Fue mi libre decisión sacarme el corazón del pecho para
entregárselo al vencejo que prefirió dejarse consumir por su disfraz. Y me
quedó una grieta profunda que quisieron suavizar mis lágrimas. Pensé que la
comprensión y desterrar la culpa me devolverían a mi estado anterior. Pero al
intentar cabalgar nuevos mares, descubrí que mis alas estaban llenas de
cicatrices, que había perdido mi capacidad de volar entre tormentas, que languidecían
las estrellas de mi rostro. Creí que había salido después de tantos inviernos
del laberinto.
Y escribo esto mientras sigo arañando paredes, mientras contemplo
aterrada el vacío que se abre bajo mis pies. Ya no tiene el brillo de los
precipicios que antaño amé. Ahora es como un agujero negro que solo trae inmisericorde
antisilencio. O quizás es que mis ojos se han olvidado de ver.
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