Nos roban la vida desde que nacemos. Cercenan los flujos, congelan las yemas de los dedos y nos toca pasar los días con carbón en el pecho, por todo el cuerpo. Tan solo hay grietas insuficientes.
No pude aferrarme a ellas, sino que chocaron mis cenizas con dolorosos muros de acero. Y yo que soñaba con florecer..., pero la savia no llegó a su destino y seguí viviendo marchita.
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