El texto que aparece a continuación pertenece al prólogo a la edición
corregida y aumentada de Psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich. Considero que sin un
conocimiento profundo de la estructura del carácter en las sociedades del mundo
civilizado, no puede tener lugar una transformación de raíz.
Un trabajo terapéutico vasto y
concienzudo sobre el carácter humano me ha llevado a la convicción de que, al
juzgar las reacciones humanas, debemos contar en principio con tres capas
distintas de la estructura biopsíquica. Según lo expuesto en mi libro Análisis
del carácter, estas capas de la estructura del carácter son sedimentos del
desarrollo social que funcionan autónomamente. En la capa superficial de su personalidad
el hombre medio es reservado, amable, compasivo, responsable, concienzudo. No
existiría una tragedia social del animal humano si esta capa superficial de su
personalidad estuviera en contacto inmediato con el núcleo natural profundo.
Ahora bien: trágicamente, esto no es así; la capa superficial de la cooperación
social no está en contacto con el núcleo biológico profundo del individuo; es
soportada por una segunda, una capa intermedia del carácter, que se compone
exclusivamente de impulsos crueles, sádicos, lascivos, rapaces y envidiosos.
Representa el «inconsciente» o «lo reprimido» de Freud, la suma de todos los
llamados «instintos secundarios» en el lenguaje de la economía sexual.
La biofísica orgónica logró comprender
el inconsciente freudiano, lo antisocial en el hombre, como resultado
secundario de la represión de impulsos biológicos primarios. Penetrando más
profundamente a través de esta segunda capa de lo perverso hasta el
fundamento biológico del animal humano, se descubre regularmente la
tercera y más profunda capa, que llamamos el «núcleo biológico». En lo
más hondo, en este núcleo, el hombre es en circunstancias sociales
favorables un animal honrado, laborioso, cooperativo, amante o, si hay
motivo para ello, un animal que odia racionalmente. Con todo, en ningún
caso de relajación del carácter del hombre de hoy se puede avanzar hasta
esta capa tan profunda, tan prometedora, sin antes eliminar la
superficie inauténtica y, sólo en apariencia social. Caída la máscara de lo civilizado,
no aparece primero la socialidad natural, sino sólo la capa sádico-perversa del
carácter.
Esta desgraciada estructuración
es la responsable de que todo impulso natural, social o libidinoso que quiera
pasar del núcleo biológico a la acción deba atravesar la capa de los instintos
perversos secundarios, y en esto se distorsiona. Esta distorsión modifica el
carácter originariamente social de los impulsos naturales y los vuelve perversos,
convirtiéndolos así en fuerzas que inhiben cualquier expresión genuina de vida.
[...]
En las ideas éticas y sociales
del liberalismo reconocemos la representación de los rasgos de la capa
superficial del carácter, que cuida del dominio de uno mismo y de la tolerancia.
Este liberalismo acentúa su ética con el fin de refrenar al «monstruo en el hombre»,
nuestra segunda capa de los «instintos secundarios», el «inconsciente» de Freud.
El liberal desconoce la socialidad natural de la capa más profunda, la tercera,
la nuclear. Lamenta y combate la perversión del carácter humano mediante normas
éticas, pero las catástrofes sociales del siglo XX demuestran que no ha llegado
muy lejos en esta tarea.
Todo lo genuinamente
revolucionario, todo arte y toda ciencia verdaderos provienen del núcleo
biológico natural del hombre. Hasta ahora, no han ganado masas ni el auténtico
revolucionario, ni el artista o el científico, ni las han conducido, o si lo
han hecho, no han podido mantenerlas de modo duradero en el ámbito de los intereses
vitales.
Muy distinta, y opuesta al
liberalismo y a la verdadera revolución, es la situación del fascismo. En su
naturaleza no están representadas la capa superficial ni la más profunda, sino
esencialmente la segunda, la capa intermedia del carácter, la de los instintos
secundarios.
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