1/1/19

Inerte

¿Dónde quedó aquella voz que hacía brotar primaveras y acariciaba tormentas? ¿Y  las manos pequeñas que juntaban montañas y arrancaban laberintos de espinosas raíces sin hacer sangrar la tierra?

Pálpitos desterrados a un desierto apagado que se niegan a aceptar soles de cartón. 

El cielo exangüe anuncia una estrella tras una colección de otoños en blanco y negro.

Pero Penélope, ebria de ocasos, ya no sabe tejer.

Se agacha a mirarse en la orilla del mar como un Narciso desencantado. Le contesta un caos de olas turbias, ecos de desafinados augurios.

Desea lavarse las manos llenas de cicatrices, las huellas de carbón del pecho, y solo encuentra la sal devoradora o el río de su conciencia. Un río de agua tan fría que parece que acuchilla sin piedad cada poro.

Y vive inmóvil arropada por las sombras burlonas que ocultan el brillo pertinaz de la estrella.

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