Cuando hoy escuchamos hablar de la prohibición moral de masturbarse o de tener relaciones sexuales antes del matrimonio, de las dificultades para divorciarse –especialmente para las mujeres, cuando no por razones legales, de tipo económico o social-, de la monogamia de por vida y del deber conyugal, nos parece que son cosas del pasado. En nuestra época, no parece que esté mal visto, por ejemplo, que existan los encuentros esporádicos y que desde jóvenes tengamos a nuestra disposición distintos métodos anticonceptivos, siendo accesibles algunos de ellos en farmacias, supermercados y tiendas, donde incluso he llegado a ver vibradores. Ya no hay ningún tabú acerca de la masturbación y hasta se van normalizando las relaciones homosexuales, si bien estas son aún objeto de los prejuicios conservadores de parte de la población.
En este ambiente donde sería impensable contarles a los
niños el cuento de la cigüeña, creemos que somos más libres que nunca. Esta
aparente liberación sexual contrasta con la actitud de una gran mayoría en
otros asuntos. Solo tenemos que compararla con las distintas revueltas
proletarias y campesinas que han tenido lugar en los últimos siglos. Hoy,
cuando de la moral conservadora solo quedan algunos reductos, nos dejamos
explotar más que nunca por la clase privilegiada, pues además de creer que
somos sexualmente libres, también creemos que ya no es necesaria la abolición
de las clases sociales. Pagamos religiosamente nuestros recibos a Iberdrola y
al resto de empresas de suministros y, ante las constantes subidas de precios,
no hacemos nada. Nos explotan y maltratan en el trabajo, pero callamos. O, si
no nos afecta directamente a nosotros, somos testigos de la esclavitud de los
trabajadores de Glovo y empresas similares y es una minoría la que sale a la
calle a protestar. Estoy de acuerdo con que las protestas no bastan, pero ya no
queda nada de la solidaridad de las grandes luchas obreras de nuestros
antepasados. Y el colmo de la sumisión lo estamos viendo ahora mismo. La
conformidad automática que describió Fromm en El miedo a la libertad ha llegado hoy a unos límites nunca vistos:
la mayoría aplaude a sus verdugos de bata blanca (que no asesinan solo a
quienes creen en ellos, sino incluso a los disidentes y a sus familiares; hoy
entras en un hospital a operarte de un brazo roto y te intuban y sedan si das
positivo a su timotest), se siente agradecida hacia sus carceleros y obedece cada
nueva norma que se inventan las autoridades sin importar lo irracional que sea.
¿De verdad la humanidad es más libre que en épocas anteriores?
Si nos preguntamos por el origen de esta sumisión no
encontramos, como afirma la falsa disidencia prosistema, la terrible amenaza de
un supuesto proyecto socialcomunista global (el blog En defensa de la humanidad
explica con más detalle este engaño). Lo que descubrimos es que la sumisión de
los seres humanos es un resultado directo de la represión sexual. Esto nos
lleva a la duda de cuál es la manera concreta en que se manifiesta esa
represión sexual y cómo se ejerce.
Desde el año 2020, estuve analizando las técnicas de
manipulación del Poder y comprobé que el lenguaje es un instrumento esencial,
tal como he expuesto en algunos artículos (en este blog y en http://mitoslinguisticos.blogspot.com
). Uno de los recursos lingüísticos más utilizados para manipular consiste en
despojar al significante (la palabra) de su contenido real y sustituirlo por un
contenido totalmente distinto. Y eso es precisamente lo que ha sucedido con sexualidad. Pero es que esta sustitución
no se da solo a través del lenguaje, sino que se trata de un proceso biológico
descrito por Wilhelm Reich en su perseguida y calumniada obra (pues ataca los
fundamentos del Poder) y por Casilda Rodrigáñez (La sexualidad y el funcionamiento de la dominación, libro que se
puede descargar en su página web).
