Quizás solo empieza a vislumbrarse una creciente y casi callada victoria contra el plomo del reloj cuando se acepta que solo se ganará la guerra tras detenerse este por completo y, entonces, ya no servirá de nada.
Toca, pues, asumir que la batalla será constante. La batalla
contra la gravedad que agarrota los músculos y las ganas incluso de hacer lo
que llena al alma.
Es necesario asimismo amarse y permitirse sin abandonarse a
la autodestrucción. Y lo difícil está precisamente en hallar ese equilibrio.
Somos nuestro mayor enemigo, nuestro peor verdugo, esclavos
de nosotros mismos. Y el único momento en que desaparecerá la pólvora será
cuando lleguemos al puerto de la eternidad (del silencio eterno o la eterna
vida, quién sabe, no hay que permitir que estas ideas determinen nuestros
pasos).
Toca luchar contra nosotros mismos, toca luchar unas veces,
cuando estamos cansados, o ser benevolentes. Toca ser empujón amigo o caricia
maternal. Toca en ocasiones que escueza para sanar la herida. No todo son besos
amorosos. No podemos consentir que se infecte y nuestros esfuerzos sean en
vano.
Somos nuestro peor verdugo, pero podemos ser, sin olvidarnos
del resto, nuestro mejor amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario