4/7/21

La ausencia

Nuestra naturaleza nos hace comprender que la ausencia es una parte esencial de la vida. Algunos afirman que somos seres insignificantes en medio de este infinito mar de luciérnagas, y tienen mucha razón. Sin embargo, el breve periodo que dura nuestro aliento lo vivimos como si fuera más inmenso que las montañas. ¿Y si hubiera algo de cierto en esa sensación?

Volvamos a la ausencia. Recuerdo el hueco temprano que sentí en el nido. El espantoso silencio nocturno. No lograba emitir las risas necesarias como para llenar la casa igual que antaño. Solo el (ya no tan) pequeño duende tornaba un poco más risueño mi corazón de naturaleza sombría. Sin él, volvía a perderme en mis grises laberintos.

Pero no los eludí. Decidí enfrentarme, una vez más, al Minotauro y, una vez más, descubrí que la cabeza de toro era solo una ilusión y que su verdadero rostro era el de un anciano de barbas blancas que no lograban ocultar su serena sonrisa.

El anciano antes disfrazado de monstruo me contó algunos secretos. Aprendí que en las noches sin luna, nuestro satélite sigue existiendo, solo que está situado entre el Sol y nuestro hogar. Cualquiera sabe esto, claro, me explicó, pero no todos comprenden lo que realmente significa.

Unos meses después de esta conversación con el Minotauro-Anciano, sobrevino otra pérdida, también temprana, pero esta era de las que son definitivas. El hombre que me dio la vida dejó la suya a medias por crueles avatares del destino (por no decir por asesinos de bata blanca que se dejan corromper a cambio de unos billetes). Durante un tiempo me distraje buscando huir del vacío. Pero, cuando llegó el momento adecuado, volví a mirar de frente al abismo y me sorprendió ver que estaba lleno de flores. Tras un parpadeo, el paisaje desapareció. No obstante, a ratos me perseguía su fragancia. Lo extraño era que esos ratos no eran solo ratos, sino una especie de pedazos de no-tiempo.

Por lo visto, las luciérnagas viven unos dos meses, mientras que las estrellas tienen una vida de varios millones de años. ¿Cuánto dura, sin embargo, la impresión que dejan unas u otras en nuestra alma? ¿Cuánto dura el sentimiento de felicidad que nos produjo aquella sonrisa de nuestro padre, aquel abrazo de nuestra madre, aquella carcajada de nuestro hijo, aquel chiste de nuestro hermano, aquella mirada de un antiguo o presente amor?

Ahora estoy sola, escribiendo estas líneas. Mi gato y mi perra duermen, mis seres queridos más cercanos están a más de setenta kilómetros de distancia. Mi padre está más allá de las nubes o más allá del núcleo terrestre o más allá de... quién sabe. Pero los trocitos de no-tiempo están aquí, en este mismo instante, aunque suene paradójico, igual que las montañas que me rodean y que no veo a través del edificio de en frente, igual que la luz de la luciérnaga que se esconde de mis pasos, igual que el Sol mientras dura la noche.

Echar de menos es humano, pero ¿qué es la ausencia: un vacío o una luz que se escapa de entre nuestros dedos temporales y se va a vivir a un sitio más cercano de lo que creemos?

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