19/1/22

El uso demagógico de la figura de Wilhelm Reich: la irracionalidad de la propaganda anticomunista

Creo que nunca ha habido tanta confusión y tanta mezcla de medias verdades, verdades maquilladas e incluso verdades completas con mentiras, desde las más sutiles hasta las más evidentes, pasando por toda una escala de grises, como en la era tecnológica. A lo largo de la historia, se ha perseguido a científicos y pensadores que resultaban un peligro para el statu quo. A partir del Renacimiento, los herejes eran sometidos a procesos inquisitoriales, pero desde mediados del s. XX, los métodos de censura y persecución han cambiado. En una sociedad en la que apenas hay analfabetismo y todos los ciudadanos tienen acceso a la cultura, la mejor manera de asegurar el orden establecido es controlar esa misma cultura, así como toda contracultura y disidencia. Así pues, no es extraño encontrar material sobre grandes revolucionarios del pasado en el que, para servir a determinados intereses (consciente o inconscientemente) se omite parte de las conclusiones a las que estos personajes llegaron y se ajusta lo que sí se cuenta a ideas que nada tienen que ver con su pensamiento y que incluso chocan con el mismo.

Tal es el caso de una serie de afirmaciones que encontré hace poco en una edición corregida y aumentada del Manual del acumulador de orgón, de James DeMeo. Sin entrar a juzgar su trabajo en el campo de la orgonomía, algo que no me corresponde a mí, sí que voy a analizar en este artículo la tergiversación que hace de la figura de Wilhelm Reich, de quien llega a afirmar que era liberal y anticomunista. Tengamos en cuenta que DeMeo es, por lo que deducimos de sus escritos, un anticomunista recalcitrante y que, a pesar de que, en teoría, conoce en profundidad toda la obra reichiana, llega a hacer pasar sus ideas por las del propio Reich.

DeMeo llega al colmo de la irracionalidad cuando, en el apartado titulado “Nueva información sobre la persecución y muerte de Reich”, llega a inventarse una conspiración por parte de la Comintern, del espionaje ruso que controlaba distintas organizaciones, instituciones y medios de comunicación de Estados Unidos y de socialistas que financiaban la FDA. ¿No recuerda esto bastante a las teorías de la amenaza socialcomunista que estaría, según la falsa disidencia derechista, detrás de la farsa pandémica y del totalitarismo sanitario actual, aunque tales elucubraciones no tengan ninguna coherencia? Recordemos que la FDA empieza a investigar a Reich en 1947, que años después quema su material y su obra, y finalmente es condenado a dos años de cárcel en 1957, donde muere el 3 de noviembre de ese mismo año. Pues bien, según DeMeo, el gobierno estadounidense no habría tenido nada que ver, pues eran el espionaje ruso y los socialistas internos quienes estaban detrás de todo.

El objetivo de la propaganda anticomunista es el mismo ahora que durante la Guerra Fría: presentar el capitalismo como el mejor sistema posible y tener un chivo expiatorio al que poder culpar de todas las consecuencias de este sistema (desigualdad, pobreza, desempleo; expolio y hambrunas en los países colonizados; contaminación del medio ambiente; etc.). El capitalismo es una de las formas que toma el patriarcado que lleva dominando la civilización algunos milenios (ya hemos hablado de esto en artículos anteriores y podéis consultar la obra de Casilda Rodrigáñez y del propio Reich para obtener más detalles), pero ambos, patriarcado y capitalismo, buscan esencialmente la acumulación de riqueza en pocas manos, la cual no es posible sin una gran mayoría de seres humanos acorazados, con capacidad de sometimiento “voluntario” al poder y que reproduzcan, a pequeña escala, los valores patriarcales y/o capitalistas (esto se hace en la familia autoritaria a través del triángulo edípico). ¿Y cómo se consigue el sometimiento? A través de la represión sexual de la que ya hemos hablado también. Wilhelm Reich, discípulo de Freud y de cuyas ideas después se alejaría, centró toda su investigación en combatir la represión sexual. Pronto, en su trabajo de análisis del carácter (que tenía su origen en el psicoanálisis y que derivó en la orgonterapia), se dio cuenta de que era inútil limitarse a devolver la salud a sus pacientes si, a causa del sistema imperante, por cada tratamiento exitoso se estaban creando numerosas neurosis. Por ello, se dedicó intensamente a la liberación sexual mediante su activismo político, que realizó algunos años formando parte del Partido Comunista, bajo cuyo amparo creó la Sexpol (Asociación para una política sexual proletaria). Sin embargo, en 1933 es expulsado del partido. Precisamente este hecho es aprovechado por propagandistas como DeMeo para tildar a Reich de anticomunista, sin detenerse en los matices. Es cierto que a partir de determinado momento, el autor sufre censura y persecución por parte de organizaciones que se calificaban a sí mismas de comunistas, pero la causa de ello no eran los principios comunistas, sino el carácter neurótico de los militantes que se habían hecho con el control.