El hombre y la mujer del siglo XXI son tan orgásticamente
impotentes como los del siglo pasado. La impotencia orgástica no implica
necesariamente disfunción eréctil o problemas de eyaculación precoz ni
vaginismo, pero el reflejo del orgasmo es suprimido. Copio a continuación
algunas definiciones que aparecen en el glosario de La función del orgasmo:
REFLEJO
DEL ORGASMO. Contracción y expansión unitarias involuntarias en la culminación
del acto sexual. Este reflejo, por su naturaleza involuntaria y por la
angustia de placer predominante, es suprimido por la mayoría de las personas en
la actualidad.
POTENCIA
ORGÁSTICA. En esencia, la capacidad de entregarse completamente a las
contracciones involuntarias del orgasmo y la completa descarga de la
excitación sexual en la culminación del acto sexual. Siempre ausente en los
neuróticos. Presupone la presencia o el establecimiento del carácter genital, o
sea la ausencia de corazas caracterológica y muscular patológicas. Es un
concepto esencialmente des-conocido y por lo general no se lo distingue de la
potencia erectiva y la potencia eyaculativa, que no son sino requisitos previos
de la potencia orgástica.
IMPOTENCIA
ORGÁSTICA. Ausencia de potencia orgástica. Es la característica más importante
de la generalidad de las personas en la actualidad. Por contención o
estancamiento de energía biológica en el organismo, proporciona la fuente de
energía de toda clase de síntomas psíquicos y somáticos.
Aunque parezca redundante, he decidido incluir las
definiciones tanto de potencia como de impotencia orgástica para hacer hincapié
en el hecho de que esta última provoca “toda clase de síntomas psíquicos y
somáticos”, pero como en el sistema sanitario, que obviamente está al servicio
del mantenimiento del statu quo, nos
despiezan, no tratan tales síntomas teniendo en cuenta su causa, que desconocen
(o deciden desconocer para asegurarse el empleo). Hacen como quien encuentra
una fuga de agua en su casa y cierra la llave general en lugar de buscar el
origen del problema y cambiar la tubería. Y no hablemos ya del sufrimiento que
provoca esta actitud errada en los pacientes psiquiátricos.
¿Pero cómo se pierde la potencia orgástica? Aunque lo
considero equivocado en algunas premisas, el libro Ternura y agresividad de Juan José Albert nos ofrece en su segunda
parte una descripción clara y detallada de las irrupciones del libre fluir de
la energía libidinal en el niño a lo largo de las distintas fases de su
desarrollo (preoral, oral, anal, fálica y genital) y sus consecuencias.
Pensamos que ya no reprimimos sexualmente a nuestros hijos porque tratamos la
masturbación infantil con normalidad y de adolescentes incluso les compramos
preservativos, además de informarles sobre las enfermedades de transmisión
sexual y otras cuestiones que necesitan conocer. Se llega a decir incluso que
los niños de ahora están más espabilados
que nosotros porque tienen acceso a Internet y pueden ver de todo. Parece que cualquier crítica a la pornografía o a la
prostitución es propia de carcas y
que estas también se deben a una sexualidad libre. Pero resulta contradictoria
la facilidad que tienen hoy en día nuestros adolescentes para masturbarse
viendo vídeos porno en relación con la dificultad para acostarse con personas
de su edad, pues seguimos prohibiendo que puedan dormir juntos en nuestra casa
y, como denunció Reich en La revolución
sexual, tienen que encontrarse en lugares insalubres, como portales, baños
de discoteca, descampados, etc.
“Prefieren, sin duda, recordar a los jóvenes sus «responsabilidades»
predicándoles tanto la importancia de las obligaciones que no se sentirán responsables
de que los adolescentes, con el debido «sentido de responsabilidad», se
entreguen a las prácticas sexuales en portales, rincones, granjas, detrás de los
vallados, siempre con el miedo de que les sorprendan”.
