No sé hablar de otra cosa que de laberintos, pero es que tiro del hilo y tardo ovillos y ovillos en llegar al centro. Y busco ahí las palabras que pongan en orden tanta marea. Por un lado me atropellan las olas de un posible futuro, otro más, que me aturde. Ya ni pánico siento, solo resignación, sabiendo que hay sucesos que no dependen de mis pasos. No, no estoy preparada. Tampoco estaba preparada para mi más reciente despedida. ¿Los asesinos de bata blanca, esbirros de esta neodictadura que nadie ve, que nadie confronta? ¿O el destino? Nunca imaginé que diría esto, pero ya no importa. Por otro lado...
Me levanto por las mañanas entre plomo y lodo y tardo vueltas
y vueltas de las manecillas en acceder a la sal catártica. Quiero pensar que
solo esta vez la vida está de mi parte, que siempre ha sido cierta la melodía
interna, brújula de mis temblorosas dudas. Quiero pensar que el aprendizaje no hiere
necesariamente, que el jardín está a la vuelta de la esquina, que mis
principios no tienen un final a medias, sino que todo lo envuelven, como el eterno
vacío que amansa a las estrellas evitando que colisionen en un caos descontrolado.
Sueño con cerezos en flor, sueño con las risas que se
atragantan en el pecho roído, sueño que vuelven a fluir los manantiales, sueño
con el agua sagrada que pone todo en su lugar, que sumerge en la nada a los
destructores (sí, los amos de los batas blancas) y revivifica las cicatrices,
devuelve la savia a los sinsabores y adorna con coronas de laureles a los
guerreros del corazón.
Sueño y me resigno al mismo tiempo, sin cesar de dar pasos a
pesar del plomo, sin dejar de rasgar con ternura y determinación las capas que
ocultan lo que soy.
No perderé la esperanza de estar dando los pasos correctos.
Y si por el camino se derruyen arcadias... sé que hice las cosas lo mejor que
supe y pude. Toda pérdida implica un duelo y sigo teniendo miedo a las ausencias.
Nadie dijo que vivir fuera fácil.
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