16/2/14

Plegaria

Muchos han intentado definirte. Unos te aman, otros te odian desesperadamente y otros se mantienen al margen. Se han escrito tratados, ha habido debates, e incluso guerras que acabaron con miles de vidas en tu nombre. Mas, ¿quién puede decirle a otro lo que tú eres? Yo no puedo saber cómo eres para otra persona, ni puedo decir cuál es tu nombre, tu forma o tamaño, ni tan siquiera tu color. Sólo sé lo que siento dentro de mí y tampoco tengo la capacidad de verificar su certeza ni el interés en demostrarla.

¿Cómo te he sentido a lo largo de mi vida? Primero fue esta mi dorada cuna, que aumentó en mí el amor por las letras. Todavía al recorrer sus calles siento la huella de los grandes que la habitaron; también en ellas te encuentro. Fue después en mis tiempos a solas, en mis silencios, sentada observando lo que de real había en el espacio vacío entre los niños que saltaban a la comba o jugaban con la pelota y yo. Pronto esos silencios comenzaron a llenarse con cuentos, aventuras de estos y otros tiempos, de niños como los que veía o de seres fantásticos, esos seres que buscaría a lo largo de mi vida en bellos paisajes imaginados, donde también tú estabas, o tú los eres. Unos paisajes, digo, imaginados por mí, otros de magníficos escritores, porque también te encuentro allí, en ese mi amor de blancos desiertos y negras dunas. ¿Cuántos, dime, cuántos años lleva esa pasión en mí, y no se me despega? Ese mi amor que me canta antes de dormir (y otras veces me quita el sueño), ese mi amor, lo primero que quiero ver al despertarme. Pero no puedo olvidar a mi otro gran amor, fresco, fragante, suave, imponente, crujiendo bajo mis pies, blando otras veces. Este me canta también, me canta mientras paseamos, rodeándome él toda yo, un yo que deja de ser mío al contacto con su invisible piel multicolor.

Ay, tanto podría describir, dulce néctar, la única esperanza de mi cansada existencia, posada del peregrino, manantial para el sediento, pero algunas cosas quiero reservarme. 

Cuando no te busco muero en una plomiza rutina, me pierdo en la náusea. Y bien sabes que te necesito, que siempre has sido lo único real en mí. Lo dije y lo diré: sin ese mundo, sin esos sueños sería otra persona, una falsa versión robotizada que no quiero ser. Y aunque me golpeen las circunstancias, y aunque nadie comprenda este mi sentir, buscando en ti lo que no eres, lo que otros dicen, aunque el mundo diga que -y perdón por manchar estas palabras con vulgaridad- si no bebo, no fumo y no follo soy gilipollas, comprenderé que simplemente jamás se sentaron a contemplar, jamás se permitieron hablar con el viento, leer el mensaje de las estrellas, que desde su azulado escenario sonríen sin cesar, que nunca se empaparon en el néctar de su amante ni se perdieron a sí mismos en su mirada para alcanzar la gema compartida, y después, como en toda buena historia, preservar su secreto eternamente. Y continuaré yendo tras tu presencia, porque ella soy yo, y lo que está ausente de ti, no soy yo, es sólo dolor, sólo aspereza, lágrimas amargas, pestilentes como una fábrica que empobrece.

Y estoy ahora en ti a través de esta sinfonía, justo la de la partida, el fin que dejó historias de sufrimiento, cansancio, pero también compañerismo, fuerza y valor, oh, tanta lealtad que el ser humano guarda en su extraño corazón, amistad, romanticismo y amor. 

Tu melodía es eterna y deseo no alejarme más, porque el opuesto a la melodía no es la voz de tu silencio, sino el ruido que atormenta el alma. Sólo sé que es uno el que debe buscarte, como te buscó Jimena*, y en el camino hallará obstáculos, montañas, orcos, tal vez jinetes negros, dragones como el del caballero que deshizo su armadura oxidada, pero siempre, siempre de fondo, estarás tú. No, tú no eres el fin de la búsqueda, porque el Santo Grial no es una copa; el Santo Grial es  el camino que lleva a descubrir que siempre estuvo ahí, en cada paso.

Oh, misterio de la vida, el motor de nuestros pies, y tú pareces destino pero eres esperanza. No dejes que me suelte de tu mano. No permitas que me invada el ruido. Cántame siempre, aunque jure que no quiero escucharte. Cántame con cada una de tus infinitas voces, cántame para que sea.

*Protagonista del cuento Jimena y el agua sagrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario