31/5/14

A veces me pregunto si mi relación con las letras ha servido realmente para algo. Soy testigo de lo que me parece mi descenso y, cansada hasta de frustrarme, observo inmutable la pluma sobre la mesa mientras mis años ruedan sobre una vida en la que todo es protagonista menos yo.

Y no, no es que no quiera fundirme con viento de letras volando como mariposas. Lo que pasa es que los borrones se han apoderado de mis manos. La papelera me pidió que ya no la llenara más de historias a medias.

¿Quizás fue demasiado precoz mi amor por este arte? ¿O mucha mi ingenuidad al no ver lo que la vida me traería? Miseria. Pero la miseria económica se puede sobrellevar, en cambio la miseria cultural y la ausencia de alma, ¿cómo?

Decidme si acaso una semilla recién germinada puede dar fruto cuando vive rodeada de topillos, cuando es pisoteada por gigantes vacíos de corazón, sufre los efectos de los incendios que asolan la zona y entonces llega un importante empresario que decide que eres un estorbo para su proyecto de centro comercial. Resistes por un tiempo, contemplando cómo el resto del bosque es extirpado cual peligroso cáncer para una forma de vida que debe a toda costa dominar. Y ya sólo hay asfalto. También en tu corazón.

Todo son obstáculos para crecer y dar fruto, pero no quiero ser parte del asfalto. Y así pasa mi vida, en apatía. Sólo tengo fuerzas ya para continuar existiendo como planta y nada más un milagro podría ayudarme a quebrar el suelo artificial que me rodea para que así puedan surgir las letras de mí en total libertad.

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