1/2/22

Muros y espinas

Se acabó el tiempo de los desgarros, pero aún quedan espinas enredadas con las venas.

No, ya no es tiempo de arrancarlas. Ahora dejo que la brisa me guíe y voy deshaciendo los nudos entre otoños y amaneceres. Me subo a estas notas, tan mías, ya tan sin ausencias punzantes y nieblas de antisilencio. Y otras veces me refugio en el bosque de letras que desde siempre me acompaña, para hacer más leve la tarea.

No hablaré ya de ojos ni de manos. Hablaré de mis pasos desorientados y certeros. 

Hablaré del brillo que se quedó encerrado y que perseguí hasta el centro del laberinto, donde me hundí sin miedo.

Quisiera que la suavidad hubiese sido la única habitante de esta piel extraña, pero cuando me alcé por primera vez del suelo, las espinas llevaban mucho allí. Nunca supe cubrirme con un jardín artificial. Estaban y están allí, evidentes, palpitantes, ennegreciendo la sangre.

No pudo ser tu sonrisa. Fue, en su lugar, tu muro. Fueron mis pasados desgarros y mi envenenamiento, crónico hasta que libere mis venas.

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