La idea de la liberación sexual contrasta, asimismo, con los
incesantes casos de violaciones y todo tipo de abusos sexuales, incluyendo la
terrible lacra de la pederastia. Si ya hemos superado la moral represiva del
catolicismo, ¿por qué continúa? Reich nos da la respuesta: “Desde entonces, el
periodo del patriarcado autoritario de los cuatro a seis mil años últimos, ha
creado, con la energía de la sexualidad natural suprimida, la sexualidad
secundaria, perversa, del hombre de hoy”. No se puede ser más explícito: lo que
hoy entendemos por sexualidad no es más que una perversión de la sexualidad
natural. Con estas palabras, no me estoy refiriendo a ideas morales, sino a
hechos biológicos probados. Los impulsos primarios son reprimidos, los niños
son acorazados y, al chocar estos impulsos con la coraza cuando intentan
atravesarla, se transforman en impulsos secundarios, con su componente sádico.
En la mayoría de individuos, estos impulsos sádicos son también reprimidos. Por
eso, al tratar con los demás, tenemos siempre esa sensación de que no son
totalmente sinceros, de que llevan una máscara, de que sus muestras de
amabilidad son impostadas. Y así es, solo que esto no ocurre normalmente de
manera consciente.
En la obra de Reich veremos frecuentes críticas a la
pornografía, que pone al mismo nivel, en cuanto a sus efectos negativos sobre
la infancia y la adolescencia, de la moral represiva (prohibición de
masturbarse, de tener relaciones antes del matrimonio, imposición de la
monogamia de por vida, etc.). Y es que uno de los elementos de la “sexualidad
secundaria” es la escisión entre genitalidad e impulsos tiernos. En el impulso
primario, el deseo de placer genital y la ternura están unidos y la separación
entre ambos es artificial. En las relaciones sexuales del carácter genital (es
decir, del individuo que vive la sexualidad natural), está implícita la
ternura, independientemente de su grado (o ausencia) de compromiso con su
compañer@ sexual. Por el contrario, en la sexualidad pervertida de hoy, solo se
contempla lo que llamamos sexo con amor
en la institución del matrimonio o en el sustituto de este, la pareja (son
interesantes los planteamientos tanto de Casilda Rodrigáñez como de Agustín
García Calvo acerca de esta institución). Pero es que el amor de este sexo con amor
tampoco es tal, sino que se trata de la instrumentalización, de una impostura
que se desarrolla en la capa superficial del carácter y que sirve para ocultar
los impulsos sádicos.
“En el afán de asegurar nuestra mutua posesión (...) nos
hemos hecho tú y yo dinero. (...) Todo pues en el amor se ha hecho dinero (...)
no hay nada bueno que pueda ser compatible ni convivir con el Dinero”
Contra la pareja, Agustín García Calvo
A nuestros adolescentes y jóvenes solo se les ofrecen dos
alternativas: o el sexo carente de afecto, en el que ellos las tratan a ellas
como a juguetes, como a muñecas sin vida, o la relación seria, cargada de imposiciones morales que un adolescente
no puede asumir. Ambas opciones conllevan la instrumentalización del otro: o
bien genital (uso al otro como uso un juguete para masturbarme, pero no hay
entrega ni deseo) o bien afectiva (uso al otro para que llene mi vacío y
después le reprocho que no me satisfaga, aunque la causa real es la impotencia
orgástica), pues en esta sociedad quienes interactúan son las máscaras, los
egos, al haber sido despiezados e impedidos de actuar desde el núcleo
biológico. La pornografía, entre otras cosas, sirve para moldear los gustos y
expectativas de los jóvenes varones y así, a partir de la pubertad vemos cómo
cambia la manera en que ven a las chicas de su edad, como expone Ana de Miguel
en Neoliberalismo sexual. El impulso
sexual primario, por tanto, ha sido reprimido y solo existen los impulsos
secundarios, con el ya mencionado componente sádico que busca (de forma
explícita o no) subyugar a la mujer. Las bromas de carácter sexual o la típica
actitud de presumir de haberse tirado a x
tías son una clara muestra, explica Reich, de impotencia orgástica. Y es
que el orgasmo apenas existe en nuestra sociedad liberada. Hay un amplio mercado de recetas para solucionar esta impotencia orgástica
(eufemísticamente, mejorar las relaciones sexuales): viagra, lubricantes vaginales
y todo tipo de artilugios. Casilda Rodrigáñez, citando a Merelo-Barberá, habla
de “tecnosexología”, que incluye también chupetes, biberones, etc. ¿Qué tienen
que ver los chupetes? Hemos dicho que el origen de la represión sexual se da en
la infancia. Pues bien, en la fase oral, por ejemplo, la zona erógena del bebé
es la boca y necesita el pezón de la madre, aparte de sentir su piel, su calor,
etc. Se trata de una necesidad que trae consecuencias si no se ve satisfecha.
