25/1/22

25-I-2022

He convertido mis pasos en dulce enredadera. Salí del laberinto con las manos solas y el corazón ligero. Y ahora busco, ya sin tormentas, el camino en espiral. 

No; aunque parezca, no me olvidé del azul. Es solo que ahora toca separar el genuino de las huellas de sueños, refugio de ojos perdidos y brazos ausentes. 

Toca entender aquel tren, aquel vagón triste, blanquecino, en que creció el agujero caníbal, la ciénaga espesa del antisilencio, cuando quedaron lejos el mar y el canto de las olas.

Soñé días enteros con el olor casi desconocido que salía del fuego lejano. Y para no sentir la escarcha, dibujé universos imposibles en los campos de amapolas y me sumergí, insaciable, en los bosques alfabéticos.

Allí me quedé, allí sigo ahora que amenazan otoños sin primavera. Pero confundí el azul. Confundí las páginas vibrantes con el reflejo de la escarcha. El pecho siente a medias; siente a medias y hacia adentro. 

Se quiebra a veces la voz. Se rompe algo en los dedos. Las olas aún danzan lejanas. Continúo en busca de la serpiente. Tal vez me alcance el dardo envenenado antes de encontrarla y me convierta en piedra. O tal vez me quede eternamente vagando, parafraseando al poeta, en las lindes de mi destino. 

Me castigo por las letras que me absorben y los libros que no abro. Las primeras son turbante fantasmal. Los segundos, en cambio, hacen sangrar el pecho, quien, tras la lluvia de fuego, renace azul, brillante y sonoro.

No me salvarán látigos ni relojes. Quizás observar las hojas; quizás perderme en besos anhelados; quizás los pasos solos bajo las noches de invierno, fascinada por el secreto a voces del cielo, que no es obra de un inaccesible dios, sino un manto real, palpable, tan lleno. 

Quizás desenrede el azul. Quizás bese a la serpiente y me transforme en sus alas. Quizás comprenda, o quizás me convenza de lo que siempre comprendí. 

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