Si queremos pruebas de esto, no tenemos más que ceñirnos a la obra del propio Reich. El libro Psicología de masas del fascismo, publicado en 1934, está dedicado a explicar con todo detalle el origen del fascismo, que va más allá del nazismo y en el que han caído tanto el estalinismo como democracias occidentales. En esta obra, además de analizar el nazismo, se pregunta cómo es que la revolución rusa, que él siempre juzgó de manera positiva, acabó derivando en el autoritarismo de Stalin. Un punto fundamental, examinado en el apartado 4 del capítulo 9, es la extinción del Estado. Ofrece al lector un resumen de las ideas a este respecto de Marx, Engels y Lenin. Por ejemplo, haciendo referencia a Engels, nos dice que el Estado desaparecerá inevitablemente cuando desaparezcan las clases sociales. Lenin, por su parte, explicó por qué la llamada dictadura del proletariado era un paso necesario para llegar a una sociedad comunista. Antes de llegar a la extinción total del Estado, había que suprimir el Estado capitalista y construir un “aparato de Estado revolucionario-proletario”. Remito al lector de este blog al mencionado apartado de Psicología de masas del fascismo para que tenga un conocimiento más profundo de las condiciones en las que debía darse dicha extinción del Estado, la cual, sin embargo, no se dio. ¿Por qué?, se pregunta Reich: “¿por qué el Estado no se extinguió? ¿Qué relación guardaban las fuerzas que sostenían el «Estado proletario» con las otras fuerzas, que representaban su extinción? ¿Qué es lo que detuvo la extinción del Estado?” Y continúa más adelante:

“¿De qué depende que los soviets cumplan su función progresiva y revolucionaria o que se conviertan en estructuras vacías, meramente formales, de una corporación administrativa estatal? Al parecer, depende de lo siguiente:

 1) De si el poder estatal proletario es fiel a su función de ir eliminándose paulatinamente a sí mismo;

 2) de si los soviets no se consideran a sí mismos como meros ayudantes y órganos ejecutivos del poder estatal proletario, sino también como control de este poder y como la institución cargada con la grave responsabilidad de ir transmitiendo la función de la conducción social cada vez más desde el poder estatal proletario a la sociedad en su conjunto;

 3) de si los hombres integrados en la masa van cumpliendo crecientemente su tarea de ir asumiendo poco a poco y de modo progresivo las funciones tanto del aparato estatal aún existente como de los soviets en cuanto no sean más que «representantes» de las masas.

Este tercer punto es el decisivo, pues de su concreción dependían en la Unión Soviética tanto la «extinción del Estado» como el que las masas humanas trabajadoras asumieran las funciones de los soviets.

Por tanto, la dictadura del proletariado no debía ser un estado permanente, sino un proceso, en cuyo comienzo se encontraría la destrucción del aparato estatal autoritario y la construcción del Estado proletario, y en cuyo final se hallaría la autoadministración total, el autogobierno de la sociedad.”