En esta época de la liberación sexual, privamos al bebé del placer que siente
al succionar el pecho materno y, en general, al fundirse en la diada, y
sustituimos ese placer natural por el chupete, generando así ansiedad en el
niño. Luego nos extrañamos de que tengan necesidad de fumar cuando llegan a
cierta edad, porque además parece que está mejor visto fumar que amamantar,
sobre todo si no es exclusivamente para alimentar al bebé, sino para satisfacer
su deseo libidinal. Esta sustitución del pezón y del regazo de la madre por el
chupete es solo un ejemplo de todas las formas en que se ejerce la represión
sexual.
No nos beneficia para nada conformarnos con una respuesta
rápida y simple que culpe a las madres de la represión de las criaturas, pues
así negamos la violencia ejercida contra aquellas (violencia que cambia sus
formas y se va modernizando) e invisibilizamos la causa de la represión: el
sistema patriarcal que acoraza los cuerpos y nos impone el dogma del dolor de
la regla y del parto como algo natural, cuando es una muestra de rigidez del
útero, el cual en su estado natural es el centro de placer del cuerpo femenino
(los partos orgásmicos no son un mito), más aún que la vagina y el clítoris.
Tampoco caeremos en las afirmaciones simplistas del falso feminismo que culpa
en cambio al varón por el hecho de serlo y demoniza algo tan necesario e
importante como la testosterona. Responsabilizar a una hormona de la violencia
y la represión de nuestra sociedad también sirve para invisibilizar la
naturaleza real del patriarcado y sus efectos sobre los seres humanos.
Por otro lado, aunque los adultos finjamos que nuestra
actitud ante el sexo es liberal (no confundamos este sentido de “liberal” con
el significado político), lo cierto es que continuamos llenos de prejuicios. A
las jóvenes se las sigue presionando con la idea de la dignidad diciéndoles que
tienen que hacerse respetar, es decir, aguantarse las ganas de tener relaciones
sexuales, o sea, la excitación. ¿No es esto represión? ¿Acaso no merece respeto
una chica que vive su sexualidad con naturalidad? ¿Solo podemos respetarla si
la vive dentro de la institución de la pareja, pero no si en determinada etapa
de su vida (o en todas si le viene en gana) quiere tener relaciones de corta
duración (una noche, unos días...)? ¿Es una chica fácil (eufemismo de guarra o puta, que son los calificativos que se suelen utilizar) por ello? ¿Es
que no somos capaces de concebir el afecto en las relaciones sexuales
independientemente del tiempo que duren? Si lo que nos preocupa son los
embarazos adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual, es tan
sencillo como poner a disposición de manera gratuita anticonceptivos. Pero,
claro, eso también es un negocio. Y, como ya dije antes, tampoco proporcionamos
a los jóvenes espacios donde puedan intimar, sino que tienen que hacerlo en
cualquier sitio, sin importar las condiciones higiénicas. No deja de
sorprenderme el hecho de que normalicemos el consumo de alcohol y de tabaco,
que suele empezar incluso ya a los doce años y que perjudica su salud, y
sigamos llenos de prejuicios sobre la sexualidad de los adolescentes, algo que,
al contrario que el tabaco y el alcohol, es necesario para el buen
funcionamiento del organismo. Muchas familias dan a probar a sus hijos y
sobrinos su primera cerveza en celebraciones como comuniones o bodas, pero en
cambio, evitan que estén a solas en su habitación con otro chico o chica de su
edad. ¿Preferimos que estén de botellón y que luego tengan relaciones en un
descampado o que las tengan cómodos en su habitación? Probablemente, el
adolescente no acorazado que vive libremente su sexualidad no necesita
hincharse a beber. Acerca de los espacios de intimidad para jóvenes, Reich pone
el ejemplo de los trobriandeses, que tenían unas cabañas para uso exclusivo de
los adolescentes en las que los adultos no interferían para nada.
