El sistema se ha complejizado tanto que resulta difícil
describir los mecanismos en los que nos sumerge y los efectos que estos tienen en
nuestras vidas como individuos y como sociedad. En comunidades anteriores o
ajenas a la civilización, lo beneficioso para el individuo tiende a coincidir
con lo que es beneficioso para el conjunto social. Este hecho, que ya percibió
Kropotkin, parece ser apoyado por la biología[1].
Sin embargo, da la impresión de que la deriva que ha tomado la civilización es
profundamente antibiológica, pues parece que la meta consiste en que cada ser
humano se desconecte de sus funciones vitales[2]
y se identifique solo con ideas, para lo cual se fomenta el irracionalismo
causado por la impotencia orgástica[3]
a través de la política, que cada vez ejerce un mayor control sobre nosotros[4].
Nacemos y crecemos inmersos en la mentira, pero las formas
de esclavización han cambiado. Ya no hay una monarquía absoluta en la que la
clase dominada conoce muy bien cuál es su estatus ante el soberano, heredero de
la divinidad, y la clase privilegiada. Ahora, nos dicen, vivimos en una
democracia en la que todos somos iguales ante la ley y estamos amparados por
los derechos humanos universales. La movilidad entre clases sociales es
posible. La industria cultural se encarga de “recordarnos” que el que es pobre
es porque no se ha esforzado lo suficiente, como nos muestra la sensiblera
película protagonizada por Will Smith, En
busca de la felicidad, y que cualquiera puede lograr el éxito financiero y
profesional. Hay todo un nicho de mercado que se dedica a inculcar estas ideas
(libros, vídeos, páginas web, etc. del tipo “conviértete en millonario”, “tú
también puedes ser rico”, “cómo conseguí convertirme en un empresario de
éxito”...).
Esta es una de las nuevas formas que ha tomado el mito del
pecado original: si no llegas a fin de mes, si tus hijos llevan las zapatillas
rotas, si tienen que alimentarse con salchichas frankfurt en vez de con productos saludables, si te han despedido,
si no encuentras trabajo o lo tienes, pero está mal pagado, ES TU
CULPA, que no “te has movido” lo suficiente, o no confías en ti mismo, tienes
baja autoestima... Lo de fuera está bien, tiene, quizás, algunas imperfecciones
que podrás corregir cada cuatro años en las urnas o yendo a alguna
manifestación aprobada por la administración de turno. Pero si las cosas te van
mal, amigo, problema tuyo.
La idea de fracasado ha sustituido a la de pecador, pero la
dinámica detrás de ambas es la misma. Y, como los mecanismos de los que hablaba
al principio están totalmente normalizados, es decir, como las cadenas son
invisibles, nos cuesta llegar a darnos cuenta de lo que está pasando. Y, si
comenzamos a abrir los ojos, ya se encarga la propaganda política de desviarnos
de la verdad y ofrecernos algún chivo expiatorio que, además, les sirva para
alejarnos de posibles salidas[5].
Esto se logra mediante la manipulación, sobre todo lingüística, siendo la
selección léxica[6]
uno de los recursos más utilizados.
Precisamente la manera en que se ha complejizado el sistema
pertenece al ámbito del lenguaje. Todo empezó con el lenguaje (los textos
sagrados –la palabra de Dios- y las
leyes), convirtiendo mentiras en verdades y ocultando estas (lo que no se dice
no existe[7]).
Un ejemplo de verdad oculta es la naturaleza placentera del útero y, por el
contrario, la mentira es que los partos y las reglas son dolorosos por
naturaleza (es sorprendente cómo la industria médica es heredera de las ideas
religiosas, en este caso, la maldición bíblica de “parirás con dolor”). La
cantidad de mentiras y medias verdades ha llegado hasta tal punto que parece
que el primer paso revolucionario consiste en darse cuenta de las mismas, lo
cual forma parte de un proceso largo y no exento de dificultades. La verdad
está enterrada, o bien difusa, entre cientos y cientos de afirmaciones
pseudorrevolucionarias. Abundan cada vez más los grupos y movimientos de todo
tipo (místicos o prácticos) que fingen enfrentarse al sistema u ofrecer una
alternativa viable, cuando en realidad no hacen otra cosa más que retroalimentarlo.