Nos queda claro al leer estas líneas que Reich apoyaba los principios en los que se había basado la revolución rusa, por tanto, se confirma lo que comentaba al principio del artículo: que no tiene sentido tildarlo de anticomunista a no ser que se haga con un fin propagandístico en apoyo del statu quo que el propio autor combatió durante toda su vida y por lo cual fue perseguido y finalmente encarcelado. Pero, volviendo a las disquisiciones acerca del desarrollo político y social de la URSS, continúa: “Lenin no vio los peligros de los nuevos funcionarios estatales. Evidentemente, pensaba que los funcionarios provenientes del proletariado no harían un uso impropio de su poder, cultivarían la verdad y conducirían al pueblo trabajador hacia su independencia. No advirtió la abismal biopatía de la estructura humana. En realidad, no la conocía”. Reich sí la conocía. En el momento de escribir el libro, llevaba unos cuantos años tratando los estragos del carácter neurótico. Hago un inciso aquí para recordar que la ciencia, ya sea la política, la social o la ciencia natural, no es estática, sino que está siempre abierta a nuevos matices, a refutaciones, a nuevas vías... Ni se debe tomar a Marx y a Lenin como profetas ni, por el contrario, como demonios, tal como hacen los divulgadores de la propaganda anticomunista. Hay que juzgar una teoría, una hipótesis, un sistema, etc. mediante la razón, aceptando que la propia crítica no está tampoco libre, a su vez, de nuevas críticas. Eso es lo que hizo Reich. Cabe la posibilidad de que se equivocase en algunos de sus postulados, al igual que es posible que los propios Marx y Lenin se equivocasen, pero no porque “el comunismo sea un plan diabólico para dominar el mundo y para instaurar un estado de total esclavitud, pobreza y hambre”. Ni siquiera el capitalismo es “un plan diabólico”, sino que la pobreza, la desigualdad, el hambre, etc., que sí existen en este sistema no son más que la consecuencia de que exista el mismo y no un fin per se.

“El primer acto del programa de Lenin, el establecimiento de la «dictadura del proletariado», dio resultado”, explica Reich. En cambio, “[e]l segundo acto, el más importante: la sustitución del aparato estatal proletario por el autogobierno social, no se materializó. Hoy, en 1944, a veintisiete años del triunfo de la Revolución rusa, no hay indicios de que haya de producirse el segundo acto de la revolución, el genuinamente democrático. El pueblo ruso está regido por un sistema dictatorial de un solo partido, con un líder autoritario como autoridad suprema”. Un error que cometen una y otra vez los mencionados propagandistas defensores del capitalismo es la identificación del comunismo con el estalinismo, al que, en obras posteriores, Reich llamó “fascismo rojo”, otro hecho utilizado para falsear su figura. Aclaro al lector que si en el fragmento citado aparece la fecha de 1944, es porque la edición que estoy utilizando es la tercera, en la que incluyó nuevos capítulos. Vale la pena leer al menos el prólogo a esta tercera edición, pues es muy ilustrativo del pensamiento de Reich acerca del fascismo. Además, nos muestra que su opinión acerca del comunismo no había cambiado con respecto a sus años de activismo político. Otra prueba similar la tenemos en la edición aparecida en 1949 de La revolución sexual, otro texto fundamental, cuya primera edición es de 1936. En este libro también se explaya en el análisis de la revolución sexual en la Rusia soviética, mostrando una vez más, su acuerdo con las tesis marxistas y leninistas y explicando que la deriva totalitaria no se debió a ellas, sino al fracaso de dicha revolución sexual y el retroceso a una moral sexual represiva. Remito otra vez al lector al texto de Reich para que compruebe si lo que aquí escribo coincide con lo que afirmaba el autor. Pero copio a continuación un párrafo que no deja lugar a dudas:

“Debemos aprender de la revolución rusa que el aspecto económico de la revolución, la expropiación de los medios privados de producción y la instauración política de la democracia social (dictadura del proletariado) van acompañadas necesariamente de una revolución en las actitudes frente a la sexualidad y en las formas de relación sexual. De la misma manera en que fue claramente comprendida e impulsada hacia adelante la revolución política y económica debe hacerse con la revolución sexual”.