Tampoco favorecen la libertad sexual las condiciones
económicas de la juventud en el sistema capitalista, pues pensar en
independizarse antes de los veinte años es casi una utopía, por no hablar de lo
destructivo y antiplacentero que es el fenómeno de los trabajos de mierda (v. David Graeber) en oposición al trabajo
productivo en una sociedad en la que los medios de producción son colectivos.
Para soportar estas condiciones (hacinamiento en ciudades, trabajos de mierda, problemas de vivienda...), se necesita haber
sometido antes a la juventud a una fuerte represión, y eso es lo que ocurre
tanto en el ambiente familiar (salvo excepciones) como a través del sistema
educativo, que no solo destruye la creatividad y anula la curiosidad, sino que,
especialmente a partir de la pubertad hasta los 16-18 años, que es la época de
mayor vitalidad, esta es inhibida, haciendo que los chicos y chicas tengan que
permanecer encerrados en esas cárceles llamadas institutos seis horas al día y
pasar las tardes memorizando conocimientos que no integran, que han sido
despojados de toda emoción, que no les llevan a una mejor comprensión del mundo
que les rodea, ya que si así fuera, pondrían en peligro el orden establecido.
Los propios profesores y políticos, tanto conservadores como progresistas, ven
la educación como un ascensor social (lo he escuchado así, literal). La
diferencia está en que unos prefieren la educación privada y religiosa y otros
la pública y laica, pero todos ellos son defensores acérrimos del sistema
represivo en el que vivimos. Ninguno propone una sociedad desescolarizada o al
menos empoderar a los jóvenes para que luchen contra el sistema.
Para concluir, vuelvo a afirmar que seguimos viviendo la
represión de la sexualidad, solo que esta represión ha cambiado sus formas y,
sobre todo, ha cambiado el discurso. Y la trampa está en que el joven de
principios del siglo XX, o de la época franquista aquí, era consciente de que
su sexualidad era reprimida porque le hablaban de ella como algo pecaminoso o
recibía un castigo explícito. En cambio, hoy nos creemos liberados. Para llevar
a cabo el engaño, ha sido necesario cambiar el significado de sexualidad y llamar así a lo que Reich
llamaba sexualidad secundaria, en la que los impulsos primarios son reprimidos
y, al intentar atravesar la coraza, transformados en impulsos sádicos,
separando artificialmente la genitalidad de la ternura. La libertad sexual en
la mujer se sigue viendo como una falta de dignidad, pues debe hacerse respetar y, por lo tanto,
reprimir su deseo. Socialmente, entonces, se premia la represión del deseo y se
castiga su libre expresión.
Ahora tenemos acceso a una enorme cantidad de material pornográfico, que ya impregna toda la cultura (cine, música...); podemos comprar todo tipo de artículos en el sex shop; existen numerosas webs de citas, incluso para personas casadas; pero no tratamos al compañero o compañera sexual, sea una relación temporal (una noche, días...) o duradera, con respeto y afecto y tenemos totalmente suprimido el reflejo del orgasmo. No somos felices, nuestros cuerpos están enfermos, desvitalizados. Aunque parezca lo contrario, vivimos tanta represión sexual como en cualquier otra época de la civilización.
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