Algunos de ellos tienen discursos con un gran porcentaje de verdad, que sirve
de anzuelo y, una vez que el individuo en proceso de salir del enredo de
mentiras ha picado, le insertan la mentira, sutil, casi inapreciable, pero lo
bastante potente como para “pescarlo” y entregárselo de nuevo al poder. Ya en
mi artículo acerca del desengaño comentaba que no hemos de sentirnos culpables
por haber participado en movimientos pseudorrevolucionarios, pues las
estrategias que emplean son muy convincentes. Estos errores forman parte de
nuestro proceso y nos sirven de aprendizaje.
Lo ideal sería que pudiéramos agruparnos y actuar dentro de
colectivos, pero las circunstancias han cambiado mucho desde los tiempos de la
Primera y la Segunda Internacional. Incluso organizaciones que en el pasado
tuvieron una fuerte influencia social (como el anarcosindicalismo en la
Península Ibérica, especialmente en Cataluña), han sido infiltradas y
dinamitadas ideológicamente desde adentro, y se han convertido en apéndices del
poder[8].
Individualmente, estamos más rotos y triturados que nunca y el proceso de
descubrir la verdad implica también un proceso de restablecimiento de la
libertad psíquica. La necesidad de pasar por este proceso personal no implica,
como algunos aseguran, un individualismo de tipo liberal, pues estando enfermos
(que así es como estamos todos en esta sociedad de la dominación), lo único que
podemos aportar a la humanidad es negativo (la plaga emocional de la que
hablaba Wilhelm Reich). Esto no significa que debamos mantenernos al margen de
la lucha social hasta estar completamente sanos, pero sí que debemos procurar
ser conscientes de cuál es nuestra estructura de carácter y de hasta qué punto
llega nuestra neurosis y cómo esta afecta a nuestro entorno y a todo el
colectivo social.
El gran problema del sistema es que lo tenemos interiorizado
y lo reproducimos de manera inconsciente, así que todo proceso revolucionario
implica un proceso personal de liberación de los patrones automáticos implantados y, en mi opinión,
ambos, el proceso personal y el social, son simbióticos y, por tanto, no se
excluyen entre sí. Ahora mismo estamos desperdigados, pero eso no debe hacernos
perder el enfoque colectivo de la lucha. Podemos (y es nuestra responsabilidad)
ir reflexionando sobre las estrategias más efectivas y, cuando sea posible,
poner en común nuestras conclusiones. Finalmente, cuando tengamos clara una
orientación básica, podremos emprender las acciones pertinentes. Mientras
tanto, nos toca actuar por separado.
[1]
Obviamente, me refiero a la biología real, no a la pseudocientífica que se ha
impuesto a la opinión pública, pues quien tiene el poder económico, controla
también el aparato mediático, el cultural y el educativo y académico.
[2] Al
comienzo de la civilización, esta desconexión de las funciones vitales era
provocada por el mito del pecado original, presente en varias religiones, que
inculcaba en el individuo un fuerte sentimiento de culpa y causaba una falsa
escisión entre cuerpo (sucio, raíz del mal) y alma (limpia, pura,
potencialmente conectada con la divinidad). Esta idea del pecado original ha
ido tomando otras formas a lo largo de la Historia, pero no ha desaparecido y
sigue determinando nuestros pensamientos, reacciones y comportamiento.
Recomiendo, como siempre, la obra de Casilda Rodrigáñez.
[3] En mi
artículo acerca de la represión sexual (en este blog), cito la definición de
este término reichiano.
[4] El
extremo de este control es la biopolítica de la que hablaba Foucault y que a
raíz de la farsa pandémica ha podido llevarse a cabo de manera masiva y eficaz.
[5] Por
ejemplo, un supuesto proyecto socialcomunista global. He escrito algún artículo
sobre la propaganda anticomunista.
[6] También
está explicado en un artículo en este blog.
[7] Hay
términos relativos a importantes descubrimientos científicos, como el orgón,
que no están en el diccionario ni abundan en textos académicos o divulgativos.
Solo los encontramos en los medios de comunicación para denigrarlos. Resulta
curioso que sean los voceros de la pseudociencia al servicio de la economía
quienes tienen la tarea de decirle al gran público lo que es pseudociencia y lo
que es “ciencia seria”.
[8] Si me es
posible, ya que estoy publicando los últimos meses desde el teléfono, pues
decidí darme de baja de Internet de casa y tengo una tarifa de datos más bien
reducida por decisión propia (por eso no os enlazo los artículos que voy
citando), compartiré un interesante artículo de Paul Cudenec acerca de esto.
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