29/1/22

Las capas de la estructura del carácter


El texto que aparece a continuación pertenece al prólogo a la edición corregida y aumentada de Psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich. Considero que sin un conocimiento profundo de la estructura del carácter en las sociedades del mundo civilizado, no puede tener lugar una transformación de raíz.

 

Un trabajo terapéutico vasto y concienzudo sobre el carácter humano me ha llevado a la convicción de que, al juzgar las reacciones humanas, debemos contar en principio con tres capas distintas de la estructura biopsíquica. Según lo expuesto en mi libro Análisis del carácter, estas capas de la estructura del carácter son sedimentos del desarrollo social que funcionan autónomamente. En la capa superficial de su personalidad el hombre medio es reservado, amable, compasivo, responsable, concienzudo. No existiría una tragedia social del animal humano si esta capa superficial de su personalidad estuviera en contacto inmediato con el núcleo natural profundo. Ahora bien: trágicamente, esto no es así; la capa superficial de la cooperación social no está en contacto con el núcleo biológico profundo del individuo; es soportada por una segunda, una capa intermedia del carácter, que se compone exclusivamente de impulsos crueles, sádicos, lascivos, rapaces y envidiosos. Representa el «inconsciente» o «lo reprimido» de Freud, la suma de todos los llamados «instintos secundarios» en el lenguaje de la economía sexual.

La biofísica orgónica logró comprender el inconsciente freudiano, lo antisocial en el hombre, como resultado secundario de la represión de impulsos biológicos primarios. Penetrando más profundamente a través de esta segunda capa de lo perverso hasta el fundamento biológico del animal humano, se descubre regularmente la tercera y más profunda capa, que llamamos el «núcleo biológico». En lo más hondo, en este núcleo, el hombre es en circunstancias sociales favorables un animal honrado, laborioso, cooperativo, amante o, si hay motivo para ello, un animal que odia racionalmente. Con todo, en ningún caso de relajación del carácter del hombre de hoy se puede avanzar hasta esta capa tan profunda, tan prometedora, sin antes eliminar la superficie inauténtica y, sólo en apariencia social. Caída la máscara de lo civilizado, no aparece primero la socialidad natural, sino sólo la capa sádico-perversa del carácter.

Esta desgraciada estructuración es la responsable de que todo impulso natural, social o libidinoso que quiera pasar del núcleo biológico a la acción deba atravesar la capa de los instintos perversos secundarios, y en esto se distorsiona. Esta distorsión modifica el carácter originariamente social de los impulsos naturales y los vuelve perversos, convirtiéndolos así en fuerzas que inhiben cualquier expresión genuina de vida.

[...]

En las ideas éticas y sociales del liberalismo reconocemos la representación de los rasgos de la capa superficial del carácter, que cuida del dominio de uno mismo y de la tolerancia. Este liberalismo acentúa su ética con el fin de refrenar al «monstruo en el hombre», nuestra segunda capa de los «instintos secundarios», el «inconsciente» de Freud. El liberal desconoce la socialidad natural de la capa más profunda, la tercera, la nuclear. Lamenta y combate la perversión del carácter humano mediante normas éticas, pero las catástrofes sociales del siglo XX demuestran que no ha llegado muy lejos en esta tarea.

Todo lo genuinamente revolucionario, todo arte y toda ciencia verdaderos provienen del núcleo biológico natural del hombre. Hasta ahora, no han ganado masas ni el auténtico revolucionario, ni el artista o el científico, ni las han conducido, o si lo han hecho, no han podido mantenerlas de modo duradero en el ámbito de los intereses vitales.

Muy distinta, y opuesta al liberalismo y a la verdadera revolución, es la situación del fascismo. En su naturaleza no están representadas la capa superficial ni la más profunda, sino esencialmente la segunda, la capa intermedia del carácter, la de los instintos secundarios.

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