25/4/21

La batalla constante

Quizás solo empieza a vislumbrarse una creciente y casi callada victoria contra el plomo del reloj cuando se acepta que solo se ganará la guerra tras detenerse este por completo y, entonces, ya no servirá de nada.

Toca, pues, asumir que la batalla será constante. La batalla contra la gravedad que agarrota los músculos y las ganas incluso de hacer lo que llena al alma.

Es necesario asimismo amarse y permitirse sin abandonarse a la autodestrucción. Y lo difícil está precisamente en hallar ese equilibrio.

Somos nuestro mayor enemigo, nuestro peor verdugo, esclavos de nosotros mismos. Y el único momento en que desaparecerá la pólvora será cuando lleguemos al puerto de la eternidad (del silencio eterno o la eterna vida, quién sabe, no hay que permitir que estas ideas determinen nuestros pasos).

Toca luchar contra nosotros mismos, toca luchar unas veces, cuando estamos cansados, o ser benevolentes. Toca ser empujón amigo o caricia maternal. Toca en ocasiones que escueza para sanar la herida. No todo son besos amorosos. No podemos consentir que se infecte y nuestros esfuerzos sean en vano.

Somos nuestro peor verdugo, pero podemos ser, sin olvidarnos del resto, nuestro mejor amigo.

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