9/11/18

9-XI-2018


Yo. Siempre siendo mi centro para poder nutrir -en lugar de envenenar- tronco y hojas. Y en plena fotosíntesis apareces tú, adornando mis inviernos cuasiperennes.

Desterradas las perlas suicidas, me ha llevado el susurro indomable del viento a pasos que parecían perderse en sombras sonámbulas y que han resultado ser hogueras para el pecho entumecido. Hogueras con las que lucha el acero de las manos que aprendieron a derretir hilos de zarzas, a derribar pedazos de laberinto, a encontrar el eco de una estrella entre nubes de plástico.

Me asomo al claro olor de tu velero, y temo. Solo un poco. Temo praderas, acostumbrada a precipicios a los que amo, a los que aprendí a acariciar. Y busco los tristes cuervos que escondes tras tus ojos para evitar que se agriete mi alma sin darte cuenta de que, desde siempre, quiero caminos estrechos donde aprender, entre tropiezos y rasguños, a ser una con las piedras y raíces; que necesito arroyos que esconden invisibles perlas y no paraísos quietos de un brillo prefabricado.

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