3/5/14

Hacia la posada

Venía pensando en eso que me aseguraste ayer: que te has llevado mi negro sentimiento, que me has sacado de la hedionda mazmorra.

Voces en mí dicen que no te crea. ¿Y no es que aún vas harapienta? ¿Acaso no hueles la putrefacción en tu cuerpo? Recuerdo entonces aquello que escribí sobre "el eco" que nos queda durante un tiempo de las creencias inconscientes que hemos eliminado de nosotros. ¿Será que mi corazón revive aún los años de cautividad?

Guardo la esperanza de atravesar con presteza estas millas de incierto sendero, y llegar a una posada en que pueda lavarme y vestir nuevas ropas ya no marcadas por la esclavitud. Si mi vida ha sido sellada y mi nombre inscrito con tinta indeleble en el libro de la libertad... ¿acaso la sentiré alguna vez?

Los árboles que me rodean con sus brazos abiertos, el sol alumbrando mi papel, la suave brisa acariciándome el cabello. Y esta pluma de ágiles y elegantes movimientos. ¿Podré quedarme así para siempre? Mi libertad, mi pluma y yo, sin visitas inoportunas, sin resquemores, sin temor, sin incomodidad.

Yo no quiero odiar, pero tampoco obligarme a amar a toda cosa viviente, no si ello trae consigo unas cadenas para mi anhelante alma. Mira a los conductores. Llevan rígidas sus piernas, encadenadas sus manos, aplastadas sus narices sin aire fresco en ese zulo. No me molesta que estén a mi lado; ellos van a lo suyo, yo recorro senderos mecida por la voz del viento. ¿Es que debo implicarme? ¿Es que debo abrazarles o sonreírles? No quiero amarlos, sólo respetarlos. Semáforo en rojo: ellos pasan y yo espero; semáforo en verde: ellos esperan, yo paso.

¿Acaso estoy pensando erróneamente acerca de lo que es amar? ¿Será que amar al otro no es más que respetarlo?

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