sino en mayor medida por lo que no se ve: el sadismo que se esconde tras tanta impostura
La infancia es la protagonista de esta fiesta. Las calles se llenan de luces que fascinan (sobreestimulan más bien) a l@s más pequeñ@s, en las plazas y en los comercios suenan delicadas voces de niñ@s cantando canciones tiernas y alegres. Todo en estas fechas se prepara para el gran día de l@s niñ@s: el día de la ilusión en que unos seres mágicos les traen regalos. Pero lo que se oculta tras tanto sentimiento "bonito" es, como hemos dicho, sadismo puro.
En teoría, en la navidad se celebra el nacimiento de Cristo y es este hecho cultural el que nos da las claves de la perversión que se esconde tras tanto pseudosentimiento:
1. El nacimiento en la civilización supone un trauma, pero es que este tipo de nacimiento es el establecido por el sistema médico que instrumentaliza (y nos roba) el parto. A quien no tenga conocimiento sobre esto le recomiendo informarse sobre el trabajo de Michel Odent. Y después del nacimiento viene la crianza, que consiste en la represión de las criaturas humanas para lograr su sumisión total al sistema capitalista. Es una castración, es la imposición de la carencia, de la Falta Básica -causada por el matricidio- que durará toda la vida (v. Casilda Rodrigáñez), es el acorazamiento (v. Wilhelm Reich), es, en fin, la máxima expresión del sadismo.
2. En los orígenes de la represión de las criaturas humanas, las religiones han sido un elemento fundamental. Tal es el caso del cristianismo, que demoniza a la madre real, a la madre deseante, a la mujer conectada con su útero que ha tenido un parto placentero, que disfruta amamantando, que duerme con su criatura, que conoce su lenguaje y satisface sus deseos porque sabe que detrás del llanto de un bebé se esconde una gran angustia. La mujer que vive la maternidad como una etapa más de su sexualidad (la madre real) es sustituida por la madre ideal, la virgen, que ha tenido a su hijo mediante una "inmaculada concepción" (v. etimología de "inmaculada"), una mujer cuyas pulsiones libidinales, absolutamente necesarias para el correcto funcionamiento del organismo (y de la sociedad), incluida la psique, han sido reprimidas. 
En conclusión, el mismo sistema que reprime a las criaturas desde el nacimiento (o desde antes, porque el estado emocional de la madre afecta al bebé ya en la fase intrauterina y si esa mujer sufre por una amenaza de desahucio o por cualquiera de los infinitos problemas causados por el sistema capitalista, también va a sufrir su bebé), el mismo sistema que nos castra, que nos roba la energía vital para ponerla al servicio de la acumulación de capital, que provoca neurosis y enfermedades de todo tipo, que causa enfrentamientos sociales, guerras (ahora ya encubiertas; v. blog En Defensa de la Humanidad), hambre, pobreza, esclavitud, genocidios... ese mismo sistema nos hace en diciembre chantaje emocional para que sintamos sucedáneos de ternura y alegría que nada tienen que ver con la ternura y alegría reales (v. "conformidad automática" en capítulo V de "El miedo a la libertad" de Erich Fromm), y además demoniza a todo aquel que de manera consciente o inconsciente percibe esta trampa y no quiere participar en la impostura. Precisamente los poderosos, que sí representan los valores criticados por Dickens en su "Cuento de Navidad", son los que identifican a quienes se dan cuenta de esto con Mr. Scrooge. Nunca dejará de sorprender tanto cinismo. 

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