Si Reich se hubiese retractado de sus ideas, ¿habría publicado en los años cuarenta nuevas ediciones de obras escritas una década antes sin haber suprimido o modificado las numerosas páginas en las que era obvia su concepción positiva del comunismo? De lo que advierte, sin embargo, es de los partidos políticos, de los cuales sí acabó alejándose. En el prólogo a la cuarta edición (la de 1949) a La revolución sexual, afirma: “Debo recalcar, todavía una vez, que desde hace más de diecisiete años mi trabajo es independiente de todos los movimientos y partidos políticos. Es ahora un trabajo en pro de la vida humana —y con frecuencia, en tenaz oposición con la amenaza política a esta misma vida”. Utilizando una expresión coloquial, Wilhelm Reich salió escaldado de su activismo político y de la posterior persecución que sufrió por parte de partidos que se decían a sí mismos comunistas, además de la persecución por parte de los nazis y la posterior del gobierno estadounidense. La razón, insisto una vez más, era la estructura de carácter y lo que llamó la plaga emocional. Es cierto que en parte de su etapa en los Estados Unidos, se percibe en él una visión ingenua de la democracia norteamericana, seguramente a causa del ambiente de creciente liberación sexual (solo en apariencia, como he explicado en mi anterior reflexión en este mismo blog), pero acabaría comprobando en sus propias carnes la realidad del estado de cosas del que fue su último país de residencia.

Acerca de la confusión de términos, un tema que he tratado en varias ocasiones aquí y en otros sitios, afirma:

“De acuerdo con la sociología de los fundadores, el «socialismo» sólo era concebible a escala internacional. Un socialismo nacional o incluso nacionalista (= nacionalsocialismo = fascismo) es un disparate sociológico y, en el estricto sentido de la palabra, un engaño a las masas. Imaginémonos que un médico hubiera descubierto un medio para combatir determinada enfermedad y lo llamara «suero curativo». A continuación se presenta un hábil usurero que quiere obtener dinero de la enfermedad de los hombres, descubre un veneno que produce dicha enfermedad, que crea en los hombres anhelos de curarse, y lo llama «remedio». Sería el heredero nacionalsocialista de ese médico. Del mismo modo, Hitler, Mussolini y Stalin se han convertido en los herederos nacionalsocialistas del socialismo internacional de Karl Marx.

El usurero que quiere enriquecerse con las enfermedades podría llamar «toxina» a su veneno. Pero lo llama «suero curativo», pues sabe muy bien que no podría vender una toxina. Lo mismo sucede con las palabras «social» y «socialista».

No podemos usar arbitrariamente palabras ya acuñadas y que poseen un sentido determinado sin crear una desesperante confusión”.

Por tanto, el hecho de que un partido, organización, gobierno, etc. se llame a sí mismo comunista o socialista no significa nada. Tenemos claros ejemplos en China y en la Rusia actual, que no son en absoluto países comunistas. Sin embargo, a los gobiernos de los países occidentales les viene muy bien esta confusión de términos para que los ciudadanos de dichos países apoyen consciente o inconscientemente el sistema imperante por temor a la “amenaza global socialcomunista”. A la clase privilegiada no le interesa que el proletariado (incluyendo aquí a los desempleados, que cada vez son más numerosos, y a los indigentes) tenga una concepción positiva del socialismo, pues no quiere que se repitan los movimientos de los dos siglos pasados (la Comuna de París, la Primera Internacional, etc.). Es por eso que pone tanto empeño en controlar la cultura, como decíamos al principio de este artículo, y debido a la tecnología, lo tiene más fácil que nunca. E incluso trata de hacer pasar a defensores recalcitrantes del autoritarismo y del sistema capitalista por revolucionarios. O, al revés, como en el caso criticado aquí, hace pasar a quienes sí fueron revolucionarios y se cuestionaron el statu quo por anticomunistas. Solo les falta decir que Kropotkin, quien defendía la socialización de los medios de producción y la abolición de la propiedad privada, llegando a proponer incluso la expropiación de las segundas viviendas de los burgueses y la anulación del pago de los alquileres por parte de los inquilinos, era liberal o impulsor de ese oxímoron llamado incoherentemente anarcocapitalismo. Por cierto, habría mucho que decir sobre los constantes errores de traducción del inglés, en los que a veces aparece “liberal” cuando el original se refiere a “libertario” y viceversa. Pero ya hemos dicho bastante por hoy. Al lector le toca, si tiene interés, adentrarse directamente en la obra de Reich y llegar a sus propias conclusiones. 

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